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El pensamiento esclavo

El mundo actual presenta algunos aspectos intensamente preocupantes. Problemas medioambientales, auge de la intolerancia, aumento de las desigualdades… Muchas cuestiones que, desde luego, dan para mantenernos en constante alerta. Sin embargo, además de estos, sin duda, relevantes fenómenos, creo que existe uno del que quizá no seamos demasiado conscientes, pero que debería ocupar un lugar preeminente dentro del conjunto de nuestras alertas. Y es así porque aquello de lo que voy a hablar hoy afecta a la esencia más profunda del ser humano, a aquello que constituye su peculiar modo de ser consciente, de conocer, de razonar y de actuar. Me refiero a lo que podemos denominar como esclavitud del pensamiento. Tal es así que presiento un futuro incierto para nuestra especie si no somos capaces de torcer aquellos elementos que nos conducen por el camino que describiré en los siguientes párrafos.

Para entender mejor aquello a lo que voy a referirme, anotemos el siguiente axioma:

Sea tu red de amigos en FaceBook o Twitter, con unos pocos centenares de personas.

Dado un post cualquiera publicado en una de las dos redes, seremos capaces de predecir con un margen de error de poco más de un 75%, quien otorgará sus likes al mismo.

Podemos poner un ejemplo. Alguien anota un post en facebook con algún tipo de información (por llamarla de alguna manera) donde se generaliza indicando cosas del tipo:

  • «Todos los políticos son corruptos»
  • «Todos los inmigrantes sirios son terroristas en potencia»
  • «Las mujeres están siendo masacradas por los hombres»
  • «Los hombres sufren calladamente la violencia de género tanto como las mujeres»
  • «Todos los policías son brutales»
  • «La Guardia Civil es el organismo mejor valorado en nuestro país»
  • «La Monarquía española es un antro de corrupción»
  • «El actual monarca es un ejemplo de representatividad para nuestro pueblo»
  • «Pedro Sánchez es el peor dirigente socialista de la historia»
  • «Pedro Sánchez está gobernando de forma meritoria nuestro país»
  • «El PP es un nido de mafiosos y corruptos»
  • «El PP es el único partido capaz de administrar decentemente la cosa pública en España»
  • «La socialdemocracia arruina al país»
  • «Los nuevos liberales arruinan al país»
  • «Hemos de tener mano dura con los musulmanes»
  • «Hay que ser más tolerante e integrador con los musulmanes»
  • «Todos los catalanes son despreciables»
  • «Todos los españoles son despreciables»

O cualquier otra afirmación de características similares, de las que vemos en las redes unas cuantas toneladas cada día. Yo mantengo la tesis, apoyada en el axioma antes emitido, que cualquiera será capaz de predecir con el margen de error descrito quienes de sus amigos se mostrarán complacidos o disgustados con cada una de ellas. Particularmente, ostento un grupo de amigos con diversas orientaciones socio políticas y, salvando algunas honrosas excepciones, las líneas con las que una buena parte de ellos se manifiesta cada día en las redes es altamente homogénea y predecible. Ojo que con esto no quiero ponerme en una posición de preeminencia sobre ellos. Es más que probable que yo actúe de la misma manera y que mis likes y dislikes me ubiquen también entre el 75% de los ampliamente predecibles.


«El pensamiento necesita tiempo para ejercitarse, reflexión. Sin ello no es pensamiento, es puro seguimiento de consignas.»


Y es que es que el pensamiento presenta hoy algunas de estas características:

