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Populismo versus posibilismo

Estamos acostumbrados a reconocer que el lenguaje sirve para referirnos a las cosas o a las ideas sobre las cosas. Sin embargo existe otra faceta que nuestra mente no suele manejar tanto. Me refiero al lenguaje no solo como descriptor de la realidad sino como partícipe en la creación de la misma. Habremos de recordar al gran García Márquez cuando en su Cien años de soledad escribe aquella magistral frase suya: «el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». En un mundo ingenuo por su juventud el lenguaje comienza a describir las cosas. Y la percepción que el sujeto cognoscente tiene de la realidad cambia según las palabras van describiendo esa realidad.

El lenguaje, en ese sentido, es una herramienta crucial para los humanos, ya que su empleo modifica la percepción que tenemos de las cosas. El lenguaje co-crea la realidad junto con nuestros sentidos al percibirla y nuestra razón al organizarla. Conforme más conocimiento aglutina la humanidad en su memoria. Conforme la historia avanza, el lenguaje torna más compleja la trama de significados que con que la realidad se nos presenta. No hay nada simple, todo se vuelve complicado, profundo en su sentido, transido por multitud de interpretaciones. Y estas al expresarse en palabras pasan a formar parte del modo peculiar que cada generación tiene de ver las cosas.

Por eso es tan importante clarificar el sentido que tienen en política determinados términos. En este artículo voy a centrarme en un binomio que considero de radical importancia para interpretar las concepciones políticas de los distintos partidos. Se trata de un binomio cuyas dos palabras suelen ser empleadas de forma simple y sin apuntar a su correcto significado. A tenor de la característica co-creadora de la realidad, palabras como estas se usan de forma interesada a fin de fomentar estados ficticios de opinión.



En una época de fuerte comunicación, como es la que vivimos, una buena parte de los lemas que se distribuyen a través de las redes sociales tienen esta virtud reseñada. Desinforman, pervierten el auténtico significado de las palabras y contribuyen a inclinar las conciencias según el interés de quienes los ponen en circulación. Crean realidades alternativas, pero tan potentes en su mundo de ficción como las que se sustentarían en otra realidad donde su significado estuviera más claro o, al menos, mejor consensuado entre quienes lo usan.

Me estoy refiriendo al binomio populismo-posibilismo. Desde hace unos años hemos visto aflorar organizaciones a las que se les ha asignado el adjetivo de populistas. Por este término debemos entender un modo de ejercer la política que se caracteriza por lanzar propuestas que tienen una buena aceptación social pero sin explicar el camino necesario para su logro. Se trata de no mencionar los costes económicos o sociales que tendrían esas propuestas con la finalidad de encubrir la dificultad que entrañaría su consecución. Por ejemplo, una propuesta popular puede ser la de regular el precio de los alquileres, pero sin explicar las posibles consecuencias para el mercado de la vivienda que ello puede suponer. O cambiar el actual estado de las autonomías sin explicar que para llegar a esa nueva realidad hace falta un consenso social que no se puede conseguir, ya que un altísimo porcentaje del resto de las fuerzas políticas estarían en contra.

En la política española, sobre todo tras la crisis del 2008, hemos visto aparecer alguna que otra organización adjetivable como populista. Lo malo que tienen las organizaciones que hacen abundante uso de consignas de estas características es que, si llegan a tocar alguna parcela de poder, incumplen con mucha facilidad sus promesas electorales, ya que suelen ser imposibles de poner en marcha. Y ello hace que con la misma rapidez que ascendieron en el escenario socio-político, caigan del mismo.

Hay también un significado adicional para el término populista. Me refiero a lo que sucede cuando pudiendo realizar acciones en un elemento clave para una determinada colectividad se llevan a cabo en otro que será más bien venido, o sea más popular, aunque cause un menor beneficio social. Un claro ejemplo lo tendríamos al consumir una partida presupuestaria en una fiesta popular siendo que determinadas infraestructuras son deficientes y ese importe podría gastarse en mejorarlas.

Claro que hay populismos algo más extremos. Podemos considerar que la ascensión del nazismo es un ejemplo más de lo que estamos explicando. Hitler ascendió al poder con un programa que ponía en los oídos de los alemanes aquello que deseaban escuchar. Pero ya no hubo oportunidad para el pueblo alemán de descabalgar al tirano del poder. Es decir que para conseguir sus propuestas no tuvo ningún problema en romper todo el escenario de reglas del juego vigentes. Con esto quiero indicar que si el mensaje populista es peligroso en el sentido del engaño que supone, mucho más lo es cuando quienes lo sustentan están dispuestos a romper las reglas para conseguir sus fines.

