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En defensa del libre criterio

A cada momento estamos más desinformados. El enorme volumen de noticias, opiniones, datos… que recibimos a diario nos ciegan en lugar de darnos luz sobre las cosas que son de nuestro interés. La transmisión periodística de los hechos se ha ido tornando incierta, subjetiva, poco sólida en cuanto a la investigación de los hechos, plagada de opiniones en lugar de certezas, confusa. Nada apoya el necesario uso del libre criterio.

Libre criterio

 

Los medios están fuertemente vinculados con grupos de intereses, sean políticos o empresariales; grupos que influyen de modo decisivo en el modo de transmitir la información que se nos presenta. La crisis por la que pasa el periodismo hace que cada vez la prensa, sea impresa o digital, esté financiada menos por el pago de las personas que la leemos y más por las empresas que se publicitan, los Estados con sus difusión de noticias institucionales, los grupos de poder, etc. Si a esto unimos el hecho de que el menor poder económico de los medios hace que el auténtico periodismo de investigación sea ya cosa del pasado, tenemos el caldo de cultivo necesario para que la ceremonia de la confusión esté ya permanentemente instalada en nuestras sociedades. Por supuesto que lo dicho para la prensa escrita vale igualmente para la televisión o cualquier otro medio que sirva para difundir información. Solo medios libres de presiones, financiados con la aportación de sus usuarios y no con otros medios, pueden disfrutar del escenario de libertad necesario como para que merezca la pena ser leídos, escuchados o vistos.

He pasado toda mi vida profesional en el mundo de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Y en ese entorno, uno sabe sobradamente que la difusión técnica de los medios del sector se encuentra directamente vinculada al pago que realizan sus anunciantes. No es de esperar que un medio que hable mal de una tecnológica o sus productos reciba anuncios de dicha tecnológica, por tanto, la tendencia es sesgar los artículos para que esto no suceda. Bien, es un sector industrial y hasta ahí, aunque no puedo disculparlo, hasta puedo entenderlo. Pero, desde luego, no puedo hacerlo en aquello que constituye el corazón de una sociedad libre y democrática. Los medios son puntales necesarios del funcionamiento de nuestras sociedades y esta tendencia está destruyendo el auténtico debate, la correcta toma de opinión sobre las cosas, la sensatez dialéctica. Estamos hartos de ver debates televisivos donde los diferentes tertulianos se atacan con informaciones contrapuestas que nadie puede contrastar, las figuras de las personas de relevancia pública se deforman hasta tal punto de que es imposible tomar una opinión correcta sobre si su modo de actuar nos cae bien o mal, si son personas solventes o auténticos insensatos. Es normal que en un determinado momento hayamos asistido a tremendas loas de personajes públicos que de ser héroes han pasado a constituirse en genuinos villanos y terminar, incluso, condenados a varios años de cárcel. Por otro lado, también asistimos a lo contrario, a la difamación sin límite de personas sobre las que basta arañar un poco en su vida y sus hechos para comprobar que nada hay realmente por debajo de aquello que interesadamente se quiere transmitir.

Y qué decir ya de las redes sociales. Perdóneseme la frase tan fuerte, pero aunque yo las uso, tengo que reconocer que en una buena parte funcionan como un cierto altavoz de la estulticia. En un mismo día he visto a personas en Facebook o Twitter defender una idea y su contraria sin que se les arrugara ni una décima el semblante. Opinar es fácil y barato y, así, en pocos minutos podemos abominar de la permisividad de las autoridades europeas en lo que a la entrada de inmigrantes sirios se refiere, mientras que a los pocos minutos difundimos una de esas fotos donde se recoge el sufrimiento de las personas en tránsito y criticamos a esas mismas autoridades que ahora, sin piedad, los devuelven a Turquía. Y si lo aplicamos a la política española, ¡qué decir! Nadie se libra, desde rebuscar en la imaginario álbum de Albert Rivera para encontrar una foto haciendo el saludo falangista hasta desenterrar todas las reales o ficticias conexiones de Podemos con el mundo bolivariano, abominar de la sumisión de Pedro Sánchez a Susana Díaz o magnificar las pérfidas actuaciones de Rajoy en lo que a su posible acto de investidura se refiere.

