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Cronología de una conspiración (julio 1936)

Antecedentes

Los antecedentes de la guerra civil comienzan nada más ganar el Frente Popular las elecciones de febrero de 1936. Es ahí que arranca el diseño del alzamiento militar que tendrá lugar en julio. El general Franco, que en ese momento ejercía como Jefe del Estado Mayor Central con Gil Robles como Ministro de la Guerra, propone al entonces Presidente del Gobierno, Manuel Portela Valladares, que declare el Estado de Guerra dado el ímpetu que los militantes de izquierda están mostrando en las calles. Portela se niega y en seguida entrega al poder a Manuel Azaña en nombre de las organizaciones firmantes del pacto del Frente Popular. El nuevo gobierno destituye a Franco como Jefe del Estado Mayor Central y lo envía a Canarias. Otros militares, que más tarde participarían en el golpe: Goded, Fanjul, etc. son igualmente trasladados a posiciones de menor importancia estratégica. Con la izquierda en el poder, las organizaciones moderadas de la derecha, como la CEDA y las más radicales, como Falange Española o la Comunión Tradicionalista comienzan a pergeñar su estrategia de conquista del Estado usando fines no democráticos. Lo esencial era convencer a los militares del peligro izquierdista y separatista para que se lanzaran a la aventura de tomar el poder por las armas.

Pero los militares no necesitaban que nadie les convenciera. Por sí mismos llevaban tiempo trabajando en una conspiración que, en parte, quería enfrentarse más con el gobierno del Frente Popular que con el sistema republicano[1]. Ello les llevó a ser los protagonistas de una insurrección donde la principal fuerza política opositora, la CEDA, jugó poco más que un papel de comparsa. Gil Robles, su líder, ha intentado maquillar su curriculum democrático con los años, pero lo cierto es que a pesar de que ciertamente rara vez apeló a las soluciones violentas, sí que proporcionó a Mola, a principios de julio del 36, los restos económicos de su campaña electoral de febrero[2]. En general, viene a admitirse que existían diversos conspiradores o que se estaban realizando varias conspiraciones en paralelo. Aunque suele ponerse como fecha de inicio del proceso conspirativo el mes de marzo de 1936, pocos días después de la constitución del gobierno del Frente Popular, los monárquicos alfonsinos o carlistas había tenido ya sus escarceos con la idea; ya el 31 de marzo de 1934 Goicoechea, el teniente general Barrera, Olazábal y Lizarza se habían entrevistado con Mussolini e Ítalo Balbo para recabar la ayuda fascista italiana ante una sublevación contra la República. En aquel momento el asunto fue poco más allá de comprometer unos pocos fondos para apoyar dicha sublevación[3]. Por otro lado, la Falange; con su líder detenido en la prisión de Alicante los falangistas habían perdido parte de su capacidad operativa, pero el aluvión de afiliados que estaba recibiendo desde el triunfo del Frente Popular y su combativa actitud contra el mismo contribuían a su mitificación como único partido político capaz de aportar hombres de acción y un ideario sólido a la conspiración. José Antonio y el resto de los falangistas creían en su misión providencial como fuerza orientadora de la nueva España resultado de la insurrección militar, sin embargo, los auténticos organizadores del golpe, los militares poco estuvieron dispuestos a concederles en ese orden de cosas. La Comunión Tradicionalista es otra de las fuerzas que desde hora temprana intenta su coordinación con el resto de los actores insurreccionales; desde la primera quincena de junio los tradicionalistas mantienen reuniones fluidas con los militares[4]; pero la relación fue borrascosa debido a cuestiones programáticas, ya que los carlistas se negaban a poner su Requeté a las órdenes de una sublevación que se hiciera desde una óptica republicana o monárquico alfonsina. Finalmente, a la postura más intransigente del líder tradicionalista andaluz, Manuel Fal Conde, que en ese momento era el máximo dirigente de la Comunión, se impuso la del Conde de Rodezno[5], más posibilista y que ponía a los combativos requetés al lado de los militares dejando para después del triunfo el debate acerca de la forma de Estado y el liderazgo en el mismo. Los militares necesitaban en ese momento a los carlistas dada la fuerza de su organización, muy superior, sobre todo en Navarra, a la del propio ejército[6]. Es de resaltar que la forma de estado resultante aleja en ese momento a los dos grandes focos de la conspiración, militares y requetés. Mola, como representante de los primeros incide en que no debe cambiarse la forma de Estado. Él sabe en ese momento que muchos militares no se unirán al golpe (y quizá esté pensando en Queipo o Cabanellas) si se plantea contra la República. Así, Mola en ese momento, tiene en su cabeza una operación de tipo golpe policial para acabar con el Frente Popular pero sin tocar demasiado los pilares republicanos[7].

