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Desconcertador de mundos

Como quizá algunos de mis lectores sepan, el pensamiento en la época del Barroco en España ha sido uno de los asuntos de mi interés desde hace muchos años. Y dentro de los autores de dicha época, Baltasar Gracián, su obra y su vida, me han parecido de un interés excepcional. Escribí hace años un artículo (que el lector puede encontrar en este blog) acerca de lo que llamé filosofemas en la obra de nuestro genial jesuita aragonés. Y uno de esos filosofemas era la denotación del ser humano como desconcertador de mundos. No profundizaré aquí sobre lo que dicho filosofema significa; quien lo desee puede acudir al artículo reseñado y allí encontrará toda la información al respecto.

Me ha parecido hoy que esa interesante figura retórica representaba de algún modo aquello de lo que hoy quería hablar, me refiero al desconcierto en el que el avance de la edad nos va sumergiendo. Sepa, pues, el lector que me siento desconcertado. Viejo y desconcertado, dos palabras que parecen ser sinónimas o, al menos, así las veo yo en este momento.

A mí me está pasando, y deduzco que a otras personas también, que conforme vamos entrando en esa zona cronológica de nuestra vida que muchos tratan con eufemismos del tipo «tercera edad», «mayores», «seniors», etc. (yo lo llamaré simplemente «vejez«) comenzamos a sentirnos cada vez más ajenos a la realidad que nos rodea. Muchos caen en el tópico aquel de que cualquier tiempo pasado fue mejor, denostando los cambios como ridículos, faltos de criterio, retrógrados… No quiero caer del todo en eso, aunque no me queda más remedio que confesar que, en el fondo, tiendo a compartir parte de la sentencia.

Y lo hago porque me invade cada día un enorme desasosiego cuando me pongo a mirar lo que sucede a mi alrededor. El desasosiego conduce al enfado, a la ira. Así, pues, conforme más viejo voy, más iracundo me vuelvo. En resumen, que con la vejez veo al mundo desconcertado, eso me desasosiega y me pone de mala hostia. En fin, tras los extensos prolegómenos, está dicho.

Claro que habrá que detallarlo para que los demás lo entiendan. ¿Qué es lo que me pone de mala hostia? Vayamos a ello por apartados.

Triunfo de lo banal

Quizá no sea cierto y sea solo un producto de mi amojamada (por lo envejecida) capacidad de percepción. Pero el hecho es que no paro de observar cómo es lo banal lo que llama la atención de la mayoría de las personas. Pará que profundizar estudiando álgebra, desentrañando los misterios del universo o profundizando en la historia de la presencia española en América. Para qué pasar horas al día leyendo, esquematizando mentalmente, aprendiendo… Para qué…, si puedo estar viendo estúpidos vídeos de tik-tok durante horas.

Echad un ojo a los contendios televisivos. Todo pura banalidad, nada que profundice en nada. Si algún programa puede ser denotado como sesudo solo lo encontraremos en TV2 de madrugada, cuando no lo ve nadie (bueno, quizá yo que duermo poco).

Y qué décir de los smartphones. Nos pasamos el día pegados a ellos, viendo más y más banalidades. Mirad las noticias que distribuye Google y morireis del terror. Artículos de medios que nadie conoce, encabezados con un título atractivo que nos lleva a leerlos y que no hablan en todo su contenido de aquello que anuncian en el título… hasta llegar al final. Obviamente con el fin de reternernos los segundos o minutos necesarios en la lectura para que ellos puedan cobrar la publicidad que insertan. Y lo malo no es que esta putrefacción exista, lo malo es que la gente la lee.

Sectarismo fácil

Parece haber una enorme facilidad para que las ideologías elaboren catecismos de difusión básicos y que estos se distribuyan de forma eficiente con la finalidad de lograr adeptos. A través de los medios de comunicación, de las redes sociales… se difunden estas consignas dirigidas a consolidar los seguidores de la secta, marcando lo que deben aplaudir y lo que deben denostar.

Los grupos de opinión saben que no sobran los ciudadanos sesudos que someterán a crítica lo que leen o escuchan. Y, en cambio, son miríadas los que con facilidad van a dejarse llevar por argumentos simples respecto a lo bueno y lo malo. Consideramos bueno algo que simplemente defiende el líder de mi secta porque él lo defiende, más allá de pararnos a analizar con nuestras entendederas y no a través de esas ficticias solo destinadas al fomento del sectarismo.

Solo tenemos que echar un vistazo a nuestro siniestro entramado político actual. Lleno de bulos, pequeñas mentiras, mentiras más gordas, mentiras que ayer eran verdades, aceptación de hechos infumables por la sola ventaja de permanecer en el poder. Y los acólitos de uno y otro bando aplaudiendo sin más. Cómo no desconcertarse y decepcionarse.

