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Marx, el Che y la condición humana

La semana pasada estuve viendo Diarios de motocicleta, una estupenda película que narra en lenguaje cinematográfico la obra que en su día escribió Ernesto «Che» Guevara sobre su periplo de juventud por tierras latinoamericanas. La obra enternece y crea empatía sobre el personaje, por más que avatares políticos posteriores, lo hicieran un monstruo para una buena parte de la población y un ídolo para otra buena porción de personas. El asunto es que la película en cuestión trajo a mi cabeza un tema recurrente a lo largo de mi vida intelectual, la valoración del marxismo como teoría que intenta interpretar y transformar la realidad social.

Diarios de motocicleta

 

Uno reconoce tener parte de sus orígenes intelectuales en el marxismo. Hoy esto parece un pecado en esta sociedad postmoderna llena de palabras políticamente correctas mezcladas con exabruptos en las redes sociales. Yo prefiero confesarlo abiertamente. Sin embargo, como en casi todo, quiero, o al menos intento, no hacer un absoluto de ninguna idea. Creo que debemos tener una mentalidad crítica y abierta para la observación y el análisis. Por ello en este artículo intentaré dibujar algunos rasgos adicionales sobre mi visión de dicha ideología, de lo que de grande hay en ella y, también, de sus enormes debilidades.


«…el marxismo no solo es una doctrina filosófica que intenta explicar la realidad sino que lo que pretende es transformarla.»


 

El materialismo histórico pergeñado por Marx y Engels explica la historia de la humanidad por el impulso de intereses económicos. El acaparamiento de los bienes de producción por una clase dominante hace que la población no perteneciente a la misma se vea subyugada y no pueda participar en el reparto equitativo de la riqueza. Esto es una frase simple, pero en Marx y los teóricos marxistas posteriores alcanza propiedades descomunales cuando se analiza la historia de la humanidad bajo la luz de este fanal y a través de ella se tratan de explicar cada uno de los avatares por los que ha pasado nuestra especie. El asunto es que, como tal, el marxismo no solo es una doctrina filosófica que intenta explicar la realidad sino que lo que pretende es transformarla. Así lo confiesa Marx en su tesis XI sobre Feuerbach:

«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.»

Y aquí es donde empieza el lío. La visión marxista de la historia resulta reduccionista, ya que intenta explicar las cosas desde una perspectiva única, el factor económico, obviando otros de radical importancia, cosa que le recordará Freud cuando el psicólogo austriaco trata de profundizar en ciertos atisbos del consciente y del inconsciente para explicar las causas del comportamiento humano. También recibirá la posición marxista una fuerte crítica desde Bakunin y el anarquismo en general. Se trata de contraponer al fenómeno del poder como contrapuesto al fenómeno del dinero en cuanto elemento troncal en la lucha de clases. Ahora bien, este reduccionismo, si se quedara en el plano teórico, no tendría mayor problema, una doctrina más de las muchas que han tratado de explicar el mundo. Pero el marxismo salta a la acción y, sobre todo a partir de Lenin, trata de transformar la realidad empleando métodos revolucionarios.


«La visión marxista de la historia resulta reduccionista, ya que intenta explicar las cosas desde una perspectiva única, el factor económico…»


 

Así, algo que irradia una luz tremenda sobre el fenómeno de la explotación, y que nos ayudaría a conocer mejor sus mecanismos para desterrarla, se convierte en las pesadillas que crearon personajes como Stalin o Pol Pot. El asunto es que el hecho de que el marxismo ignore otras áreas de importancia en la condición humana ha llevado a que la plasmación política de esta teoría en los países del llamado socialismo real no haya traído más que la superposición de la clase económica dominante por una nueva clase burocrática que ha copado el poder y se ha repartido los beneficios inherentes al mismo. Pero, además, como para ello ha tenido que ejercer un control limitativo de la libertad personal, se han creado regímenes dictatoriales que no han traído a la población que los soportaba más que miseria y opresión.

Y es que al marxismo clásico, admirable en su interpretación del devenir económico, le falta el análisis de la condición humana respecto al uso del poder y la libertad personal. Le falta reconocer que cuando una clase social ostenta una cantidad de poder no contrapesada con ninguna otra clase, tiende a ejercerlo de modo dictatorial y con la sola finalidad de conservarlo.

Por todo ello, creo que la única interpretación posible del marxismo actualmente, es la que se da desde la perspectiva de la socialdemocracia. Reconocimiento de lo que supone socialmente la esclavitud económica de unos por otros y trabajo por sociedades donde la justicia social avanzada sea el motor que pueda eliminar al máximo posible las diferencias de clase. Todo ello en un contexto donde la contraposición de poderes se garantice al máximo como el único elemento que es capaz de permitir el grado de libertad que los humanos necesitamos. Por esto no puedo dejar de estar de acuerdo con nuestro viejo Pi y Margall, el que fuera presidente de la I República Española; personaje vinculado al federalismo que, al fin y al cabo, suponía una dulcificación del anarquismo. Pi decía que, ya que no se podía destruir el poder (viaja aspiración anarquista), lo importante era fraccionarlo tanto como fuera posible, de forma que ningún grupo tuviera la suficiente fuerza como para sojuzgar a los otros.

Por eso no me gustan los análisis extremistas de las cosas, los que tratan de buscar una explicación única de la realidad. Cuántas personas tenemos a nuestro alrededor que tienen claro todo en la vida, que piensan que si determinado partido político gobernara e hiciera callar a los que no piensan como ellos, las cosas se arreglarían. Y eso es radicalmente falso. Si los que piensan como nosotros intentan callar a los que no piensan como nosotros, se está larvando el fenómeno que hará que en un momento del proceso, también nos callen a nosotros. Por eso el barullo social es bueno, las ideas contrapuestas, que nadie pueda callar a nadie, que los grupos de presión se contrapongan unos a otros. Solo estas sociedades diversas han sido capaces de crear el caldo de cultivo donde los humanos se han desarrollado de la forma más libre y solidaria entre las posibles.

Por eso, el Che de Diarios de motocicleta no deja de representar para mi más que la figura romántica del joven que va descubriendo ciertas realidades del mundo que no le gustan en una sociedad tan terriblemente oprimida como la latinoamericana de su época. No puedo compartir su visión posterior de la guerrilla como elemento transformador. Tampoco aquello en que se convirtió la sociedad cubana, por más que mi simpatía por dicho pueblo e incluso por el impulso revolucionario que les llevó a acabar con su sumisión al imperialismo americano de la época, sean muy altos.

 

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