  1. Instantáneo. Todo es inmediato. Vemos una noticia y en unos pocos segundos ya hemos decidido nuestro punto de vista sobre la misma. El pensamiento necesita tiempo para ejercitarse, reflexión. Sin ello no es pensamiento, es puro seguimiento de consignas.
  2. Inducido. Cuando damos un like o reproducimos un post escrito por otra persona o por algún medio, nos creemos fuertemente originales, pero solo estamos siendo inducidos a seguir las pautas a que nos mueve su autor. Analícemonos para ver cuántas veces hacemos clic para profundizar en una noticia frente a las que simplemente nos quedamos con ver la foto o el titular. Analícemonos para ver cuántas veces dedicamos unos minutos a reflexionar sobre lo que estamos leyendo. Tratemos de considerar hasta qué punto el argumento expuesto es totalmente razonable o su opuesto también tendría parte de razón. Intentemos poner en duda la absoluta verdad de lo que se dice. Si no hacemos nada de esto estaremos, simplemente, practicando un seguidismo inconsciente, estaremos reproduciendo tópicos, dando universalidad a algo que probablemente no lo merezca y simplemente busque el mayor asentimiento y difusión posibles.
  3. Acrítico. ¿Dudas en ocasiones? El actual lenguaje de las redes sociales y de una buen parte de los medios de comunicación tiende a hacernos acumular certezas, pero rara vez introduce en nosotros la duda. Y dudar es lo propio del ser humano. Se nos llena la boca de criticar el fanatismo de los otros, pero pocas veces somos conscientes del nuestro. Y somos fanáticos cada vez que somos acríticos, que no dudamos. En lugar de repartir alegremente sandeces por el mundo, inducidos por otros y de forma instantánea, nuestra misión debería ser la de detenerlas, pararnos a pensar, a analizar, a dudar. Y luego, si el asunto lo amerita, hacer lo que proceda, pero solo después de emplear gimnásticamente la herramienta más propiamente humana de la que estamos dotados: nuestra capacidad de razonar.
  4. Superficial. Arañar bajo la superficie de los hechos es costoso en tiempo y esfuerzo. Y hoy parecemos poco dispuestos a hacerlo. ¿Para qué si ya otros lo hacen por nosotros? Pero es que la superficialidad conduce a la esclavitud. Créete a pie juntillas cualquier sandez de aquellas que hoy se reproducen en las redes, no ejercites tu mente indagando y profundizando en las cosas, no investigues, y la consecuencia será que cada vez tu camino será más estrecho. Cada vez odiarás más lo que no concuerda con lo que crees que es tu punto de vista. Cada vez tu máquina de razonar estará menos musculada y serás más incapaz de actuar como lo que eres, un ser pensante.
  5. Automático. Las redes sociales están diseñadas para forzarnos a automatismos. Nada en ellas nos induce a profundizar, a gastar tiempo en ver informaciones completas. Por el contrario, se nos induce al like o dislike automático. Esto me gusta, esto no me gusta, todo rápido, todo automático, tal que si fuéramos robots, máquinas con una escasa capacidad de discernir. En estos automatismos está basado el axioma que reflejaba en el frontispicio de este artículo. Tras pasar tiempo observando lo que a cada uno de nuestros amigos le gusta o le disgusta, nuestra capacidad de predecir lo que le gustará o disgustará en el futuro aumenta exponencialmente. Pero no deberíamos ser personas tan simples. Los humanos somos complejos y nuestros caminos vitales deberían estar sembrados por la duda, lo que nos llevaría a ser poco predecibles por terceros.
