Sé que algunas de las cosas que voy a decir aquí habrá alguno que no entienda cómo puedo defenderlas y muchos que no las compartan. Sin embargo a la edad que uno va teniendo se acabó aquello de ser políticamente correcto, como mucho, educado y tranquilo, pero nada más.
Y es que voy a hablar bien de los Estados Unidos en comparación con esta vetusta Europa nuestra. Ya sé que éramos el paraíso de la protección social, de los estados del bienestar, frente a la selva yanqui donde imperaba la ley del más fuerte. Pero es que los tiempos, como decía mi viejo amigo Dylan, están cambiando. Y están cambiando de forma que parece que quieren ponernos sobre nuestros ojos lo positivo de aquel gran país y lo mezquino de los nuestros.
Hablemos de Europa. Dicen que fuimos la cuna de la civilización, aquí abajo en el Mediterráneo, por cierto. Sin embargo, además de esto, el espectáculo que hemos ofrecido al mundo ha sido una continua sucesión de guerras civiles donde hemos tenido a bien degollarnos los unos a los otros con saña bien ejecutada. No tendremos que remontarnos muy atrás en el tiempo, con quedarnos en el siglo pasado tendremos ya la suficiente base de estudio, los suficientes millones de muertos como para que nos sea fácil reconocernos a nosotros mismos. Las grandes potencias europeas, Reino Unido, Francia, Alemania, continuamente enfrentadas entre sí y arrastrando al resto de los países. Cada una de las naciones, por separado, en guerras fratricidas; véase por ejemplo nuestra guerra civil, la griega o en época más reciente, la que asoló los Balcanes. Bien es cierto que tras la segunda guerra mundial hemos tenido unos años de cierta hermandad; fuimos capaces de crear un proyecto de consenso entre todas nuestras estúpidas nacionalidades, la Unión Europea, que parecía ir a algún buen puerto. ¡Bah! Agua pasada, ahora ya ha llegado el momento de nuevo del crecimiento del odio a lo distinto, del auge de los extremismos, del odio entre los pueblos propiciado por intereses económicos… Y, quién sabe lo que nos espera.
Y frente a esto tenemos a Estados Unidos. Un país donde siempre se resalta lo que une a la gente en lugar de lo que la separa. Un país que solo ha tenido una guerra civil a lo largo de su historia y que hoy, para que analicemos hasta qué punto se diferencia de nosotros, tiene monumentos a los perdedores y hace de la bandera de aquellos un símbolo nacional más, comúnmente usado y aceptado. ¡Je! Ya me gustaría ver lo mismo aquí de cara a la bandera republicana. Estados Unidos es un país de oportunidades, algo que en Europa se nos cierra más cada día. Un país de gente emprendedora, característica que los europeos tenemos cada vez menos enarcada. Bien es cierto que los europeos podíamos antes sacar pecho por lo más igualitario de nuestras sociedades, por el hecho de que nuestros impuestos contribuían al bienestar de todos. Pero ¿y ahora? Nuestros políticos se están cargando nuestra principal seña de identidad sin permitirnos acceder a ese universo de posibilidades presente en USA. También es cierto que podíamos achacar a los yanquis esa especial manera de ejercer como imperio dominante, Guantánamo, las guerras inmisericordes contra el mundo musulmán, su apoyo incondicional a Israel y un largo etcétera de cosas que, siendo honestos, no son muy diferentes de las que practicábamos nosotros (y ahora hablo de España) o cualquier otro de los imperios que han dominado el mundo. Y no se entienda esto como que disculpa esas prácticas. Nada más lejos de mi intención.
En fin, será que soy un gran amante del western. Sobre todo de ese western que nos presenta las grandes odiseas en las que se vio implicado el pueblo americano. La migración hacia el oeste, esos tremendos pioneros que fueron abriendo caminos a través de las montañas y los grandes ríos, en una odisea de superación humana única en la historia moderna. La creación de un país en el pulso entre los grandes ganaderos, que preferían las enormes extensiones de terreno para que pastaran sus vacas, y los granjeros que deseaban un estado organizado que pudiera defender al débil frente a la supremacía de las pistolas. La guerra de liberación de México protagonizada por los texanos. La épica del western de los grandes maestros, John Ford, Henry Hathaway, Anthony Mann, John Sturges, Howard Hawks… muestra con un lenguaje cinematográfico único e insuperable, las bases con que se construyó ese país que hoy conocemos.