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El espíritu de la Navidad

24 de diciembre de 1997

 

Lo único que recordaba era su nombre, Andrea. Estaba perdida en el andén dirección Esperanza de la línea 4 del metropolitano madrileño. Era 1 de enero del 2001, a las tres de la tarde de día 31 había abandonado su centro de trabajo y se había dirigido a la estación de metro de Moncloa. No sabía como había ido a parar a aquella estación en la que se encontraba.

Las medias de lana resguardaban los muslos de Andrea del gélido aire del invierno capitalino. Muslos torneados en miles de horas de gimnasio, muslos que una minifalda de pana color vino Burdeos dejaba entrever. Botines de ante marrones le cubrían los pies. El torso enfundado en una camiseta con el lema: Ahora mas que nunca, OTAN NO y una chaqueta vaquera de color azul lavado a la piedra. La parte trasera de ambas prendas estaba ocupada por cuatro desgarraduras paralelas entre sí y oblicuas a la cintura de Andrea. El color mortecino de la sangre reseca ribeteaba el perímetro de los cortes. Las medias echas jirones estaban embadurnadas de barro. Barro seco que adoptaba la textura de la tierra y confería a las medias negras un aspecto sucio. Cuando el grito del tren aulló por la oscura garganta del túnel, se rompió la amnesia de Andrea. Con el rostro congestionado, inundado de un terror tan antiguo como el mundo, comenzó a recordar.

Ya estoy descendiendo al abismo de la estación de Moncloa. Hice bien en ponerme los leotardos de lana, parezco una colegiala con ellos pero estoy calentita. Esta noche quiero que sea especial. Este año estoy viviendo las Navidades de manera diferente a los últimos años, el Espíritu Navideño me ha inundado, hacia muchos años que no me llenaba del espíritu de la Navidad. Cuando llegue a casa tengo que sacar el estofado de ternera del congelador. Que no se me olvide.

Algo desde su interior comenzó a dominarla, perdió su voluntad, la manipulación fue lenta pero imparable. En el trabajo había estado tratando con los compañeros de lo materialista y consumista que se habían vuelto las Fiestas. Había habido opiniones de todo tipo, había ateos, creyentes, escépticos… eran un grupo de gente plural que trabajaban unidos por los mismos ideales pero con puntos de vista diferentes. Andrea formaba parte de una de las miles de ONGs que proliferaron en la última década del siglo XX. Podían discutir horas y horas sobre si había o no espíritu navideño, de que sexo eran los ángeles o si el último programa de Javier Sardá era bueno o no, pero cuando se trataba de organizar una manifestación en defensa de los derechos humano, emprender acciones contra los acuerdos irrisorios de la última cumbre sobre el ambiente, eran los primeros en coordinarse, organizarse y actuar. Ese algo inundó en primer lugar sus vasos sanguíneos, distribuyéndose de este modo por todas y cada una de las células del cuerpo de Andrea. Una vez alcanzó la médula espinal se dirigió hacia el centro de la esencia de Andrea, el cerebro. Ya no era ella, el Espíritu de la Navidad se había hecho carne.

No sufras Andrea, no te pasará nada. Disfruta de los escasos momentos de paz y felicidad que invaden el mundo en estas fechas. Olvida las matanzas, las injusticias, los crímenes contra la humanidad, las violaciones, las guerras, el hambre, el analfabetismo y cualquier otra pesadumbre que recaiga sobre tus hombros. Tú no vas a conseguir nada. La ciencia y la política trabajan para solventar esas pequeñas minucias. No te preocupes. ¿No comes caliente todos los días? ¿No te vistes con ropa que te conforta? ¿No expresas libremente tus opiniones? ¿No fuiste a la universidad? Disfruta de la Navidad, tú tienes derecho a pasarlo bien y comprar lo que desees. Has nacido en un país europeo, eres libre. No sufras por lo que otros ya sufren.

El vagón fue inundándose de un olor acre, penetrante, intenso, que rajaba la mucosa nasal. Andrea despedía un aroma a incienso fuerte, podrido, putrefacto. Aquel espíritu que invadía su interior le provocaba alteraciones externas. Los ojos gris claro se oscurecieron tomando una tonalidad negro azabache. El cabello corto, rasurado a máquina, comenzó a crecer de forma desordenada hasta alcanzar la mitad de la espalda. En las manos crispadas nuevas uñas comenzaron desplazar a las antiguas. Eran amarillentas y totalmente endurecidas se enroscaban sobre sí mismas obteniendo la forma de garfios. De los preciosos muslos de Andrea surgieron protuberancias córneas que rasgaron el tejido de las medias. Lo que minutos antes había sido una bella mujer se convirtió, en escasos instantes, en un ente salido de los ardientes pozos del infierno. El Espíritu de la Navidad había conseguido un incauto cuerpo humano para materializar la esperanza de paz.

El tren se detuvo, las puertas se abrieron, la riada de gente la arrastró hacia el exterior. Nadie apreció los significativos cambios que afectaban la figura de Andrea. La muchedumbre que la rodeaba no era diferente a ella. Sus rostros estaban igualmente congestionados por el Espíritu de la Navidad. Una zarpa se posó bruscamente en su espalda requiriéndole premura. Perdió el equilibrio y calló. Antes de que pudiera incorporarse cientos de pezuñas pasaron sobre ella. En el interior del cuerpo magullado un lejana vocecilla clamaba y gritaba libertad.

Márchate. Fuera. Sal de mí. No eres un espíritu justo. Eres la falsedad de los poderosos, la falacia de la religión, el interés del comercio. El mundo no es felicidad. La riqueza no está repartida a partes iguales. Los avances no se utilizan en beneficio de todos. Lárgate sustancia inmunda. Déjame continuar con mi cruzada utópica. Quizá no cambie nada, pero al menos lo intento. Me queda eso. No deseo continuar con esta farsa. Desaparece.

El aliento cálido golpeó su rostro desde el interior del tren que se había detenido ante ella. Aquello había ocurrido en la realidad, no había sido un sueño. Las medias rotas y cuatro cicatrices en la espalda la recordarían siempre el encuentro con el Espíritu de la Navidad. Andrea percibió una voz conocida que le deseaba Felices Fiestas. Había encontrado su posición ante la Navidad. Y mecánicamente, como haría el resto de sus días, respondió diciendo Con desearlo no es suficiente.

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