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Liderazgo ético

¿Buen título, verdad? Como si alguien pudiera reconocer públicamente que el liderazgo ético fuera una función eludible. Y, sin embargo, leíamos recientemente un estudio, llevado a cabo por la Bond University de Australia y la Universidad de San Diego, sobre 1.000 directivos de empresas estadounidenses, en el que se nos anunciaba que uno de cada cinco de entre ellos compartían personalidad con psicópatas encarcelados por sus delitos. Hasta ahí poca cosa, si no es porque ese mismo dato extrapolado a la población no directiva de éxito es de uno de cada cien. En los rasgos psicopáticos típicos se encuentra la rotunda carencia de principios morales, de forma que estos directivos exitosos no tienen problemas por incurrir en prácticas poco éticas, o incluso ilegales, para conseguir sus fines. Dominar a los otros y controlar la empresa es su única finalidad, sin importarle lo que vayan arrollando a su paso.

Liderazgo ético

Para poder explicar esto algo mejor, creo que se hace necesario que revisemos someramente el significado que el término «ético» puede tener según las distintas corrientes de pensamiento. Podemos comenzar con Aristóteles, para él la búsqueda de la virtud en sí misma, es la razón de ser de las personas. Pero qué es eso de la virtud. Según la define en el libro II de su Etica a Nicómaco,  «la virtud es una disposición adquirida de la voluntad, consistente en un justo medio relativo a nosotros, el cual está determinado por la regulación recta y tal como lo determinaría el hombre prudente». ¡Cuántas palabras tan alejadas de la búsqueda psicopática del éxito!: regulación recta, justo medio, hombre prudente. Sigamos con la corriente estoica. Los pensadores afines a la misma no son ajenos a esa búsqueda de la virtud aristotélica, pero para ellos resulta esencial la adecuación a la naturaleza. Parten de una percepción determinista de las cosas, donde nada hay casual y el hombre debe impulsarse a sí mismo para buscar el camino correcto, el cumplimiento del deber que se consigue alejándose de las pasiones que nos ciegan y buscando la imperturbabilidad que nos lleva a la armonía con nosotros mismos y con el medio. Seguimos resaltando algunos conceptos interesantes: deber, armonía, imperturbabilidad. Podemos seguir con la ética del cristianismo. Quizá sea con ella con la que estamos más familiarizados quienes hemos recibido nuestra formación intelectual en la tradición judeo-cristiana. En ella se parte de una distinción rigurosa del bien y el mal, de manera que las personas debemos tender siempre a la realización del bien, a ser desprendidos y ayudar siempre a las necesidades de los demás. Como reproche, podríamos indicar solamente que la práctica del bien, puede entenderse desde una perspectiva egoísta. Se trata de ganar la salvación eterna y no de una tendencia natural hacia lo virtuoso. No obstante, seguimos abonando nuestra red de conceptos: bien, desprendimiento, ayuda a las necesidades de los demás. Sigamos con Kant. Para él las éticas anteriores estaban demasiado transidas de principios religiosos y lo que busca es la formulación de lo que denomina el Imperativo Categórico, un cierto mandamiento esencial para la especie humana que sea capaz de regir nuestro comportamiento por encima de cualquier religión o ideología. La formulación que hace Kant de dicho imperativo en su Crítica de la razín práctica es: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal». Históricamente ha habido muchas interpretaciones del imperativo, pero a mí me gustaría resaltar un par de cuestiones importantes sobre el mismo: 1) es solo mi voluntad la que debe mover mis acciones y 2) Si mi acción debería siempre poder convertirse en una máxima universal, he de obrar siempre con los demás del modo en que querría que los demás obraran conmigo. Esto parece claramente excluir cualquier forma de actuación poco virtuosa o buscando explícitamente el mal para los demás.


«…las distintas escuelas éticas han pergeñado históricamente lo que podría ser la imagen de un individuo virtuoso, responsable, prudente, con un interesante sentido del deber, que actúa en consonancia con reglas universales más allá de sus intereses personales. Ese es el líder ético.»


