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1974-1976. Rock andaluz y contracultura en mi adolescencia

¿Es posible olvidar, o al menos no prestar demasiada atención, a determinadas épocas de nuestra vida, penalizándolas frente a otros periodos de la misma? Pues en mi caso parece ser que sí. El asunto es que llevo unas cuantas semanas recuperando una de esas épocas. Se trata del periodo de mi adolescencia (juventud la hubiéramos llamado entonces) que transita entre los 16 y los 17 años, o lo que es lo mismo de 1974 a 1976. En otras entradas de este blog he hablado de mis ideas políticas de juventud, muy vinculadas con un cierto intelectualismo de izquierdas. Sin embargo, no siempre fue así. Eso sucedió a partir de mis 18 años, fundamentalmente desde 1976. Pero antes de ello hubo otra época. Esa época estuvo marcada por la música, la música de mi adolescencia. El asunto lo ha traído a la parte consciente de la memoria una serie de conversaciones con un buen amigo que ha comenzado a interesarse por el rock andaluz. Hemos hablado mucho de ello en estas últimas semanas y de repente todo ha eclosionado.

Rock Andaluz

Es como si cada palabra conversada hubiese alumbrado una red de recuerdos. Y como si cada nodo de esa red hubiese interaccionado con otro conjunto de nodos hasta poner en la parte consciente del cerebro toda una serie de situaciones, de personas, de música, que han estado ahí guardados durante más de cuarenta años y ahora han vuelto de nuevo a la vida activa.


«Desde que en los años cincuenta Franco firmó el tratado con los americanos, la cultura que se acercaba desde el otro lado del Atlántico parecía tener más porosidad en nuestro medio que la europea.»


Entre 1974 y 1975 yo hacía quinto de bachillerato. Aquella era una España sombría, en la que el dictador consumía sus últimos alientos. Los jóvenes apenas si teníamos un mínimo de información política. Casi nadie conocía nada acerca de ideologías, partidos, personajes históricos… Nuestros padres o abuelos habían combatido en uno u otro bando durante la guerra civil (el mío en el republicano), pero la represión y la dureza de la postguerra hicieron que la mayor parte de ellos se olvidaran (o intentaran olvidarse) del conflicto. En aquella España anodina, el impulso intelectual venía más de USA que de Europa. Desde que en los años cincuenta Franco firmó el tratado con los americanos, la cultura que se acercaba desde el otro lado del Atlántico parecía tener más porosidad en nuestro medio que la europea. Los países vecinos, todavía con el nazismo y el fascismo en la memoria, no simpatizaban demasiado con el régimen de Franco. Y, desde luego, el oficialismo franquista tampoco veía con buenos ojos a democracias progresistas como las que en aquel momento gobernaban la parte occidental del continente.

Y de USA venían no solo las películas y los telefilmes que copaban las dos únicas cadenas de televisión que podíamos ver. También lo hacían otras cosas que incluso en ocasiones, por la valoración que siempre hacía el régimen de lo americano como bueno, nos traían frescura e incitación a la revuelta contra lo establecido. Entre estas cosas había que destacar la música. El rock and roll, el folk contestario… Mi generación se abrió a la juventud oyendo a Jimi Hendrix, a Janis Joplin, a Bob Dylan, a Jefferson Airplane… Pudimos ver la película del festival de Woodstock con Joan Baez, Arlo Guthrie, Santana, los Credence, Janis Joplin, The Who, Jefferson Airplane, Joe Cocker, Jimi Hendrix y tantos otros. Esta música para nosotros nos permitía ver algo de luz entre todo lo oscuro que nos rodeaba, suponía también una cierta clase de revuelta contra lo establecido. Llevábamos el pelo largo, vestíamos contra el gusto oficial y oíamos a toda esta generación de grandes músicos contestatarios. Pero, además de contracultural, este modo de vida era underground, subterráneo. Es decir que permanecíamos casi ocultos para la parte oficialista del país. No se ocupaban mucho de nosotros. El franquismo temía más a la oposición política organizada que a aquellos hippies melenudos que se salían de la colectividad, pero que no la combatían con la fuerza de la oposición política que ya se organizaba dentro y fuera de nuestras fronteras. En general, como nos define Juan Verguillos en su artículo dedicado a Juan Manuel Flores, El poeta de la luz, publicado en el diario de Sevilla el 10-11-2013, éramos «una generación espiritual, bohemia y libertaria…»


«El franquismo temía más a la oposición política organizada que a aquellos hippies melenudos que se salían de la colectividad…»


Pero, además de las música que nos venía de USA, en España comenzaban a eclosionar también ciertos grupos que participaban de fundamentos musicales similares a los de los americanos. Y esto tuvo una especial fuerza en Sevilla. Desde finales de los años sesenta se estaba produciendo un interesante proceso de infiltración intelectual en la capital andaluza. La cercanía de las bases americanas de Morón y Rota hacía que muchos de los jóvenes militares americanos destinados en ellas se mezclaran con los jóvenes sevillanos en los locales de la ciudad. Los americanos traían la buena música de su país y, algunos de ellos, también la influencia de movimientos como los que devenían de la beat generation, los hippies, los yippies, etc. La cuestión es que en aquella Sevilla surgió el underground español a finales de los sesenta. En lo que a la música respecta, a pesar de otros grupos anteriores, hay que hablar de Smash como de los que recogieron esa influencia del rock americano y crearon a partir de ella algo que, con la mística del tiempo, ha venido a llamarse, rock andaluz.

