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Redes ¿sociales o antisociales?

Ya hace unos años que soy usuario de redes sociales. Mi interés por comentar la actualidad social, cultural y política me animó a empezar a participar en ellas como una oportunidad que me permitía mantener “conversaciones” enriquecedoras sobre todo tipo de temas. Se abría una posibilidad de conocer diferentes puntos de vista, a veces opuestos, mediante la lectura, la exposición, la reflexión y, sobre todo, el respeto.

He conocido a muy buena gente, he recuperado contactos que por otras vías hubiera resultado imposible y he aprendido bastante de ellos, y de mí mismo al rebuscar y analizar en mi mente la posición sobre el tema tratado acorde con mis conocimientos y valores.

Pero también he sufrido grandes desengaños.

Hoy día tengo claro que a menudo dejan de ser redes sociales para convertirse en antisociales. Todo empezó en el momento en el que los partidos políticos de ideología más extrema encontraron en ellas las herramientas perfectas para trasladar a sus fervorosos fans las consignas que debían difundir en sus mensajes. El resultado no pudo ser más efectivo. Primero en Twitter, cuyos mensajes cortos son de fácil consumo para quien no necesita demasiados argumentos y sí objetivos claros. Después, aunque en mucha menor medida, en Facebook, principalmente por la inevitable contaminación de usuarios comunes y la reutilización de esos mensajes creados para Twitter. El hecho de que los primeros partidos que entraron en este marketing en redes fueran los más extremistas fue clave para que la polarización política se haya adueñado de ellas y lo hayan enturbiado todo. Da igual que quieras hablar de literatura, de deporte, de salud, de arte o propiamente de política; al final hay muchas opciones de que derive hacia la política, los bandos y a una lucha sin cuartel entre ellos.

¿Han conseguido estos partidos canalizar la frustración evidente de una parte importante de la sociedad y sobre todo de quienes peor lo pasan? ¿Cómo han conseguido esa ideologización tan fanática? ¿Han aprovechado como cebo el egoísmo natural con el que todo ser vivo nace para sobrevivir? Seguro que hay buenos estudios sociológicos sobre el tema. Es un tema interesante para el debate.

Mi primer desengaño sucedió con Twitter. Quizás una causa esencial de mi posterior decepción pudo ser el hecho de empezar a participar en esta red en plena ebullición del proceso independentista. No tardé mucho en comprobar el poco grado de respeto a los demás en los hilos enormes de conversación que permite Twitter.

El caldo de cultivo era la extrema polarización que se vivía en aquel momento (que ahora con los indultos se ha revitalizado de nuevo) respecto al proceso catalán. Si a eso unimos la dificultad de expresar en los pocos caracteres permitidos (140 primero /280 después) una opinión argumentada con cierta cantidad de información y coherencia, aquello se convertía en un campo de batalla en el que lo más bonito que se decía sería irreproducible aquí. No puedo imaginar a las mismas personas reunidas presencialmente en una sala y mirándose a la cara. Desde luego ni escucha, ni reflexión. Los interlocutores se retroalimentaban buscando el mayor desprecio, el mayor insulto y se producía un crecimiento exponencial de la autoafirmación ideológica, convirtiendo la opinión o la ideología en dogma irrenunciable. Una fábrica de ultras.

Mantengo mi cuenta en esta red, pero con una participación mínima para mantener contactos y poder seguir a personas que admiro.

Para mantener abierta esa posibilidad de dialogar y compartir opiniones sobre temas de actualidad, me refugié en Facebook. Es una red que permite definir mejor las personas que van a formar parte del grupo de amistades con el que compartir publicaciones y conversaciones. De esta forma se tiene un mayor control de la difusión y se limita más la posible participación externa de profesionales de la discordia. Esto la convierte en una red social más adecuada para el uso conversacional y de opinión que yo buscaba en estas nuevas herramientas. En este último año de pandemia, disponer de esta herramienta, ha sido una vía de escape fundamental para quienes necesitamos la conversación y el contraste de opiniones, tanto como respirar.



Pero tampoco Facebook es ese lugar fantástico para el dialogo que, de forma idílica, yo entendía que era. No es ese paraíso de empatía y respeto. Las actitudes constructivas, aunque hay buena muestra de ellas, no son las más habituales. Y mucho menos cuando el tema tratado es la política. Parece que los odiadores profesionales han encontrado la forma de introducirse en grupos de amigos de Facebook. He tenido momentos de estar cerca de tirar la toalla y abandonar también, cuando esos hooligans, tan habituales en Twitter, han asomado a través de las publicaciones de determinados “amigos/conocidos” con la moda de cortar y pegar en su muro sarcásticos tuits y memes o videos “zasca”, vacíos de análisis; que no tienen otro objetivo que sembrar insultos, burla y odio hacia lideres o partidos políticos determinados. Como era de esperar, el virus de los “hater” de Twitter también ha contagiado a Facebook.

Suelen ser publicaciones sin documentación, sin artículos periodísticos serios enlazados, sin fuentes que justifiquen sus afirmaciones o cifras, con total falta de rigurosidad, sin opinión o análisis de quien lo comparte. Quienes los publican en su página de Facebook no suelen pasar de un “toda la razón”, “ahí lo dejo”, “vaya zasca”, “sin comentarios”; esa es toda su aportación analítica y defensa argumental de lo compartido. No me refiero a las clásicas viñetas o portadas humorísticas que siempre suelen aportar algo positivo, ideológico pero en general con respeto. Tampoco a esas frases filosóficas o psicológicas cargadas de buenos sentimientos o propuestas.

