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¿Está lo digital transformando el mundo?

Desde que en los años setenta la informática comenzó a formar parte activa de nuestras vida, la realidad se ha ido transformando fuertemente. Las tecnologías de la información y las comunicaciones han ido revolucionando muchas facetas de nuestro mundo, cambiando nuestro modo de insertarnos en el mismo, de trabajar, de relacionarnos… Ciertamente, la transformación digital no sigue exactamente las pautas que la ciencia ficción del siglo XX había previsto. Si hubiera sido así, hoy estaríamos en un mundo mucho más robotizado, con más presencia de la inteligencia artificial, más expandido en el universo, etc. Sin embargo, han sido otras facetas la que más se ha desarrollado. Sobre todo las capacidades de comunicación y cálculo. Intentaré analizar en este artículo el fenómeno de la nueva realidad que se nos plantea como consecuencia de esta situación.

Digital

Los primeros pasos de la revolución digital se encontraban bastante constreñidos al mundo profesional. A pesar de que ya en los ochenta tenemos operando a compañías como Microsoft o Apple, cuya misión es la de llevar la computación hasta el escritorio de todas las personas en el mundo, la expansión de las TIC (Tecnologías de la información y las comunicaciones) aún era bastante moderada. Desde entonces hemos asistido a numerosos hitos que han construido hoy una realidad bastante diferente. Recorramos un poco ese camino. En primer lugar, el ordenador personal, completado con la portabilidad del mismo, nos puso la herramienta para el proceso digital en nuestras manos. Después, la telefonía móvil, primero y luego el crecimiento inusitado de Internet, construyeron un entorno de comunicaciones donde todas esas máquinas podían estar en contacto. Pero hasta ese momento (finales de los noventa e incluso en la primera década del nuevo siglo) aún las cosas se encontraban bastante ceñidas al mundo profesional. Con el cambio de siglo nos encontramos con tres tendencias que tienen una gran impacto en este escenario. En primer lugar, el impulso de la movilidad. Los dispositivos móviles se universalizan y su capacidad de cálculo se potencia incrementalmente. El asunto se nuclea a través del smartphone, un terminal que parte de unir las funciones de la telefonía móvil con las del ordenador personal. Pero el éxito de ese dispositivo no hubiera sido igual de relevante si no hubiéramos asistido en paralelo al desarrollo inusitado de las comunicaciones. La mezcla del cable con las comunicaciones inalámbricas han hecho que hoy podamos estar conectados en cualquier lugar y en cualquier momento. El tercer elemento en esta ecuación es el asunto de la geolocalización. Ese terminal móvil, además, de a las redes de telefonía terrestre, también está conectado a los sistemas de satélites que permiten mantenerlo en todo momento localizado geográficamente. Por tanto, el escenario actual podemos describirlo como un entorno donde todas las personas está comunicadas en todo momento con el resto de las personas del mundo y pueden interaccionar entre ellas a través de potentes sistemas digitales móviles.


«…el escenario actual podemos describirlo como un entorno donde todas las personas está comunicadas en todo momento con el resto de las personas del mundo y pueden interaccionar entre ellas a través de potentes sistemas digitales móviles.»


Este es el escenario de base, pero de él se deducen miles de consecuencias para nuestra actividad diaria. Un hogar conectado con control sobre los distintos elementos del mismo desde cualquier lugar en el que nos encontremos. Coches capaces de moverse sin intervención humana en tanto que sus sensores pueden captar las variables del entorno e ir tomando decisiones en función de las mismas. Tratamiento masivo de cualquier tipo de información, lo que nos permite acceder a cualquier dato que necesitemos, al instante, sea este un simple dato histórico que deseamos contrastar o el restaurante más cercano a nosotros que tenga mejores opiniones de sus usuarios. Acceso a un comercio global con sistemas de compra y logísticos que nos permiten tener cualquier cosa que deseemos, sea cual sea el lugar del mundo donde se produzca. Virtualización del dinero. Sistemas de realidad aumentada que nos permiten tener en el momento una información relevante de lo que nos rodea. Podemos ir, por ejemplo, paseando por una calle y a través de nuestro smartphone o de unas gafas de realidad virtual, tener acceso a toda la información que se guarda en la red de las cosas que nos rodean, comercios, edificios, monumentos e incluso personas. Y tantas y tantas cosas que se han vuelto tan usuales que nos pasan desapercibidas, pero que suponen una revolución de fuerte impacto en nuestros usos y costumbres.