Llegados aquí debemos mencionar a algunas personas. Como toda actividad humana, aquella tuvo sus impulsores. Y quizá el más importante fuera Gonzalo García-Pelayo. El personaje es un hombre sumamente polifacético que a lo largo de su vida ha sido productor musical, director de cine, locutor de radio, presentador de televisión, reventador de casinos… y quien sabe cuántas más cosas. El asunto es que en aquellos finales de los sesenta, Gonzalo regentaba un pub en Sevilla, Don Gonzalodonde esa fusión entre la juventud americana y la sevillana se estaba realizando eficazmente. Allí los americanos llevaban su buena música, libros que en España ni se veían y también, por supuesto, el cannabis y el LSD. Nuestro hombre tenía una idea relativamente clara de hacia dónde quería dirigir la música que producía. Quería hacer rock, pero sin olvidar los ritmos clásicos del flamenco y la música andaluza. Para ello produjo primero a un grupo denominado Gong y, cuando este se deshizo, ayudó a la creación de Smash. Le pasó los instrumentos de Gong a Gualberto García y le encargó que montara un grupo para intentar desarrollar sus ideas. A Gualberto se unieron Julio Matito, Antonio Rodríguez («Antoñito Smash») y Henrik Liebgott. Grabaron varios discos e hicieron conciertos por todo el territorio nacional. A principios de los setenta ya eran relativamente conocidos, pero la vertiente andaluza quedaba algo oculta frente a la rockera tradicional. Es entonces cuando entra en el grupo Manuel Molina, otro de los grandes revolucionarios de la música del momento. Manuel era gitano y lo suyo era el flamenco. Con Manuel, Smash crea las canciones por las que serán más conocidos, El garrotinTangos de Ketama… Sin embargo ese nuevo rumbo es considerado por alguno de los antiguos miembros (quizá sobre todo por Gualberto) como demasiado comercial y el grupo se deshace. Para los interesados en profundizar en Smash y sus personajes les recomiendo la visualización del magnífico documental Underground. La ciudad del arco iris de Gervasio Iglesias.

La cuestión es que después de Smash vinieron muchos grandes grupos que quizá ya hoy tengamos más en el recuerdo que aquel precursor. Me refiero a Triana, Lole y Manuel, Goma, Granada… Todos ellos surgidos ya a partir de 1974. Y más tarde aún Alameda o Medina Azahara.

Y yo en aquella época, mientras estudiaba mis asignaturas de quinto en la pequeña habitación de casa en la que podía hacerlo, escuchaba Popular FM. Aquella era la emisora por antonomasia del underground madrileño. No recuerdo a todos, pero allí estaban Vicente Cagiao cuyo programa Ciclos se ocupaba del rock sinfónico, Álvaro Feito que inundaba nuestros oídos con buena música folk… Siempre recordaré el programa de Álvaro Feito del 25 de abril de 1975, el día del aniversario de la Revolución de los Claveles en Portugal. Obviamente puso el Grandola Vila Morena y, con el lenguaje que se podía usar aquellos días, trató de comparar la situación política, ya sumamente abierta, del país vecino frente a la oscuridad de la nuestra, con el dictador aún ejerciendo su autoridad ilimitada. Supongo que la revolución portuguesa fue una de las primeras fuentes con la que los jóvenes de aquella España vimos posible la oportunidad de otro mundo.

Ozono

También leía Star, Ozono y más tarde Ajoblanco, las revistas de la contracultura del momento. Recuerdo especialmente un número de Ozono, el 3 (junio de 1975), con un especial sobre rock español y reportajes sobre los festivales de Burgos y Canet. Yo quise asistir al de Canet, pero no pude y ya no recuerdo por qué. Quizá no encontrara amigos que me acompañaran, quizá no tenía el dinero suficiente, quién sabe.

En ese caldo de cultivo se crearon dos términos de fuerte influencia en el momento, el rollo, y la cochambre. El término «rollo» venía a representar todo ese movimiento entre musical y contestatario. Incluso se grabó un LP grupal que se denominó Viva el rollo donde otro de los grupos del momento, Tílburi, aportaba la canción La Cochambre. Este término recogía el título con el que un periódico de la época denotaba a la juventud que en aquellos días invadió Burgos para asistir a un festival que pretendía ser el Woodstock español.

