Pocos pondrían en discusión que John Ford o Francis Ford Coppola son dos de los más grandes directores de la historia del cine. Su cine es épico, genera emoción. Y lo hacen ambos creando ARTE, así, con mayúsculas. Arte que trasciende lo políticamente correcto, arte que se centra en difundir lo que la capacidad creativa de ambos directores les sugiere en cada momento. No importa que el discurso de Ford sobre las actuaciones de la Caballería americana hoy se considere reaccionario. O que en El Padrino, Ford Coppola construya una historia donde llega a hacernos empatizar con Vito y Michael Corleone, un par de asesinos irredentos. Mis escasos lectores habrán deducido ya que hoy voy a hablar de cine. Y lo haré a través de una de nuestras últimas películas que está generando una fuerte polémica, La infiltrada, de Arantxa Echevarría.
A poco que se revisen mis últimos artículos, descubrirá el lector que algunos de mis recientes arranques de ira tienen que ver con el cine. Solo hay que revisar mi artículo Desconcertador de mundos. En él hablaba de mi cabreo por supeditar La estrella azul frente a Segundo Premio, para representarnos en los Oscars.
Respecto a La infiltrada mi cabreo deviene de varias razones. La principal es que siendo quizá la mejor película producida en nuestro país en 2024, tenga que compartir premio ex aequo con El 47. Desde mi punto de vista esto es una gansada más de las muchas a que la Academia nos tiene acostumbrados. Claro, ¡cómo iban a darle el premio a La infiltrada! Una película de factura grandiosa, pero que viene a decirnos, ¡fíjese usted!, que los terroristas de ETA eran mala gente. Y, lo peor, que los policías que lucharon contra ellos eran los buenos.
Y, ¡ojo! en ningún caso quiero que sirva esto de menoscabo de El 47 que, sin duda, es también un gran film. Lo que critico es el método seguido por la Academia. Ese esfuerzo por minusvalorar el premio a una película que no podía dejar de ser premiada. Ello a través de hacerla compartir premio con otra mucho más alineada con el ideario oficial de la industria del cine español. O, al menos, de la Academia que la representa.
Porque, claro, como han indicado Bildu, ERC y Podemos, La infiltrada es una «película reaccionaria». Una película que no contribuye a la resolución del conflicto político en Euskadi. Palabras que solo generan asco y repulsa. Asco y repulsa por dos motivos. El primero porque supeditan a un puñetero ideario político la valoración del arte. Y el segundo por la traición a la verdad que ello representa. Quienes hemos vivido a pocos metros de nosotros los atentados de ETA y hemos visto la sangre de los servidores públicos asesinados por ellos no podemos dejar de celebrar que se hagan obras como La infiltrada que cuenten, con la crudeza necesaria, lo que estaba pasando en aquel momento y los métodos con los que el Estado de Derecho le ganó esa guerra a los terroristas.
La polémica se ha extendido también hacia la industria del cine. Los allegados a los grupos políticos mencionados no han parado de criticar las palabras de Santiago Segura defendiendo el discurso de su socia María Luisa Gutiérrez, al que los allegados a los grupos políticos mencionados han tachado de ultraderechista por su discurso defendiendo la libertad de expresión en la ceremonia de entrega de los Goya. El actor y productor ha defendido el cine como una industria que tiene que hacer películas que se financien en taquilla para permitir a las productoras rodar otras menos comerciales. Un modelo alejado del modelo de cine bajo subvención que es el que impera en nuestro país. Los que deseen más información sobre este debate pueden leer el magnífico artículo de Manuel Ruiz Zamora, ¿Puede estar cambiando algo en el cine español?
En este orden de cosas no me resisto a registrar aquí las palabras de Santiago Segura que ha dicho no entender como se tacha de ultraderechista un discurso sobre «defender a las víctimas del terrorismo, hablar de la situación de la agricultura y decir que las pelis taquilleras también son necesarias».
Resulta sorprendente también, entre otras muchas cosas, como el guion que las fuerzas políticas reseñadas mantienen sobre las víctimas del franquismo es radicalmente diferente al que se ostenta sobre las víctimas de ETA. Para el franquismo no vale la equidistancia, pero sí para la valoración del terrorismo etarra. Pues que me perdonen, pero desde mi punto de vista, ambas son víctimas y ambas merecen la misma consideración, Y tan asesino fue Franco y su cruel dictadura como el terrorismo de ETA. Ambos trataron de someter a sendos estados de derecho y la única diferencia es que uno lo consiguió y los otros, para nuestra fortuna, no.
Es una pena que se esté imponiendo cada vez más esta llamada cultura de la cancelación, que trata de menoscabar a hechos o personas porque no se ajustan en su totalidad al punto de vista socialmente dominante. Y lo que más mentira parece es que fuerzas políticas que se denotan a sí mismas como progresistas usen estos métodos creados por la Alemania nazi en la transmisión de su visión sobre los judíos. Aplicarlos al cine de, por ejemplo, John Ford porque en alguna de sus magistrales obras los indios son los malos me parece uno de los atentados contra el arte más grande que pueda realizarse. Además, por supuesto, de una soberana estupidez.
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