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Tal como éramos

Recientemente ha comenzado a operar una nueva plataforma de cine online, FlixOlé. En ella podemos encontrar un amplio repertorio del cine clásico español, muchas series, documentales, cortos… En fin, como en Netflix o HBO pero ceñido a la producción audiovisual española. Dado el buen contenido (abundante, aunque aún no tanto) y el atractivo precio (2,99 € / mes) decidí apuntarme. Cómo renunciar a ver esas películas monumentales de Saura, de Victor Erice, de José Luis Borau, de Mario Camús, de José Luis Cuerda, de Jaime de Armiñán y de tantos y tantos otros. Y es que el cine nos muestra como fuimos, es un espejo en el que mirarnos a nosotros y a nuestra generación. Por eso nos resulta tan atractivo ver obras ambientadas en momentos de tiempo que hemos vivido o que cuentan historias por las que hemos pasado. En fin, la cuestión es que he visto (recordado en la mayor parte de los casos) en las últimas semanas bastantes de esas películas y alguna serie. Y lo que quería remarcar en este artículo es el cambio en cuanto a muchas de nuestras opiniones, principios actuaciones y valores, tal como los percibíamos en los años ochenta y cómo los percibimos hoy. El tal cómo éramos de la genial película de Sidney Pollack pero vivido en primera persona.

Tal como éramos

 

Y para ello voy a hablaros de una película y de una serie. La película es una obra magistral de 1980, se llama El Nido y su director es Jaime de Armiñán. Está protagonizada por un Hector Alterio en su mejor momento como actor y por una Ana Torrent que, a sus trece años, ya era una consumada actriz tras pasar por otras geniales obras de unos años antes, como El espíritu de la colmena de Victor Erice, uno de los más grandes, y menos prodigados, directores de cine español. La serie es Brigada Central, una no demasiado brillante producción del año 1989, aquella feliz época en que solo teníamos dos canales de televisión. Su director es Juan Madrid, un novelista metido a labores cinematográficas que hizo con la serie un trabajo de ir tirando sin demasiadas estridencias. El asunto está protagonizado por un incipiente Imanol Arias casi en los inicios de su carrera, haciendo el papel de Flores, un curioso inspector de raza gitana. Le acompañan un amplio plantel de actrices y actores, muchos de los cuales siguen siendo treinta años después, usuales de muchas de nuestras series televisivas.

No dejéis de ver El Nido si es que aún no lo habéis hecho, pero podéis ahorraros Brigada Central, aunque, si tenéis tiempo, verla es una buena lección de historia. Yo las emparejo porque en ambas he encontrado valores y conductas de aquella tan traída y llevada década de los ochenta que hoy serían absolutamente inaceptables.

Partamos de El Nido. Hector Alterio es un hombre culto, maduro y solitario que vive en una casona de entorno rural. Se trata de un lugar que existe realmente, en Sequeros en la Peña de Francia (Salamanca). Lo tengo tan localizado porque en aquella época en la que yo tenía poco más de veinte años, me encantaba la casa y la pletina de carrete abierto en la que el hombre escuchaba continuamente música clásica. Yo quería entonces vivir en un sitio así, aunque ni de coña podía permitírmelo. Pero como me atraía lo busqué en una de mis excusiones a la zona. Y tengo que decir que ese árbol deformado por el viento y la casa aneja son tan espectáculo real como cinematográfico. Pero volvamos al meollo. La cuestión es que nuestro solitario personaje se enamora (platónicamente, claro) de la escolar Ana Torrent, que le persigue y establece con él una cierta relación de dominación. ¡Santo Dios! Un vejestorio manteniendo relaciones (aunque no sexuales) con una niña de trece años que, además, es hija de un guardia civil flojo, maltratado por su jefe de puesto, un Agustín González tan gallardo y buen actor como siempre. Y, además, la película no hace ningún juicio de valor sobre la actitud del protagonista. Digamos que el director hace un canto al amor, a pesar de esa diferencia de edad. ¿Sería esto hoy posible? Yo creo que nadie se atrevería rodar algo similar. Le lloverían las críticas por todos sitios. Y ¡ojo, que os estoy viendo venir! No quiero defender esa situación como algo plausible. Lo que sí quiero es apuntalar la libertad del creador para asomarse a los más recónditos lugares del alma humana, por más que lo que salga de ahí esté en contra de las opiniones comunes o los valores dominantes de cada sociedad, de cada época.

Y sigamos con Brigada Central. La cuestión es menos profunda, pero no por ello menos interesante. Resulta que la madera que la serie refleja (la policía aún llevaba el uniforme marrón) no se cohíbe demasiado a la hora de saltarse ciertas normas. Matan a mansalva, registran domicilios sin orden judicial, pegan a sus mujeres. ¡Sus mujeres! La representación que hace la serie del sexo femenino hoy sería imposible de digerir. Supeditadas a los hombres, en sus roles más marcadamente sexuales. Algo se atisba de modernidad en las dos agentes del grupo, pero tan alejado de la visión que hoy el mundo del cine transmite de la mujer, que da pudor ver lo que allí se muestra. Ni que decir tiene que se fumaba en toda ocasión y lugar, en el trabajo, comiendo, en casa, delante de los niños… Y qué decir ya del tratamiento de la homosexualidad. Resulta que uno de los policías de la Brigada tiene cierta fama y su jefe (el gitano Flores) le pide que se confiese realmente porque lo que él quiere es ayudarle (¿ayudarle a qué?). El bueno de Imanol se lleva un alegrón del carajo cuando el sujeto en cuestión (un José Coronado más que tierno) le confiesa que ha tenido relaciones con algún chico pero que lo mejor para él ha sido su relación con una mujer. A Flores le entra una gran alegría al oír esto y para celebrarlo se lleva a su subordinado de putas a fin de que el resto de los miembros de la Brigada sean conscientes del error en el que estaban y de lo machote que es su compañero. ¡Horror! Es cierto que hay mucha historia cinematográfica de corrupción policial, de policías en el borde la legalidad, al estilo de Harry el sucio, etc. Pero lo que sucede con Brigada Central es que, en ocasiones, no parece contraponer dos formas de actuar la policía, una correcta y otra incorrecta. Lo que muestra es lo que hay. Y eso no deja de llamar la atención cuando las series actuales nos muestran a una Policía o a una Guardia Civil absolutamente ejemplares.

Cómo hemos cambiado en estos treinta años. En unas cosas para bien y en otras para no tan bien. Pero el cine es nuestro reflejo, nos muestra tal como somos y tal como éramos. Y está bien someternos a este ejercicio para evaluar los cambios sociales y poner cada cosa en el lugar que le corresponde.

 

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