Pero son realmente los militares quienes diseñan, organizan, lideran y ejecutan el golpe. Ya el 8 de marzo se reúnen en Madrid los generales Mola, Franco, Orgaz, Villegas, Varela y Fanjul, así como el teniente coronel Galarza. A pesar del liderazgo nominal de Sanjurjo, aceptado en dicha reunión, fue Mola quien realmente organizó la sublevación contra la República. Ya el 5 de junio redactó una nota que pretendía recoger los fundamentos programáticos de los sublevados[8]. Dichos fundamentos no eran tan radicales como los que finalmente se impusieron. En aquel momento se propugnaba la suspensión de la Constitución y la instauración de un directorio militar compuesto por cinco generales y un presidente. Se respetaba el régimen republicano y sólo se hablaba de ilegalizar a los partidos políticos de orientación antiespañola. En general todo lo allí escrito pergeñaba una situación mucho más parecida a la que se produjo con la dictadura de Primo de Rivera que a la que realmente terminó ejecutándose tras la insurrección[9]. Lo que sucedió es que en general no se hizo mucho caso a estas primeras líneas programáticas; las discrepancias entre los distintos grupos civiles participantes en la conspiración así como las diferentes adscripciones ideológicas de los propios militares terminaron por mantener aparcado dicho programa dejando un vacío que más tarde se encargará de cubrir Franco y sus colaboradores con la creación del nuevo Estado. Como dirá Tusell, “los militares veían su propia intervención como un acto de policía, un restablecimiento del orden público por medios extraconstitucionales pero sin propósitos ulteriores precisos.”[10] Lo más llamativo es la actitud de Franco en todo este proceso. Aunque participa en la reunión del 8 de marzo, todo el resto de su correspondencia posterior con Mola no avala en ningún momento que esté a favor del levantamiento. Su relación con los diferentes grupos políticos que componen la trama civil es poco clara. Todos le consideran una pieza esencial para el triunfo del golpe, pero las dudas sobre él son muy fuertes. El propio José Antonio se negó a estar con él en la misma lista electoral de la CEDA para la repetición de las elecciones en Cuenca. El hecho se produce después de la victoria del Frente Popular; en algunas localidades se deben repetir las elecciones debido a irregularidades. Franco, que ha sido ya cesado de su puesto de Jefe del Estado Mayor Central y destinado a Canarias, piensa que quizá en la vida política pueda reencauzar su carrera para quedarse en la península y llega a un acuerdo con Gil Robles para nutrir las listas de la CEDA en dicha provincia. Pero José Antonio también está en dichas listas y se niega a que su nombre aparezca vinculado al de Franco por miedo a que se le identificara con las posiciones derechistas del general. Finalmente Franco decide abandonar[11]. Todo esto va fraguando en él la desconfianza y el distanciamiento de los políticos. Es a primeros de Julio cuando Franco parece tomar la decisión de participar en el golpe; y para que el hecho se produzca debe verse presionado con la recepción de las instrucciones sobre el avión que le conducirá de Canarias a Tetuán para hacerse cargo de la insurrección en África[12]. Aún el 12 de julio escribe un mensaje en clave a Mola (“Geografía poco extensa”) que parecía indicar su idea de no participar en la rebelión.