Desconfianza de la información

Se ha vuelto terrible el hecho de no poder confiar en la fiabilidad de las noticias que nos llegan a través de los medios y las redes sociales. En algunos casos es por el sesgo que las invade. Si hablamos de los medios, cómo no horrorizarse intentando comparar un día cómo Infolibre o Libertad Digital abordan un mismo asunto. Cada uno escribe para su público, expresándose en la forma en que sus lectores esperan que lo haga, pero obviando el más elemental deseo de objetividad que debería esperarse. Y me he ido a dos medios de segunda fila, pero compárese algunos de primera como El País y ABC y tendremos exactamente el mismo escenario, aunque quizá algo menos brutalmente expuesto.

Pero ya no es solamente el sesgo. Más allá de este, nos encontramos a diario con la simple exhibición de la mentira. Las llamadas fake news, diseñadas para alimentar el poco entrenado cerebro de los acólitos de calquier doctrina. Sin ir más lejos, hace unos días pudimos ver a Donald Trump mencionando en un debate electoral como los inmigrantes haitianos, en Sprinfield, matan y se comen las mascotas de los buenos americanos ¡Señor! Y sus millones de seguidores le creen. Y se hacen fake videos para demostrar la veracidad de esa aserción. ¡Joder! Casi prefería la época en que nos contaban fábulas sobre belenes y crucificados. Al menos entonces no existían tantos medios como ahora para intentar hacernos ver como cierto lo que es simplemente falso.

No hablemos ya de las redes sociales. Un enjambre donde todo está pensado para la estandarización de la opinión. Seguimos a quien pone contenidos que concuerdan con nuestra forma de pensar ¡No sea que alguien vaya a hacernos cambiar de opinión! Distribuimos sin pudor bulo tras bulo. Qué fácil es estar diciendo idioteces todo el día y que nuestras idioteces resuenen a través del universo mundo. Qué gratificante obtener likes de cada una de nuestras tonterías, se correspondan o no con la verdad. Antes, la falta de medios de difusión hacían que las opiniones ridículas se difundieran en la taberna entre tres o cuatro compañeros de devaneo mental, pero ahora ¡dios! ¡con las redes sociales! Puedo soltar sandeces a espuertas y ¡me leen tanta personas! Me da tanto gusto observar como en el mundo hay tanta gente que piensa como yo.

Y, si trascendemos el asunto de gatitos, tontadas… y nos vamos al asunto promocional. ¿Quién se fía de cualquier anuncio con los que nos fríen en el timelime de nuestras redes? Si he visto discos SSD de tropecientos teras (que no existen) venderse a unos pocos euros. Aunque me cuido bastante y creo que tengo alguna experiencia en el entorno de internet, he sufrido también alguna que otra estafa a este respecto. Y es que los malos espabilan que es una barbaridad y en las redes sociales tienen el conjunto ideal de incautos para el ejercicio de sus maldades.

Redefinición de la gobernanza de los pueblos

A diario observo como se está redefiniendo el modo en que se gobiernan los colectivos humanos. Y este, he de reconocerlo, es el tema que más me desconcierta. Para poder entender mejor mi desconcierto me gustaría hacer una simple y pequeña lista de lo que, al menos hasta el siglo pasado, veníamos a considerar como el modo correcto en que debía evolucionar la gobernanza de los pueblos.

  • La soberanía reside en el pueblo.
  • Debemos darnos un sistema democrático que garantice que no puedan aparecer tiranos.
  • El ejercicio del poder debe estar controlado por un conjunto de leyes eficaces que garanticen que los sistemas de gobierno estarán libres de corrupción y abuso de poder.
  • Solo los contrapesos en el poder garantizan la libertad. La ilustración inventó aquello de la separación de poderes y creo que es un asunto básico. Sean los poderes que Montesquieu definió u otros, pero el poder debe estar repartido de forma que ninguna de sus partes pueda imponerse de forma arbitraria a las otras.
  • La educación es la base para crear ciudadanos libres y capaces de responder de sus deberes y ejercer sus derechos.
  • El gobernante debe estar sujeto al imperio de la ley y no al revés
  • El gobernante debe ejercer una función ejemplarizante sobre los gobernados. Ser parte del pueblo, cercanos al pueblo, pueblo en general. Cuanto más endiosado y alejado del pueblo está el gobernante, menos podrá ejemplarizar.
  • Se debe perseguir la justicia social. Las sociedades con más cohesión son las que posibilitan la minimización de la desigualdad.
  • La seguridad jurídica junto con la eficacia en la impartición de la justicia, mantiene pueblos tranquilos.
  • El acceso a las oportunidades debe ser prioritario en la acción de gobierno.
  • El respeto a la libertad es esencial para que los humanos podamos seguir siendo humanos
  • La eficacia en la gestión administrativa del gobierno es algo a perseguir, ya que hacer mejor la vida de los ciudadanos.