Digamos que nos hayamos en un punto donde la transformación digital ha tomado el camino de una progresión geométrica. Hasta el momento los cambios que se derivaban de la implantación de las TIC tenían unas características aritméticas de crecimiento, pero ahora el ritmo es explosivo y los cambios son impredecibles. Nos llevan a lo que se denomina un entorno VUCA (Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad). Esto es un reto de un calado extraordinario para la humanidad y que nos lleva a reinterpretarnos cada minuto como sociedad, como organización política y como personas. La revolución es tal que resulta difícil encontrar una época remota del pasado de la humanidad donde nuestra especie se haya enfrentado a oportunidades y riesgos similares.

VUCA

«La revolución es tal que resulta difícil encontrar una época remota del pasado de la humanidad donde nuestra especie se haya enfrentado a oportunidades y riesgos similares.»


En el centro de todos estos elementos se encuentra uno de radical importancia y que contribuye, como pocos, a cambiar nuestro entorno. Me refiero al auge de las redes sociales. Las posibilidades tecnológicas descritas han traído como consecuencia la creación de este tipo de comunidades donde los humanos nos relacionamos en un entorno virtual. Las redes sociales ha ido tomando una fortísima presencia en nuestras vidas. Pensemos, un ejemplo. El sábado pasado estuve en Aranjuez oyendo un interesante concierto de Javier Elorrieta, un amigo que presentaba su nuevo disco mezcla de jazz con canción de origen francés. Supongo que durante el concierto habría personas que estarían tuiteando su opinión sobre el mismo; yo hoy, puedo escribir esto y compartirlo en mi blog con centenares de contactos; seguro que muchas personas han hablado sobre ello en sus círculos. Si nos ponemos cincuenta años atrás, lo normal es que algún crítico se hubiera interesado por el asunto y quizá hubiera publicado alguna reseña en algún periódico. Nótese la enorme diferencia. Hoy cualquier persona tiene la oportunidad de hablar de cualquier asunto que haya vivido; y puede comunicarlo de modo inmediato a su red social con lo que en función de la amplitud de la misma, sus ideas pueden tener una difusión muy fuerte. Esto hace que el rol de lo que, siguiendo el término anglosajón, se denominan influencers, pueda hoy ser ejercido por cualquiera. Hay una democratización de la opinión. Y esta democratización está sustentada en la transformación digital que estamos viviendo. Todos podemos volcar en la red nuestras opiniones, nuestros puntos de vista sobre las cosas, las noticias de las que somos observadores. Se ha acabado la profesionalización en el trabajo de la difusión de información.

Aparentemente, todo esto es muy positivo. Hay un poder que hoy está en las manos de todo el mundo y antes solo lo estaba en las de algunos privilegiados. Sin embargo, andémonos con ojo. Este poder se produce porque la herramienta que tenemos para ejercerlo es de una amplitud inusitada. Pensemos lo que sucedería si tuviéramos que hacer esto mismo usando el correo ordinario. Las posibilidades serían mucho menores. Pero, ojo, también las posibilidades de que haya determinados influencers interfiriendo en este canal de comunicaciones también lo son. Estas posibilidades de interferencia eran mucho menores con el correo manual. Pensemos en los grandes pensadores del XVII, Leibniz, Newton, Descartes, Spinoza… Todos ellos tenían corresponsales, se escribían entre sí debatiendo ideas; y las posibilidades de que un tercero interfiriera en esa correspondencia eran pequeñas. Alguien hubiera tenido que tomar la identidad de otro, conocer a sus corresponsales y escribirle como si fuera el suplantado, para tratar de influenciarle en determinado aspecto. Hoy, a través de las redes sociales, cualquiera con poder de convocatoria puede influir de forma torticera, sesgando la comunicación en función de sus intereses. Podemos observar esto desde las cuestiones más elementales, por ejemplo cuando observamos las entradas en Facebook mostrándonos alguna deformación humana e induciéndonos a compartirla en nuestro muro y regalarle un «Amén». Probablemente a los autores de noticias de este tipo no les lleve ninguna intención de sesgo, más allá que la de divertirse comprobando la imbecilidad humana por la que tantas y tantas personas reproducen el asunto en su muro. Las noticias fake en Twiter ya tienen una intención de sesgo mucho mayor. Cuando se reproduce una aparente noticia sobre una marca comercial denostándola, cuando se atribuye a determinada persona célebre un texto, etc., hay por detrás una clara intención de sesgo. Esto constituye un arma terrible para quienes quieren manipularnos y solo la educación puede ayudarnos a corregirlo. Hemos de ser conscientes de que las redes sociales son una tremenda oportunidad de comunicación, pero también una trampa tremenda si las usamos sin criterio.