En general cuando desde el bando sublevado se justifica el levantamiento siempre suelen aparecer de fondo los problemas de orden público en lo inmediato y a una posible revolución bolchevique a punto de producirse y de la que llegaron incluso a presentarse pruebas falsas. El ala militar de la conspiración era la más interesada en difundir esta causa, ya que con ello justificaba el carácter policial del alzamiento. Sin embargo, la justificación del golpe apelando al peligro bolchevique ha sido más que rebatida. Tras haber conseguido el triunfo electoral ni el ala caballerista situada a la izquierda en el Partido Socialista, ni el entonces minúsculo Partido Comunista albergaban plan alguno de hacerse con el poder de forma violenta. Así, hasta alguien tan crítico para las brutalidades de la izquierda, como lo fue Clara Campoamor, miembro del Partido Radical, dirá que “los simpatizantes de la sublevación han pretendido que el alzamiento no hacía sino adelantarse a la revolución social-comunista que debía desencadenarse en el mes de agosto. Lo cual parece sin embargo, poco probable”[13]. Más radical será en esta afirmación, Claude G. Bowers, que fuera en aquel momento, embajador de Estados Unidos en España; él diría que “habíamos recorrido de una punta a otra España en busca de los desórdenes bordeando la anarquía de que se hablaba en los salones de Madrid, pero no encontrábamos nada que lo confirmara”[14].

Tres días de julio

El 12 julio comienzan a realizarse en Llano Amarillo[15] en el Marruecos español unas maniobras militares autorizadas por el Gobierno y que sirvieron a los oficiales del Ejército de África para ultimar sus labores de coordinación. Yagüe, que actúa ante las unidades africanas como enlace de Mola, transmite el día 16, al finalizar las maniobras, la consigna definitiva del Director, “el 17 a las 17”. Lo que no preveían los conjurados es que uno de aquellos oficiales iba a comentar el asunto a un diputado de Unión Republicana que a su vez lo transmitió al general Romerales Quintero, gobernador militar de Melilla. Enterado el general, envía un grupo de guardias de Asalto para forzar a los oficiales a que depongan su actitud, pero éstos consiguen el apoyo de una unidad de la Legión que logra que los de Asalto se les unan. Lo cierto es que en las primeras horas de la tarde la guarnición de Melilla está ya sublevada, hecho del que Romerales da cuenta a Casares Quiroga poco antes de ser detenido y pasado por las armas. La operación, que ha debido adelantarse unas horas debido a la actuación de Romerales comienza a sincronizarse con las de Yagüe en Ceuta y Sáenz de Buruaga en Tetuán. Al anochecer del 17 todo el protectorado está en manos de los sublevados. Mientras todo esto sucede, Franco, ha tomado ya su decisión y en esa misma noche se traslada de su Cuartel General de Tenerife a Gran Canaria, donde le espera el Dragón Rapide[16], un avión fletado con medios del Luca de Tena y que Luis Bolín había alquilado en Londres para que pudiera llevar a Franco desde Canarias hasta África para hacerse cargo de la rebelión en el Protectorado.

