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Paradojas políticas

A uno le invade un cierto grado de confusión cuando se para a pensar algunas paradojas políticas que surgen en nuestro panorama. Y no me refiero solo al español, sino más genéricamente, al de cualquier país de nuestro entorno occidental. Pero ¿a qué se debe esa confusión? Bueno, hay muchas cosas que contribuyen a ella, pero en este momento me gustaría resaltar especialmente una, aunque con posterioridad siga mencionando otras. Y la paradoja en la que me detengo hoy es lo extraño del casamiento de las vertientes económicas y sociales en las dos alas del espectro político.

Seguro que cualquiera de nosotros tiene en la cabeza la idea de que ser liberal en materia económica suele ir en paralelo a ser conservador en materia social [1]. Lo normal es que los mismos que defienden una fiscalidad baja dentro de un Estado poco intervencionista se opongan a la Ley de Eutanasia. En el polo opuesto, quienes abogan por una fiscalidad más amplia dentro de un Estado regulador suelen estar impulsando leyes como la mencionada.



Es decir que ser liberal en materia económica casa con ser conservador en materia social. Y ser socialdemócrata en materia económica lo hace con ser progresista en lo que a lo social se refiere. Y ¿por qué? ¿Es que alguien que crea en la ampliación de los derechos civiles de los ciudadanos no puede en paralelo, abogar por una fiscalidad baja? o ¿Es que alguien que se confiese religioso y tradicional en sus convicciones no puede abogar por un Estado regulador? ¿De dónde salen estas paradojas políticas?

Nuestro país está plagado de ejemplos a este respecto. El PP se ha opuesto tradicionalmente, incluso planteando recursos ante el Tribunal Constitucional, a leyes que ampliaban el espectro de los derechos civiles, por ejemplo la del matrimonio homosexual. En el lado opuesto, el PSOE ha manifestado su disconformidad, recurriendo también ante el alto Tribunal a la Ley de Seguridad Ciudadana del PP. Y yo no puedo dejar de preguntarme, siguiendo el refranero del gran Sancho Panza, «qué tiene que ver el encantamiento con las nalgas». O lo que es lo mismo, por qué no puede uno creer en un mejor reparto de la riqueza a la vez que es profundamente defensor del matrimonio heterosexual tal como lo ordena la Iglesia Católica. O por qué no puede uno creer ciegamente en la libre empresa y a su vez ser un convencido del derecho a una muerte digna.

Y es que parece que hay caminos trazados de antemano que indican lo que cada secta política debe o no creer, más allá de lo paradójico que esto pueda resultar. Me gustaría que el lector se detuviera un momento en este pensamiento. A mí, me perturba. Entre otras muchas cosas porque yo creo en que el Estado debe ser un ente regulador. Creo que la fiscalidad tiene que ser alta para poder practicar la justicia social. Creo que la ampliación de los derechos civiles tiene que ser un objetivo crucial de la política en las sociedades modernas. Pero también creo firmemente en la libertad de mercado y en que el bienestar de las sociedades está vinculado a la fortaleza de sus empresas.

Pero no veo muchos casos similares en quienes me rodean. Lo normal es que casi todos (con honrosas excepciones) respondan al patrón esperado. Y esto me perturba en unas ocasiones y me aburre en otras. Ello me lleva a pensar lo relevante que debe ser para nuestro mundo ampliar el horizonte intelectual de las personas. Volcarnos en hacer de todos los humanos seres que piensen por sí mismos y no al dictado de la secta de turno. Superar estas paradojas políticas parece una misión razonable para cualquiera con sentido común.

Pero no soy muy optimista a este respecto y es que, quizá volviendo con Sancho, «donde hay tocinos, no hay estacas»,


[1] Esto es así en Europa, pero no en Estados Unidos. Allí, el término «liberal» suele asociarse a connotaciones progresistas que, normalmente, se vinculan con el Partido Demócrata.

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