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El asno de Buridán

Una de mis situaciones favoritas en las conversaciones viene cuando alguien suele preguntarme acerca de mis certezas sobre determinada cuestión. Si contesto de forma relativamente automática, lo normal es que la conversación siga su curso, dé una respuesta razonable para el interlocutor y todo listo. Sin embargo, cuando tengo la mente más despierta, cosa que no sucede muy a menudo, suelo responder de forma invariable que a lo largo de la vida yo solo he acumulado dudas y prácticamente ninguna certeza, de forma que malamente puedo contestar a su cuestión. Es posible que se trate de una pose. Bueno, es bastante seguro que lo sea. Uno no puede ser radicalmente escéptico si no quiere terminar como el asno de Buridán que murió de inanición porque no podía elegir entre comer del montón de la paja o beber del cubo de agua, dado lo perentorio de sus dos necesidades.

El asno de Buridán

 

Es cierto que la paradoja del asno suele mencionarse más para el asunto del libre albedrío, es decir para teorizar acerca de si estamos determinados por una serie de causas a tomar las decisiones que tomamos o si, por el contrario, somos libres de elegir el camino que más nos apetece. Sin embargo, yo hoy la usaré para referirme a la dialéctica entre la duda y la certeza.


«No dudar es sumamente peligroso, nos lleva a la peregrina idea de que lo sabemos todo, de que nada ni nadie puede enseñarnos nada…»


 

Dudamos. Dudar es esencial en la vida. El escepticismo es la fuente primaria de la adquisición del conocimiento. Indagamos porque nos faltan certezas. Solo no aprenden los que se consideran siempre plagados de razón, aquellos que creen ciegamente en un conjunto de principios a través de cuyo uso navegan por la vida. No dudar es sumamente peligroso, nos lleva a la peregrina idea de que lo sabemos todo, de que nada ni nadie puede enseñarnos nada, de que conocemos el camino y no necesitamos ninguna indicación para seguirlo.

Pero, ¡ojo!, la duda, como en el caso del asno, también nos lleva a la inacción. Podemos entrar en un proceso de escepticismo absoluto, de nihilismo, de no creernos nada. Si así lo hacemos, caeremos en la más absoluta inmovilidad, ya que cada vez que vayamos a emprender cualquier camino dudaremos acerca de la certeza de nuestra convicción y preferiremos quedarnos quietos antes que fallar por no haber tenido la certeza suficiente respecto a lo que emprendíamos. En definitiva, como el asno del filósofo medieval, moriremos de inanición por dudar si debemos comer o beber.

Por ello, la duda, la actitud escéptica debe moderarse. Debemos, a veces, jugar a que tenemos alguna certeza que otra, alguna convicción firmemente arraigada. Los auténticamente escépticos, sabemos que eso es falso, pero actuamos como si la tuviéramos. Hay que jugar a que creemos, aunque no creamos. Si no lo hacemos así, la muerte por inanición, como al asno, nos estaría acechando.  Esto puede parecer una actitud cínica, quizá algo manipuladora. Pero todo está en función del nivel de esas creencias simuladas que nos echamos a la espalda. Y es ahí donde suelo mezclar a Kant con Pirrón o Sexto Empírico, los primeros formuladores de la teoría filosófica del escepticismo.


«Prefiero dudar como el asno de Buridán antes que seguir la regla ciega de alguien que solo ha atesorado certezas falsas a lo largo de su vida.»


 

Se trata de mezclar la teoría del conocimiento con la ética. Digamos que, si nos centramos en la primera, estaremos concluyendo siempre que la duda lo preside todo. Pero cuando transitamos hacia la segunda, detectamos que vivimos en un ambiente relacional donde debemos actuar y donde nuestras acciones tienen repercusiones para los demás, Es ahí donde, a pesar de no haber forjado principios sólidos de certeza, debemos aplicar el imperativo categórico kantiano, o para entendernos en su versión popular, actuar de forma que mis acciones no repercutan hacia los demás de forma diferente a como me gustaría que repercutieran para mi.

Las ventajas de este doble modo de actuar son obvias. Si no tenemos valores firmes, tenderemos siempre a ser más comprensivos con los puntos de vista de los demás. Y nos resultará de gran ayuda que nuestra acción se encuentre regida por principios que no provienen del fondo de nuestra convicción sino de una regla que consideramos esencial para la vida en comunidad.

Las ideas-fuerza provinientes de certezas férreas solo han traído mal a la humanidad. Creadores de imperios, militares sanguinarios, políticos reformadores que en muchas ocasiones solo han aportado dolor y sufrimiento… Prefiero dudar, como el asno, antes que seguir la regla ciega de alguien que solo ha atesorado certezas falsas a lo largo de su vida. Es algo así como cortarle el pescuezo al asno de Buridán con la navaja de Occam, aunque quizá no tenga nada que ver, pero la frase me gustaba. No sé…

 

 

 

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