Saltar al contenido

Benazir

Madrid, 25 y 29 de diciembre de 1998

 

«Las bombas han empeorado la mortandad infantil por su efecto en el abastecimiento. Una media de 20 niños mueren diariamente por desnutrición. Desde el punto de vista médico y humanitario, el ataque representa una agresión salvaje contra la población, porque han muerto muchos más civiles que militares.» Alí Gazala, director del hospital general Al Yarmuk de Bagdad

Benazir estaba espantada del ruido demoledor de los obuses. Había detenido su carrera hacia ningún sitio y se encontraba recostada contra lo que fue el muro del colegio de sordomudos del barrio. Colegio donde por las mañanas se podían ver silenciosas figuras gesticulando palabras. El miedo no le permitió que los recuerdos, lógicos, llegaran a su cerebro consciente. Ella había pasado en aquel lugar los últimos quince años de su vida. Había sido una de aquellas personas que en alegre silencio, sólo roto por las palmadas con las que se sacudían las migas del bollo, ávidamente engullido, corretearon por el enlosado del patio de la escuela. Los bocadillos y bollos que dejaban desprender migas sobre sus pecheras, eran aquellos que primorosamente le habían preparado sus madres. Su madre, ¿dónde estaba su madre? Los últimos meses había estado especialmente hundida, recordando a su marido, hombre con el que concibió a Benazir y que siempre fue bueno para ella y su hija. Su padre había sido reclamado por el gobierno para ocupar una zona del territorio que siempre perteneció a su país. Ciro, el mismo nombre que el legendario emperador, así se llamaba su padre. El buen padre había muerto hacía siete años, en 1991, defendiendo el país de la intervención extranjera.

Ahora las venas de las sienes le iban a estallar. La sangre se le agolpaba en el corazón esperando una nueva sístole que distribuyera la sangre por el entramado de sus vasos sanguíneos. Las válvulas semilunares, como las compuertas de una acequia, impedían que el caldo de la vida retrocediera asustado ante los impactos de la Historia. Sí, se estaba escribiendo Historia, y una vez más, tristemente, era a golpe de cañón. La diferencia era que ahora ella formaba parte del acontecimiento, estaba en mitad del bombardeo y estaba asustada.

Regueros de orina discurrían por la cara interna de sus muslos. Aquellas torneadas piernas que el atuendo de lino ocultaba al mundo. Aquellos que eran reservados exclusivamente para el que se desposara con ella, el que debía ser su hombre. Así lo dictaba la tradición, así lo marcaba la religión y así lo dejó escrito el Profeta. El miedo le había hecho ensuciarse. Los misiles Crucero surcaban el firmamento explosionando contra los objetivos programados. Eran objetivos militares los que se atacaban pero la ciudad estaba en torno a ellos, eran civiles los que mayoritariamente    caían, eran personas las que morían. La cirugía que aquellos occidentales intentaban realizar, atacando objetivos concretos, les había salido mal. Las fuerzas que consti­tuían el pueblo elegido, autoinvestidos en garantes de la libertad y la democracia, estaban extirpando a civiles, ciudadanos cuyo crimen era ser bebés, adolescentes, ancianos, en definitiva seres humanos en un país que no interesaba económicamente y sí su aniquilamiento como excelente cortina de humo. Con la operación militar, con su intervencionismo se cubrían los graves acontecimientos que se producían en el país de los atacantes. El pueblo habían sido masacrado una vez más como es habitual en las guerras de cualquier siglo, aunque ahora son protagonistas televisivos por unos segundos. Han sido los extras que dotaban de realismo las imágenes en exclusiva que han acompañando el discurso del Rey de los Informativos de la noche.

El objetivo militar, así lo han denominado los informativos esta mañana, que encerraba el muro en el que Benazir se recostaba, saltó por los aires ante la abrasiva substancia desprendida del misil. Su vejiga ya no tenía más orina que excretar. De todos modos hubiera dado igual, sus miembros se habían desperdigado junto a los pedazos del ladrillo que años atrás compusieron la tapia de su colegio. Al tiempo que moría Benazir en un pequeño rectángulo, situado en el borde superior derecho de los receptores de televisión en un plano que recogía el bombardeo, el protagonista del informativo de la noche remarcó con voz profunda y a toda pantalla las bellas tonalidades amarillas que resaltan en la noche como las bolas de un árbol de Navidad.

Etiquetas:

Deja un comentario

Descubre más desde Arte de Prudencia

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Continue reading