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Adversus Rouco

Asco. Miedo. Antipatía…

¿Cuántos adjetivos más podemos emplear para describir la cara de monseñor Rouco Varela en su homilía del décimo aniversario de los atentados del once de marzo. Si esa es la cara amable de la iglesia que quiere acercarse a los pobres, a los desventurados, a  los débiles, yo solo deseo salir corriendo, no sea que tenga pesadillas nocturnas soñando que monseñor me persigue con la tea de churruscar Sodoma (Krahe dixit).

Yo no soy católico, pero siento una profunda simpatía por los católicos de base, por esos que, de verdad, viven su religión, bien sea en lo profundo de su alma, como un sistema de búsqueda de la perfección personal, bien sea  manifestándola en un continuo vivir para los demás. Hay muchos de estos y eso hace que no me apene demasiado cuando aparecen personajes como el señor Rouco, que solo ha contribuido, en sus años de dirigir la iglesia española, a la separación y al odio entre todos nosotros. Siempre planteando cuestiones negativas para nuestra sociedad, hablando en contra de los homosexuales, del laicismo, del derecho de la mujer sobre su cuerpo… y siempre defendiendo los intereses de la iglesia, tanto los más mundanos, intentando preservar su fuerte presencia en el mundo de la educación en España, como los más abstractos, intentando mediatizar a los gobiernos para que cualquier norma civil tuviera que postrarse antes los ideales de la arcaica clerecía a la que monseñor representa.

Pero sentado todo lo anterior, que ya es para criticarle largamente, lo dicho en la homilía del once de marzo raya ya con lo detestable.

 «Murieron, sufrieron y sufrimos porque hubo alguien, hubo personas, que con una premeditación escalofriante estaban dispuestas a matar inocentes, a fin de conseguir oscuros objetivos de poder»

 

Ahí queda. Claro, alguno al leerlo podría pensar que se está refiriendo a los militantes de Al-Qaeda que perpetraron el atentado terrorista; pero no parece que estos sean el destino de sus iras, ya que no procede que ellos persiguieran “oscuros objetivos de poder”. El dardo se lanza para apuntalar la más alocada teoría de la conspiración, como si alguien hubiera fomentado o al menos permitido los atentados para conseguir, por ejemplo, ganar las elecciones del 14-M. O sea, el viejo y turbio asunto de poner al PSOE, y más concretamente a su (desde el punto de vista de cierta derecha) Maquiavelo redivivo, el señor Pérez Rubalcaba, como el autor intelectual de estos atentados. Quién sino podría perseguir esos “oscuros objetivos de poder”.  ¡Dios mío!

Yo lo que recuerdo del once de marzo, difiere bastante de lo sugerido por el señor Rouco. Recuerdo una mañana de finales de invierno en Madrid, en la que mientras me vestía para llevar a mi hijo al colegio e ir a trabajar oí en casa una fortísima explosión (vivo en Santa Eugenia, al lado de la estación donde se produjo uno de los atentados). Milagrosamente, mi mujer tomaba el tren quince minutos más tarde y estaba aún saliendo de casa en ese momento. Desorientacion, miedo. Al poco rato, la llamada de un amigo, desde la calle, preguntando si mi mujer iba en el tren. Es el primero que nos informa que parece tratarse de un atentado y que todos los aledaños a la estación están llenas de humo y destrozos. Maldecimos a ETA, ¡cuándo van a acabar de matar estos cabrones! Me han tocado vivir varios atentados de cerca en el Madrid de los ochenta y el ruido de las bombas y las roturas de cristales en ventanas cercanas no es nuevo para mí. Hablamos mi mujer, mi hijo y yo. Decidimos salir a la calle, coger el coche e ir a donde debemos, ¡que estos locos no corten nuestra rutina!. Mientras circulamos intentando salir del barrio llegan los primeros coches de bomberos, policía y ambulancias. La radio comienza a dar noticias. No puedo por menos e echarme a llorar pensando en los vecinos y amigos que pueden estar afectados, en que mi mujer podría haber sido una de ellos. Mientras circulamos hacia Madrid la radio va concretando información. Nada en nuestra cabeza hace pensar en ninguna otra cosa que no sea un nuevo atentado de ETA.

Los medios de comunicación públicos, copados por el PP, no nos dejan percibir otra versión más que esta. Aunque ese mismo día en comentarios informales de amigos todos teníamos la duda de que la ya fuertemente debilitada ETA, con todas las miras de la organización policial puesta sobre sus comandos, pudiera haber llevado a cabo una acción semejante. Pero bueno, no conocíamos otra cosa y la información oficial apuntaba a lo mismo.

Pero el sábado 13 por la mañana decidí darme una vuelta en internet por los medios internacionales. No recuerdo, quizá el New York Times, quizá The Guardian. El estómago comenzó a revolvérseme. La información sobre la manipulación informativa a la que el gobierno nos estaba sometiendo aparecía claramente reflejada. La hipótesis del atentado islamista, surgía más que clara. Solo puedo recordar otros dos días en que sintiera asco de ser español; uno ellos, el 27 de septiembre de 1975 cuando Franco ordenó sus últimos fusilamientos y el mundo civilizado retiró a sus embajadores de nuestro país mientras las manifestaciones se sucedían por doquier; otro, el 23 de febrero de 1981 con el espantajo del golpe de estado.

Estos son los únicos “oscuros objetivos de poder” que recuerdo. Y luego recuerdo también a una sociedad totalmente movilizada para volcarse en ayudar a las víctimas, generosa, doliente y tolerante. Eso quitó parte de mi nausea. También vi a una sociedad, recuperando su poder civil y castigando en las urnas la mentira de quienes por mantenerse en el gobierno no dudaron en crear y defender una fantasmagoría.

Y, por último, me tocaron ocho largos años (los que duró el gobierno Zapatero) de soportar al señor Rouco y a otros tantos paladines de la derecha ultramontana y a los teóricos de la conspiración dividiendo a esta sociedad en base a realizar una oposición con saña hacia la persona y el partido que habían ganado las elecciones. Todo ello llevado tan lejos que no dudaron, y muchos de ellos siguen sin dudarlo, en acusar a dicho partido de ser el auténtico instigador de esos crímenes.

Señor Rouco, como representante de esa turbia, trasnochada e interesada facción de la iglesia a la que representa, le deseo que permanezca ya por siempre alejado del camino de la sociedad española. Tendremos el placer de contraponer siempre su figura a la de aquel otro antecesor suyo, monseñor Tarancón, que tuvo a bien poner mucho de su parte para que los españoles superáramos viejos encontronazos y rencores históricos. Recordaremos a uno con cariño y al otro con aversión.

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