  6. Basado en consignas simples. Durante la primera mitad del pasado siglo, las áreas de agitprop de los movimientos comunistas y fascistas descubrieron la fuerza del lema, de la consigna. Una idea simple, pero pegadiza, algo que se pueda plasmar en cualquier medio y difundir para atraer. Fue una tarea exitosa. Los millones de muertos de los que el siglo llenó los cementerios dan buena prueba de ello. El lema está diseñado para ser interiorizado, obedecido y difundido. Se trata de hacernos como máquinas de fotocopias listas para que las ideas simples puedan tener el mayor alcance posible, lograr el máximo de asentimiento y seguidismo. Pero cuando ejercitamos el pensamiento crítico, esta clonación de ideas se hace más compleja para sus inductores. Si ejercitamos nuestra musculatura intelectual la posibilidad de que nos empleen como una simple fotocopiadora de lemas, se hace difícil.
  7. Firme. La simulación de la firmeza ha formado históricamente parte del método que los humanos hemos seguido para desarrollarnos. El célebre asno del filósofo Buridano murió de inanición al dudar continuamente si primero beber agua o primero comer. Para evitar una muerte tan jocosa lo mejor es elegir un camino con firmeza, por más que la duda nos consuma. Esa cualidad, que vista desde una forma positiva podemos considerar que está en la base de la evolución humana, tiene también una vertiente negativa notoria y es que nos conduce directamente al fanatismo. En este asunto yo propongo seguir a Pascal. Aquel hombrito francés nos decía aquello de que la vida es un juego, pero hay que jugarlo con ciertas reglas y seguirla como si las cosas fueran de verdad en lugar de una pura simulación. Seguir así las reglas nos ayuda a la firmeza, pero saber que todo es solo una ficción nos libera de llegar tan lejos como para convertirnos en fanáticos
  8. Clausurado. Otra característica esencial de la actual forma de pensar es su autoclausura interna. Cerramos nuestro corpus de ideas y no dejamos pasar dentro nada nuevo. Pero cerrar es limitar. El mundo es muy amplio y siempre hay fuera de nuestro ámbito miles de ideas que merece la pena que escuchemos, valoremos y quizá asumamos. Y que, como mínimo, respetemos. La clausura invita también a la clasificación fácil. Este es de los míos y este es de los otros. Esta idea concuerda con las mías y esta es despreciable, ya que se sustenta en un grupo al que no pertenezco. Si nos diéramos cuenta de lo considerablemente amplio y bello que es lo que hay fuera de nuestro reducido espectro, seguro que abandonaríamos la clausura para abrirnos al mundo. Pero nuestras anteojeras intelectuales no nos dejan.
  9. Segmentado. Este mundo nos llena el tiempo de impactos mediáticos continuados. En un entorno de esas características se hace difícil mantener la necesaria continuidad de pensamiento. Nos ponemos a leer y vamos cada pocos minutos a consultar el móvil para ver si alguien nos ha dicho algo por el Whatsapp o el FaceBook. Rara vez nos ponemos con una tarea única con horas por delante, la segmentamos, la interrumpimos continuamente. La reflexión pierde así robustez. Alimentamos a nuestra mente con la droga de la última noticia, lo que se acaba de producir en el último segundo, aunque carezca de la más absoluta importancia. Nos hemos vuelto adictos a la multitarea. Nos aburre la persistencia. Lo efímero nos atrae.

