Probablemente me equivoque en mis percepciones de las cosas. Quizá me vea influenciado por el exceso de información en el que permanentemente vivimos. Recibiendo y emitiendo toneladas de mensajes en una y otra dirección, pero sin pararse a meditar acerca de lo que los demás dicen o de lo que nosotros decimos influenciados por opiniones sin contrastar, algunas de ellas maliciosas y otras simplemente estúpidas. Pero aunque me vea influenciado, no puedo por menos, en cuanto me detengo un segundo a meditar, que convenir en que estamos absolutamente rodeados de superficialidad, de falta de rigor, de miedo a profundizar en los temas, de temor a dedicarle más de unos pocos segundos de nuestro cada vez más preciado tiempo al estudio profundo y a la reflexión. Porque ¿Y si descubriéramos cosas que no nos gustan? ¿Y si en ese proceso de análisis encontráramos bases para cambiar nuestras más asentadas convicciones? ¡Qué horror! Mejor continuar encenagados en la más turbia e ignorante superficialidad.
Llego a esta conclusión tras reflexionar acerca de cómo hoy transmitimos las ideas. La mayoría de nosotros estamos en grupos de WhatsApp enloquecidos donde la gente remite y vuelve a remitir, en una cadena infernal, el último estereotipo que alguien se ha encargado de crear en un sublime proceso de tontería, ignorancia y análisis superficial. Quien más quien menos, tiene algunos centenares, o incluso miles, de amigos en FaceBook de los cuales una buena colección de ellos participan en esta misma mecánica. La simplicidad de leer un titular y compartirlo sin más análisis o ponerle un «Me gusta» a la última frase tonta leída, hacen que la tontería se difunda a la velocidad de la luz. Si en lugar de este proceso tan simple, tuviéramos que leer un sesudo análisis antes, no gastaríamos tiempo ni neuronas en hacerlo y, por tanto, no compartiríamos ni pondríamos «Me gusta» con esa simplicidad rayana en la estulticia. Y lo peor es que a la simplicidad le sigue la intolerancia, el exabrupto, el marcar mi postura meando en la esquina para defenderla de todos los que se atrevan a criticarla. Más fácil sería, como defiende mi hijo, optar a aquello de «Ante la intolerancia, indiferencia». Si gritamos más fuerte que quien nos grita quizá nos haya hecho caer ya en su misma postura intransigente.
«Y lo peor es que a la simplicidad le sigue la intolerancia, el exabrupto, el marcar mi postura meando en la esquina para defenderla de todos los que se atrevan a criticarla.»
Pero no se queda el asunto en estos entornos más cercanos y familiares. Podemos seguir escalando y si llegamos a Twitter, un lugar donde podemos tener miles de seguidores o seguir nosotros igualmente a una buena porción de personas, observamos con desazón que no es fácil encontrar dosis razonables de inteligencia. Obviamente hay personas intelectualmente potentes y esa potencia no se la hace perder el medio, por más que sus 140 caracteres actúen como un límite demasiado encorsetado. Pero en la mayor parte de los casos lo que hallamos es nuevamente esa actitud superficial que aquí apunta a la divulgación sin límite del sinsentido. Qué podemos pensar cuando uno de los tuiteros españoles más conocidos, El Rubius, escribe un tuit con la palabra «Limonada» y se convierte en el más retuiteado de todo el mundo en 2016. ¿Hemos perdido la cabeza? No entro ya en toda la colección de orientadores de las técnicas de Social Media que cada día llegan a tu perfil, te siguen para ver si les contratas algo y salen corriendo al par de días, en cuanto ven que no has hecho aprecio de su presencia. Casi nadie lee más allá de lo que dice el tuit, porque si hay que hacer clic para profundizar en un texto al que se llama desde el mismo, eso resulta ya demasiado cansado. Y en lugar de leer lo que realmente el autor ha escrito, nos dedicamos a retuitear el lema, sin saber si lo que hay más allá del mismo tiene o no algún sentido o se corresponde con nuestras apreciaciones de las cosas. A veces me apetecería escribir algo donde lo que el tuit difunde fuera radicalmente contrario a lo que se escribe de fondo, o simplemente a poner títulos a los apartados de un artículo que se contradijeran con lo que realmente se escribe en los párrafos que les siguen. Seguro que muy pocos descubrirían la trampa.
