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Santa Lucía de la Sierra

Santa Lucía de la Sierra se encuentra en Ávila, en el partido del Barco. En el corazón de la Castilla austera, despoblada, soberbia, montaraz y bella. Mi relación con este pequeño pueblo, que hoy ya ni es municipio, comenzó en septiembre de 1977, hace ya 41 años. Por aquel entonces llevaba saliendo con mi novia, Ángela, unos meses y decidimos que íbamos a ir a visitar su pueblo. Salimos por la tarde de Madrid; como éramos jovencísimos, teníamos los bolsillos vacíos y, por tanto, decidimos que el autostop era la vía óptima para llegar. En un primer tramo nos llevaron a Ávila, luego volvimos a ubicarnos en las afueras de la ciudad, en la carretera de Plasencia y allí nos cogió otra persona que nos llevó hasta Villatoro. Cuando llegamos allí ya había anochecido y la posibilidad de continuar en otro vehículo se tornaba remota, máxime en una época en que las carreteras eran horribles y estábamos en lo alto de un puerto con curvas más que complejas. En Villatoro no había ningún hostal, pensión u otra cosa similar, pero en el bar nos informaron que en una casa cercana podían tomarnos como huéspedes por una noche. Allí fuimos, cenamos y dormimos con aquella familia de la que no guardo ningún recuerdo y a la mañana siguiente tomamos el coche de línea que nos llevaría hasta Barco de Ávila. Desde allí subimos andando (7 kilómetros) hasta La Serranía, un anejo de Santa Lucía donde estaba la casa de mi novia.

Santa Lucía de la Sierra

Esa fue la primera vez que vi estas estribaciones orientales de la Sierra de Gredos, el pico Calvitero, Peña Negra y la bellísima garganta de El Endrinal, con su poza natural donde nos bañamos. Una pena que hoy ya no exista enterrada bajo el pantano que se construyó en los años ochenta.

Desde entonces he ido centenares de veces a La Serranía, uno de mis lugares en el mundo. En los noventa sobre todo, cuando mi hijo era pequeño y pasaba allí los veranos con su abuela. En aquella época viajábamos al pueblo todos los fines de semana del verano y una buena parte de los periodos vacacionales.

Con el paso del tiempo, Santa Lucía de la Sierra dejó de ser un municipio independiente y se convirtió en un anejo de Solana de Ávila. Para los que no lo conocen hay que decir que estamos en un espacio natural inigualable. A una altura aproximada de 1.200 metros y, por tanto, con un clima que en verano es espectacular y en invierno bastante insufrible. Recuerdo un verano de los ochenta en que nos llevamos a mis padres y mi madre se sorprendió de que en pleno mes de agosto tuviéramos que encender «candela» (como ella decía con su sempiterno andaluz). Silencio, soledad, espacio dominado por el roble y el castaño. Infinitos regatos de agua con sus alisos bordeándolos, verde permanente… Santa Lucía debe tener hoy poco más de una decena de habitantes estables y quizá otra si sumamos la población de sus anejos, La Serranía y Los Loros. Sin embargo, en verano el asunto cambia, las pocas casas del pueblo se llenan con quienes vivieron allí y añoran la vuelta, o quienes no siéndolo sentimos el atractivo de esta sobria tierra castellana. Lo que hoy ya casi ha desaparecido es la parte agrícola y ganadera que en su día fue floreciente. Recuerdo a principios de los ochenta que las vacas de leche y los frutales constituían las principales actividades económicas. Luego, con la UE y la cuota lechera, las vacas suizas fueron desapareciendo, primero sustituidas por las charolesas de carne y luego, con la jubilación de las personas que quedaban viviendo allí, por ningún otro animal que no fuera un perro doméstico. En cuanto a los frutales, hoy son testimoninales; queda alguna huerta con tres o cuatro manzanos que continúan siendo cuidados por sus dueños, pero poco más. Afortunadamente el turismo incontrolado no ha destrozado aún este espectacular rincón de nuestra Castilla profunda.

Reseño hoy aquí todo esto porque, como de vez en cuando, anoto en el blog cuestiones con tintes autobiográficos, no podía dejar de mencionar a Santa Lucía de la Sierra, un lugar en el que he pasado tantos buenos momentos y al que tanto quiero. Para mí tiene una significación especial seguir visitándolo todos los agostos, aunque solo sea el fin de semana de las fiestas y comprobar que por más que cambie el mundo aquello es un punto de referencia inalterable. Los robles continúan poblándolo todo, los castaños centenarios permanecen en su lugar, el pequeño espacio de cada aldea no se sale de sus límites con extemporáneas nuevas urbanizaciones, los dulzaineros siguen acompasando la procesión de Santa Lucía y San Antonio, el escenario de vieja madera donde el grupo musical correspondiente ameniza la noche de la fiesta, es el mismo todos los años, los pasodobles de Fernando, y cualquiera que sea su pareja, siguen siendo magistrales. El mundo puede continuar su alocada marcha, pero Santa Lucía sigue allí perenne, inmutable, una referencia en la que fijar nuestra vida aunque solo sea por unas pocas horas cada año.