Dicho todo lo anterior, poco cabe argumentar respecto a mi desconcierto. Poco de lo reflejado en la lista anterior observo hoy en nuestro país y en otros de nuestro entorno o alejados del mismo. Ello me lleva a pensar que estamos viviendo un cambio de paradigma respecto a los sistemas de gobierno. Y esto me parece muy preocupante, porque sabemos de donde partimos (la mejor época que la humanidad ha conocido), pero no sabemos a dónde vamos. Y lo que veo, no me invita al optimismo.

Devaluación de la belleza

Quizá este apartado tenga poco que ver con el resto de los tratados. Pero para mí es de gran importancia y me desconcierta al mismo nivel, sino más, que el resto. Podemos ir a las vaguedades, como por ejemplo el auge del reggaeton o el trap, las performances que se nos presentan como arte siendo solo estupideces, la literatura adocenada centrada en la práctica de cuatro o cinco principios que saben que atraerán al lector poco culto, pero que harán que el libro se venda como la espuma, el cine efectista que solo busca epatarnos con estridencias…

¿Dónde queda la belleza en todo este entramado? En música soy eclécitico, me apasiona el jazz, el rock&roll, el flamenco, la clásica… en general todo aquello que aporte creatividad y belleza. Qué decir de la literatura, si puedo leer a Shakepeare, Cervantes, Unamuno, Balzac, Defoe, novela negra… todo lo que me conmueva sin llevarme a la estupidez. Y el cine… Es en el cine, donde radica el enfado actual que me lleva a escribir este artículo.

Sí, querido lector. Quizá te preguntes a qué se debe este estilo tan cercano al exabrupto y que no suelo practicar. Pues es que hace unos días me encontré con que se había elegido para representar en los Oscars al cine español la película Segundo Premio que competía con otras dos, Marco y La estrella azul. Y mi capacidad de comprensión no puede entender que se haya optado por el biopic de Los Planetas frente al de Mauricio Aznar. Y no es que Segundo Premio me parezca mala, lo que pasa es que, para mí, está a años luz de La estrella azul. Es como comparar a… (iba a decir una frase políticamente incorrecta en el mundo actual, así que hago elipsis). El film basado en el líder de Más birras es una inusual película llena de belleza, que me conmovió como pocas lo han hecho desde hace muchos años. Quizá sea por la mezcla de lo latinoamericano con lo español, algo que me es muy cercano y atractivo. Quizá por la mezcla de chacarera con rock&roll, quizá por la sensación que el protagonista siente cuando llega a Santiago del Estero y se encuentra allí con personas y un estilo de vida que yo tuven también el placer de encontrar cuando comencé a viajar a América en los años 90. No sé. Solo sé que es un peliculón que está a años luz de Segundo Premio a la que, en cualquier caso, le deseo lo mejor en la cosa de los Oscars, sin perdonarle a la Academia del Cine Español que la haya elegido frente a la que para mí es la mejor película que hemos hecho en España en muchos años.

Epilogando

Uno echa de menos la inteligencia. Rodearse de personas que piensan por sí mismas y no por los banales mensajes de la secta de turno. Prefiero charlar con el carpintero que ama la madera y te puede estar hablando horas acerca de las características de su trabajo y de los materiales que usa. O del agricultor que conoce y practica su oficio con todo el rigor y la seriedad del mundo. O con el especialista en cualquier asunto práctico, que huye de interpretar las noticias del día, pero que es capaz de iluminarte durante horas sobre su trabajo. No quiere esto decir que no me siga entusiasmando oir y hablar acerca de filosofía, de historia, de política, de temas sociales… Claro que sí, pero con personas de criterio que huyan de las simplistas interpretaciones que los medios ponen delante de nuestros ojos. Con personas que se queman las pestañas leyendo de verdad a los autores de las distintas teorías y no las simplificaciones con las que internet o la televisión nos provee a diario.

Y es que ¿cuantos somos capaces de leer un ensayo de Adam Smith, de David Ricardo o de Karl Marx antes de opinar acerca de la diferencia entre liberalismo y socialismo? Pocos. Pues bien, en resumen, quizá por que ya seamos demasiados en el mundo, en mi vejez cada vez encuentro más dificuiltad en encontrar a esas personas y, como consecuencia, la desazón me invade. Tendré que hacerme con una linterna como la de Diógenes el cínico y pasearme por la calle diciendo aquello de «Busco un hombre». Lo malo es que, en primer lugar me acusarían de usar un lenguaje no inclusivo y lo segundo es que terminaría encerrado en un psiquiátrico. Aunque quizá no fuera mala solución. Pasé doce años de mi vida trabajando en uno y quizá entre los que conocí entonces dentro había más inteligencia que en muchos de los que hoy veo fuera.

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