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Te destruiré

Te destruiré

Cólera

¡Dios! Estaba realmente cabreado. Sergio salió de la habitación del hospital enfurecido. La emprendió a golpes con las sillas del pasillo y de un manotazo tiró al suelo los guantes, las gasas y todo lo demás que había sobre el carrito de las enfermeras. ¡No había derecho! Ya pasaba más de una semana desde que Inés estaba ingresada y los médicos no lograban que se produjera la mejoría esperada. Realmente ni siquiera habían sido capaces de llegar aún al diagnóstico adecuado. La cuestión es que Inés empeoraba por momentos. La fiebre la consumía y apenas era capaz de mantenerse consciente.

Un odio profundo lo dominaba. Odio a todo lo que sucedía en aquel hospital, a las enfermeras, que solo lo echaban cada dos por tres de la habitación; a los médicos, de los que no obtenía una explicación razonable… Y, sobre todo, a él. A aquel doctor que parecía ser el que dirigía el equipo. Aquel con el que apenas conseguía intercambiar algunas palabras cada día y del que hasta ahora no había logrado ni una sola explicación razonable, solo que había que dejar pasar el tiempo.

Y mientras, su Inés se moría. Llevaban solo un par de años juntos. Se conocieron en la empresa donde ambos trabajaban. Inés era una de las ingenieras de producto y él trabajaba en marketing. Ambos debían mantener reuniones periódicas para que los responsables de diseño les contaran a los de marketing cómo iban a ser las nuevas características de los productos. Desde el principio se fijó en ella. Su modo de exponer su punto de vista era apasionado, su cuerpo se tensaba para hacerlo, el rictus se le crispaba cuando percibía que no estaban entendiendo lo que quería transmitir. Enseguida congeniaron. Pronto comenzaron a salir y de ahí a vivir juntos no hubo más que unos pocos meses de distancia.

Todo hasta que llegó aquel fatídico día. Era domingo por la tarde, estaban en casa viendo una película. Inés se levantó del sofá para hacer no sabía qué. Dio dos pasos y cayó al suelo inconsciente. El miedo lo invadió todo. En cuanto pudo reaccionar llamó a una ambulancia y se la llevaron a Urgencias. En un par de horas había abandonado el estado de inconsciencia, pero su estado general era malo, sus indicadores vitales proporcionaron a los médicos indicios de que algo no iba bien. Pruebas y más pruebas. Escáneres, resonancias, análisis. Días y días sin que nadie pareciese encontrar una explicación lógica para lo que pasaba.

Y ahora, tras una semana, todo seguía igual. Y allí estaba él con su orgulloso título de jefe de servicio en el identificador de la bata. Dr. Gonzalo Lozano Rivas. ¡Mierda! Javier ya no sabía qué hacer. Estaba agotado tras noches sin dormir en una cama y aquel estúpido era incapaz de encontrar lo que le pasaba a su Inés.

Se dejó caer en un asiento del pasillo sujetándose la cabeza entre las manos y casi evitando el llanto. El miedo a perder a su novia se mezclaba con la cólera contra quienes no estaban haciendo lo necesario para salvarla. Oyó una notificación en su móvil. Una chorrada de LinkedIn, no hizo ni caso. Pero, de repente, algo se iluminó en su mente. Cargó LinkedIn y buscó el perfil de Gonzalo Lozano Rivas. Allí estaba. Médico internista, Jefe de Servicio en aquel hospital. Un buen curriculum, artículos, miles de contactos, recomendaciones de expertos de todo el mundo… ¡Qué bien! Tan célebre y no era capaz de solucionar el problema de Inés.

Adiós

Todo fue rápido finalmente. Aquella noche tuvo otra crisis, perdió de nuevo el conocimiento y el corazón comenzó a latirle demasiado rápido. En pocos minutos tuvo una parada cardíaca. Lo echaron de la habitación y al instante aquello se llenó de médicos y enfermeras manejando el carro de paradas. EL tiempo duraba una eternidad. Las órdenes de los médicos se oían desde fuera. No pudieron reanimarla. Inés murió aquella noche y Javier perdió su más sólido asidero con la vida.

Lo siguientes días fueron duros. El entierro, la familia. Estaba como sonámbulo, adormecido. Le habían dado algunos calmantes y solo hubiera querido permanecer dormido un siglo, quizá también morir para no sentir el dolor.

Como no se había podido llegar al diagnóstico de la situación hubo que hacer la autopsia. El resultado fue que Inés padecía una extraña dolencia cardíaca, algo que no pudo ser encontrado por los médicos para salvarle la vida a tiempo. El odio de Javier hacia el equipo médico que trató a Inés tomaba ya unos tintes patológicos.

