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Simplicidad metodológica: La navaja de Occam

El principio de simplicidad metodológica es un concepto que se conoce desde la filosofía griega, pero que normalmente se atribuye al fraile franciscano medieval Guillermo de Occam (1280/1288 – 1349). Este principio científico, conocido como la navaja de Occam viene a indicarnos que en igualdad de condiciones la explicación más simple suele ser la más plausible.

Como ejemplo de aplicación del mismo suele mencionarse el triunfo de la teoría heliocéntrica de Copérnico sobre la geocéntrica de Tolomeo. Realmente ambas teorías llegaban a explicar el movimiento de los cuerpos celestes, pero la de Copérnico requería menos aparataje matemático, era más simple. Y una teoría más simple, según el principio de la navaja, tenía más visos de ser la verdadera. De esta forma, cuando el entorno a comprobar no puede estar sujeto a una completa validación empírica podemos aseverar que cuanto menos aparataje matemático o conceptual se requiera para explicarlo, tendrá más visos de ser verdadero.

¿Y cómo aplicamos esto en el ámbito empresarial? Realmente estamos en un entorno algo diferente al del ámbito de la investigación experimental para el cual se pensó dicho principio, sin embargo, yo creo que su utilidad también es de amplia relevancia en el mundo de la gestión. Se trata de que en cualquiera de las materias que constituyen el día a día en luna compañía: determinación de las estrategias, controles de producción, procesos, organización comercial, finanzas, recursos humanos, etc., hemos de perseguir siempre la simplicidad a la hora de determinar cómo hacer las cosas.

Muchas veces nos complicamos inútilmente y añadimos complejidad innecesaria a las labores que realizamos. Esta complejidad solo trae consigo burocracias innecesarias y aumento de los costes que pueden lastrar la estabilidad de la empresa. Al fin y al cabo, la mayor parte de las tareas corporativas son bastante simples, como decía un buen amigo abogado y consejero empresarial en la mayor parte de mis proyectos, gestionar una empresa no difiere tanto de como su madre gestionaba la economía doméstica. Apartarnos mucho de este principio supone que estaremos cayendo en un esnobismo gestor de nefastas consecuencias prácticas.

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