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El nuevo Papa

Por las mañanas suelo levantarme muy temprano. Muy, muy temprano. Y no es porque eso me cause un especial placer sino porque duermo poco, me despierto y no aguanto permanecer en la cama. Lo habitual es que mientras desayuno a esas intempestivas horas vea algún capítulo de la serie que estoy siguiendo en ese momento. Y ahora es El nuevo Papa, la segunda temporada de esa delicia iconoclasta, bella y filosófica que ha creado Sorrentino. Y en la que el propio Jude Law, uno de los protagonistas, se juega los cuartos como productor.

La cuestión en la que deseaba hacer hincapié es que en el capítulo 8, en un determinado momento, alguien, creo recordar que Voiello, se refiere a la ciudad de Oakland. Y en ese momento mi cerebro ha hecho una extraña conexión con Allen Ginsberg el poeta maldito de la generación Beat, que andaba, allá por los años sesenta, en esa zona del mundo. Del cerebro, la sensación bajó hacia el pecho y el estómago y ahí consiguió que me invadiera una extraña y sensible melancolía.


«Un pensamiento puede concretarse en una extraña sensación gástrica y, a su vez, esta puede producir ansiedad existencial.»


Véase la extraña conexión alma-cuerpo sobre la que la filosofía lleva disertando desde hace más de veinte siglos. Un pensamiento puede concretarse en una extraña sensación gástrica y, a su vez, esta puede producir ansiedad existencial. ¡Qué extraña y delicada maravilla! Propia, dicho sea de paso, de algunas de las reflexiones de los papas protagonistas de la serie. Serie, por cierto llena de interesantes ironías, como que John Malkovich en su rol del Papa Juan Pablo III diga que John Malkovich no es uno de sus actores favoritos o que en una entrevista con Sharon Stone, haciendo de sí misma, le pida que no cruce las piernas.

Pero, avancemos más allá de la serie. Quería concentrarme en la sensación. Cuando mi vida estaba poblada de actividad desayunaba volando, si había tiempo. Y no quedaba mucho hueco ni para sentimientos pretenciosos, ni para series, ni para divagaciones metafísicas. Como mucho para leer atropelladamente los primeros correos del día. Había poco espacio para llenarlo con pensamiento en una vida arrollada por la acción. Bueno, no es que fuera especial, sino como la de todos en edad laboral, con familia y miles de cosas que hacer en el día a día. Pero ahora la acción va quedando limitada y ese hueco lo pueblan un conjunto de extrañas cosas, sensaciones, sentimientos, ansiedades, recuerdos…

Y lo de Oakland me trajo a la mente mis dieciséis años cuando leía el Aullido de Ginsberg y me entusiasmaba la rebeldía de la gente de la Beat Generation. Aquella época en la que me hubiera gustado recorrer un camino como el de Kerouac. La sensación de tanto tiempo pasado, de tantas personas queridas que ya no están, de tanto cambio en las aspiraciones de la vida… Todo ello es ese retroceso que el estómago devolvió al cerebro y que me tuvo entre soñoliento y nostálgico durante un buen rato. Es lo malo que tiene madrugar tanto.

Pero, en conclusión, más allá de mis veleidades sentimentales, las conclusiones son que, por favor, no olvidéis nunca a Allen Ginsberg ni a sus grandiosos Aullido y Kadish, Y que, si podéis soportarlo, le echéis un ojo a El nuevo Papa. Los diálogos monumentales y la estética fílmica de Sorrentino justifican ver la serie por más católico que sea alguno y por más que le puedan molestar algunas de las percepciones que sobre la Iglesia difunde. Y, por último, que la interacción alma-cuerpo existe claramente.

Por cierto, si alguien quiere echarle un vistazo al trailer, puede hacerlo aquí debajo.

 

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