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¿Volvemos a fabricar en casa?

Hace ya décadas que el mundo industrializado (USA, Europa, Japón) comenzó a externalizar la manufactura de sus procesos productivos para llevarlos a lugares donde la mano de obra fuera más barata que en sus países de origen. La idea era quedarse con los procesos de valor añadido (ingeniería, diseño…) y ceder a terceros los que requerían capacidad de mano de obra poco cualificada. Dejamos de fabricar en casa para hacerlo en la del vecino pobre. Esto, que parece tan usual en nuestras actuales vidas, ha constituido para el mundo, probablemente, la mayor revolución que la humanidad ha sufrido desde la sedentarización del Neolítico.

Fabricar en casa

 

Cuando comienza este proceso tenemos un Occidente (por generalizar de algún modo) rico y un Oriente pobre. O lo que es lo mismo, algo menos de 1.000 millones de personas controlan los recursos del planeta mientras que el resto de la población mundial vive bajo mínimos. Cuando las multinacionales industriales y tecnológicas comienzan a deslocalizar sus procesos de menor valor añadido a Oriente, fundamentalmente a China, la situación comienza a cambiar. El impulso a la deslocalización tiene su origen en cuestiones como:

  • Los menores costes de la mano de obra en los países hacia los que se deslocaliza.
  • La menor complejidad de no tener que gestionar plantillas propias extensas para procesos que, en principio, no aportan demasiado valor a la compañía.
  • El hecho de llevar fuera los procesos de producción más «sucios», alejando así problemas medioambientales.
  • El estadio de menor protección laboral de los trabajadores en los países hacia los que se deslocaliza. Esto hace que el menor coste no solo se ligue a salarios más bajos sino también a condiciones laborales menos reguladas.

«La disminución de los costes de producción hace que las compañías bajen sus precios para competir mejor y eso fuerza al resto de los agentes, aun no deslocalizados, a seguir el mismo camino.»


 

Una vez que comienza el proceso se torna algo imparable. La disminución de los costes de producción hace que las compañías bajen sus precios para competir mejor y eso fuerza al resto de los agentes, aun no deslocalizados, a seguir el mismo camino. Operar en el mercado se vincula a una estrategia low cost que solo puede mantenerse abaratando los costes de producción externalizando el proceso.

Pero conforme se profundiza en esta dirección surgen algunas consecuencias importantes. La primera de ellas tiene que ver con cómo se mueve el flujo de capitales en el mundo. Podemos considerar que en el proceso productivo tradicional un 70% de los costes pertenecen al importe del trabajo y un 30% a las aportaciones de capital. Al externalizar podía haberse producido un aumento de las rentas de capital derivado del mayor beneficio empresarial que suponía el hecho de fabricar más barato. Esto no se consigue del todo, ya que la tendencia al low cost reseñada ha hecho que ese ahorro no fuera directamente al beneficio empresarial sino que siguiera otras rutas. Pero, no obstante, aun considerando que 20 unidades monetarias más, por ejemplo, pasaran del trabajo al capital, aún tendríamos el hecho de que después de externalizar, un 50% del flujo monetario se deriva hacia el pago de salarios en Oriente y deja de fluir hacia los países occidentales. Estamos, además, ante un trabajador austero, ahorrador. La consecuencia inmediata es que las grandes masas monetarias se desplazan a Oriente, de forma que países como China se capitalizan enormemente mientras que en Occidente, otros como Estados Unidos sufren un fuerte proceso de descapitalización. Los fondos chinos se convierten así en los principales acreedores de los países industrializados occidentales. Gran paradoja, los pobres de bajos niveles de renta se convierten en quienes tienen en su mano el dinero que mueve al mundo.


«…en este momento sociedades como la india o la china tienen más ingenieros titulados que las occidentales y, mucho más duchos en las materias prácticas necesarias para la producción.»


 

Pero hay más. Vayamos a una segunda gran consecuencia. Llevar la producción a Asia hace que los países afectados desarrollen fuertemente su economía al contar con más recursos. Así, pues, naciones como China han pasado de ser un país con enormes masas de población empobrecida a ser la segunda potencia mundial. No solo los trabajadores contratados por empresas occidentales han pasado a incrementar el número de personas en el mundo de clase media o cercanas a la clase media, sino que, además, el hecho de contar con más dinero para infraestructuras, desarrollos industriales, etc. ha hecho que estos países desarrollen otros sectores económicos propios o que se conviertan en altamente competitivos en los mismos sectores que occidente deslocaliza. Se convierten así en potencias industriales de primer orden que compiten en todos los mercados con aquellos otros que en su día les llevaron su manufactura. El desarrollo económico lleva consigo también una enorme mejora en el proceso educativo. Así, el esquema que pensaron los países industrializados, en el sentido de dejar en sus sociedades el diseño y la ingeniería y llevar a Asia la manufactura, se cae en tanto que en este momento sociedades como la india o la china tienen más ingenieros titulados que las occidentales y, mucho más duchos en las materias prácticas necesarias para la producción.