Pero, además de la música había más cosas. La gente de la revista Star  estaba bien enfrascada en difundir la literatura que nos gustaba. Además de su publicación periódica comenzaron a editar los Star Books. Fue por ellos que leí por primera vez a los autores de la beat generation norteamericana, a Ginsberg, a Kerouak, a Burroughs… Guardo esos libros con una especie de devoción religiosa. Tengo la edición que hicieron de las poesías Ginsberg, allí estaban sus magníficos versos:

«El peso del mundo es amor
bajo el caos de soledad
bajo el caos de insatisfacción
el peso que llevamos es amor..»

Versos a los que pondría música Hilario Camacho en su estupendo álbum De paso, una de las joyas de la música española que ya casi nadie recuerda, máxime desde la muerte de su autor. Allí estaba también su Kadish, la oración judía ritual, dedicada a la madre muerta. Tengo también la edición del On the road, de Kerouac, aquel fabuloso monólogo interior a ritmo de jazz; probablemente el libro que más marcó esta primera fase de mi juventud. Todo ello sin olvidar Tarántula de Bob Dylan, un pequeño poemario que me introdujo a otra forma de versificar muy alejada de los poetas clásicos a los que me enfrentaba en mis estudios.

El año 1975 fue muy grande en mi vida y supongo que en la de todos los españoles. Sucedieron algunas cosas de gran importancia. Por ejemplo, el nacimiento del sello Gong de Movieplay, creado por Gonzalo García-Pelayo donde vieron la luz algunas de las mejores obras musicales de la época. El 14 de abril (¿tendría algo que ver la conmemoración del aniversario de la proclamación de la II República?) se publicó El Patio de Triana, probablemente la mejor obra de rock español que se haya realizado nunca. El grupo había recibido la influencia de aquellos Smash de la prehistoria. De hecho, su líder, Jesús de la Rosa, había tocado con Gualberto García en Nuevos Tiempos, otro de los grupos primigenios del rock sevillano. Sin embargo, la música de Triana va mucho más lejos. El grupo ha recibido ya las influencias internacionales de lo que se denominó rock progresivo o sinfónico y, sobre todo, de Pink Floyd y King Crimson. La buena producción de Gonzalo García-Pelayo y el riesgo económico en el que sus tres componentes (Jesús de la Rosa, Eduardo Rodríguez Rodway y Juan José Palacios «Tele») incurrieron a través de préstamos, hicieron que los instrumentos fueran ya de una gran calidad. Por otro lado, con ellos sí se que se mezcla ya de forma magistral la raíz flamenca con el rock progresivo. Uno de los mejores ejemplos de esto podemos verlo en el tema Recuerdos de una noche de Triana que es arquetípico del planteamiento del rock andaluz. Comienza con un toque de seguiriya realizado con la guitarra acústica, tras esta introducción lo que aparece es una canción de rock clásica que en seguida se lanza al desbocado ritmo típico de este estilo. En muchos puntos aparecen algunos toques de tipo árabe. Todo ello en un entorno donde la canción tiene un cierto corte de balada sobre ese entramado rítmico tan variado, proveniente en su mayor parte de la bulería. El soporte del mellotron junto a las guitarras eléctricas y acústicas transita toda la pieza y termina con la sección de ritmo prácticamente simulando el fin de un zapateado flamenco sin palo definido.

El Patio - Triana

El otro lado de esta nueva música andaluza eran Lole y Manuel. Más cercanos al flamenco, no por ello olvidaban introducir otras músicas en sus obras. Tanto Nuevo Día, como Pasaje del Agua, sus dos primeros discos, son dos joyas que revolucionaron el flamenco. Hoy hablamos mucho de Camarón o de lo que posteriormente llamamos flamenco fusión, pero no debemos olvidar que esta pareja fue tanto o más revolucionaria que aquellos. En la revolución del flamenco tuvo que ver, por supuesto, Manuel Molina, que de Smash se llevó la música rock, que ya no pudo dejar de impregnar sus composiciones. Su música tiene siempre un componente muy similar al que ofrecía la de Triana respecto a su acercamiento al rock progresivo, aunque con muchos más componentes flamencos. Esto puede verse claramente en canciones como Tu Mirá de su segundo álbum Pasaje del Agua, donde el fondo del mellotrón arropa continuamente la voz flamenca de la Lole. No en vano esta canción la colocó Tarantino, gran admirador de la música del dúo, en la banda sonora de su Kill Bill 2, quizá como una broma macabra, ya que en la obra los ojos saltan continuamente de sus órbitas y las espadas no paran de pelear. Y tu mirá se me clava en los ojos como una espá. Este verso parece que inspiró al director americano en cómo enfocar estas escenas. Pero también hay que mencionar que sus letras suponen un giro copernicano en el lenguaje del flamenco clásico. El causante de ello es Juan Manuel Flores, el autor de la mayoría de sus primeras canciones. Este desprendido poeta sevillano escribía las letras en las servilletas de los bares y no pedía nada por ellas. Revolucionó el lenguaje serio del flamenco aligerándolo y metiendo en él nuevos temas: la libertad, el amor, la paz, los hombres, los pájaros, la naturaleza, la vida, la luz…  Hay que oír Dime que es una especie de oración donde el poeta explaya su filosofía Dime si es el cielo tu ilusión o es la verdad en la tierra…

