Abrió los ojos muy despacio. El somnífero aún le hacía pesados los párpados. El gris oscuro de la pared frente a la cama fue la primera imagen que registró. Unos segundos más y el gris interior se sobrepuso al exterior. Como todas las personas, como todos los días, hacen falta unos pocos segundos para que nuestro cerebro capte la realidad, sea consciente de quienes somos, de donde estamos, de lo que nos alegra y de lo que nos entristece. Los segundos habituales se habían alargado por la acción del somnífero, pero la realidad ya estaba allí presente. Una losa tremenda que le aplastaba el pecho e impedía que el aire entrara en los pulmones.
Gris. Se levantó. El otro lado de la cama estaba vacío y con las sábanas revueltas. Clara estaría abajo. Se apoyó en la barandilla de las escaleras y miró al piso inferior. Y sí, allí estaba. Quizá harta de dar vueltas en la cama, se había mudado al sillón y dormitaba en él. Gris. Todo era gris. Las paredes, el suelo, el aluminio de las ventanas, los peldaños metálicos de la escalera. Maldito loft. Solo el sillón donde Clara parecía dormitar ponía un toque de rojo intenso en todo aquel universo aplastante. Decidieron hacerlo así. Aquella mancha de color tan fuerte sobre el continuo y dominante gris les encantaba. Ojalá ahora pudiera encontrar en su interior una tonalidad de ese tipo frente al gris ceniza que invadía todos sus pensamientos.
Bajó la escaleras muy despacio, en silencio absoluto para no despertar a Clara, Sobre la mesa metálica de color gris estaba la bandera doblada, la medalla y la carta abierta encima del sobre, de aquel blanco ataud de malas noticias. Releyó la frase maldita, «lamentamos comunicarle, que su hijo el teniente Javier Gómez García ha fallecido en acto de servicio al ser atacado su convoy por fuerzas enemigas. Dado su enorme trabajo en la misión de paz donde desarrollaba su servicio, llegando al propio sacrificio de su vida, en aras de dicha misión, el ministro le ha concedido a título póstumo, la Cruz al Mérito Militar». Las imágenes del día anterior se le agolparon en la mente. Los compañeros de Javier portando el féretro, las salvas de honor, el himno sonando con todos los militares cuadrados y Clara y él arrugados entre ellos, sin poder llorar, sin poder moverse porque la vida ya se les había escapado. Dos manchas grises frente al color de los uniformes y la bandera. Aquella bandera doblada protocolariamente por dos de los legionarios y depositada sobre sus manos grises. Aquella bandera que ahora descansaba junto a la medalla y el sobre. Aquella bandera que para Javier debió significar algo, pero que para él ahora solo representaba dolor. Recordó los versos de Quevedo, «y no halló nada en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte».
Gris. El tono gris metálico de la pila del lavadero se hallaba a pocos metros. Maldito loft, todo tan cerca. Ningún horizonte amplio para dar extensión al alma. Todo encima de todo. Llenó el vaso de agua, abrió el cajón de los cubiertos donde había ocultado la píldora bajo un plato para que Clara no pudiera encontrarla. Una suerte que en la internet profunda todavía pudieran comprarse aquellas píldoras y que él conociera lo suficiente de tecnología como para poder usar Tor y llegar a ellas. Sabía que era un cobarde por hacer lo que iba a hacer, pero no había opciones. Abandonaba a Clara en el peor momento. La dejaba sola en aquel loft gris con la mancha roja del sillón, la bandera doblada, la carta y la medalla. Pero no podía seguir. El peso en el pecho le aplastaba, no podía respirar, no podía siquiera escribir una carta de despedida. El gris del loft acababa con sus contadas fuerzas.
Se tomó la pastilla y se sentó en aquel maldito taburete de aspecto metálico y color gris. En pocos minutos perdería el sentido y su cuerpo caería al suelo despertando a Clara. Sería la teatralización final. Miró por última vez el pelo revuelto de aquella mujer a la que tanto había querido y con la que había pasado más de media vida. Le invadió la ternura y el remordimiento, pero ya no había nada que hacer. Sintió que la asfixia aumentaba, el gris de la pared se tornaba borroso y la luz del amanecer parecía deslumbrarle. Le faltó el aire y el mundo dejó de existir en un instante.
El cuerpo cayó al suelo con un golpe seco, pero Clara no fue consciente del ruido porque ella llevaba ya varias horas muerta sobre aquel sillón rojo.
Siempre me gusta la forma de contar que tiene Antonio, en cuanto a este relato creo que le da al suicidio carta de naturaleza cosa con la que no estoy de acuerdo
Antonio, gracias por tu comentario. En la ficción el empleo de recursos literarios no tiene que corresponder forzosamente con el punto de vista del autor. Me refiero a que con esto no pretendo inducir al suicidio a nadie, ni mucho menos. Ahora bien, si te diré que desde una perspectiva teórica el suicidio es la máxima expresión de la libertad de las personas. Una herramienta básica para conservar la libertad. Es lo que hace Séneca (nuestro ilustre paisano y filósofo) cuando Nerón intenta obligarlo a pasar por donde él no quería. Simplemente se mete en la bañera y se corta las venas. ¡Vengan a mí tiranos!, que mientras tenga el suicidio en mi mano nadie podrá atentar contra mi libertad personal. También, en los casos donde al suicidio le damos el nombre de eutanasia, estoy totalmente de acuerdo con el mismo. El sufrimiento al que nos somete hoy una medicina, en cierta medida inhumana, que trata de conservarnos en este lado del Leteo a toda costa, cuando el barquero debe ya llevarnos al otro, no me parece razonable. En esos caso, claramente creo que es potestad de las personas elegir cuando montar en la barca con Caronte. Otra cosa son los personajes del relato, donde por no soportar el sufrimiento de la pérdida de un hijo han decidido abandonar la vida. Poco tengo que decir ahí, como seres humanos debemos ayudar a que esos casos no se lleven a cabo, pero es difícil interpretar la tristeza interior que algunas personas pueden sentir y el abismo al que la misma les conduce. Al inicio de mi vida profesional trabajé varios años en un psiquiátrico y he visto pacientes que han intentado varias veces en un día suicidarse, con métodos distintos, como si una fuerza insoportable les imposibilitara seguir aquí. La mayoría, más tarde o más temprano, lo conseguía. En fin, un tema complejo.