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Tranquilidad

Tranquilidad es la palabra que mejor resume la sensación inicial que
sentí al abandonar mi carne, al traspasar del mundo sensible al que no
lo es, al dejarme morir. En los minutos anteriores el dolor se transmitía
por los nervios con severos latigazos incontrolables. Desde que hace
tres meses me confirmaron la terrible enfermedad, los colores de la
vida fueron en gradación ascendente oscureciéndome la piel hasta conseguir
el tono mortecino con el que finalmente mi cuerpo se terminó
de consumir. Ángel estaba sentado a la vereda izquierda de la cama
cuando vinieron a por mí, estaba traspuesto, llevaba una semana
acompañando el despojo humano que resultaba mi cuerpo, consumido
en sudor y, por tanto, maloliente.

En numerosas ocasiones oí que perforar el umbral de la vida en dirección
al mundo de Hades consistía en un pasillo de luz infinitamente brillante,
intensamente cálido, dulcemente oloroso. Este era, según las
declaraciones de personas que regresaron al mundo de los vivos, el
túnel que conducía al lugar donde moran las almas. ¡Mentira! ¡Jodida y
puta mentira! Todo es una falacia que nos dan para relajarnos y facilitar
el enfrentamiento del retorno al cosmos de un modo menos hiriente.
Pero no hemos de culpar a nadie, no debemos buscar culpables, no
los hay. Ahí donde intentamos no viajar jamás, ahí es donde la tranquilidad
te permite vivir. ¿Hay vida después de la muerte? Sí. Claro que sí.

La vida de la relajación eterna. La vida de la muerte. Después de que
he comprendido esto mis átomos han comenzado a disgregarse. Han
tomado la dirección que les dirige hacia el infinito. Yo ya no soy yo.
¿Quién soy yo? ¿…? ¿Somos muchos? No formamos parte de una persona
concreta al tiempo que somos parte de todo. Somos un cúmulo de
partículas elementales que esperan, dispersas en los flujos de las
energías que inundan el universo, a que nuevos átomos, moléculas,
órganos, sistemas e individuos necesiten de su nimia materia para
constituirse en entidades concretas.

Necesitamos transmitir a Ángel que la vida está después de la muerte,
que debe dejarse morir. Alicia, la mujer que conformábamos antes intentaba
unirse en un sólo ser con Ángel. Ellos se amaban. Ángel aún la
ama. Está deshecho intentando contener las lágrimas durante la cremación
de los despojos materiales de Alicia. Esos que al arder nos está
liberando. Alicia ya no existe, como unidad no existirá nunca más, no
puede desearlo pues ha perdido su carácter individual y solamente
quedamos nosotras. Los amantes se fundían en el sexo, Ángel quería
llenarla, creía que penetrándola pasaba a formar parte de ella. Alicia
lo comía, lo chupaba, frenética se encajaba sobre la erección efímera
de él. Cuando él alcanzaba el orgasmo a ella le tamboreaba el corazón
a un ritmo trepidante, cuando ella lograba el zenit los impulsos nerviosos
la hacían gritar, estrujar, arañar las sábanas y quedar sumida en un
placentero sopor. Esa era la unión más íntima a la que Ángel y Alicia
llegaron jamás. ¿Cómo podemos comunicarnos con él? ¿Es posible relacionarse
con los muertos? ¿Es posible dialogar con un alma? ¿Existe el
alma? No, nosotras somos la prueba de que el alma es nuevamente un
invento de las culturas incapaces de comprender ciertos fenómenos. El
alma es el resultado de la búsqueda de la respuesta a lo incontestable.
Buena o mala es la respuesta con la que las religiones, a lo largo de milenios,
dominan las incautas mentes de los incondicionales seguidores
que, dominados por la necesidad de conocer qué ocurre tras la muerte,
con gran devoción han mantenido las costosas estructuras que las
componen. Ahora sabemos como conseguir la unión total, ahora que lo
sabemos no podemos transmitirlo. La tranquilidad que Alicia sintió va
remitiendo y, al tiempo que nos liberamos, nos vemos incapaces de
transmitir nuestro conocimiento… ahora somos parte del conjunto del
universo. Átomos, partículas, femenino, masculino… ahora es independiente el sexo, ahora volvemos a ser todo poderosos elementos capaces
de combinarnos tomando como base la casualidad.

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