En el sello Gong ese año se editaron grandes cosas, no solo El Patio. También vio la luz Nuevo día de Lole y Manuel, 14 de abril  de Goma, De paso de Hilario CamachoHablo de una tierra de Granada… y tantos otros. Un esfuerzo de producción enorme para una juventud ávida de este tipo de música. Gonzalo García-Pelayo también realizó ese año el rodaje de Manuela, quizá su película más conocida. En ella, bajo una historia de corte andaluz, se superponía una banda sonora que incluía a lo mejor de todos estos álbumes editados en 1975. La película se estrenó en la primavera de 1976 y recuerdo como si fuera hoy que la estuve viendo en los cine Conde Duque de Madrid.

 

La otra gran fuente de nuevas experiencias musicales en la España de la época era el rock catalán. Si en Andalucía la influencia era notoriamente americana, en Cataluña lo europeo y mediterraneo calaba más entre los jóvenes. En Barcelona, además de desarrollarse el fenómeno de la Nova Canço también lo estaba haciendo el fenómeno del rock catalán, impulsado por grupos como Máquina, La Orquesta Mirasol, Barcelona Traction, La Compañía Eléctrica Dharma… El jazz y la música latina suplían en estos grupos lo que el flamenco hacía en los grupos de rock andaluz. Yo andaba entre unos y otros. A Máquina, junto con Smash, hay que reconocerles su carácter primigenio. Cada uno de ellos impulsó el rock en su área geográfica y la calidad musical y vanguardista de ambos grupos está fuera de toda duda. Luego también hay que reconocer la enorme versatilidad de algunos de los músicos catalanes: Jordi Sabatés, Toti Soler, Pau Riba, Max Suñé, Kitflus… En mi discoteca particular iban cayendo aleatoriamente discos de unos y de otros según el dinero que iba ganando me lo permitía (yo trabajaba desde los 16 años) . Supongo que era un pobre diablo para el que libros y discos eran prácticamente mis únicos vicios.

Las relaciones humanas también se organizaban a través de la música. En Lavapiés teníamos un club de música donde nos juntábamos los domingos para escuchar lo que uno u otro aportábamos. Apenas si recuerdo a nadie de mis amigos del club, ya que en aquella época tenía más relaciones sociales con mis compañeros de estudios, pero la tarde del domingo era prácticamente sagrada. En el club oí por primera vez a Lou Reed, a la Velvet Underground, a Patti Smith y a tantos otros músicos del rock canalla americano del momento.

Pero, obviamente, 1975 tuvo más cosas importantes en nuestras vidas. La más singular, sin duda, fue la muerte del dictador. Por fin las puertas del futuro parecían abrirse, el cambio se esparcía por todas partes. En mi caso ese espíritu libertario y underground fue cambiando hacia una politización más activa. De Star y Ozono pasé a El viejo topo. La admiración por la contracultura americana fue cediendo ante la influencia que ya se recibía por todas partes de los movimientos obreros tradicionales. En mi caso primero fue el anarquismo y después el marxismo. Por aquella época yo intentaba ligar con una compañera de clase y tengo dos recuerdos muy vívidos de ella. El primero tiene que ver con la muerte de Franco. Ese día habíamos quedado para ir al cine y como todos cerraron por el luto no pudimos vernos. Hablé con ella por teléfono y creo que debí decir algo así como «este hijo de puta hasta para morirse nos ha tenido que joder». Mi padre escuchaba y me echó una bronca monumental alegando que la policía podía tener intervenido el teléfono y escuchar esas cosas. El segundo recuerdo es sobre cómo desapareció mi edición del Manifiesto Comunista, adquirida clandestinamente. Se la presté a la misma chica (quizá para reforzar mis oportunidades de ligar) y no solo no lo logré sino que el libro emigró a Londres junto con ella. Mi Manifiesto se esfumó junto con mis oportunidades sexuales.

En fin, termino aquí y pido disculpas por haberme centrado tanto en mis recuerdos. Pero después de que hubiesen permanecido tanto tiempo en algún lugar recóndito del cerebro, necesitaba depositarlos en algún recipiente algo menos falible y efímero que mi cabeza.

 

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