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¿Quién es Diego Whitehead?

Lo primero a aclarar es que Diego es un personaje de ficción. No existe más que en mi cabeza y en la de los pocos lectores que acceden a mis novelas. Su primera aparición fue allá por 2011 en una obra cuyo título fue El solitario de Causeway Bay, obra que está descatalogada y que podrás encontrar de forma gratuita en este mismo blog. Más adelante, tuvo una intervención en la Barcelona actual (2019) para resolver un Crimen en el Call Center. Y, recientemente, vuelve a tomar presencia en mi El blues de Nolita, recientemente editada.

Diego es el inspector jefe de la Brigada de Cibercrimen de la Interpol. Se trata de un curioso personaje hijo de una diplomática española y de un pintor inglés. Esa doble vertiente en lo que a su origen se refiere le dota de una interesante visión de las cosas, la mayor parte de las veces cargada de ironía y repleta de escepticismo. Rara vez se siente más de una nacionalidad que de la otra y con ambas resulta marcadamente crítico.

Desde su juventud, influenciado, sin duda, por las profesiones de sus padres mantuvo un notorio interés por los temas culturales y artísticos. Debido, además, a la profesión de la madre, Diego ha recorrido medio mundo viviendo en distintos países y ciudades. Él se define como “un coleccionista de nostalgias”. Guarda un recuerdo vívido de todos los lugares por los que ha pasado y siente una especial predilección por ciudades como Madrid, Londres, Barcelona, Atenas, Montevideo, Hong Kong o Nueva York, lugares donde ha pasado determinadas épocas de su vida o donde ha tenido que enfrentarse a la resolución de algunos de sus casos.

Pero dejemos que sea el narrador de El solitario de Causeway Bay quien nos dé algún dato más de nuestro inspector.

“Ser inspector en la Interpol no había sido, inicialmente, el sueño de su vida, pero con los años fue comprendiendo que los sueños sobre lo que uno quiere ser no dejan de ser imágenes descoloridas que la realidad de las cosas va desvaneciendo. Siempre se vio como profesor universitario y escritor. Pero tampoco sus estudios le facilitaron las cosas; estudiar Computer Sciences en Cambridge le dejó en cierto modo marcado su próximo futuro. Primero quiso dedicarse a investigar y, así, pasó un año en la clausura del gran centro de investigación de la IBM en Bruselas. Aquello era como un monasterio de la tecnología, a varios kilómetros de la ciudad, los becarios hacían allí toda su vida. Trabajaban, comían, investigaban… Un ciclo que se repetía monótono y que terminó por aburrirle. Acabó, por tanto, su trabajo de investigación, “Crime research. A data wharehouse approach”… y salió corriendo. Sin embargo, esa larga y aburrida estancia le aportó dos cosas fundamentales en su vida; una de ellas fue que se le terminara identificando con las iniciales DWH que coincidían tanto con su especialidad técnica (el datawharehousing) como con un posible acrónimo de su nombre; la otra tenía más que ver con su futuro profesional; el departamento de reclutamiento de la Interpol le conoció a través de su trabajo y contactó con él para ofrecerle incorporarse a su centro de datos de Lyon. Aceptó, pero aquel maldito lugar se parecía bastante a la IBM de Bruselas y Diego en seguida pidió ingresar en una brigada algo más activa, la unidad de delitos informáticos. Allí sus conocimientos servían de mucho, ya que la base del trabajo tenía que ver con la investigación a través de cualquier soporte tecnológico, pero en última instancia, aquella no dejaba de ser una unidad operativa más, con policías de verdad que llevaban armas, atrapaban a delincuentes y pegaban tiros. Un par de años le costó a Diego esa formación policial de base, de la que carecía; pero finalmente se convirtió en el flamante inspector Whitehead de la Interpol. Si sus sueños iniciales acerca de lo que deseaba ser estuvieron algún tiempo alejados de la realidad, ahora comenzaban a evolucionar a una faceta que nunca antes se hubiera imaginado. A esas alturas del partido ya tenía claro que uno no elige lo que quiere ser como en un plan perfectamente trazado, nuestra vida se dirige en parte a donde queremos llevarla y en parte a donde circunstancias muchas veces ajenas a nosotros, la dirigen. Pero aquello de la Interpol no era mala cosa como plan de vida; siempre había sentido un cierto morbo por esas organizaciones policiales o de espionaje. El MI5, la CIA… se adjetivaban en su cabeza con todos los apelativos de lo misterioso.

De lo misterioso ligado además a una causa nacional. Hijo de padre inglés y madre española, él realmente no sabía lo que era. A veces sentía un cierto patriotismo por lo británico o lo ibérico, pero no iba más allá de una nostalgia más, sentida por ciudades, personas, ambientes, comidas, historias… No, decididamente, él no era un patriota. Por supuesto que Londres y Madrid estaban entre los mejores objetos de su colección. En Madrid hizo el bachillerato y en Cambridge (lo que le ubicaba frecuentemente en Londres) sus estudios superiores. Pablo Neruda decía que la patria es el lugar donde uno ha hecho el bachillerato. Desde ese punto de vista Madrid era su patria. Pero Londres tenía el fuerte atractivo de los años de juventud allí vividos, de las juergas estudiantiles, de los primeros escarceos amorosos serios. Curiosamente los viajes de un lado a otro no habían estado motivados, como en la mayoría de los casos, por aconteceres laborales de su progenitor, en este caso un inglés bohemio que se dedicaba solo a pintar, con no demasiado éxito dicho sea de paso. La causante de la trashumancia era su madre, diplomática española y sostén económico de una familia donde el padre no había llegado a aportar en su vida más que unos pocos miles de libras producto de la venta de sus no demasiado exitosas obras.

Así era Diego, producto de dos mundos que él había multiplicado hasta el infinito.”

Al lado de Diego siempre está su fiel compañera, la subinspectora de nacionalidad francesa Anette Briand. Otra ingeniera informática reconvertida a perseguidora de ciberdelincuentes. Ambos mantienen una curiosa relación donde la amistad, el respeto y quien sabe si algo más, constituyen la sólida argamasa de un equipo que ha solventado ya decenas de casos y que goza de un merecido prestigio en su institución.

Anette mantiene una actitud irónica hacia ciertos comportamientos de Diego, pero siempre dentro del respeto a su sagacidad. Como francesa, ese tinte anglo-español de su jefe no puede más que chocar con algunos de sus puntos de vista. Pero más allá de esos choques puntuales ambos mantienen una gran relación que en El blues de Nolita quizá capture el interés de los lectores.

Y si quieres conocer más sobre Diego, Anette y el resto de los personajes que pululan por El Blues de Nolita lo que te aconsejo es que leas la obra. Si la compras, tanto en su versión impresa tradicional como en su versión digital estarás colaborando con la asociación Enjipai y su trabajo con la colectividad Masai de Mfereji.


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