En esta revisión de las doctrinas éticas me gustaría resaltar también otro asunto que me parece relevante. Me refiero a algo de lo que ya he hablado en otras ocasiones refiriéndome a determinadas corrientes filosóficas del periodo barroco que han heredado algunos de sus conceptos de la ética estoica. Se trata de la doble moral. En general, el término «doble moral» está muy penalizado en nuestra época, ya que se le identifica con una actitud hipócrita en una época donde la autenticidad se valora sobremanera. Sin embargo, esto no siempre ha sido así e, incluso hoy, por más que se critique, no deja de estar en la base del comportamiento práctico de la mayoría de los humanos. El asunto es que existe una moral privada, donde tienen cabida los más acendrados principios éticos de cada uno, y una moral pública, adecuada al hecho de tener que movernos en una sociedad compleja, donde las relaciones humanas nos fuerzan a matizar parte de nuestros principios. Personalidad natural, personalidad adaptada. Esto no es malo en sí mismo, salvo cuando existe una distancia abismal entre la moralidad interna y la práctica externa de nuestras acciones. Es decir, que podemos ser sumamente virtuosos de pensamiento y unos auténticos cabrones cada vez que obramos.

Llevado esto al asunto de nuestro interés, a mí me gustaría solamente recabar que las distintas escuelas éticas han pergeñado históricamente lo que podría ser la imagen de un individuo virtuoso, responsable, prudente, con un interesante sentido del deber, que actúa en consonancia con reglas universales más allá de sus intereses personales. Ese es el líder ético.


«Hay que tener en cuenta que el líder, entendido en la vertiente empresarial, debe tener como principal objetivo el cumplimiento de la misión de la empresa, avanzar hacia su visión y siempre dentro del esquema de valores definido.»


Pero, ¡cuidado! Corremos el riesgo de confundir las cosas y pensar que ese carácter ético lo ostentan solo aquellos que son una bendición para sus empleados, que nunca despiden a nadie, que no abroncan a la gente, que siempre hablan en positivo, que están atentos a la carrera profesional de las personas. De acuerdo, todo esto está muy bien. Estas serían características apreciables, sin duda, pero debemos ir un poco más lejos. Hay que tener en cuenta que el líder, entendido en la vertiente empresarial, debe tener como principal objetivo el cumplimiento de la misión de la empresa, avanzar hacia su visión y siempre dentro del esquema de valores definido. En general, como ya he indicado en otros artículos, más allá de los específicos que tenga cada compañía, podemos esquematizar esto en la frase «crear valor sostenible para clientes, empleados y accionistas». A la que, sin duda, de cara a remarcar más el carácter responsable y ético, le añadiría «actuando de forma responsable para con la sociedad». Por tanto, donde podemos situar a los ejecutivos que actúan de modo no ético:

  • Cuando solo se persigue crear valor para los accionistas, sin respetar a los empleados y sin facilitar el mejor servicio a los clientes. Quienes así actúan, desde luego difícilmente conseguirán un proyecto sostenible, por más que hayan conseguido ganar dinero de forma importante para los propietarios de la compañía.
  • Cuando se actúa volcado a facilitar el mejor servicio posible a los clientes, más allá de una estructura de costes razonable. Por más que tengamos clientes hiper-satisfechos será difícil que los accionistas ganen nunca nada en un proyecto así y que, por tanto, los empleados difícilmente puedan hacer de ese un proyecto de referencia para su vida profesional.
  • Cuando la obsesión por tener el mejor talento en la empresa, hunde nuestros costes laborales, lo que nos hace caer en la misma situación descrita en el punto anterior.
  • Cuando todo se supedita a lo inmediato, sin pensar en un proyecto duradero. La búsqueda del valor inmediato, a corto plazo, es posible que cree un fuerte valor para los accionistas de forma rápida, pero no estaremos ante un proyecto duradero, por lo que su viabilidad sería más que discutible.
  • Incluso cumpliendo con los cuatro ejes anteriores, podríamos estar ante una compañía que actuara de forma irresponsable socialmente, fuera del marco legal. Podemos pensar, por ejemplo, en los cárteles de la droga, pueden hacer una gestión excelente para sus propietarios, dándoles a ganar mucho dinero, sus intermediarios hasta el camello pueden ser absolutamente felices en su marco laboral, la empresa se perpetúa en el tiempo, los consumidores de cocaína disfrutan de un producto genial, pero todo se hace al margen de la ley y de forma irresponsable para la sociedad en la  que vivimos. Este tampoco es el camino.

Por tanto, podemos definir el liderazgo ético como el que realiza el personal directivo que, sin solo anteponer su éxito personal,  crea valor para accionistas, clientes y empleados actuando de forma responsable para con la sociedad. Se trata, pues, de respetar todos los ejes de la definición. Salirse de ellos es entrar en el tipo de directivos psicópatas de los que hablaba el estudio reseñado.

1 comentario en «Liderazgo ético»

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