Para mí, los noventa fueron la década de Latinoamérica. Descubrí aquel continente, por motivos de trabajo, en el año 1993. Por aquel entonces me dedicaba a la formación de desarrolladores de software. Editábamos una revista en España, organizábamos seminarios específicos, encuentros de programadores, hacíamos cursos de corta, media y larga duración. Todo ello en España, pero de repente surgió la oportunidad de comenzar a trabajar en aquellos países hermanos, cosa lógica, ya que al fin y al cabo lo nuestro era industria de la lengua y entre todos compartimos ese hermoso legado común que es el idioma español.
Éramos jóvenes y teníamos la ilusión a flor de piel, de forma que otros tres compañeros, Alfonso Fraguas, Vladimir Algara y Helio Yago, junto conmigo, nos recorrimos los distintos países del continente repitiendo para las comunidades de programadores latinoamericanos lo mismo que hacíamos para las españolas. Hicimos numerosos viajes a la zona, pero sobre todo organizamos lo que llamamos el Tour Latino (no, no éramos cantantes, 🙂 ) en el que, en 1995, mi gran amigo, y casi hermano pequeño, Alfonso Fraguas y yo, nos recorrimos en unos pocos meses casi todos los países de la zona, impartiendo un seminario introductorio a la programación orientada al objeto, bajo Windows, en entornos cliente-servidor y usando SQL como lenguaje de acceso a datos (sí, algo ha llovido tecnológicamente desde entonces).
«…soñábamos con el crecimiento tecnológico de nuestro país y de la comunidad de países hermanos latinoamericanos.»
A juan Luis Guerra le subía la bilirrubina y Gloria Estefan cantaba aquello de:
Hablemos el mismo idioma
que hay tantas cosas porque luchar.
Hablemos el mismo idioma
que solo unidos se lograrán.
Hablemos el mismo idioma
que nunca es tarde para empezar.
Hablemos el mismo idioma
bajo la bandera de libertad.
Y, mientras tanto, nosotros soñábamos con el crecimiento tecnológico de nuestro país y de la comunidad de países hermanos latinoamericanos. Yo estaba en la década de los treinta años, la de más fuertes ideales y dedicación a los asuntos profesionales. Competíamos fuertemente en aquella zona del mundo con los Estados Unidos en lo que a hacer negocios se refería. El Tour Larino, lo hacíamos bajo el auspicio de Computer Associates, una multinacional que, antes del dominio de Microsoft, lideraba las herramientas para desarrollo microinformático con sus Clipper o Visual Objects. Recuerdo que los americanos pensaban que las diferencias idiomáticas del castellano en cada país iban a hacer casi imposible que se nos entendiera. Ellos abogaban por usar su fuerte inmigración latinoamericana para organizar el seminario en cada país con americanos oriundos del país en cuestión, de forma que el dialecto usado fuera más entendible. Finalmente nuestra mayor capacitación al respecto, así como la influencia que nuestros medios tenían ya en Latinoamérica terminaron ganando la batalla.
«Recorrí el continente de arriba a abajo formando a centenares de desarrolladores de software, alguno de los cuales espero que me recuerde todavía.»
Esta época me permitió establecer unos fuertes lazos con toda la zona. Conocí a muchos amigos entonces que todavía mantengo. Llegamos a abrir una filial latinoamericana en Montevideo, junto con mi gran amigo y casi hermano mayor, Guido Peterssen, que funcionó hasta que la crisis del corralito argentino la echó abajo. Recorrí el continente de arriba a abajo formando a centenares de desarrolladores de software, alguno de los cuales espero que me recuerde todavía.
Pero, y es lo que quería concluir, el desarrollo tecnológico de la zona, no ha avanzado al ritmo que hubiésemos querido. Es cierto que países como Chile, Colombia o Perú han mejorado fuertemente sus indicadores económicos y algunos de ellos, como Colombia, han cambiado su faz de manera radical, librándose si no en su totalidad, sí al menos en gran parte de los problemas de narcotráfico y guerrilla que en aquel momento la asolaban en todo su esplendor. Pero no es menos cierto que los populismos, tan presentes en la zona, no han desaparecido. Derivados de una situación de enormes diferencias sociales, de la carencia de una clase media con la fuerza suficiente como aportar estabilidad, de unos procesos educativos insuficientes y de un caudillismo que no termina de abandonar la sociedad, la cuestión es que la zona no remonta de modo que sea capaz de dar oportunidades a todos sus habitantes. Hemos visto a países como Brasil comenzar un empuje meteórico en su camino hacia el primer mundo, pero que se ha visto truncado por sus múltiples problemas institucionales, la corrupción y un sistema democrático aún muy fácilmente manipulable por las élites.
He querido recordar esta época a colación del referéndum colombiano sobre el acuerdo de paz con la guerrilla y el triunfo del NO. En última instancia, la situación no deja de recordarme al gobierno de Alfonsín en Argentina, cuando se intentaron cerrar las heridas de la dictadura, perdonando quizá lo imperdonable, pero, a cambio, sembrando la semilla de una sociedad futura libre de enfrentamientos. ¿Se logró en Argentina? En Colombia se ha truncado esa vía con el triunfo del NO, pero esperemos que no todo esté perdido y que ello solo sirva para pulir más y mejor el absolutamente necesario proceso de paz para que la sociedad colombiana evolucione.