Llevamos mucho tiempo, prácticamente desde la moción de censura contra Rajoy, oyendo a los partidos de la oposición acusando de ilegitimidad al Gobierno de Sánchez. Aprovechando los indultos esa idea se ha vuelto a utilizar aún con mayor insistencia y los tres partidos de la derecha vuelven a competir entre sí por la defensa más radical de la unidad de España y el ataque más feroz al gobierno “okupa”. Aunque para la mayoría puede resultar innecesario, voy a recordar su forma de acceder al Gobierno. Sobre la legitimidad constitucional de los indultos creo que ya se ha escrito tanto estos días, y desde tantos ámbitos de nuestra sociedad, que no veo necesario insistir en ello.
El primer Gobierno “ilegítimo” llegó al poder tras una moción de censura, un cauce específico que ofrece la Constitución para quitar la confianza al Gobierno vigente y sustituirlo por otro propuesto y apoyado por mayoría en el Congreso.
El segundo Gobierno “ilegítimo” llega después de ganar dos elecciones generales consecutivas y formar un gobierno de coalición con el apoyo de la mayoría del Congreso de los Diputados.
«Los diputados que dieron mayoría a estos Gobiernos representan a la mayoría del pueblo español, que los eligió de forma libre y democrática.»
Los diputados que dieron mayoría a estos Gobiernos representan a la mayoría del pueblo español, que los eligió de forma libre y democrática. Podemos estar de acuerdo o no con sus políticas o su gestión y criticarlas, pero no es muy honesto manipular conceptos para deslegitimar la acción de gobierno.
Es evidente que esas acusaciones no tienen ningún tipo de soporte legal. No dejan de ser una estrategia de desgaste para intentar introducir la idea de ilegitimidad política sin ningún tipo de argumento jurídico. Un poder político percibido como legítimo siempre es respetado incluso por sus oponentes ideológicos. Si es percibido como ilegítimo dejará de ser respetado y valorado. Ni siquiera la trágica pandemia fue afrontada con una tregua para la necesaria unidad de actuación contra ella. Se convirtió en un instrumento más para subir el tono a la rentable crispación política.
Esa es la estrategia que introdujeron Abascal y Rivera desde el minuto 1 de la legislatura de la moción de censura. Casado no tardó en incorporarse a ella. Su momento llegó cuando el afán de Rivera subió de nivel y quiso competir no solo por el espacio conservador del PP sino también por la hegemonía de toda la derecha. Ahí surgió la foto de Colón. La traición de Sánchez a la patria y la bandera como punto de unión y de combate político. El PP no podía quedar fuera de ese combate. Por si alguien tiene duda basta recordar la amistosa definición (“Mediocre”, “incompetente”, “mentiroso compulsivo”, “okupa en La Moncloa”, “felón”, “el mayor traidor”, “desleal”, “irresponsable”, “ególatra”, “chovinista” y “cómplice del golpe al Estado”) que Casado dedica a Sánchez días antes de la manifestación de Colón. Los tres al unísono: “estamos ante un gobierno traidor e ilegítimo”.
Me parece interesante repasar el camino y resultados de esa estrategia para PP, VOX y Ciudadanos.
El caso de VOX es muy transparente. A Abascal la estrategia le funciona, porque es una estrategia congénita a los partidos ultras. Son los antisistema de derechas. No fue ninguna sorpresa que ese mantra obsesivo de la ilegitimidad fuera utilizado por VOX. Para este partido lo que es ilegítimo es la democracia y claramente están posicionados en la estrategia “trumpista” de la ilegitimidad de todo lo que no sea pensar como ellos. “Su” verdad es la que debe marcar el camino de los “buenos” españoles. Y su verdad ya la conocemos todos: rechazo a la diversidad sexual, rechazo a los inmigrantes ilegales, rechazo al feminismo y a las políticas que promueven la igualdad de género, rechazo a la diversidad lingüística de nuestro país, rechazo al aborto, rechazo a la eutanasia, rechazo al sistema constitucional autonómico, rechazo a los partidos nacionalistas periféricos,… Podríamos seguir hasta el infinito porque su capacidad de rechazo a todo lo que es ajeno a su egoísta concepto de una España grande y libre no tiene límites. Su único amor declarado son las tradiciones más rancias y por supuesto “su” patria y “su” bandera. Su nacionalismo español es tan excluyente o más que el de los partidos independentistas vascos o catalanes y su bandera no es muy diferente a la Senyera catalana. Se diferencian en el número de bandas rojigualdas, pero no en su veneración sentimental, casi religiosa. ¿Qué es España para ellos aparte de eso? No se si alguien podría responder.