Sigamos analizando consecuencias. Los países que han llegado ya a ese nivel son ahora potencias competitivas enormes y su presencia en los mercados mundiales hace que se hayan abaratado los costes de muchas industrias. De este modo, para competir ahora, las compañías occidentales tienen que bajar sus costes si quieren seguir plantando cara a las orientales. Bien es cierto que en paralelo, economías como la china han subido fuertemente los niveles salariales y que, por tanto, el coste de la producción es allí ahora más alto. Pero aún, entre la diferencia que queda más el ecosistema de producción que se ha generado en estos países, resulta difícil competir con ellos, lo que redunda en la crisis económica que sufren los países occidentales. Oriente es capaz de producir más barato y tiene los recursos financieros necesarios. Oriente crece y Occidente entra en una crisis profunda al caerse su modelo. Esos 1.000 millones de personas con acceso a los recursos ahora se han multiplicando apareciendo un par de miles de millones más. Ahora la competencia en el planeta es mucho mayor y, por tanto, esa situación de privilegio de la industria occidental desaparece, los empleados occidentales pagan fundamentalmente el pato de esa nueva competencia, los regímenes con potentes estados del bienestar se deterioran, surgen nuevos extremismos con la pérdida de posibilidades económicas.

Y seguimos con las consecuencias. Somos descendientes del homo faber. Aunque ciertamente hay una evolución de la humanidad derivada del lenguaje y del desarrollo cerebral, no lo es menos, que nuestra manos, nuestra capacidad de fabricar con ellas están también a la base de nuestro camino. Y llevando la manufactura a Oriente, los occidentales estamos perdiendo fuertes capacidades a este respecto. Para desarrollar esta argumentación recomiendo la lectura de Vaclav Smil, un autor checo-americano al que conocí a través de las referencias que a él hace Bill Gates, para el que resulta una de sus autores favoritos. Entre otros muchos temas, Smil habla del daño que el abandono de la manufactura está haciendo en el mundo occidental. La pérdida de la capacidad de operar con nuestras manos, de la habilidad productora del hombre está deteriorando muchos aspectos de nuestras sociedades. Estas competencias se han ido a Oriente y en casa apenas si podemos ya encontrar personas que puedan hacer cosas productivas a través de la manufactura. Nos orientamos solo a procesos de diseño e ingeniería y estamos destruyendo nuestro mundo por esta reducción del foco.

Resulta triste ver como nos orientamos hacia un tipo de sociedad donde solo los que aportan un gran valor añadido al proceso de producción (tecnólogos, ingenieros, gestores…) pueden permitirse un nivel de vida razonable. Las personas menos ligadas a procesos intelectuales parecen quedar limitadas a formar ese gran ejército de parados a los que Occidente terminará dándoles un pequeño entorno de supervivencia con cosas del estilo de la renta básica de inserción. Pero eso nos llevará a una división de clases terrible, a una sociedad absolutamente polarizada entre los que tienen todas las herramientas necesarias para acceder a los recursos y quienes solo pueden permitirse sobrevivir y ni siquiera por su propio esfuerzo, lo que les hundirá aún más como personas.

Tenemos la obligación moral. como sociedad, de cambiar este horizonte. Cuando nos quejamos de que nuestros programas educativos no contienen la suficiente dosis de temas técnicos no debemos olvidar también que necesitamos también volver a desarrollar la manufactura para dar oportunidades laborales a ese gran ejército de parados sin demasiada cualificación profesional. Por más que lo soñemos, tardará en llegar un mundo en el que los robot nos sustituyan en todas las operaciones. Incluso entonces habrá personas capaces de construir robots y otras que no lo serán. Y todos somos seres humanos y todos nos merecemos un mundo que nos permita desarrollarnos de forma equivalente.

Hay que volver a traer la producción a casa. El empuje a las economías orientales ya se ha realizado. La deslocalización ha ayudado a desarrollarse a una enorme parte del mundo. Falta camino por andar, pero ahora toca ocuparnos de adecentar de nuevo nuestra casa. Tenemos que desarrollar nuestras habilidades como homo faber, dar a una parte de nuestra gente la posibilidad de trabajar en entornos manufactureros y no sobreviviendo a través de rentas básicas de inserción. En España esto es mucho más necesario que en otros países europeos. Nuestro desempleo es más alto, tenemos a una gran masa de exempleados de la construcción a los que les debemos una salida profesional. Sin olvidar que tenemos que seguir creciendo en la ingeniería, no podemos negar que volver a traer la manufactura a casa es un imperativo moral.

 

 

 

4 comentarios en «¿Volvemos a fabricar en casa?»

    1. Foto del avatar

      Gracias Lorenzo. En parte lo vamos consiguiendo, con la impresión 3D y la robótica, con una buena dosis de responsabilidad vuestra, en la fábrica de BQ en Navarra. Pero nos queda mucho camino por recorrer para llevar el asunto a otros temas más cercanos a la electrónica de consumo. No será fácil, pero deberíamos intentarlo.

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