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Soy la 219 de mi especie

Lola tenía la mirada fija tras los cristales. Estaban tan llenos de polvo de serrín que era imposible ver a través de ellos. ¿Qué observaba la niña entonces? El estudio del maestro Kurt218 siempre estaba plagado de los restos de la madera que empleaba para sus obras. Las mesas se llenaban con los recipientes de agua y trementina, repletos de los pinceles que él o los alumnos usaban. También estaba el ligero olor a quemado que en la madera dejaba el uso de la motosierra o la sierra circular, cuando las manos del artista le arrancaban aquellas magistrales figuras. Todo allí era desorden. Pero de aquel desorden surgía una belleza singular, la belleza de la creación, el acto místico por el cual los humanos nos hacemos semejantes a los dioses.

La niña seguía con la mirada perdida. Por su mente pasaban imágenes voraces que devoraban todo lo rutinario. Figuras incandescentes que salían de la nada y volvían a ella tras completar el efímero trayecto por los sueños de quien se nutría más de ellos que de una realidad monótona y agobiante.

-¡Eeehhh, Lola, despierta! El maestro le gritó -Ella reaccionó asustada y dispuso su mano para continuar con el dibujo que la ocupaba aquella tarde-. Tienes que prestar más atención a lo que haces. A ese rostro le falta expresión, cuida el trazo. Con una par de mejoras puede quedarte magnífico, pero ahora mismo es una basura.

Kurt no se andaba con remilgos en el lenguaje que usaba con los niños. Él era uno más de ellos. Sus alumnos le adoraban por más que les soltara burradas de continuo. La clase era un hervidero de pequeños regocijos. Los niños escuchaban las instrucciones del maestro. Pintura emocional era el nombre que le daba a lo que quería transmitir. Él daba algunos toques respecto a lo que deseaba que los niños hicieran y luego ellos se dejaban llevar por sus sentimientos para plasmar de un modo u otro la idea requerida. La parte técnica venía después. Mientras las criaturas trataban de reflejar sus inquietudes a través de lápices o pinceles, el maestro iba mesa por mesa orientando, corrigiendo y ayudando a que cada uno encontrara el camino para llegar a dónde quería hacerlo.

Pero Lola era una nota discordante en aquella sinfonía de pequeñas labores creativas. Cuando entraba al estudio a las cinco de la tarde, el miedo comenzaba a invadirla. No podía concentrarse en lo que Kurt le pedía. Se veía incapaz de trabajar en aquel lugar. Y, como consecuencia, las broncas del maestro le llovían a menudo. Pero había algo extraño, ya que cada día ella llevaba realizado desde casa el trabajo del día anterior. Y el resultado era espectacular. El maestro no sabía a que atenerse. Le perturbaba esa incapacidad de Lola para poder realizar sus dibujos en clase mientras que luego llevaba maravillosas realizaciones de los mismos, trabajadas en su casa. ¿Es que había alguien de su familia que pudiera hacer los trazos en su lugar?

Pero la respuesta era otra. Y es que Lola, cuando entraba en el estudio, veía una realidad distinta a la que percibían los demás. Todo había comenzado una tarde a los pocos días de comenzar el curso. Fijó la vista en una de las Meninas esculpida por Kurt sobre tronco de olivo y terracota. La imagen estaba terminada con pintura dorada y a Lola le parecía espectacular. Su sorpresa vino cuando la talla comenzó a girar sobre sí misma. Lola se frotó los ojos asombrada. En principio pensó que aquello era una ilusión óptica producida por el hecho de haber estado mirando fijamente la escultura. O quizá algún truco del maestro que le habría puesto un motor para que rotara o algo así.

No parecía ser esa la explicación. Volvió a fijar, precavida, la vista en esa grácil figura y entonces observó como también movía la cabeza y los brazos bailando una especie de minueto irreal. Estaba tan asustada que no se atrevía a preguntar a Kurt lo que podía estar sucediendo. Comprendía que solo ella era capaz de ver lo que la Menina hacía. El resto de los niños no parecían percatarse del asunto, ya que todos continuaban concentrados en sus trabajos. Y si alguno miraba hacia el estante donde estaba aquella inquieta figura, no percibía nada extraño pues enseguida volvía los ojos y las manos hacia el trabajo que estaba realizando.

