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No me gusta la democracia directa

Está dicho. No me gusta la democracia directa. Ahora a apedrearme. Si hace poco decía que me molaba el bipartidismo  y ahora digo esto, está claro que asciendo posiciones en el ranking de bocazas que solo dicen cosas contracorriente. Pero es que uno, con cincuenta y muchos años, no está ya para ser políticamente correcto. Una de las cosas que se ganan con la edad es la decir lo que te apetece y no aquello que la gente espera que digas.

Democracia directa

No obstante, me explicaré, no sea que haya malos entendidos. Yo soy demócrata, creo que profundamente demócrata. Al menos en el sentido que me gusta darle a la democracia y que es:

  • Un sistema que permite de forma libre elegir al poder legislativo y ejecutivo (en algunos países también el judicial) en tu ámbito geográfico con más o menos nivel de descentralización. Es decir, lo que viene denominándose democracia representativa.
  • Un ámbito de libertades civiles donde los derechos individuales se respeten de forma absoluta.
  • Un entorno de igualdad de oportunidades en el acceso a los bienes y servicios comunitarios.
  • Un entramado de seguridad jurídica que haga que los individuos no estén pendientes de que cualquier cambio de color político pueda atentar contra las normas jurídicas básicas de la sociedad.
  • Un sistema de protección de los más débiles ante las posibilidades de los más fuertes.

Pues bien, desde que alguno de los nuevos partidos ha irrumpido en la política española se ha comenzado a extender la idea de que estos sistemas democráticos tienen un importante déficit que solo un sistema de democracia directa puede eliminar. De ahí que se defiendan sistemas para la consulta permanente a la ciudadanía de los distintos temas a abordar en la gestión pública para que sea esa especie de asamblea de ciudadanos la que decida sobre los asuntos de gestión y gobierno de la cosa pública. Es ahí que se tacha de anti democrático que no se permita un referéndum sobre la independencia de Cataluña o que, por ejemplo, el Ayuntamiento de Madrid, presidido por Manuela Carmena, monte todo un sistema tecnológico para la participación ciudadana, a través del cual se nos pregunta de forma continuada acerca de nuestra opinión sobre ciertos temas. Incluso se pone a votación en qué se va a gastar el Ayuntamiento parte del dinero que gestiona. Todo esto suena muy bonito, pero ¿lo es realmente? Personalmente creo que no. Los errores o aciertos que comete el pueblo soberano cuando se somete a su albur una decisión creo que podrían ser mayores que los que comete el conjunto de personas elegidas para gestionar la cosa pública. ¿O es estamos satisfechos de los resultados de los múltiples referéndums que hemos vivido? Miremos, por ejemplo, el que ha traído el Brexit en los últimos días. Por un escaso margen de votos, una país decide cambiar su rumbo radicalmente, hipotecando el futuro de la generación joven y sumiendo a Europa en los más turbios recuerdos de su violento pasado. ¿Pueden estar los independentistas de Quebec o de Escocia satisfechos del resultado de sus consultas? Ninguno lo está y lo que desean es hacer nuevos referendums hasta obtener la mayoría de votos sobre lo que anhelan.


«¿Qué pasaría si un gobierno tomara todas sus decisiones basándose en consultas populares de estas características? Nos guste o no el resultado de su gestión, esta nunca podría ser puesta en entredicho, ya que las decisiones no parten de ellos sino del pueblo.»


Sigamos con el ejemplo del Ayuntamiento de Madrid. Yo no voté a Manuela Carmena, pero mucha gente cercana a mí si lo hizo y reconozco que parto de una cierta simpatía hacia ella. Pero la principal cosa que le demandábamos desde los barrios más populares era que el nivel de servicios que el Ayuntamiento proporciona, por ejemplo la limpieza, comenzara a ser equivalente al que se realiza para los barrios más ricos. Todo sigue igual, pasear por Villa de Vallecas o Villaverde es una experiencia poco contrastable con la de pasear por el barrio de Salamanca. Pero, eso sí, casi cada semana recibo un correo del equipo de gobierno municipal pidiéndome que vote determinada iniciativa o su contraria, o que me manifieste sobre en qué proyectos quiero que se gaste el dinero público. Y yo me pregunto, de manera independiente a lo que vote, ¿voy a estar más de acuerdo con lo que el conjunto de ciudadanos que votan elijan que con lo que decida el correspondiente concejal? Nada me lo garantiza y solo veo que esto es una interpretación algo ilusoria de la democracia. Es como si en una empresa las decisiones del día a día las tomaran los accionistas constituidos en asamblea. No, los accionistas eligen un consejo de administración, este elige un consejero delegado y ahí es donde se toman las decisiones. Obviamente ese consejo de administración o ese consejero delegado habrá sido elegido por la junta general de accionistas que lo habrá hecho basándose en el programa de gestión que para la empresa hayan presentado. Esta es la única forma eficaz que conozco de hacer las cosas, la asamblearia (aunque sea virtual aprovechando las nuevas tecnologías) no la veo adecuada. ¿Qué pasaría si un gobierno tomara todas sus decisiones basándose en consultas populares de estas características? Nos guste o no el resultado de su gestión, esta nunca podría ser puesta en entredicho, ya que las decisiones no parten de ellos sino del pueblo. Extremando la argumentación, dicho gobierno nunca saldría del poder, ya que no tendríamos demasiadas bases para criticar su gestión.


«Hay decisiones que por su trascendencia deben plantearse al pueblo y no ser tomadas solo por los gobiernos, pero mi punto de vista es que esto debería estar relegado solo a las decisiones de gran calado.»


En los sistemas democráticos debemos distinguir las decisiones políticas de las de gestión. Lo normal es que el pueblo elija a sus representantes que, como poder legislativo, fijan a través de las leyes la orientación política que la sociedad debe tomar. Esa es la parte política del asunto. Una vez determinado este marco legal, la parte ejecutiva debería ser ampliamente técnica, buenos gestores y ejecutores que se limitaran a llevar a efecto lo que el legislador ha previsto. Sé que esto es utópico. La idea de que todo el gobierno sea técnico no parece demasiado afortunada, pero que al menos la capa de Director General hacia abajo lo sea nos ahorraría mucho advenedizo que a la hora de gestionar la cosa pública carece absolutamente de competencias.

Para terminar, quisiera precisar que no estoy totalmente en contra de los referéndums. Hay decisiones que por su trascendencia deben plantearse al pueblo y no ser tomadas solo por los gobiernos, pero mi punto de vista es que esto debería estar relegado solo a las decisiones de gran calado. Además, cuando son para romper una situación de statu quo determinada, se debería exigir mayorías cualificadas, ya que por unos pocos miles de votos de diferencia nos arriesgamos a que medio país imponga un nuevo modelo organizativo social al otro medio.

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