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Pinchahigos y la Locatigüisqui

Tenía yo una tía abuela, Bernabela era su nombre, que tenía un gran sentido del humor. Una de las facetas en las que este se mostraba era poniendo motes a cuanto bicho viviente aparecía delante de ella. Y, no sé por qué, dentro de mi faceta nostálgica y recordadora hoy han aparecido en mi cabeza estos dos motes que mi divertida tía le podía a sendos personajes de la televisión de los años sesenta. Pinchahigos y la Locatigüisqui. Ambos se los adjudicaba, respectivamente, a Franz Johan y Herta Frankel, dos de los personajes que poblaban nuestra TV de aquel momento.

Mi recuerdo de la tía Bernabela se deriva de una acción que yo solía hacer cuando tenía alrededor de diez o doce años. La acción era la de acompañar a mi abuela, Mama Lela para sus nietos, a casa de su hermana Bernabela de vez en cuando. Mi abuela vivía con nosotros en la calle Concepción Marín de Palomeras Bajas. Bernabela lo hacía con sus tres hijas, Mariana, Eufrasia y Paquita, en la calle Puerto de Costabona de la Colonia de San José. Todo dentro de aquella Vallecas fruto del aluvión migratorio de los años cincuenta y sesenta. Como consecuencia de la reestructuración del barrio, la calle Concepción Marín ya no existe, aplastada debajo del moderno edificio de la Asamblea de Madrid. Sí existe aún Puerto de Costabona, pero con aquellos edificios de entonces hoy ya derruidos.

En fin, la cuestión es que, a mis diez o doce años, mi abuela se cogía de mi brazo (yo era alto y ella bajita, o quizá encorvada ya por la edad) y allá que nos íbamos ambos a ver a la tía Bernabela y gozar de sus bromas. Era un placer ver la alegría que invadía a las dos viejas cuando se encontraban. Se sentaban ambas alrededor de la mesa camilla y allí comenzaba una infinita charla trufada de los recuerdos de ambas y de las gracias que continuamente soltaba mi tía y que arrancaban unas constantes risas en mi abuela. Qué decir ya cuando Pinchahigos y la Locatigüisqui aparecían en la pequeña pantalla. Nunca he visto a mi abuela tan feliz como en aquellos momentos.

Luego, yo me volvía a casa y Mama Lela se quedaba allí unos días hasta que volvía de nuevo a acompañarla esta vez en el camino de vuelta. No recuerdo cada cuanto tiempo, pero quizá repitiéramos esa operación todos los meses.

En el recuerdo, muchas cosas de mi abuela me llamaban la atención. Una de ellas era su capacidad para permanecer inmóvil durante horas con la mirada fija en un punto. Hoy no me sorprende el gesto. Sé que estaba mirando dentro de su memoria. Un receptáculo que nos acompaña durante toda la vida y que vamos poblando cada día con nuevos datos e imágenes a los que podemos recurrir en todo momento.

Hurgar en la memoria es algo que hacemos de forma directamente proporcional a nuestra edad. En la juventud miramos siempre hacia el futuro, un receptáculo vacío que hemos aún de llenar. En la senectud, el receptáculo ya está lleno y el futuro es incierto y corto, cada vez se desdibuja más. Por tanto, mirar al pasado, recordar, hurgar en la memoria es una de las actividades que, conforme los años van pasando, ponemos más en práctica.

Hace unos días me sorprendía una persona de noventa años que estaba pensando en tomar una decisión para dentro de dos años. ¡Madre mía! Si el futuro cuando nos acercamos a los setenta, como es mi caso, apenas si existe, con noventa me sorprende que se pueda planificar lo que se va a hacer dos años después. Y no se juzgue esto como una especie de depresión derivada de la edad. Ni mucho menos. Es la simple comprensión de que el mundo ya marcha sin que nuestra participación en él le sea relevante. Es llegado el momento de fijar la mirada en el infinito y perderse navegando en las pobladas aguas de nuestros recuerdos, al estilo de como lo hacía mi abuela.

Para terminar, con algo de humor, no me digáis que Pinchahigos y la Locatigüisqui no son motes que le adjudicaríamos hoy a algunos de nuestros políticos. Si nos movemos en el ala izquierda del espectro me vienen enseguida dos nombres del ala derecha a la cabeza. Y si nos movemos en el ala derecha, con la misma rapidez me vienen dos nombres de la izquierda que le irían al pelo. No los digo, imaginadlos y ponedle los vuestros.


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