Lo que no me cabe ninguna duda es que, si algún día tuvieran el poder en sus manos, sus políticas no diferirían mucho de otras pseudodemocracias actuales ya conocidas, de ambos lados ideológicos, y que se ven reflejadas en algunos líderes internacionales como Putin, Maduro, Orban o Bolsonaro, que no tienen ningún tipo de escrúpulo en cambiar las Leyes de sus países para perpetuarse en el poder y eliminar cualquier tipo de oposición política. Convertirían en ilegal todo lo que para ellos es ilegítimo, es decir todo lo que no les gusta, incluidos todos los partidos de izquierdas o nacionalistas. ¿Partido único? ¿Dictadura? Es su sueño. Lo que no es un sueño, y ya lo estamos sufriendo, es el acceso efectivo a determinadas cuotas de poder. Aunque no consigan ejercerlo por mayoría bajo ese totalitarismo que desean, hacen retroceder muchos logros que ya parecían asentados y pone en peligro las existentes garantías de toda democracia. Un ejemplo de ello lo tenemos en el mismo Trump cuando intentó pervertir el resultado electoral el pasado mes de diciembre cuando era incapaz de reconocer su derrota en las urnas, llegando incluso a arengar a sus seguidores contra la sede de la soberanía popular de su país. O el cambio que está intentando realizar su partido en EEUU para dificultar, aún más, el acceso al voto de las clases más humildes en los Estados que controla con mayoría. En España lo podemos observar en algunas de las políticas regresivas que están poniendo en marcha aquellas Comunidades Autónomas donde el voto de VOX es decisivo. Sobre todo en materia de igualdad de género, protección social a la inmigración o educación inclusiva o sexual en los centros escolares. VOX ha encontrado un nicho de voto que no es pequeño, que estaba integrado en el PP o en la abstención más ultraconservadora o franquista, y no lo va a soltar. La polarización le es rentable para ampliarlo, por eso es el partido que más introduce la misma en redes sociales y medios de comunicación afines.
El camino del PP hacia el mantra de la ilegitimidad ha evolucionado de forma distinta. El PP, que a lo largo de nuestra democracia tuvo una evolución hacia la moderación desde las posiciones mucho más conservadoras de su partido origen (Alianza Popular), está desandando el camino. Dejando al margen los innumerables casos de corrupción, que parecen mantenerles en los tribunales permanentemente, la evolución del partido solo ha hecho involucionar en los dos últimos años. Durante mucho tiempo consiguió asentarse como partido de Gobierno que aglutinaba bajo su seno todo el espectro de la derecha, incluso a las posiciones más extremistas y antidemocráticas. Había sabido arrinconar estas últimas como un reducto casi folklórico de la dictadura. Gracias a esto se había convertido en un partido de Estado que ha gestionado este país muchos años y ha sido parte importante de su crecimiento y estabilidad a lo largo de nuestra corta democracia (estemos o no de acuerdo con sus posiciones ideológicas, económicas o sociales).
Al inicio de la legislatura que surgió de la moción de censura, la legitimidad o no del Gobierno Sánchez no era el mayor problema del PP. La descomposición inicial del partido tras la salida de Rajoy llevó su valoración a mínimos. Necesitaba tiempo. Pero la legislatura iba a ser corta y todo el tiempo que estuviera sin una definición clara y un compromiso visible con la regeneración del partido suponía sangría de votos. Y Casado no ayudó mucho a resolver ninguna de las dos cosas. Era complicado hacerlo compitiendo a la vez con Ciudadanos por el centro político y con VOX por su derecha y eso le llevó a dar claros vaivenes ideológicos. No obstante, ya se pudo observar en esos primeros meses una clara derechización minusvalorando el daño que podía recibir desde Ciudadanos. Pero se produjeron dos circunstancias, para mi sorprendentes, que le permitieron salvarse de la debacle total. Por una parte, el partido que más le estaba comiendo su espacio, Ciudadanos, tuvo el gran error de no entender que necesitaba todos los votos para consumar su estrategia de “sorpaso”. Rivera no midió bien, pensando que el electorado moderado o liberal progresista estaba asegurado, y apostó por pescar también en el caladero ultra. Su imagen junto a Abascal en Colón quizás no le quitó demasiados votos moderados, pero posiblemente sí los suficientes para no culminar la remontada al PP. Por otro lado, los partidos independentistas, no aprobando los presupuestos al Gobierno, forzaron la convocatoria de elecciones antes de lo esperado y pillaron a Rivera con el paso cambiado.