El asunto no quedó ahí. En la siguiente clase fue un Equino de aquellos que Kurt arañaba a la cepa de vid doradilla y al barro de su pueblo. Casi sin querer, la vista de la niña se posó sobre la atractiva representación. Fue entonces cuando pudo oír claramente como el caballo cabeceaba y emitía un sonoro relincho que nadie más pareció oír. ¡Horror! ¿Se estaría volviendo loca? En su mente infantil afloraban las imágenes de Pedro, el amigo de su padre que siempre decía escuchar voces extrañas dentro de su cerebro. El hombre terminó ingresado en el manicomio hasta que le dejaron salir de él delgado, cabizbajo y aletargado. Lola se temió, cuando lo vio, que hubieran apagado sus voces extrayéndole algunas cosas de su cabeza.

El asunto continuó en los siguientes días de clase. Pero Lola se fue tranquilizando. Le gustaba llegar al estudio y comprobar lo que las tallas de Kurt hacían esa tarde. Mientras los demás niños se concentraban en sus tareas de pintura ella no paraba de mirar a las esculturas de los estantes. Comprobaba como le sonreían, como bailaban aquellas extrañas danzas. Algún caballo relinchaba pero pensaba que solo lo hacía para sus oídos. Un día, uno de los Quijotes, usando su lanza de ariete, trató de derribar a una fea máscara africana que en el pasado el maestro debió esculpir. La tiró realmente al suelo y todos los niños se quedaron mirando en dirección a ella. Kurt, sin inmutarse demasiado, se dirigió al lugar y colocó la máscara en un sitio diferente. Pero lo que a Lola le sorprendió es que tumbó al Quijote sobre la estantería, como para impedir que se moviera. ¿Es que el maestro también podía ver lo que había ocurrido? Se preguntaba la niña.

Las dudas de Kurt sobre lo que sucedía se despejaron un día en que Lola llegó muy pronto a clase. No había nadie más en el estudio aún y la niña se enzarzó en una conversación curiosa con una Gaia. Al llegar a la puerta el maestro vio la escena y sus ojos se iluminaron. 

-¿Qué haces Lola? -Le espetó a la niña, que se quedó sorprendida y avergonzada.

-Yo… maestro… nada. Estaba aquí viendo lo bonita que es esta imagen.

-Mira Lola -Kurt se dirigió a ella de forma afectiva-, llevo mucho tiempo observándote y hoy por fin he comprendido lo que sucede aquí. No hace falta que disimules más conmigo. Contesta a mi pregunta ¿tú ves vida en estas tallas que los demás ven solo como piezas de madera?

-Maestro, no piense que estoy loca -la niña apenas si podía enlazar las palabras-. No sé si es mi imaginación o qué. Pero sí, comencé a verlas moverse hace algún tiempo. Luego cada día eso ha aumentado, ahora me hablan y escuchan lo que les digo.

-No te asustes Lola. Lo que te pasa es algo grande. Eres una persona afortunada. Y, no te preocupes que no eres la única. Yo veo lo mismo que tú. Somos seres de una especie distinta a los demás. Y ahora tengo una gran alegría por haberte encontrado. Cuando yo era niño, tenía muchas dificultades para concentrarme. Comencé a a hablar muy tarde y apenas si me relacionaba con otros niños de mi edad. Aunque no lo recuerdo del todo bien, había momentos en que me quedaba mirando al horizonte y me parecía que veía cosas que había por detrás del paisaje. Tras los árboles había lobos que jugueteaban. Tras las montañas, otras montañas aún más altas. Tras las personas, otras personas que solo yo podía ver. Pero recuerdo que eso no me perturbaba, al contrario, me serenaba, me hacía percibir una luz especial, una belleza sobresaliente.

Lola escuchaba con los ojos muy abiertos. ¿Sería posible que eso que a ella le parecía tan extraño, fuera un secreto compartido con el maestro?

