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Política y felicidad en Ortega hace cien años

Me gusta releer los escritos periodísticos de Ortega y Gasset. Su fino análisis político es impresionante. Diagnostica las situaciones de su época con una sensibilidad poco habitual en aquel mundo de extremos. Y, además, sus afirmaciones tienen unas características tan universales que, si nos olvidamos de la fecha y el autor, podríamos pensar que están escritas antes de ayer y que se refieren a nuestras situaciones actuales como país. En este artículo me referiré a un texto que nuestro hombre publicó en El Sol el 24 de febrero de 1918; se trata de El hombre de la calle busca un candidato. En él, categoriza felicidad y política para encontrar sus caminos discrepantes.

Felicidad y política

El artículo se centra en el protagonismo ilusorio que tomaba la política de aquel entonces en la meta de hacer felices a las personas. Algo bastante similar a lo que hoy nos sucede. Atribuimos al quehacer político funciones que están más allá de sus posibilidades. Es así que ella se vuelve grandilocuente y parece querer copar todos los espacios de nuestra vida. En este orden de cosas, nos dirá Ortega:

«Monarquía y República, centralismo y regionalismo, tradicionalismo y democracia no son órganos para la felicidad. Esta depende de circunstancias mucho más hondas y graves que cuanto la política puede discernir»

No tenemos más que ver el alto nivel de presencia de la política en nuestras vidas, en nuestros debates del día a día. Quizá me falle el recuerdo, pero durante el espacio central del espacio de gobierno de Felipe González, pasados los primeros efluvios del postfranquismo, el debate político estaba más acallado. El país estaba a lo suyo, a trabajar, a formarse, a leer, a ir al cine, a comer con los amigos. En las discusiones familiares había mucho menos espacio para cosas del estilo de si se aprobaba determinada ley, si Cataluña quería ser independiente o si la oposición quería quemar el Parlamento. No quiero exagerar esto. Los españoles somos de sangre caliente y siempre nos ha interesado la política. Y no es mala cosa que así sea, pero con límites. Si la memoria no me falla, continuo insistiendo, fue a partir del segundo mandato de Aznar cuando las cosas comenzaron a caldearse. Tensión nacionalista en Euzkadi y Cataluña, guerra de Irak, neo conservadurismo demasiado altisonante… Luego Zapatero terminó de cerrar la ecuación. Sobrevaloración del pasado franquista del gobierno anterior, potenciación de los nacionalismos periféricos, nueva legislación poco atractiva para los sectores conservadores… Y con Rajoy, ya vino la debacle. Reforma laboral, pérdida de derechos ciudadanos, recortes… En fin, todo lo necesario para caldear el clima social. Y cuando los españoles comenzamos a calentar el clima social, Troya se prepara para arder. Las familias en la mesa comienzan a discutir, atacando unos y defendiendo otros las políticas del gobierno. Los amigos apuran unas cañas en el bar sacando las navajas dialécticas (esperemos que nunca las otras) para defender o atacar el hecho de que Cataluña en 1714 fue sometida por la fuerza al yugo con el resto de España. Y ahora, para qué queremos más, si el PSOE se abstiene, si está vendido al PP…


«Pensar que nuestra felicidad está fundamentalmente en manos del acontecer político es una insensatez.»


Y es que no sabemos colocar las cosas en su correcto lugar. La política tiene una gran importancia en la vida de las personas. Qué duda cabe. Pero hay que ubicarla en una posición correcta. Pensar que nuestra felicidad está fundamentalmente en manos del acontecer político es una insensatez. Volvamos a Ortega.

«Mas la política, aun en el mejor caso, ¿qué puede lograr? Un mejor orden en lo más externo de la vida social. Ni siquiera tiene medios para acercarse a las relaciones sociales más importantes: no puede organizar la amistad entre los hombres, ni la lealtad mutua, ni el amor, ni la diversión.»

Podría criticarse este punto de vista desde posturas altamente economicistas, que nos dirían que la organización de la economía, de las relaciones de producción tiene un alto nivel de importancia en la consecución de los objetivos de las personas. Y no cabe duda de ello. De lo que sí la cabe es que desde la política puedan alterarse suficientemente los aspectos económicos de la sociedad. Es claro que determinadas política económicas tienen unas consecuencias, pero estas, al menos desde el punto de vista de Ortega, no son tan relevantes. Volvamos a darle la palabra, en el artículo de marras.

«La pretensión de salvar económicamente a un pueblo desde el Ministerio de Hacienda ha resultado donde quiera fallida. Un pueblo donde no abunden los ambiciosos de dinero que vayan frenéticamente empujados por una sed individual de oro será siempre un pueblo mendigo.»

Cuando yo era joven, en el último franquismo, se nos trataba de empujar a la inacción política. Estaba siempre sobre la mesa, aquella frase irónica que el dictador parece que le dijo a Sabino Alonso, director del diario falangista Arriba: «Usted haga como yo y no se meta en política». Claro que es que entonces meterse en política podía suponer como mínimo pasar algunos días en los calabozos de la DGS en la Puerta del Sol y, como máximo, caer fusilado al amanecer. Y en ese momento era un imperativo moral meterse en política. Pero pasados estos efluvios, cuando ya realizaba mis estudios en aquella facultad de filosofía tan influenciada por Ortega, las huelgas estudiantiles quemaban buena parte del tiempo que hubiéramos debido dedicar a estudiar. Entonces comencé a cuestionarme si no debíamos normalizar nuestra situación como sociedad, trabajar más y dejar la participación política en el lugar que le correspondía.


«…hemos de colocar las cosas en su justo lugar. Importante el de la política, sin duda, pero no trascendental.»


Se trata de colocar las cosas en su justo lugar. Importante el de la política, sin duda, pero no trascendental. Cuando una sociedad se dedica en equilibrio a conseguir sus objetivos de felicidad y armonía personal, sus metas profesionales y económicas y también, como no, sus ideales organizativos como comunidad, avanza más que si no solo se concentra en estos últimos. Se trata de que bajemos la pelota al piso, como dicen mis amigos latinoamericanos. Pongamos unas cuotas de sensatez en este convulso entorno político que vivimos. Guardemos las navajas. Pongamos la política y el debate sobre la misma, en un lugar relevante, pero comprendiendo que el hecho de que hoy tengamos un buen día está en dependencia de muchos factores y la política quizá no sea el más relevante. Volvamos a dejar a hablar a Ortega.

«¡Señores políticos: a retaguardia, así lo malos como los buenos! ¡Paso a los ingenieros, a los labradores, a los obreros, a los industriales, a los profesores, a los artistas!»

Dejemos paso a la España del cincel y de la maza que diría otro coetáneo de Ortega, el gran Machado. Ambas se inscriben en un anti unamuniano afán europeista y modernizador del país. Una pena que en aquellos primeros años del siglo XX no se hubieran escuchado más las palabras del filósofo y menos las de algunos agitadores que solo trajeron el holocausto de nuestra última guerra civil.

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