La actual situación de crisis está comenzando a cambiar de forma dramática el rostro de nuestra europea sociedad del bienestar. Hechos como la nueva reforma laboral planteada por el PP en España, u otros similares que ocurren en Europa, son un claro indicio de que caminamos hacia un escenario mucho más parecido al que tradicionalmente se ha vivido en USA. Mayor desprotección del trabajo, liberalismo a ultranza en las relaciones entre empleador y empleado, etc. Esto resulta lamentable ya que se parte del principio teórico de que el trabajador y el empleador están nivelados en cuanto a su fuerza en cualquier proceso negociador. Y esto no es así, el trabajador suele ser la parte débil y el empleador la fuerte.
Y no es que yo quiera hacer ahora un discurso sindicalista. Nada más alejado de mis pretensiones. Soy empresario y parto del punto de vista que los sindicatos actualmente tienen más interés en defender sus propios intereses corporativos, o los de la élite de trabajadores industriales donde tradicionalmente ha estado su filón de afiliados, que los de los desempleados, los subempleados, los jóvenes en paro, etc. A lo que voy a referirme en este breve escrito, es a que creo particularmente que estamos tratando de resolver los problemas con medida equivocadas. Es posible que en unos años, la actual crisis haya bajado su intensidad y que una parte de las personas que en este momento no acceden al empleo hayan podido hacerlo. Pero dudo que esa enorme suma de más de cinco millones de desempleados que hoy no pueden acceder al trabajo haya podido reubicarse. Y es que olvidamos que más allá del escenario coyuntural (burbuja inmobiliaria, crisis financiera, etc.) existe otro estructural bastante más preocupante. Se trata de que en los últimos treinta años se han incorporado al mundo de la competencia industrial una ingente cantidad de trabajadores asiáticos que ahora reivindican su derecho a participar del reparto global de la tarta pero con unos costes notoriamente más bajos que los nuestros. Será, pues, muy difícil que recuperemos ese idílico escenario de salarios medios altos y sociedad cercana al pleno empleo. Ahora hay unos cuantos miles de millones de personas que hacen las cosas a mucho menor coste que nosotros y con los que no nos queda más remedio que competir.
No estoy de acuerdo con el enfoque que el gobierno está haciendo de la crisis para llevarnos a un escenario ultraliberal en el entorno del trabajo, pero tampoco estoy de acuerde con esa recuperación del paraíso perdido de trabajadores industriales bien pagados y en condiciones absolutamente estables; simplemente no está en manos de nadie recuperarlo ya, por más que muchos sigan empeñados en ello.Sentado todo esto, yo creo que no queda más remedio que hacer un diferente reparto del trabajo y su fruto, el salario. Está pervertida sociedad cada vez agranda más las diferencias entre el trabajador estable y bien pagado y los desempleados, o quienes no logran ubicarse en ese entorno laboral soñado, y se mueven en la precariedad y los bajos sueldos. Por eso, artículos como el del profesor Francisco Errasti en El País del día 29 de marzo, proponiendo una bajada salarial para facilitar el acceso al trabajo de todos, está, desde mi punto de vista, en el camino correcto. Errasti propone algo así como que las empresas pudieran pactar con sus trabajadores una bajada, por ejemplo, del 10% de sus salarios y que se vieran obligadas a emplear dicha cifra en crear empleo nuevo. Seguro que hay muchas más medidas como esta que podrían ocurrírsenos. Si ponemos la solidaridad en la base de nuestro razonamiento y partimos de que es más deseable que trabajen 3.000 personas a 1.000 € que 1.000 a 3.000 €, seguro que avanzamos y vamos acabando con esa lacra actual del desempleo.
Escenarios como el de obligar a las empresas a la reinversión, gravando fuertemente el reparto de beneficios y ampliando la desgravación fiscal por la reinversión de los mismos, sobre todo si se produce generación de empleo, seguro que nos ayudarían también a mejorar las cosas. Cuántas medidas imaginativas podríamos introducir para evitar que el estado del bienestar se nos caiga a pedazos. Por qué bajar el nivel de servicio, por ejemplo, en sanidad o educación, si lo que tenemos que perseguir es el mal uso de estos servicios. Por qué, por ejemplo, penalizar a todos los que estudian en la enseñanza pública universitaria y no hacerlo solo con quienes no aprovechan sus estudios y repiten años sistemáticamente. Si la sociedad te da la oportunidad de estudiar y no la aprovechas convenientemente, págate tus estudios, pero no hagas gravitar tus costes sobre los que realmente lo necesitan. Por qué facilitar iguales beneficios sociales a los que más tienen que a los que menos tienen. Seguro que existen multitud de servicios públicos a los que el acceso tendría que estar limitado solo a quienes no puedan pagarse los privados.
En fin, que si ponemos el norte de la solidaridad, por supuesto unido siempre al del esfuerzo, como guía de la actuación para salir de la crisis, seguro que lo logramos mejor que con las medidas con las que nuestros gobernantes van dando palos de ciego cada día.