-Un día de otoño, cuando yo tenía doce años -Kurt continuó- mis padre me llevaron al médico. Avanzaba muy retrasado en los estudios y los problemas de atención y de relación con los demás iban en aumento. Estábamos en la consulta, con el doctor y con una enfermera. Mis padres les explicaban aquellos extraños síntomas míos, preocupados por el dictamen que el galeno pudiera pronunciar sobre la extravagante enfermedad que padecía. Yo, mientras tanto, me quedé totalmente abstraído mirando un cuadro que había colgado en una de las paredes de la consulta. Era una copia de la Bailarinas en la barra de Degas. A mi me parecieron dos niñas bellísimas, pero lo sorprendente es que vi como bajaban sus piernas de la barra, se volvían hacía mí, me tiraban un beso con sus manos, bailaban un rato sobre la tarima representada en el cuadro y volvían a estirar sus piernas sobre la barra. A mí aquello me pareció el sumun de la belleza. Mientras tanto el médico les daba instrucciones a mis padres sobre lo que tenían que hacer. Pero de lo que nadie estaba siendo consciente era de que la enfermera me observaba detenidamente, a mí y al cuadro.

-Pero, maestro, eso es lo mismo que me pasa a mí -Lola estaba pasando del asombro a la expectación.

-¡Chiquilla deja que termine! -Kurt necesitaba seguir explicando todo aquel suceso de su infancia-. Al salir de la consulta, la enfermera nos acompañó hasta la puerta. Estaba muy afectiva conmigo, puso su mano sobre mi cabeza y me revolvió el pelo afectuosamente. Sin que la oyeran mis padres, me dijo que no me preocupara, porque todo lo que me pasaba era normal. También me dijo que dentro de muy poco hablaría conmigo para aclararme más cosas. Y así fue. Ella sabía donde vivíamos, ya que tenía acceso a mi ficha de paciente en la consulta médica. Por eso, a los pocos días, me esperó cerca de casa cuando yo iba camino del colegio y me contó algo que me dejó sorprendido. Me confesó que ella era la persona número 217 de nuestra especie, una evolución con gran capacidad para captar la belleza existente más allá de la fría realidad. Teníamos la posibilidad de percibir el mundo en una frecuencia distinta a la del resto de los humanos. Algo que nos permitía ver las cosas en una dimensión diferente, sobre todo atendiendo a su belleza. Un dios bondadoso, o no sabía muy bien que extraña criatura, había puesto en el planeta al individuo número 1 de nosotros. Y desde entonces le encargó la misión de localizar al siguiente y transmitirle la realidad de nuestra herencia. 

-Pero, Kurt, yo he nacido de mi padre y de mi madre. ¿Cómo puedo ser de una especie distinta?- Lola abría enormemente sus hermosos e inquisitivos ojos de niña. 

-Yo también, Lola, no te asustes. Somos humanos, como los demás, pero por alguna razón que desconocemos recibimos una herencia mágica especial que nos hace ver más, mejores y más bellas cosas. Es un don divino y tenemos que saber aprovecharlo. Yo lo hago, creando estas hermosas obras de arte. Y creo que tú vas a seguir el mismo camino. La enfermera que me encontró a mí, lo hacía ayudando a los demás a través de su profesión. Cada uno elije la ruta a seguir. Pero cuando somos conscientes de lo que somos se nos dota también de una especie de radar especial que nos permite localizar al siguiente individuo de nuestra especie. Tú lo harás igual, no necesitarás esforzarte. Un día aparecerá, igual que tú has aparecido ante mí. Ahora lo que debes hacer es aprovechar tu capacidad para crear las obras de arte más bellas del mundo. Yo te ayudaré. Esto no es complicado, no tienes que hacer nada más que gozar de tu capacidad de captar más allá de las cosas y aprovecharla para crear más belleza en este mundo frío e inquietante.

La cara de Lola estaba iluminada por una luz especial. En ese momento veía como todas las tallas de los estantes del estudio la aplaudían y sonreían. 

-Gracias maestro por hacerme comprender que soy el número 219 de nuestra especie.

NOTA DEL AUTOR

Como siempre aclaro que estamos en un relato de ficción. Que haya un personaje real, como es el caso del extravagante, polifacético y genial pintor y escultor Kurt218, no implica que lo que aquí se cuenta sea una situación real. Otra cosa es que lo sea su desmesurada afición a extraer belleza y vida de la madera de olivo, la cepa de vid y el barro de Mollina. También que sus clases sean especiales y los niños le adoren. Por supuesto que se trata de una persona de nuestra misma especie (o eso creo). Y la historia de Lola es totalmente inventada.

2 comentarios en «Soy la 219 de mi especie»

  1. Tienes la capacidad de capturar la atención de todo el que te lea, porque nos haces vivir el cuento cómo la realidad misma

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