La mentira

¡Lo iba a pagar! Aquel orgulloso jefe de servicio iba a pagar por lo que había hecho. Cuando la mente de Javier comenzó a tener claridad (o quizá oscuridad) de ideas, el odio se fue multiplicando en ella. Ya no se conocía a sí mismo, era solo alguien cargado de odio al que ya nada le importaba. Diseñó su plan con precisión. Gastó horas en en pensar todos los detalles, catalogar los riesgos y pensar las acciones a llevar a cabo. Aquello mantenía su mente ocupada y le sacaba del estado de depresión en que la muerte de Inés lo había sumido.

Así fue pergeñando su mentira. Se creó algunas direcciones ficticias en Gmail y con ellas abrió perfiles falsos en LinkedIn. Sabía que era allí donde el doctor mantenía su prestigio profesional, por tanto sería allí donde atacaría. Gastó horas en buscar información en la web para redactar unos cuantos casos ficticios donde pacientes inventadas denunciaban abusos sexuales por parte del jefe de servicio. Todo mentiras bien construidas para que parecieran creíbles. Gastó semanas en ello, contrastó al máximo lo coherente de la información que escribía. Y, finalmente, lanzó el ataque. Comenzó a publicar las historias asociándolas al perfil del médico. Enseguida llegaron las respuestas por su parte negando todas las situaciones. Pero el tema iba funcionando, cada día perdía seguidores y contactos. Sus respuestas a lo que Sergio iba publicando cada vez eran más agrias.

Pero lo peor vino cuando el tema saltó de la más moderada LinkedIn a las más populares Facebook y Twitter. Sergio había creado en cada red más de veinte perfiles falsos de jóvenes pacientes, algunas incluso menores de edad, que denunciaban de forma cruda las situaciones de abuso. Allí el fragor del debate tomó ya unos tintes de vértigo. Muchas personas ajenas ya a los perfiles falsos comenzaron a lanzar también acusaciones sobre el médico. Salvo en la sorpresa de los primeros días, Gonzalo Lozano dejó de contestar a sus acusadoras. Pasada ya incluso esa fase, cuando se contaban por miles los retuits y la información compartida en Facebook, el médico dio de baja su perfil en todas las redes. Sergio lamentó aquel apagón informativo, ya que para él suponía dejar de percibir cómo aquel a quien tanto odiaba se resentía por el debate que su mentira había suscitado. Con el tiempo se fue enfriando su deseo de venganza. Inés fue convirtiéndose con el paso de los meses en una leve sombra que se introducía en sus pensamientos con constancia, pero sin la amargura de los primeros días. El tiempo iba cauterizando las heridas.

La verdad

Era médico, conocía la técnica. Tenía acceso a los medicamentos necesarios. Sí, esa era la salida. No cabía otra. Aquello tenía que terminar. Su vida estaba destrozada y lo más grotesco era que no sabía por qué ni por quién. Lo cierto es que aquella campaña de mentiras en las redes sociales había terminado con su carrera, con su matrimonio, con sus relaciones de amistad, con todo. No había conseguido que nadie le creyera. Algunos simulaban entender sus razones cuando las exponía; ponían cara de circunstancias pero terminaban alejándose.

¿Quién o quiénes podrían haber articulado todo aquello? Solo lo hubiera podido averiguar si la policía le hubiera creído cuando denunció la campaña de acoso a la que se veía sometido. Pero tampoco le creyeron. Se limitaron a registrar la denuncia y casi pudo dar gracias de que no lo detuvieran a él. Claro, ¡cómo lo iban a detener! Si todas aquellas personas eran falsas, no existían, eran personajes de ficción y los personajes de ficción no pueden poner denuncias.

Los dos peores momentos vinieron cuando su mujer decidió abandonarlo y el día en que el director del hospital le comunicó que prescindían de sus servicios. De nada valieron sus alegatos indicando que todo aquello era mentira, que solo tenían que investigar para descubrir la falsedad que se escondía bajo toda aquella campaña. Pero no lo hicieron, todos tiraron por el camino cómodo. Por la ruta de quienes deciden quedarse con las explicaciones simples, solo por el hecho de que se difunden a través de una red social. ¡La verdad! Cómo podía encontrarse la verdad en este mundo donde la confusión se distribuía a la velocidad de la luz.

Y no merecía la pena seguir viviendo en un mundo donde la verdad ya no tenía cabida. Por ello abrió la ventana de par en par y se sentó frente a ella mirando la multitud de luces del tráfico en la gran avenida que había frente a su casa. Respiró hondo y se tragó la píldora acabando su último vaso de agua. Cerró los ojos y se preparó para pasar a la desconocida orilla donde quizá la verdad tuviera algún sentido.

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