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Fins aviat!

Parece que ahora va en serio. Finalmente Cataluña toma el camino de perseguir la separación del resto de España. Qué extraño me sentiré el día que pasee por el Raval o por el Moll de la Fusta, que atraviese en coche la ciudad por la Diagonal o que tome el metro en la Plaza de Catalunya o en las Drassenes, sintiéndome extranjero. Extranjero  en Barcelona, en esa ciduad donde nunca ha vivido pero en la que he pasado muchos días de mi existencia, trabajando, paseando por ella, viendo cómo evolucionaba desde el final del franquismo con esa oficialidad del castellano y el uso del catalán en la calle, hasta los últimos años con la oficialidad del catalán y el  uso del castellano en la calle. Y es que esa es la mezcla que da vida, valor y forma a una de mis ciudades más queridas. Esa mezcla de lenguas, de culturas, de formas de vida, tan mediterránea, tan humana…

Al igual que sucedió en el Madrid de los años sesenta, la Barcelona, y toda la Cataluña, de esa época fue lugar de aluvión y acogida. La mayor parte de mi familia, andaluza, terminó en aquella zona y otra buena parte lo hicimos en Madrid. ¡Qué más daba! Uno iba donde podía ganarse el sustento y podía sacar adelante a la prole.

Pero parece que los fanatismos de uno y otro lado pretenden separar ahora lo que tantos siglos lleva unido. Por más que muchos se han esforzado en resaltar lo que nos une en lugar de lo que nos separa, parece que las tempestades actuales van a barrer con unos cuantos siglos de historia. En general, el nacionalismo español nunca ha soportado que exista también un nacionalismo catalán. Y el nacionalismo catalán siempre se ha sentido víctima en un estado que no le ha dado ni en lo simbólico ni en lo económico lo que pensaba que le correspondía. Y como todos los nacionalismos son excluyentes, los de un lado miran a los del otro, como el enemigo, el diferente, el otro,  el que no concuerda con mi modo de ver la vida. Sin darse cuenta de que esa diversidad es la base misma de lo humano, y que no hay nada de malo en ella. Luego, claro está, puestos de acuerdo en la cuestión simbólica, deberíamos también ponernos de acuerdo en la económica. Y eso también parece difícil. Los gobiernos del Estado y de la Generalitat, dominados ambos por un mismo color político, desplegado en nombres y lenguas diferentes, han optado ya claramente por la confrontación, por la defensa del cantonalismo económico, de un tribalismo ancestral que resalta el instinto gregario de cada clan y azuza a las hordas propias contra las del clan ajeno. Así aparece el español de pro que siente que los catalanes siempre piden más de lo que cualquier otra región de España hace. Así surge el burgués catalán que resalta la laboriosidad de la zona frente a la desidia del resto de España. Y ninguno se da cuenta de que todos somos iguales, arropados en la bicolor o en la cuatribarrada no somos más que pobre gente que pasa por la vida trabajando, sufriendo, amando, riendo, llorando y poco más. Y que somos más grandes cuanto más capaces somos de renunciar a nuestro egoísmo secular y optar por un proyecto más grande, más alto de miras.

El dilema Cataluña-España es un modo más en que se manifiesta el cáncer del nacionalismo en Europa. Los europeos nos hemos caracterizado históricamente por matarnos los unos a los otros con una fe ciega en la persecución de la destrucción del de enfrente. En los últimos cincuenta años, con excepciones como la derivada del conflicto de los Balcanes, parece que habíamos logrado superar nuestros crueles enfrentamientos y unirnos en proyecto común, motivante, perseguidor de una sociedad más justa, más igualitaria. ¡Incauto de mí!, aquel  1 de enero de 2002 en que vimos los primeros billetes de Euro, brindé por la superación de una época, por el nuevo horizonte que se nos abría a todos juntos. Y digo incauto porque fijémonos donde estamos hoy, a donde la unión monetaria ha llevado a sociedades como la griega y está llevando también a la española, mientras que el estado tradicionalmente más potenciador de la Unión Europea, Alemania, levanta barreras de incomprensión frente a los países del  sur.

Pero, no nos engañemos. El nacionalismo, sea del tipo que sea, encubre intereses económicos de fondo. El poder financiero que nos gobierna ha decidido que es mejor que los pueblos nos enfrentemos en lugar de que colaboremos para lograr un futuro mejor. Luego es fácil mover a las masas enardecidas hacia esos proyectos que solo persiguen el beneficio de unos cuantos. Y en el caso de Catalunya algunos deberían recordar que los antecesores de CiU, aquellos que hoy requieren las urnas pidiendo el voto hacia un proyecto secesionista, son los hijos políticos de aquella Lliga Regionalista que no tuvo pudor alguno en colaborar con Franco ni afiliarse a Falange. Ni más ni menos que los representantes de la burguesía catalana.

Por tanto, no nos engañemos, con la independencia de Cataluña perdemos todos los españoles. Y a aquellos que se enardecen y muestran lágrimas en los ojos mirando la bandera bicolor y oyendo la Marcha de Granaderos o envueltos en la Senyera, con o sin estrella, y temblando mientras escuchan Els segadors, solo habría que recordarles que convertir estas pasiones en elementos de exclusión en lugar de en señas de identidad solo responde a lo más inicuo y ruin que hay en el ser humano.

En fin, como en tantas otras cosas, me está tocando ver el ocaso de una época, de una generación. Y esperemos las generaciones venideras, con menos prejuicios que la nuestra, sepan revertir este fins aviat, Catalunya! para que sea realmente un solo hasta pronto en lugar de un hasta nunca.

3 comentarios en «Fins aviat!»

  1. Estimado Antonio, aunque yo de estos temas no entiendo. Parto de la base que todo lo referente a los sentimientos es irracional y por lo tanto impredicible, (como es el caso que nos atañe, los nacionalismos). A pesar de ello, no creo que se esté acercando el principio del fin de un modelo de convivencia como planteas.
    No olvides que vivimos en periodo electoral y que una vez que éste concluya habrá terminado gran parte de las aspiraciones nacionalistas de los dirigentes regionalistas. Es cierto que la mecha nacionalista, una vez que se enciende, puede ser un polvorin difícil de apagar, pero hoy (a diferencia de otros periodos por ejemplo el que planteas con la Yuguslavia pos-Tito no es ni comparable ni acertada por multitud de elementos y circunstancias que no te explico por cuestiones obvias de extensión) vivimos en un mundo globalizado, donde las mentalidades están cambiando, la sociedad se está transformando, la economía está deslocalizada y globalizada y por todo ello, a pesar de tocar la fibra sensible del ser humano los nacionalismos concebidos como surgieron en el siglo XIX están viviendo sus últimos coletazos en europa como es evidente (observa en qué han quedado los movimientos separatistas violentos en Alemania, Italia, Gran Bretaña e incluso en la misma España). Antonio creo que estamos frente a una cortina de humo lanzanda por CiU que se irá mitigando con el propio proceso electoral. De hecho ya se están lanzando mensajes que sirven de puente entre ambas partes. Un saludo

  2. Si revisas mi texto, verás que en ningún momento comparo el tema de Cataluña con el asunto de los Balcanes. Nada más lejos de mi intención. Menciono el tema solo como una excepción al último periodo de tranquilidad en lo que a enfrentamientos entre las diferentes nacionalidades europeas.

    Por otro lado, indicar que me alegra tu percepción optimista respecto a este asunto (y al de los nacionalismos en general). Yo, realmente, tengo mis dudas, pero ojalá que lleves tú razón.

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