«El empecinamiento posterior de Rivera por mantenerse en la lucha de la hegemonía de la derecha sin plantearse entrar en un gobierno de coalición con Sánchez fue uno de los motivos de la repetición de elecciones que supuso la puntilla para su partido y el punto de inflexión que marcaría la recuperación del PP.»
Pese a obtener el peor resultado del PP en su historia, con 66 diputados, Casado se mantuvo, por muy poco, como líder de la oposición. El empecinamiento posterior de Rivera por mantenerse en la lucha de la hegemonía de la derecha sin plantearse entrar en un gobierno de coalición con Sánchez fue uno de los motivos de la repetición de elecciones que supuso la puntilla para su partido y el punto de inflexión que marcaría la recuperación del PP. Ya no tenía que competir por el espacio moderado de derechas, que ya había empezado a abandonar el barco de Ciudadanos y retornado al PP, que recuperó 23 diputados. Una vez tapada la sangría de votos por ese lado, pudo derechizar aún más su discurso para tapar la que le había abierto VOX al otro extremo.
Pero la definición ideológica de Casado ha seguido mostrando su falta de madurez y consistencia política. Quizás me equivoque, pero sigo pensando que no será Pablo Casado quien alcance la presidencia de gobierno con su partido. Su discurso no deja de fluctuar a merced del perfil ideológico del barón que ha obtenido el último éxito electoral. Si Feijoó arrasa en Galicia su discurso se modera. Si en Cataluña obtienen un desastre incrementa su discurso anticatalanista (poco que perder y mucho que ganar en el resto de España). El último capítulo es su clara deriva, tras las elecciones en la Comunidad de Madrid, hacia las posiciones más extremistas de su partido. Me parece una pésima noticia para un futuro político que acabe con la polarización que lo envenena todo. Creo que, por desgracia, la contundente victoria de Ayuso, con planteamientos cercanos a los de VOX, ha doblado el pulso al ala moderada del partido y se ha convertido en referencia de su voluble líder nacional. Desde entonces, esa dependencia de competición discursiva con VOX han alejado al PP, aún más, de la responsabilidad democrática de un partido que ha gobernado muchos años y aspira a no tardar en hacerlo de nuevo. Y no lo digo por su posición respecto a los indultos, que es muy respetable y apoyada por millones de españoles, sino por su discurso indiferenciado del de Abascal. Es muy evidente, además, que esa fijación temática con los indultos le está viniendo muy bien para tapar el penoso e indignante día a día del juicio por el caso “kitchen”. Necesita la crispación y centrarla en aquello que le interesa. Se aleja día a día de todo respeto y cooperación institucional, impidiendo la renovación del poder judicial, criticando permanentemente al Gobierno de España en las instituciones europeas, o despreciando el homenaje a las víctimas del terrorismo en el Congreso de los Diputados. Carece de toda consistencia histórica con su equidistancia entre el gobierno democrático de la República y los golpistas “nacionales”. No deja ningún resquicio abierto a puntos de acuerdo, con la judicialización de la política mediante sus continuos recursos al Constitucional y el desprecio de los acuerdos unánimes del Gobierno con los agentes sociales en materias como el salario mínimo, ERTES o Pensiones. Sus declaraciones en estos últimos días sobre estos temas son claramente regresivas, prometiendo anular todos y cada uno de los acuerdos alcanzados con empresarios y sindicatos: “renunciar a que las pensiones se revaloricen con el IPC para mantener el poder adquisitivo”, o “congelar el Salario Mínimo y el Ingreso Mínimo Vital”. Eso indica el poco respeto al diálogo social. Abandona acuerdos tan democráticos como el pacto antitransfuguismo (lo ocurrido estos meses con Ciudadanos es para sentir vergüenza). Es más, dinamita cualquier intento de llegar a otros acuerdos. Esa “ilegitimidad” del gobierno lo justifica todo. “Con un gobierno traidor, ilegítimo, no se puede acordar nada”.
