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El vicio de emprender

Hay personas en el mundo que difícilmente pueden abandonar el vicio de emprender cosas nuevas. Sea el escritor que, a pesar de que su mano no puede ya casi teclear,  emprende el proyecto de un nuevo libro. Sea el profesor, que a pesar de sobrepasar notoriamente la edad de la jubilación, no deja sus clases en la universidad… Todo ello, por supuesto, dentro o fuera del mundo laboral. En mi caso este vicio se ejemplifica en los emprendimientos empresariales. Los que me conocen, saben que en los últimos años, con algunos problemas de salud de por medio, estaba ya tirando la toalla y pensando en llevar una vida plácida en el Sur, leyendo, oyendo música, paseando, invitando a casa a los amigos. BQ se constituía así en mi último proyecto empresarial.

El vicio de emprender

 

Y, sin embargo, aquí estoy nuevamente con mis muchas canas, comenzando el proceso de la creación de otro proyecto. En mi caso parece haber una dialéctica compleja entre la inclinación a la especulación y la tensión a la acción. Algo similar a lo que le ocurría a Tales de Mileto en la antigua Grecia. El hombre ha pasado a la historia casi como el fundador de la filosofía occidental, pero lo que mucha gente no sabe es que también se dedicaba al negocio de las aceitunas. Pensar, opinar y hacer, vieja triada de fenómenos tan propios del ser humano.


«En mi caso parece haber una dialéctica compleja entre la inclinación a la especulación y la tensión a la acción.»


 

En los últimos meses, habiendo rebajado en parte, mi participación laboral en el proyecto de BQ, mi principal tarea ha sido la de reflexionar y volcar en este blog mis opiniones sobre el mundo con una especial tendencia hacia las empresariales y las políticas. Y así me veía en el futuro, quizá dando alguna conferencia, escribiendo, reflexionando con los colegas… Y de repente, uno de mis más grandes amigos me propone participar de nuevo en un proyecto. En este caso tan alejado de mi antigua vida profesional como lo estaba la cosa de las aceitunas del perfil profesional del viejo Tales. Cerveza. Cerveza artesana. Y así surge Lupulia.

La cuestión es que, antes de informarme siquiera de qué iba aquello, le dije que sí. Buscamos nombre, pusimos la pasta, montamos los sistemas, la venta web, cerramos los acuerdos con los proveedores, contratamos los servicios y las personas y, justo en dos meses, desde el momento de la decisión, estábamos operando. Eso sí, tras habernos pegado la paliza padre, aunque por supuesto, divirtiéndonos también mucho con el proceso. Cuando charlo con jóvenes emprendedores que me cuentan sus ideas y me comentan que llevan medio año o así madurando su proyecto para ver los parámetros de cómo emprenderlo, siempre les cuento cosas como esta. La rapidez en este mundo es crucial, una vez decidido el ámbito, en el minuto siguiente todo tiene que estar en proceso. Puedes fracasar por errores de perspectiva, por no haber terminado de analizar todos los matices, etc. Pero es preferible el fracaso a la pérdida de la oportunidad. Los fracasos curten, de ellos se aprende, son muy buenos en la vida. La pérdida de las oportunidades deja un poso terrible en la historia de las personas, la sensación de que quizá pudimos haber hecho aquello y no lo hicimos. Dejar de hacer algo nos culpabiliza por no haber tenido los arrestos de tirar adelante. Nos deja la sensación de que todo hubiera podido ser mejor si hubiéramos hecho aquello que no hicimos.

En fin, que esto de emprender nuevos proyectos empresariales parece que en mi caso es un vicio que ya no puedo superar. Aprenderé a vivir con ello, 🙂 . Y, por supuesto, como está también la vertiente de opinar, no dejaré de anotar aquí lo que se me vaya ocurriendo, lo siento por vosotros, mis queridos y sufridos lectores.

 

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