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Risa y subversión

Que la risa es revolucionaria, subversiva, que nos libera de prejuicios y nos saca del orden social establecido, parece algo conocido desde la más remota antigüedad. Así, al menos, nos lo cuenta Umberto Eco en “El nombre de la rosa”, haciendo referencia al libro segundo de la “Poética” de Aristóteles, que trata sobre la risa y el humor. En la obra de Eco, tratar de acabar con la risa será el objetivo de un viejo monje español, Jorge de Burgos, y todo ello dará lugar a un entramado de crímenes que, bien llevado a cabo por el autor italiano, dará pie a una de las novelas históricas de intriga más brillantes del fin de siglo pasado.

Pero, se preguntará el lector, qué tiene que ver esto con un blog donde habitualmente se habla de temas que tienen que ver con la guerra civil, sus protagonistas y la memoria y olvido de todo lo que alrededor de la misma aconteció. Paciencia, que pronto lo sabremos.

El asunto es que existe un hecho acaecido en Moscú, una vez liberada la capital de la URSS y a punto de finalizar la segunda guerra mundial, que siempre me ha recordado a la célebre novela de Umberto Ecco y ese es el que voy a reseñar aquí. La fuente del mismo se encuentra en las actas de las reuniones del Comité Central del Partido Comunista del 5 de mayo de 1944 y de la que, como continuación de la misma, celebra Ignacio Gallego, con los influyentes militares comunistas españoles que se desempeñaban en las academias Frunze y Vorochilov del ejército soviético, aquel poderoso ejército que en ese momento perseguía a los nazis para terminar de aplastarlos en Berlín. Ambas actas pueden encontrarse en el Archivo Histórico del PCE en AHPCE, Exilio, Carpeta 25.

Ambas reuniones se inscriben en el proceso de sucesión del recientemente fallecido secretario general del partido, José Díaz. Las facciones de Pasionaria y de Jesús Hernández han establecido una fuerte pugna por la sucesión y la primera ha ganado ya francamente la batalla. En dicho contexto, los seguidores de Hernández son vituperados y apartados de la dirección del partido. Aclaremos que en aquella época el partido era casa, escuela, religión, sustento… y ser apartado del mismo venía a suponer casi la muerte en vida, el ser borrado del libro de los nacidos, de los fieles a la sagrada causa que el padrecito Stalin lideraba en el mundo. Y resulta que en dicho contexto, existían dos mujeres que públicamente hacían alarde de su desfachatez contando chistes antisoviético. Una es Caridad Mercader, la madre de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, gloria de la Unión Soviética pero bastante crítica con la situación del país. La otra es Carmen Parga, una vieja conocida de los lectores de este blog o de otras historias mías. Carmen es la esposa de Manuel Tagüeña, teniente coronel del Ejército Popular de la República Española, profesor de la Academia Frunze y, durante un corto periodo, jefe de estado mayor de una división soviética en la retaguardia. En resumen, un tipo importante, dentro de los miembros del partido en ese momento.

Ante el hecho del debate entre los seguidores de Pasionaria y de Hernández, todo el mundo ha de tomar partido. El summun del peloteo se lo lleva Stepanov (el viejo representante en España de la Komintern) que confiesa “Yo puedo conocer Chino, filosofía… pero soy un enano y Dolores un gigante”. Pero el asunto del humor comienza con Líster, otro de los miembros del Comité Central, que se sabe muy amenazado por su antigua fidelidad con Hernández. Líster atacará directamente la práctica subversiva de aquel par de chistosas antisoviéticas, “hemos cortado, en todos los lugares, toda clase de chismes y conversaciones, lo que nos ha valido a nosotros también pasar a la categoría de ‘lacayos’. En nuestra cara nos lo han dicho. Y para que os agarréis. Nos lo han dicho dos mujeres, con el mismo lenguaje y con la misma ligazón a la misma persona [Enrique Castro, otro de los purgados con Hernández]. La Mercader y la mujer de Tagüeña”. El miedo que les da a estos sesudos caballeros el hecho de que dos jocosas damas pongan en tela de juicio la realidad del PCE en el exilio y de la misma URSS, hace que la argumentación termine con la sentencia de Pasionaria: “En relación a los chistes… Hay que terminar con estos procedimientos. Yo pido a los compañeros que tengan firmeza suficiente para cuando salen chistes, ironías y frases mordaces, cortarlas sin vacilación”. Tagüeña se verá precisado, pues, a pedir a su mujer que se modere en su afán chistoso.

Impresionante. El partido que más ha luchado contra el golpe militar en España, el que más muertos ha dejado en el campo de batalla, durante su exilio en la URSS se ha convertido en una maquinaria burocrática que persigue de forma singular la disidencia. Y Pasionaria, al igual que el viejo monje español de la novela de Eco, prohíbe la risa.

Y es que, amigos, la risa es liberadora. Cuando muchos me preguntan cómo pudo el pueblo español soportar los largos cuarenta años de la dictadura franquista, siempre contesto lo mismo, que por la risa. Porque los españoles, en los bares, en las calles, cuando se reunían en corrillos de amigos íntimos, se reían de Franco, de la Falange y del arzobispo de Mondoñedo si era necesario. Con la risa pasaban mejor el hambre y las privaciones y cada vez que zaherían al dictador o a sus apoyos se sentían liberados de la mierda cotidiana en la que habían de vivir.

Yo no soy especialmente sarcástico, pero reconozco que descojonarme de alguna que otra actitud que veo a mi alrededor es lo único que me ayuda a no cortarme las venas cada día.

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