El día comenzó de forma poco usual. ¡No eran posible tantas buenas noticias juntas! Como hacía habitualmente, puse la tablet en la mesa mientras desayunaba. Lo normal es que la prensa diaria me amargara ese primer momento de la mañana. Pero aquel día el asunto tomaba tintes diferentes. En la portada del diario aparecía sumamente resaltada la principal noticia del día. Las diferentes partes beligerante en Siria había firmado la paz tras un largo proceso de negociación. Tanto los Estados Unidos como Rusia e Irán avalaban el acuerdo y la comunidad internacional se comprometía a aportar una cifra de dinero muy relevante para comenzar con la reconstrucción del país. Era impresionante ver los vídeos que se estaban colgando en YouTube y que mostraban cómo tropas que hasta unos pocos días antes se mataban de forma inmisericorde, ahora dejaban sus armas a los organismos de control y se abrazaban con sus enemigos. Podían verse también los cazas y bombarderos rusos, franceses y americanos, salir del espacio aéreo sirio atronando los oídos de los observadores con sus estruendosos motores. Diversos organismos se había comprometido también a ayudar en el retorno de los refugiados que se amontonaban en los distintos campos de Turquía, Grecia y el este de Europa. La prensa publicaba impactantes fotografías de los refugiados subiendo a los autobuses que los devolverían a sus hogares, mientras hectáreas de terreno quedaban vacías de personas y cubiertas de los pobres enseres con los que habían tenido que sobrevivir durante meses. El futuro estaba lleno de esperanza para ellos.
Me quedé con la boca abierta y un trozo de tostada sujetado entre los dientes. Impactado. ¡No podía ser, ¿se estaba volviendo racional el mundo o no me había despertado todavía y todo era un sueño? Pero el asunto no acababa ahí. Cuando seguías avanzando más allá de las noticias de portada, las buenas nuevas se sucedían. Resulta que según los datos del último trimestre, el PIB europeo había subido cuatro décimas por encima de las expectativas de la Unión. España era una de las principales aportadoras a esa subida del PIB. Según las previsiones terminaríamos el año con un crecimiento superior al 3,5%. Ello estaba suponiendo que, por primera vez en casi diez años, se comenzara a crear empleo de calidad. El desempleo quedaba ya reducido a poco más de un 10% y los datos de crecimiento de empleo fijo superaban ya al del empleo eventual y precario.
«¡No podía ser! ¿Era un periódico con noticias ‘fake’, el que estaba leyendo? Comprobé que era el diario tendencioso con el que me castigaba todos los días.»
En Estados Unidos el proceso de impeachment para sacar a Donald Trump de la presidencia parecía llegar a su fin y el Partido Republicano, controlado por su sector más moderado, pretendía dar un giro radical a la política que en los últimos meses había estado a punto de arruinar al país, separando trágicamente al entramado político de la sociedad civil, cada vez más opuesta a las extemporáneas acciones del aquel extravagante visionario.
Una pequeña noticia, en el apartado de ciencia, llamaba también fuertemente la atención. Unos investigadores noruegos había logrado, por primera vez, curar totalmente un proceso canceroso sin usar métodos invasivos. El asunto hubiera quedado entre otras tantas noticias de esas características si no fuera porque ya se anunciaba que en unos pocos meses el medicamento usado estaría al alcance de toda la población mundial.
¡No podía ser! ¿Era un periódico con noticias fake, el que estaba leyendo? Comprobé que era el diario tendencioso con el que me castigaba todos los días. Revisé mi conexión WiFi para ver si alguien me la estaba hackeando y redirigiendo mis paquetes de red a vaya usted a saber dónde. Me conecté a la red desde el ordenador. También desde el teléfono a través de 4G para no usar la misma WiFi. Nada. Todo estaba en orden. El mundo había decidido ese día darnos un descanso en la vorágine negativa habitual. Terminé mi desayuno incrédulo, pero ilusionado. Ducha, trabajo. El día continuaba.
Fue una pena lo que vino después. El mundo que conocemos hoy no tiene que ver con esas buenas noticias de la mañana sino con lo que vino por la tarde. Serían las cuatro aproximadamente cuando cayó el meteorito en el desierto Great Sandy, al noroeste de Australia. Era una roca estelar, bastante redondeada en su forma y de más de 5 kilómetros de radio. Fue terrible, los efectos vibratorios se notaron hasta en Europa, pero el desastre vino por la continua serie de movimientos que se sucedieron en todas las islas de Oceanía y el sudeste asiático. Maremotos de proporciones descomunales destrozaron más del 100 kilómetros de las costas asiáticas, Australia entera desapareció bajo las turbulentas aguas. Las fuertes presiones desmenuzaron como terrones de azúcar, los hielos de la Antártida. Todo el hemisferio sur del planeta quedó destrozado. Para el hemisferio norte, lo peor vino a continuación. Olas gigantescas hicieron que el mar penetrara decenas de kilómetros en las costas europeas, asiáticas y americanas. El clima cambió de forma rotunda. Los científicos incluso comprobaron que la órbita terrestre se había desviado ligeramente y eso trajo consigo que la vuelta alrededor del sol durara más de las veinticuatro horas habituales. Con más sol, sin hielo en el casquete sur y el mar invadiendo una buena parte de las costas, el clima cambió. La temperatura ascendió de forma trepidante. Algunos miles de millones de personas habían muerto en la catástrofe o por sus consecuencias inmediatas.
«Yo estoy terminando mis días, contemplo el futuro como aquel mercader de Cartago que veía a las tropas de Escipión esparcir sal en sus campos, el futuro no existe.»
Ahora ya hace veinte años de aquello. Los humanos nos hemos acostumbrado a vivir en este semidesierto que lo cubre todo. Nuestra tecnología, nuestra ciencia retrocedieron fuertemente. El caos posterior al desastre trajo la pérdida de muchos estados organizados que ahora estaban salvajemente controlados por bandas violentas que imponían su ley a sangre y fuego. La esperanza de vida de la población ha retrocedido en más de diez años, no tenemos las infraestructuras suficientes para cuidarnos. ¿Hacia donde vamos? ¿Y para qué? Si no fuimos capaces de prever la caída de aquella roca y tampoco lo fuimos de controlar con racionalidad la post catástrofe, ¿tiene sentido el futuro de la humanidad? Yo estoy terminando mis días, contemplo el futuro como aquel mercader de Cartago que veía a las tropas de Escipión esparcir sal en sus campos, el futuro no existe.
Muy buen articulo. Gracias por compartirlo.