No es extraño que, en la mayoría de las ocasiones, estas publicaciones despreciativas partan de personas muy dogmatizadas en sus argumentos ideológicos y situadas en posiciones alejadas de la moderación y del diálogo. Ocurre en ambos extremos ideológicos. Me apena por los amigos que las comparten porque no aportan nada, salvo servir de cauce y herramienta para repartir la mierda generada por otros.

Al principio intentaba aportar datos y hacer ver mis razones contrarias a lo publicado. Ese intento no me llevó mas que, en el mejor de los casos, a conversaciones tan tensas, improductivas y poco enriquecedoras como la propia publicación manipuladora. En otras ocasiones, a ser tratado como invasor de la intimidad del titular del muro afectado. Y en los peores casos, a enturbiar relaciones personales muy cercanas. No nos mereció la pena. Por salud sentimental ya no comento ese tipo de publicaciones. En cierto modo también porque suelen ser tan repetitivas, y compartidas siempre por las mismas personas, que ya ni siquiera captan mi atención. No me gusta esa forma de decorar los muros. Pero he entendido que ya forma parte de Facebook. Hay que aceptarlo.

Pero lo que más me ha llamado siempre la atención es lo mucho que se repite en las conversaciones políticas la respuesta “No hay mayor ciego que el que no quiere ver” cuando alguien se indigna porque no estás de acuerdo con su “clarividente” análisis de la noticia, o simplemente ya publica o comparte con esa frase, como anticipando que es imposible que alguien no esté de acuerdo con el contenido de su publicación. Es el principal motivo que me llevó a escribir este artículo. Y observo que se produce en personas de todas las ideologías. Se asume una mentalidad de seguimiento dogmático, casi religioso, a los “tuyos”, que siempre están libres de pecados o si los tienen son veniales o justificados. Y por supuesto, de crítica inexcrutable a los oponentes ideológicos, que son un compendio de todos los defectos y pecados que puede tener un político. Ese dogmatismo es el que anula cualquier posibilidad de diálogo constructivo y de un análisis sereno de las posiciones políticas de cada uno. Siempre suele acabar en un combate de socialcomunistas contra fascistas. En medio no hay nada. O eres ciego porque no ves lo nefasto y mentiroso que es el gobierno o eres ciego porque no ves que todos los males que padecemos son herencia de la corrupción y recortes del gobierno anterior. O eres ciego porque no ves lo inteligente y lo bien que lo ha hecho Ayuso, o eres ciego porque no ves la valentía, inteligencia y grandes verdades de Pablo Iglesias. Azul o rojo, blanco o negro. La variedad ideológica no está de moda. La moderación menos. Requeriría pensar, y haría difícil el combate cuerpo a cuerpo que tanto gusta a muchos. Mejor conceptos y lemas sencillos, fáciles de defender, muy identificables con los “tuyos”, que son los buenos. Quien no los entienda, ceguera total.



Cuando no me sumo a los planteamientos o críticas de alguien y me responde lo de “no hay mayor ciego que el que no quiere ver”, mi cerebro interpreta inmediatamente “Me está diciendo que no hay mayor necio que el que no opina lo mismo que él”, lo que no deja de ser una absoluta falta de respeto hacia quienes no piensan igual que nosotros. En mi opinión la mayor demostración de inteligencia no es la ostentación del conocimiento, o mejor dicho, la ilusión del conocimiento. La mayor demostración de inteligencia es la escucha y el respeto hacia el conocimiento de los demás. Siempre aprenderemos del otro. Algunas veces porque estemos equivocados y sus aportaciones nos lleven a un cambio de opinión y otras veces porque, aun concluyendo que no estamos equivocados, habremos incorporado conceptos interesantes a nuestro análisis que habrán hecho más consistentes nuestros argumentos y posición. No se trata de que gane uno u otro, llegando si hace falta a la prórroga y tanda de penaltis. Se trata de dialogar, de conocerse, de aprender ambos. De ganar los dos.

Cuando esa arrogante y despreciativa respuesta se repitió en más de una ocasión en mis conversaciones de Facebook puedo asegurar que me llegué a plantear si no sería verdad que, ideológicamente, soy ciego porque no quiero ver, como me diagnosticaban estos “sabios” que lo veían todo con suprema claridad. Pero luego, tras un rato de desasosiego y autoexamen, me di cuenta de que lo que sucede es que esos buenos amigos lo que desean, con su mejor intención, es que yo mire únicamente hacia el mismo lado que miran ellos (el correcto), y vea lo mismo que ellos ven para que no me equivoque. Y me quedé más tranquilo. Y decidí seguir mirándolo todo, hacia todos los lados, y que mi mente decida lo que considera verdad, de acuerdo a mis valores morales, mis convicciones y, por supuesto, mis ojos.

Nunca pediré a mis “amigos” que deserten de sus ojos acusándoles de estar ciegos por no usar los míos. En todo caso seguiré aportando mi visión por si les es útil o quieren dialogar sobre ella. Si no es así, la pueden tirar directamente a la basura, no me indignaré.  


Dibujo (c) Juan Manuel Osuna

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