Saltar al contenido

Autoconocimiento y autodominio

Cualquiera podría asentir al hecho de que la información es poder. Conocer una situación es el primer paso para dominarla. Esto, que es un principio general de la actividad humana, tiene unas especiales connotaciones respecto al interior de las personas. Me refiero a que el autoconocimiento es esencial para que podamos ejercer el autodominio. Y la capacidad de ejercer de modo soberano nuestra voluntad sobre nuestras acciones, de ser capaces de controlar nuestra actividad, según nuestro criterio de lo que nos conviene, es esencial para movernos en una sociedad tan compleja como la actual.

Y esto no es algo nuevo o que se reseñe en un texto de autoayuda o de aquellos que intentan transmitir alguna idea de liderazgo a quienes las buscan entre las librerías de los aeropuertos. Es una vieja idea. inscrita en la entrada del templo de Apolo en Delfos y atribuida a varios filósofos griegos, sobre todo a Sócrates. Se trata del gnosce te ipsum, conócete a ti mismo; el precepto fundamental de la sabiduría. Igualmente, en nuestros pensadores barrocos, encontramos algunas píldoras magnificas a este respecto; véase, por ejemplo, el aforismo 8 del Oráculo Manual de Baltasar Gracián: «No hay mayor señorío que el de sí mismo», dirá allí el jesuita.

Controlar su voluntad supone el mayor poderío que el ser humano puede ejercer. No podemos intentar dirigir sistemas externos a nosotros si no podemos liderarnos a nosotros mismos. Cuántas personas conocemos que no son capaces de controlar situaciones elementales en su vida, tales como dejar de fumar, no comer ciertos alimentos que le ocasionan daño, forzarse a hacer deporte, mantener un contacto fluido con sus amigos… y tantas otras. La autodisciplina es básica para el equilibrio en la vida; si no somos capaces de ejercerla nunca seremos capaces de controlar aquello que es externo a nosotros.


«La autodisciplina es básica para el equilibrio en la vida; si no somos capaces de ejercerla nunca seremos capaces de controlar aquello que es externo a nosotros.»


Pero para controlarnos tenemos que comenzar por conocernos. Hacer introspección para saber cómo somos, qué cosas nos motivan, cómo podemos hacer que ese débil cuerpo que nos sostiene se mueva en una dirección u otra. A este respecto tengo que decir que, aunque yo no soy católico, mantengo una fuerte admiración por la que quizá sea la compañía más antigua de entre las que en este momento operan, me refiero a la Societas Jesu, la Compañía de Jesús. Con casi 500 años de existencia, los jesuitas hacen de los ejercicios espirituales un elemento indispensable en la vida del adepto. Retirarse varios días cada año a hacer introspección, meditar acerca de nosotros, de quienes somos, de lo que perseguimos, de lo que nos motiva y desmotiva. de la historia de los logros conseguidos, de los valores que deseamos que rijan nuestro comportamiento, etc., es esencial para poder controlarlos a nosotros mismos [1].

En la vida del directivo esto es esencial. Debemos saber cosas de nosotros para poder controlarnos y que nuestro trabajo sea eficaz. Por ejemplo, yo sé que se me da mal el debate cruzado en una reunión de trabajo; encontrar los argumentos para rebatir el punto de vista del contrario no me es fácil. Sin embargo, cuando medito sobre el asunto me es mucho más fácil encontrar la defensa que necesito. Por tanto, conociendo este defecto mío, intento que las reuniones de trabajo no sean totalmente decisorias. Escucho, participo, pero siempre prefiero indicar que necesito pensar antes de tomar una determinación. Obviamente, esto hace que fuera muy difícil para mí ejercer, por ejemplo, como abogado, teniendo que argumentar y contra argumentar continuamente y en un lapso de tiempo muy corto. Sería un desastre para mis clientes. Conocer esta situación, y reconocerla como un problema, me hace avanzar en una doble dirección; por un lado, ejercitarme para vencerla, pero, mientras lo hago, y para más seguridad, evitar caer en la improvisación.


«…el auténtico líder tiene que partir de un conocimiento profundo de sí mismo, dedicar tiempo a mejorar en dicho conocimiento y a controlar su voluntad para conducir su vida al lugar donde realmente quiera ir.»


La filosofía estoica es una gran fuente de inspiración a este respecto. En ella se parte, en general, de que los afectos, las pasiones externas, han de ser dominadas para poder ejercer un control total sobre nosotros mismos. Desde Séneca hasta Spinoza, pasando por el emperador romano Marco Aurelio, todos ellos han compartido las fuentes del estoicismo, tal como las definieron los antiguos griegos Zenón de Citio o Epictecto. Este último, en su Enchiridion nos indica:

«El pensamiento claro es vital: es importante aprender a pensar con claridad. Mediante un pensamiento claro somos capaces de dirigir la voluntad, ser fieles a nuestro auténtico propósito y descubrir los vínculos que nos unen a los demás y los deberes que resultan de dichas relaciones»

El estoicismo, ha estado en la base del pensamiento de muchos líderes, quizá de los más auténticos, de aquellos que no han perseguido conseguir demasiados objetivos mundanos para sí mismos, sino desarrollar con fuerza un proyecto que traería consecuencias muy positivas para los actores del mismo. Y no es que estemos hablando de líderes menores, piénsese, por ejemplo, en Marco Aurelio, uno de los más grandes emperadores romanos.

Por tanto, la conclusión que me gustaría dejar aquí es que el auténtico líder tiene que partir de un conocimiento profundo de sí mismo, dedicar tiempo a mejorar en dicho conocimiento y a controlar su voluntad para conducir su vida al lugar donde realmente quiera ir. Y que este potente ejercicio de autocontrol, se convierta en el motor para liderar los sistemas donde su acción directiva deba ejercerse.


[1] A este respecto, es más que interesante la lectura de Lowney, Chris, El liderazgo al estilo de los jesuítas, 2015, Ediciones Granica.

Deja un comentario