En general, nada que tenga que ver con el análisis moderado, sensato, documentado, de los hechos. Pero, ¿cómo podemos llegar a realizar ese análisis en un contexto como el que reseñamos, tan repleto de ruido mediático? Pues solo con el ejercicio del libre criterio. Tenemos que aprender a no dejarnos llevar por la primera tontería que oímos, tenemos que aprender a juzgar las cosas por nosotros mismos, a aplicar la razón, nuestro sistema de valores, nuestros principios e ideas sobre la sociedad en la que queremos vivir. Pero, para hacer esto hemos tenido que aprender a usar nuestro libre criterio, la sociedad ha tenido que enseñarnos a ser auténticos librepensadores. Y esto solo se consigue con la educación. Yo creo  profundamente en la educación como motor transformador de la realidad. Y lo malo es que ese campo está fuertemente sujeto a los intereses políticos. En nuestros casi cuarenta años de periodo democrático hemos vivido ya numerosos y diferentes planes educativos, se han conseguido cosas, pero no hemos sido capaces de concebir como sociedad unos objetivos claros respecto a dónde queremos llegar o qué queremos ser. Y para colmo de males, en un perverso acto de sinrazón se transmitió a las Comunidades Autónomas una buena parte de la elaboración de los planes educativos, lo que ha llevado a la más tremenda manipulación de la realidad para negar nuestra existencia como país, como colectividad civil organizada. Hoy un niño catalán apenas sabe nada de lo que ha pasado al sur del Ebro, como si los que vivimos en esa zona fuéramos extraterrestres que nada han tenido que ver en la formación de la Cataluña moderna. Y es que los nacionalistas, no solo los catalanes por supuesto, han sabido perfectamente trabajar el ámbito educativo para lograr sus fines. Ahora, para terminar el embrollo, se hacen desaparecer de los currículos formativos, asignaturas como la Filosofía, que suele ayudarnos a pensar por nosotros mismos, a analizar la realidad de las cosas en lugar de dejarnos llevar por interesadas opiniones.

Desde la socialdemocracia no nos queda más remedio que trabajar a lo grande en este ámbito. Tenemos que reforzar la libertad e independencia de los medios de comunicación, trabajar fuertemente el entorno educativo para lograr ciudadanos con criterio y no meras máquinas de reproducir la primera insensatez que nos entra por WhatsApp. Ese es nuestro reto principal para el futuro si queremos que nuestra sociedad evolucione de forma positiva y no que retrocedamos a los más arcanos pozos negros del pasado.

 

 

 

 

2 comentarios en «En defensa del libre criterio»

  1. Desinformación, está a la orden del día. No es algo baladí, más bien se ha convertido en una táctica correcta para adormecernos a todos. Las batallas ya no se pelean en las discusiones con los demás o en actos de verdadero intercambio cultural. Ahora postulamos las opiniones compartiendo chorradillas e historias sin ni siquiera informarnos sobre su veracidad. En Facebook, cada dos por tres debo dar a alguien en la frente informandole que no comparta cosas sin comprobarlas. Se ha impuesto la información rápida, al igual que la comida rápida, el beneficio económico rápido, las verdades rápidas, la prisa rápida. Yo no me tomo en serio nada. He descubierto que todo es mentira. Se están haciendo estudios sobre el entrelazamiento cuántico de partículas para poder teleportar fotones y en un futuro objetos más complejos. La teoría está, el funcionamiento es factible. Nadie sabe exactamente como funciona pero como hay posibilidad de hacerlo, pues nada, a hacerlo. Importan poco las implicaciones de las cosas. Saber es saber, hacer es hacer. Pero parece que sigue sin molestarse nadie en aprender a saber hacer. Seguiré andando y disfrutaré esta tarde del solete que está cara la gasolina, aunque sigue subiendo, como la luz, misterios estos ultimos mayores que la física de partículas.

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