Triste y desolador panorama. Pero ojo que no todo es pesimismo. Hay montones de personas en el mundo inteligentes, críticas, profundas… Nuestra labor como humanos debería consistir en acercarnos a esas personas, subirnos en los hombros de los gigantes para ver lejos y dejar que los enanos pataleen por los suelos.

Hay un magnífico ejemplo de lo que a mi me parece la mejor forma de proceder en el mundo actual. ¿Habéis visto la serie The Newsroom? Es magnífica, os la aconsejo. El protagonista es un presentador de televisión en USA, miembro activo del Partido Republicano y bastante convencido de las ideas de dicha organización. Sin embargo en su día a día se rebela continuamente contra los sinsentidos de dicho partido, valora los logros de la administración Obama y trata siempre de mantenerse con el fiel de su criterio independiente más allá de que concuerde con las ideas de unos más que con las de otros. Obviamente, muchos de los suyos le odian y algunos de sus enemigos le valoran. Un ejemplo de ejercicio de librepensamiento. Librepensamiento, ¡qué término, dios!, ¿quién se acuerda hoy de lo que significa?, ¿quién intenta al menos ponerlo en práctica?

Fijaos que estoy hablando aquí solo de una de las vertientes en las que se manifiesta el modo que tenemos los humanos de entender la realidad y posicionarnos frente a ella, sobre todo en el entorno de las redes sociales. Pero esta vertiente no es la única. Si acaso la más ligera, aunque no la menos preocupante. Hay otras aún más intensas. Me refiero, por ejemplo, a la continua incitación al odio que muchas personas realizan cada día. Generalizaciones banales contra todo lo que consideran enemigo o quizá solo ajeno. Odio étnico, odio racial, odio sexual, odio político, odio intelectual, odio empresarial… Me pregunto de dónde sale una deriva con estas características tan lamentables. Por un lado las comunidades humanas llevamos siglos desarrollando valores, prácticas, leyes que nos llevan a proteger al débil a integrar mejor al que se ha considerado diferente. Y, sin embargo, en paralelo a esto vemos acrecentarse ese veneno que a diario se inocula en cualquier comentario sobre cualquier temática. En lugar de simplemente analizar o dejar un punto de vista más o menos respetuoso lo que muchos hacen es verter improperios, exabruptos, frases lapidarias tan simples como carentes de inteligencia. Y ello, lamentablemente, no cae en saco roto. Se amplifica con el altavoz de unas redes y unos medios que hoy presentan unas características de universalidad que los hacen sumamente peligrosos. Afortunadamente parece que aún existe una amplia brecha entre la teoría y la práctica, entre la incitación a la violencia y el ejercicio real de la misma. Sin embargo el corto camino que existe entre ambas orillas del comportamiento humano sabemos por experiencia histórica que tarda poco en recorrerse. En lo más ancestral de nuestros genes se esconde un pasado violento y sanguinario que puede salir a la luz quizá con más facilidad de la deseable. Luchar contra esta incitación al odio es una de las tareas ineludibles hoy para cualquier persona sensata. Rebatir los argumentos de odio o, como mínimo, ignorarlos, es un deber moral al que no podemos ni debemos sustraernos.

Otra vertiente muy peligrosa es la que hace referencia a la difusión de mentiras, las fakes o bulos de los que hoy se habla tanto. En un caldo de cultivo tan acrítico como el que estamos reseñando, la difusión de este tipo de noticias arde como la yesca. Me parece mentira ver a diario como gente, amigos a los que considero personas inteligentes y sensatas dan por veraces cuestiones que no tienen el más mínimo viso de credibilidad, solo por el hecho de que perciben que lo dicho concuerda simplemente con su ideario. Si estás posicionado en un ala sociopolítica y aparece un bulo que menoscaba al otro ala, nos llenamos de alegría y nos lanzamos a difundir el bulo henchidos del refuerzo que para nuestro punto de vista supone el hecho falso o, al menos no contrastado, que se narra. Me parece mentira que haya tanta gente a diario generando fakes en las redes. ¡Cuántas cartas falsas escritas por Pérez Reverte se dan por buenas todos los días entre gente que, aparentemente, está dotada con dosis suficientes de sentido común! Y esto sucede por esas características de instantaneidad y automatismo con que antes denotábamos a esa parte de la expresión del pensamiento a la que hoy nos referimos. Si las personas que así actúan antepusieran su capacidad crítica a esos impulsos automáticos, nadie podría inducirnos a reproducir la mentira con la capacidad que lo hacemos.

Cada día proceso con más fuerza la idea de abandonar cualquier red social, dejando la excepción de los temas profesionales para los que no me queda más remedio que usarlas. Sé que cada vez que entro en Facebook o Twitter estoy atentando contra mi capacidad de aprendizaje y de adaptación al medio social, contra mis posibilidades de practicar un pensamiento crítico e independiente. Asimismo, cada vez que me conecto se incrementa mi odio hacia el género humano, siempre he sido algo misántropo, pero he logrado mantenerme en un nivel que aún no me incitaba a tomar las armas y acabar con mis semejantes, sin embargo cada vez albergo más dudas de que esto no pueda llegar algún día (para quien esté espiando este artículo desde alguna organización policial, indicar que estoy exagerando, no hace falta que me detengan aún. Soy un ciudadano de bien, de perfil institucionalista, diría yo, 🙂 ). Esto es solo una exageración premeditada que solo pretende llamar la atención de mis congéneres, a ver si conseguimos salir todos de la estupidez comunitaria en la que estamos cayendo.

Tengo que decir que hay unos cuantos amigos en mi red que arrojan la luz de sus ideas muy por encima de esta porquería del pensamiento inducido y que me sorprenden en ocasiones con comentarios contradictoriamente humanos. Gente que se para aunque sea unos minutos a pensar sobre un hecho, una noticia y se calla, ¡lo que vale el silencio!, o si habla dice cosas con cierto sentido y, a veces, en direcciones opuestas. Alguno llega a veces hasta el summun de hablar en ocasiones bien del PP y en ocasiones mal. Quien así actúa estará de por vida en mi más alta consideración. Los demás sería grato que siguieran la pauta marcada por la última proposición del Tractatus de Wittgenstein que más o menos viene a decir que de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse.

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