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10. Fortuna y fama

Lo que tiene de inconstante la una, tiene de firme la otra. La primera para vivir, la segunda para después; aquella contra la envidia, ésta contra el olvido. La fortuna se desea y tal vez se ayuda, la fama se diligencia; deseo de reputación nace de la virtud. Fue y es hermana de Gigantes la Fama; anda siempre por extremos, o monstruos, o prodigios, de abominación, de aplauso.

 

 

 

La fortuna y la fama se contraponen en este aforismo del Oráculo como dos elementos notoriamente diferentes en nuestro desarrollo como personas. La fortuna, aunque no se le resta su valor intrínseco, poco puede hacer el ser humano para obtenerla. La fama, en cambio, es algo a buscar permantemente, algo que deviene de la propia acción personal y que, por tanto, se encuentra totalmente vinculada a nuestros hechos, «la reputación nace de la virtud», nos dice nuestro jesuíta. También nos advierte de otra característica esencial de la fama; se trata de su dificultad esencial para ubicarse en el justo medio. Crea monstruos o prodigios, pero siempre agigantados.  Quizá porque se tiende siempre a exagerar las virtudes en una u otra dirección. Ahí tenemos, pues, otra de las cuestiones básicas para ser perseguida por las personas en el curso de su vida, la correcta ubicación de su fama, su adecuación real con el conjunto de sus virtudes, sin que una opinión pública desenfocada la oriente demasiado hacia una posición o su opuesta.

En resumen, Gracián nos indica en aquí que nos concentremos en aquello que depende de nosotros, el cuidado de nuestras virtudes, que nos traerán la fama. Pero que nos olvidemos de la fortuna que es inconstante y que poco podemos hacer por lograrla. No deja esto de ubicarnos en su ya mencionada posición existencialista. El ser del hombre no está en su esencia, sino en su hacerse, en su historia, en su existencia.

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