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Emprendiendo (VII. Capacidad tecnológica)

Emprender no es tarea fácil. Creo que ya lo he dicho en numerosas ocasiones. Incluso creo recordar que esa frase es el título de otro artículo de este blog. Hay muchas cuestiones por las que un proyecto puede no llegar a buen puerto, pero una de las más relevantes y usuales es la falta de capacidad tecnológica para ponerlo en marcha, bien sea esta porque los emprendedores carecen de ella o bien porque no tienen los recursos necesarios para contratarla externamente.

Cuando concebimos la idea sobre la que vamos a realizar nuestro emprendimiento, o cuando estamos diseñando la estrategia para el mismo, es crucial que nos planteemos cuáles van a ser las necesidades tecnológicas que se nos van a presentar y cómo vamos a abordarlas. Vivimos un mundo donde prácticamente cualquier proyecto tiene una fuerte componente tecnológica. Nuestra época es la de la transformación digital, cualquier escenario ha de tener esto en cuenta. Aunque nuestro producto no tenga nada que ver con la tecnología, seguro que necesitamos hacer un uso intensivo del márketing digital para posicionarlo en el mercado. Si nosotros no lo hacemos, podemos estar seguros de que nuestra competencia sí lo hará. Aunque nuestra venta sea estrictamente analógica y realizada en un local físico, seguro que necesitaremos plantearnos como un complemento a la misma, la difusión en redes sociales, la venta online. Correo electrónico; mensajería instantánea; aplicaciones de CRM para relacionarnos eficazmente con nuestros clientes; ERP online, aunque solo sea para relacionarnos con la gestoría que va a llevarnos los papeles; certificados digitales para regular nuestra relación con Hacienda… Y un sin fin más de cosas.


«…hay que tener en cuenta que en este momento de la historia de la humanidad, la mayor parte de los proyectos que los emprendedores conciben son de raíz tecnológica.»


Pero además hay que tener en cuenta que en este momento de la historia de la humanidad, la mayor parte de los proyectos que los emprendedores conciben son de raíz tecnológica. Tenemos una infraestructura magnífica para ello. Las personas estamos totalmente conectadas y localizadas a través de nuestro smartphone y ese escenario abre ante nosotros un infinito universo de posibilidades para concebir servicios alrededor de dicha situación. Pensemos en Jan Koum y Brian Acton que crearon WhatsApp en 2009, una pequeña y sencilla aplicación que ya en 2014 se vendió a Facebook por 19.000 millones de dólares. Pensemos en Jeff Bezos cuando con Kindle revoluciona el mundo de la lectura. En Daniel Ek y Martin Lorentzon, creadores de Spotify, el sepulturero definitivo de la música analógica. Recordemos a Reed Hastings y Marc Randolph que, a través de Netflix, están cambiando todas las reglas de producción y difusión del séptimo arte. Y no olvidemos a Elon Musk, redefiniendo con Tesla todas las cuestiones que en el futuro tendrán que ver con la energía y la movilidad. Y tantos y tantos otros. Es más que seguro que en este momento debe haber miles de emprendedores a lo largo de nuestro planeta que están pensando en algún tipo de emprendimiento de raíz tecnológica, por más que sea una simple app para nuestros dispositivos Windows, iOS o Android.


«Quien no está muy cercano al mundo tecnológico tiende a pensar que todo es mucho más fácil y simple de lo que realmente es.»


El problema es que este tipo de emprendimientos disruptivos y de gran éxito actúan como un efecto llamada para otros emprendedores que piensan que el mundo tecnológico supone el mejor caldo de cultivo para la innovación. Y probablemente lo sea. Pero también es muy fácil dejarnos llevar por el engaño de que aquello que suponemos como una brillante idea pueda ser ejecutada sin más. Quien no está muy cercano al mundo tecnológico tiende a pensar que todo es mucho más fácil y simple de lo que realmente es. Hay problemas de escalabilidad, de seguridad, de simple capacidad de dar a conocer nuestro producto… Y todo ello sin hablar de las dificultades técnicas que puede suponer construir el sistema informático que dé soporte a nuestra idea. Y, por supuesto, del gran conjunto de conocimientos y competencias que son necesarios para ello.

Por tanto, en este caso, con la misma claridad conceptual que en los problemas de estrategia u operaciones a los que nos hemos referido en anteriores entregas, no debemos dejarnos llevar por las primeras impresiones. Sometamos a crítica lo que pensamos hacer, analicemos si tenemos por nosotros mismos, por nuestros equipo o por personal externo la capacidad de construir aquello que se necesita. Definamos bien lo que se necesita y para ello, siempre que sea posible, consultemos con un experto, Pero con un experto de verdad, no con el amigo-cuñado de turno que sabe algo de ordenadores y piensa que todo es sencillo y barato. Salvo que tengamos en nuestro equipo a un auténtico experto, debemos saber que el acceso a la tecnología es difícil y caro, tengámoslo siempre en cuenta.

Y sobre todo no nos dejemos llevar por las imágenes de lo que han conseguido personas como Bill Gates, Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Elon Musk… Ellos, en cierto modo, son los Miguel Ángel, Leonardo, Brunelleschi… de nuestra época. Y lo mismo que en la suya no hubo muchos como ellos, en la nuestra tampoco los hay. Lo que no significa en ningún caso que no luches por tus sueños. Hazlo, pero sé sensato en el análisis de tus pretensiones, somételo siempre a duda contrastándolo con el análisis de tus capacidades.

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