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María

26-27 de abril de 1998

 

La noche era fría y gris. El viento recorría las tuberías del bloque de pisos siendo proyectado hacia la noche en un aullido estremecedor. María comenzó la monótona ascensión hacia su apartamento. Vivía en un edificio antiguo, de aquellos construidos cuando en Madrid todavía no era obligatorio incorporar ascensor a los bloques de más de cinco pisos. Ella había luchado por que se colocara uno el año en que, por riguroso turno, fue presidenta. La propuesta de María no consiguió los dos tercios de votos necesarios para incorporar el artefacto. Es difícil vivir en sociedad. Cuando alcanzó el primer piso un olor acre invadió su pituitaria y la hizo revivir olvidados recuerdos. María dejó volar la imaginación. Entonces, los miles de relatos de terror que había leído, los cientos de vídeos y películas de gore que había visto comenzaron a agolpársele en la mente. Llegados desde los mas hondos recovecos del subconsciente. La banda sonora de su película particular sonaba únicamente para ella. Los delirios de los autores que la dejaron noches enteras de insomnio, también ayudaron a María a rememorar la historia del Innombrable. La leyenda se iba construyendo en su cerebro con el cansado arrastre de sus pies a cada peldaño. Enfrentó el tramo más largo de escalera evocando una terrible escena en la que cientos de manos, crispadas por la desesperación de no encontrarse ni en la vida ni en la muerte intentaban asir por el cuerpo de la muchacha de turno. Ella era la muchacha en aquel momento, deseaba serlo después de todo, la protagonista siempre salvaba la vida. Las manos surgían de las paredes, al tocarla erizaban el vello de su espalda, seguidamente transmitían un escalofrío por la espina dorsal que le explotó en el encéfalo. El estallido la despertó retornándola a la realidad de la escalera que la conducía a su hogar en el último piso. Se halló en el segundo piso y el olor comenzó a convertirse en pestilencia. Aún le quedaban dos pisos, cuatro tramos de escalera; dos cortos y dos largos. Venga, no dejes que la imaginación, a tu edad, juegue contigo. La frase que la parte racional de su cerebro utilizó para tranquilizarla había activado la secuencia en la que la protagonista, ella, nuevamente lo deseaba, había pronunciado en voz alta una frase similar antes de abandonarse a la lujuria carnal con La Bestia. Cuando el orgasmo llegó a las neuronas de María se descubrió en el tercer piso respirando un aire viciado. Los repetitivos acordes de la banda sonora marcaban el ritmo de su avance por la escalera. Como una niña de primaria, María, tiritaba de frío. Comenzó a subir los escalones de dos en dos, estaba totalmente sugestionada. Intentó autoconvencerse de que nadie la esperaría en el cuatro piso salvo la puerta de su casa, y tras ella su familia. La velocidad que imprimió a las piernas fue excesiva para los desacostumbrados tobillos, el derecho cedió hacia adentro provocando un estrepitosa caída de bruces contra el suelo de terrazo, que estaba tan helado como la noche. La naricilla, húmeda y sonrojada por el frío crepúsculo de febrero, reventó en un torrente de cálida y roja sangre impregnando el suelo del receso de la última planta. De esta manera alcanzó el cuarto piso, donde el hedor era prácticamente insoportable. Tenía todo el rostro magullado, dolorido por el espectacular traspié. Oyó como se descorría el pestillo de una de las viviendas que se encontraba por encima de ella, lo identificó como el de su hogar. A medida que la puerta fue ganando terreno al rellano de la escalera, una mortecina luz verde, acompañada del penetrante olor, comenzó a inundar el cerebro de María. Alzó la vista deseando que todo acabara bien, como en las viejas historias de terror, pero era la realidad, ella lo había deseado, ella lo había pensado, ella lo había despertado desde el olvido, ello mostró su rostro sonriendo divertido a María.

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