«Obviamente hay personas intelectualmente potentes y esa potencia no se la hace perder el medio»
Pero bueno, al fin y al cabo, FaceBook y Twitter son redes de participación popular, tienen de todo, en ellas nos movemos personas de muy distinto pelaje y ello puede fomentar esta situación. Pero pasemos a redes más sesudas y profesionales, por ejemplo, Linkedin. En general es la red de los ejecutivos y especialistas de cualquier entorno. En ella se da menos el exabrupto, la gente no defiende sus ideas de forma tan visceral como lo hacen en las otras. Pero, ¿es más riguroso su abordaje de los temas? ¡Ufff!. Me gustaría pensarlo, pero me echo a temblar cuando veo que una porción fuerte de lo que nos encontramos en ella tiene unas connotaciones propagandísticas severas. Mucho texto escrito solo para difundir las características de una empresa o una marca, repeticiones y repeticiones de las mismas ideas, perfiles personales muy diseñados con la finalidad de atraer colaboraciones empresariales, laborales, etc. En definitiva que, aunque de forma algo más fácil y menos vehemente que en las anteriores, buscar contenidos objetivos, profundos, desinteresados y de calidad, no es algo simple tampoco en esa casa.
No me gustaría que lo aquí dicho se empleara solo como una crítica al uso de las redes sociales. Nada más lejos de mi intención. Las redes son un medio, somos los humanos quienes hacemos un uso de ellas en una dirección u otra. Hoy tenemos en nuestras manos las mejores herramientas de difusión de contenidos para que podamos realmente formarnos mejor, cultivar mejor nuestro criterio, difundir mejor nuestras ideas. En nosotros está construir con estas herramientas un entorno más adecuado y no una ciénaga de superficialidad, engaño e intolerancia. Las palabras de Andy Stalman, uno de nuestros teóricos sobre un mundo transformándose digitalmente, son reveladoras.
“Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva. De momento parece que hemos tomado el camino erróneo, al optar por la distracción y la comodidad. Es el miedo al cambio de paradigma. Hay que hacerse nuevas preguntas. Los mapas viejos no valen. Y aún estamos a tiempo. El hombre se bambolea entre trascender y la insignificancia. Debemos decidir que legado queremos dejar” (Andy Stalman, Humanoffon)
Debemos, además, ir más lejos del fenómeno de internet y de las posibilidades de difusión que nos ofrece a través de las redes sociales. Y es que cuando lo hacemos, la banalización de los temas y la superficialidad siguen reinando. No tenemos más que echar un vistazo a la televisión o incluso a los programas educativos de los centros superiores. En cierto modo parece que una parte de la enseñanza se resuelve revisando un par de titulares de prensa o visualizando a la ligera los programas donde tertulianos especialistas en todo y en nada continuamente nos adoctrinan. Dónde quedan esos tochos de matemáticas, física o historia que teníamos que meternos entre pecho y espalda. Ahora opinamos sobre Kant habiendo accedido a un par de tuits que divulgan sus concepciones sobre el conocimiento humano. Sé que quizá no nos apetecerá a todos, pero ahí están los tochos de la Crítica de la razón pura de Kant o de las Investigaciones lógicas de Husserl, que había que echarle pelotas para leérselos enteros y rendir luego explicaciones en un examen. Y qué decir acerca de las matemáticas superiores de los estudios de ingeniería o de los compendios de historia económica del mundo en los de economía, o de los tratados de anatomía en medicina, etc. Por supuesto que todo esto sigue en uso, que los chicos lo estudian en las universidades. Pero, en paralelo, asistimos al otro espectáculo, al de la banalización y la superficialidad que nos llevan a opinar de cosas como si tuviéramos el mismo nivel de rigor que aquellos que han alimentado su intelecto de esa otra forma mucho más dura pero efectiva y rigurosa.
Podrá acusárseme de estar defendiendo el viejo principio de que todo tiempo pasado fue mejor. Aquello en lo que tan fácilmente caemos quienes vemos ya la juventud con notoria distancia. Intento no caer en ello y creo que nuestro mundo tiene toneladas de cosas positivas, mejores que los anteriores. No me gustaría tampoco que se confundiera mi punto de vista con una actitud elitista. Creo que la divulgación de la cultura para que todo el mundo pueda acceder a ella es uno de los grandes logros de nuestra época. Simplemente pienso que esa divulgación ha de caer en un repositorio que hayamos nutrido previamente con la educación y ahí encuentro fallos importantes. Si no formamos a nuestros chicos en la tolerancia, en el rigor a la hora de tratar los temas, en la atención para no caer en las trampas de las opiniones comunes, mal futuro estaremos sembrando. Y es solo sobre esto, acerca de lo que intento alertar continuamente. Pido disculpas si alguien se ha sentido ofendido por mis opiniones.