«Amo esa Castilla austera, sobria, dura, trabajadora, callada, poco dada a la afectación, tranquila, pero grande, sin límites en su visión del mundo, conquistadora de todo un universo.»


Tengo que reconocer que no deja de ser una sensación extraña, tras 41 años sobrevolando el lugar sin vivir en él, ver como pasan las generaciones. Los hijos de los jóvenes de aquellos primeros años son hoy los jóvenes que puedo ver por el lugar. Las conversaciones sobre estudios, intereses y ocupaciones que se pueden mantener con los hijos son las mismas que en su día pudimos mantener con los padres. Todo contribuye a darnos esa extraña percepción del tiempo, una atmósfera que en las poblaciones más grandes y con otras actividades parece pasarnos desapercibida.

Reconozco que hay atributos de aquel paisaje y de aquel paisanaje que me atraen profundamente. Soy un andaluz desnortado que ha pasado su vida en Madrid y que, con todo el afecto que pueda sentir por mi tierra, hay muchos de sus valores que no comparto. Amo esa Castilla austera, sobria, dura, trabajadora, callada, poco dada a la afectación, tranquila, pero grande, sin límites en su visión del mundo, conquistadora de todo un universo. Y más esta zona de Castilla, donde todo es pequeño, a la medida del hombre, donde no hay lugar al lujo y la opulencia, donde todo es simple, sencillo, natural.

En fin, quizá las palabras no sean del todo adecuadas para definir los sentimientos que esta tierra me genera. Dejo por aquí un vídeo del lugar y de las fiestas de Santa Lucía de la Sierra de este año. En él quizá puedan captarse algo mejor algunas de estas sensaciones.

2 comentarios en «Santa Lucía de la Sierra»

  1. Hola Antonio, soy José Luis. No te digo el apellido porque sé que por el nombre ya me has reconocido y por el pequeño comentario que te hago a continuación, lo confirmarás.
    Siempre te sigo aunque nunca, o casi nunca, mande algún comentario sobre lo que escribes. En esta ocasión, al igual que cuando escribiste algo acerca de la relación con tu padre, me siento tan identificado con lo que dices que, según te voy leyendo, me voy emocionado (ya ves, que diga esto un tipo «duro», con muchos años encima y formación eminentemente técnica y matemática)
    Sabes que mi madre nació en Santibáñez de Ayllón; un pueblo del noroeste de Segovia con solo unas 15 personas empadronadas, incluyéndome a mí, y del que todo el mundo que lo visita dice que es precioso por su paisaje, por el río que lo atraviesa que, aunque a pesar de su humilde nombre (Aguisejo) nadie, nunca, lo ha visto seco y por la impresionante ribera de árboles frutales que alimenta y mantiene a lo largo de más de 20 Kms de recorrido de éste.
    Pues bien, este pueblo podría ser el sujeto de los mismos comentarios que tú haces sobre Santa Lucía de La Sierra y que yo no hago porque carezco de cualquier tipo de prosa.
    En nuestro caso, una serie de personas, casi todos descendientes de gente nacida allí, estamos intentando no ya que vueva a ser lo que era hace unas decenas de años sino que, simplemente, aguante el mayor número posible de años hasta que, inevitablemente, llegue a la despoblación total.
    Estamos acudiendo a todas las administraciones: local, autonómica y estatal y todas reconocen el problema pero ninguna da una solución al mismo. Quizás es que que no la conocen o, lo que sería peor, que no exista.
    Una pena.

    1. Foto del avatar

      Querido y viejo amigo, ¡cómo no voy a conocerte! Con las batallas que hemos lidiado juntos. Me alegra que el artículo te emocionara. La verdad es que esta despoblada tierra castellana no nos deja impasibles ni a los castellanos (como tú), ni a los andaluces (como yo). Efectivamente el entorno de Santibáñez y el de Santa Lucía son bastante parecidos y me parece admirable el trabajo que estás intentando allí para que nunca se pierda lo que aquello en un día fue. Ojalá consigas ese objetivo. Un abrazo y gracias por ser uno de mis pocos lectores que permanece ahí inalterable con el tiempo, ;-).

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