Contrariamente al adjetivo populista tenemos al posibilista. Con él denotamos a organizaciones políticas que hacen del pragmatismo su seña de identidad. Es decir que apuestan por llevar a cabo actuaciones solo dentro del marco de lo factible. Lo normal, es que este tipo de partidos se vean como aburridos, burocratizados, poco atractivos en su mensaje. Sobre todo en momentos en los que la sociedad atraviesa por circunstancias en las que se requieren ciertas transformaciones. Y es respecto a esta posibilidad transformadora que podemos hablar de un posibilismo conservador y de un posibilismo reformista. El primero sería aquel que apuesta por mantener el statu-quo a toda costa mientras que el segundo sería el partidario de reformar algunas cosas aunque siempre dentro del marco de lo posible.

Quiero aclarar que con esto no me refiero al tradicional enfrentamiento entre conservadurismo y progresismo. Si estamos en un país donde la política dominante durante generaciones ha sido de corte progresista, una propuesta para adoptar determinados valores conservadores podría catalogarse como posibilista reformista. Tras cada uno de los dos términos se encuentran problemas evidentes. El populismo guarda dentro de sí el germen del engaño al electorado o de la consecución de sus objetivos por vías no sujetas al marco político comúnmente aceptado. En cambio, el posibilismo puede convertirse en un maquinaria para no cambiar nada y, en ese sentido, usarse por el poder como una herramienta para conservar el statu-quo.



Veamos algunos casos. Por ejemplo, Vox defiende un cierre fuerte de las fronteras y una racionalización absoluta del fenómeno migratorio. Eso suena muy bonito, pero es música celestial. Mientras cada vez más millones de africanos estén en la pobreza más absoluta, Europa no podrá ponerle puertas a la inmigración por más que construyamos muros o despleguemos al ejército. Se debe tener también en cuenta el contexto de la Unión Europa en el que España está inserta y los valores que dicha Unión mantiene a este respecto. No se puede crear una política nacional opuesta a dichos valores. Es así que el ideario respecto a la inmigración de Vox es irrealizable y, por tanto, su mensaje puede ser tachado claramente de populista.

Algo similar sucede con las propuestas de Podemos respecto a incrementar notoriamente la fiscalidad para lograr el fortalecimiento del estado del bienestar. Estamos ante la misma música celestial. Si se produce dicho incremento, las empresas o las personas cuyo patrimonio se vean fuertemente afectadas huirán del país para establecerse en otros cuya fiscalidad esté más en consonancia con sus intereses. No hemos de olvidar que hoy nos movemos en un escenario global. Y en ese escenario ciertas medidas de corte económico no pueden tomarse por un solo Estado. Será necesaria su coordinación con el resto de los países del entorno.

Un ejemplo de esto lo hemos visto recientemente en la reunión del G-7 y su aprobación de una fiscalidad mínima del 15% para las empresas. Esto es una política pragmática, ya que al tomarse al unísono por todas las naciones hará que su cumplimiento sea realmente eficaz. Medidas posibilistas de este tipo hacen avanzar mucho más a las sociedades que el planteamiento de utopías imposibles de llevar a la práctica.

Un último ejemplo podemos verlo en el fenómeno del nacionalismo catalán. Los nacionalistas saben que difícilmente pueden ganar su pulso con el Estado. Pero mantienen una situación de manipulación global a la población poniéndoles una realidad como posible aunque son sobradamente conscientes de lo dificultoso de su logro. Mucho más sensato por su parte sería operar como hemos visto hacer en los últimos años al nacionalismo vasco. Ellos han renunciando a esos objetivos grandilocuentes a cambio de conseguir una situación media de autogobierno que esta siendo bien aceptada por la población. Posibilismo, una vez más, frente a ideales imposibles de cariz populista.

Este articulista se inscribe como seguidor de lo que podríamos denominar un posibilismo transformador, reformista. Se trata de un ideario político que mantenga la vista puesta en la consecución de ciertos objetivos sociales. Pero garantizando que el tránsito hacia ellos se articule usando una senda clara de medidas prudentes que puedan llevarse a cabo realmente. Hay que mantener la tensión hacia utopías transformadoras, pero de forma que las rutas hacia ellas sean auténticamente transitables. Se trata de desdeñar las imágenes ilusorias que solo sirven para engañar al electorado.

El objetivo de este artículo no era otro que el de fijar el alcance de los dos términos reseñados. Se trata de que el lector sea consciente de las trampas agazapadas bajo ellos. Y de que adquiera la capacidad de evitar las redes del engaño que a su través se tejen. Si atendemos a esa función creadora de la realidad que, según se dijo al principio, posee el lenguaje, hemos de ser conscientes del enorme peligro que presentan muchas de las ideas que se nos transmiten.

Cuando determinado eslogan trata de presentarnos una visión simplificada de la realidad. O cuando los lemas de determinada organización intentan movernos hacia objetivos sin indicarnos con claridad como lograrlos. Quizá cuando el discurso de los líderes políticos nos presenta un horizonte idílico sin mencionar los costes que supondría conseguirlo. En todos estos casos, permanezcamos alerta y declinemos dar nuestro apoyo mientras no tengamos toda la información necesaria a fin de formarnos un punto de vista adecuado y actuar en consecuencia.

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