Rivera también se apuntó a la estrategia de la ilegitimidad desde el mismo momento en que Rajoy salió del Gobierno. Su expresión “banda de Sánchez” era muy explícita. Como he comentado anteriormente, vio clara la debilidad del PP y se lanzó con todo, incluida su huida de la moderación, a ocupar todo el espacio de la derecha. Se situó tan cerca de superarle en votos que no asumió el error de su suicida derechización y fue incapaz de aprovechar la oportunidad que le ofrecían los resultados electorales tras las primeras elecciones post Rajoy, para volver de nuevo a la esencia centrista de su partido y formar parte de un Gobierno fuerte. No quiso o no lo supo ver y el batacazo tras las elecciones de noviembre de 2019 fue la puntilla a su esperanzador proyecto, y el de muchos que confiaban en Ciudadanos para la formación de gobiernos estables sin dependencias nacionalistas o partidos antisistema. El electorado prefirió a los originales y 47 de sus 57 escaños volaron hacia VOX y PP. El desastre electoral acabó con su sueño de liderar la derecha. No tuvo otra opción que dimitir. Había ido ganando el espacio de centro liberal capaz de pactar a su izquierda y derecha en la formación de mayorías estables y moderadas. Ese camino era la vía natural de un partido como el suyo para alcanzar esa mayoría simple que le permitiera llegar a gobernar, como ocurrió a “La Republique En Marche” de Macron en Francia. Pero su ambición y las prisas por desplazar al PP de su espacio, tratando de aprovechar sus casos de corrupción y la moción de censura, fueron el principio del fin de su partido. Arrimadas, trató de devolverlo a la centralidad. Pero quizás ya era demasiado tarde, porque los resultados en las diferentes elecciones autonómicas posteriores parecen demostrar que, en los parámetros de polarización actuales, las estrategias de diálogo y moderación no están de moda y que su partido estaba repleto de oportunistas profesionales del sillón, que han sido incapaces de mantener ni siquiera la mínima dignidad política. Tras el desastre de Madrid parece que Arrimadas o su ejecutiva han creído necesario volver su mirada de nuevo hacia la derecha. Creo que es un nuevo cambio de rumbo erróneo, que va a resultar definitivo. Yo todavía tenía esperanzas en ese partido liberal de centro que tanta falta hace.
«A la Ayuso neoliberal le estorbaba Ciudadanos y aprovechó el momento para sacarlo de Madrid. Y a VOX le encanta Ayuso.»
En esta lucha por la derecha VOX es quien más clara tiene la estrategia. Y por eso le está funcionando. Si ganan ellos gana VOX. Si el PP imita a VOX y gana las elecciones, igualmente ganarán las políticas del original, VOX. Lo tenemos claro los madrileños. A la Ayuso neoliberal le estorbaba Ciudadanos y aprovechó el momento para sacarlo de Madrid. Y a VOX le encanta Ayuso. El resultado no puede ser mejor para la ultraderecha, sus ideas impregnan por completo las políticas del Gobierno de la Comunidad. Es el modelo a exportar y ya están en el camino.
Es difícil saber qué es más dañino para el Gobierno de España, un Casado inconsistente o una Ayuso “trumpista”. En cualquier caso, si para gobernar con estabilidad y apoyo suficiente dependen de Abascal, ojalá nos duren mucho los gobiernos “ilegítimos” de izquierdas. Y no hace falta que éstos hagan mucho ruido, basta con que sigan con su trabajo. Pese al obligado cambio de ruta para adaptarse a las necesidades provocadas por la trágica pandemia, los proyectos normativos y legislativos aprobados por estos dos gobiernos “ilegítimos” hablan por sí mismos (1).
(1) Cambios normativos y legislativos mas significativos de la legislatura del PSOE y la del Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos hasta hoy:
- Ampliación del permiso de paternidad hasta 16 semanas igualando el de hombre y mujer (el permiso para hombres estaba en 4 semanas).
- Recuperación subsidio a mayores de 52 años sin prestación. El PP lo había eliminado manteniendo únicamente el de mayores de 55 años.
- Exhumación y traslado de los restos del dictador Franco.
- Ley orgánica para garantizar el sufragio de todas las personas con discapacidad.
- Modificación del código penal para la erradicación de la esterilización forzada de personas con discapacidad incapacitadas judicialmente.
- Subida del salario mínimo a 950 euros mensuales en 14 pagas.
- Tasa Google a grandes tecnológicas.
- Impuesto transacciones financieras (a la compra/venta de acciones emitidas por sociedades españolas, aunque se realicen fuera de España).
- Derogación del despido objetivo por faltas justificadas de asistencia al trabajo. Este despido fue incluido en la Reforma Laboral de Rajoy.
- Eliminación del copago farmacéutico a pensionistas con rentas bajas.
- Ingreso mínimo vital.
- Nueva Ley de Educación.
- Ley de cambio climático y transición energética.
- Ley para la protección integral de la infancia y la adolescencia frente a la violencia.
- Ley para la regulación de la Eutanasia.