La noticia llega a un Madrid tenso y alerta desde los sucesos de Castillo y Calvo Sotelo. La secuencia de los hechos que se producen es bien conocida, Casares intenta por todos los medios a su alcance frenar la sublevación poniéndose en contacto con todas la Capitanías Generales. De buena parte de ellas recibe información confusa, siendo la mejor prueba de ello la que el sublevado coronel Solans le da al llamar a la guarnición de Melilla, “aquí no pasa nada”.  La UGT y la CNT, así como los partidos de izquierda y sus organizaciones juveniles, percibiendo la gravedad de la situación comienzan a pedir con insistencia que se les entreguen armas para defender a la República. Casares se niega y ante la crudeza de los hechos, dimite ante su amigo Azaña. En la noche del 18 de julio, el Presidente encarga a Diego Martínez Barrio la formación de un nuevo gobierno[17], pero el jefe de la Unión Republicana se ve desbordado tanto por la derecha como por la izquierda y viendo lo inútil de su labor devuelve el encargo sin realizarlo a don Manuel Azaña. Durante las escasas veinticuatro horas en que lo intenta,  Martínez Barrio habrá tenido que contactar con los dirigentes de los diferentes partidos y con el propio Mola. Tanto el brigadier sublevado como Largo Caballero por los socialistas negarán cualquier posibilidad de mediación. Las espadas están en alto y la vorágine de muerte que vendrá después se percibe ya como inevitable. Una vez más, entre las propias filas de los socialistas, se acusará a la intransigencia de Largo Caballero como causa del fracaso del líder republicano andaluz, así, Vidarte dirá que “el gobierno de Martínez Barrio murió a manos de los socialistas de Largo Caballero, de los comunistas y de algunos republicanos irresponsables”[18]. Estando así las cosas, sobre las once de la noche del día 19 de julio, Azaña pasa el testigo a su también amigo y correligionario, José Giral, que definitivamente dará por iniciada la sublevación militar y entregará las armas al pueblo. Así, pues, a partir de la noche del día 19, la legalidad republicana está ya rasgada tanto por un golpe militar como por un proceso revolucionario. El enfrentamiento a muerte de esas dos Españas se produce como colofón a todo el proceso de magnificación de la violencia que se está produciendo en la sociedad, catarsis cruenta en la que van a sucumbir centenares de miles de compatriotas en ese último acto de la tragedia histórica que la sociedad española estaba viviendo desde tantos años atrás.

[1] Javier Tusell. Franco en la guerra civil. Una biografía política, Barcelona, Tusquets, 2006.

[2] Santos Juliá. El Frente Popular y la política de la República en guerra en Santos Juliá (coord..). República y guerra en España (1931-1939), Madrid, Espasa, 2006,, p. 146.

[3] Antonio Lizarza. Memorias de la conspiración, 1931-1936, Pamplona, Gómez, 1969, p. 34-38.

[4] Javier Tusell. Op. Cit., p. 28 y Antonio Lizarza, Op. Cit. pp. 110-140. La obra de Lizarza muestra de manera erudita los prolijos avatares de las negociaciones Mola – Fal Conde con carácter previo al alzamiento.

[5] Antonio Lizarza. Op. Cit., p. 45. Lizarza considera a Rodezno un posibilista que, partiendo de los principios del carlismo, consideraba a éste una ideología superada, siendo partidario de la fusión dinástica con los alfonsinos.

[6] Lizarza, cifra en 8.400 boinas rojas bien entrenados y encuadrados en el requeté navarro. Op. Cit., p. 103.

[7] Ibídem, p. 115

[8] Javier Tusell, Op. Cit., p. 30.

[9] Ibídem, p. 30.

[10] Ibídem, p. 31.

[11] Stanley G. Payne. Op. Cit., p. 121

[12] Para la narración del vuelo de Franco de Canarias a Tetuán y la contratación del Dragón Rapid véase el libro de Bolín, España. Los años vitales, Madrid, Espasa-Calpe, 1967. Bolín, con fondos proporcionados por Luca de Tena en Londres fue el encargado de la contratación de dicho avión, crucial para el hecho de que Franco se hiciera cargo del Ejército de África.

[13] Clara Campoamor. La revolución española vista por una republicana, Sevilla, Espuela de Plata, 2007, p. 74.

[14] Claude G. Bowers. Misión en España, Barcelona, Éxito, 1978, p. 34.

[15] Manuel Aznar. Historia militar de la guerra española, Madrid, Editora Nacional, 1969, tomo I, p. 89.

[16] Luis Bolín, España. Los años vitales, Madrid, Espasa-Calpe, 1967.

[17] Santos Juliá, Op. Cit., p. 154.

[18] Juan-Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables, México, Tezontle, 1973, p. 272-273.

 

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