Las redes sociales nos permiten fácilmente sobrecargar la información. Es decir, transmitir información con sobrecarga de determinado sesgo con el que nos interesa influenciar a determinado colectivo. Esto puede no ser malo en sí mismo. Es la publicidad de toda la vida. Situémonos en esa serie de televisión que en el acontecer de la trama nos ponía la imagen de cierto producto que se encontraba en la cocina de los protagonistas y que, normalmente, tenía que ver con lo que los publicistas habían deducido que podría interesarles a la audiencia media de dicha serie. Esto puede hacerse ahora de forma mucho más potente en las redes. Puesto que volcamos sobre las mismas toda la información sobre nuestro perfil personal, aficiones, gustos, valoraciones, etc., quienes quieren vendernos algo tienen unas posibilidades enormes de segmentarnos como consumidores y a través de potentes sistemas de recomendaciones, tratar de influirnos en la compra de aquello que deducen que puede sernos útil en el momento. Hasta ahí no hay mucho que objetar, se abre una nueva y potente rama en el asunto de las recomendaciones publicitarias. Lo malo es cuando esto se hace subliminalmente, cuando alguien intenta influenciarnos de forma solapada aprovechando estos mismos canales, pero no para que compremos un producto sino para que defendamos políticamente una idea, para que sigamos a un líder, etc. Esto es terrible, hay un arma larvada en las redes que hemos de saber controlar y solo podemos hacerlo con educación para las personas y legislación de control.

Además de la sobrecarga de información con la que nos enfrentamos en las redes sociales, otro asunto relevante es el asalto a la privacidad en todos sus aspectos que pueden suponer. Mientras estemos hablando de que se accede a nuestros datos a través de su uso en sistemas Big Data como motores de recomendaciones, poco qué decir. Pero ¿y si su empleo trasciende este nivel? Estamos de nuevo ante la hipótesis del 1984 de Orwell, pero esta vez con unas herramientas de inusitada potencia que permiten conocer cualquier elemento de mi ideología, que permiten localizarme e incluso revisar mi histórico de movimientos. Si eres usuario de telefonía móvil basada en Adroid, echa un ojo a la opción Tu cronología de Google Maps y verás lo qué se guarda acerca tuya (claro, siempre que hayas activado que ese sistema esté en funcionamiento). Actualmente nos enfrentamos al dilema diario de si aprovechamos o no las ventajas relativas a la geolocalización, al control permanente de la ubicación, a los datos de realidad aumentada que se nos proporcionan, a  la posibilidad de guardar nuestra información básica en la nube para garantizar que nunca la perdemos y a todo un conjunto adicional de cosas. Lo que sucede es que ceder en todos esos asuntos supone que estamos dándole a ciertas compañías, como por ejemplo Google, una llave hacia nuestra vida que no todo el mundo quiere proporcionar. Esto me recuerda a la controversia que vivimos hace unos cuantos años cuando se planteaba la opción de instalar masivamente cámaras de vigilancia en calles, carreteras, etc. Muchos se negaban a ello debido a la intromisión en la privacidad que esto suponía, sin embargo, hoy ya casi no se debate acerca de este asunto. Se ha descubierto la enorme importancia que tienen estos sistemas en la persecución del delito y todo el mundo da por hecho que son una parte más de nuestras vidas.

Mientras nos movamos en sistemas con control democrático el asunto no debería preocuparnos demasiado. Lo malo es que eso no siempre puede estar garantizado. Una interesante predicción futurista de lo que nos puede suceder con el uso de las redes sociales, podemos verlo en Nosedive, el primer episodio de la tercera temporada de la serie de ciencia ficción, Black Mirror.

Nosedive

En este capítulo se nos presenta un mundo donde los ciudadanos son segmentados en función de la puntuación que cada uno da al otro en la red social. Con ello se ha creado todo un ecosistema donde tenemos ciudadanos de distintas clases en función de la puntuación obtenida. Digamos que esa sociedad ha cambiado el sistema tradicional de clases sociales por otro basado en la información presente de las personas en las redes sociales, información en lo que cada ciudadano opina del otro. En principio, nada demasiado dramático, por mucho que lo parezca. Al fin y al cabo, ya vivimos una sociedad segmentada en clases, ricos y pobres, poderosos y débiles… Esta no sería más que otra segmentación con un único inconveniente, el de la inmediatez. Es como si todos los ciudadanos lleváramos grabado en la frente, como en el sistema de castas de la India, a qué tipo pertenecemos. Lo pero viene cuando ya lo vemos en la práctica, usado por regímenes no precisamente democráticos como el Chino. Según parece, la potencia asiática está pensando en montar un sistema de clasificación de los ciudadanos basado en técnicas parecidas a las que se nos muestran en la serie de marras.

En fin, estamos ante un auténtico entorno VUCA. Yo soy de los que participan a tope en la transformación digital e intento aprovecharme de todas las ventajas que se me proporcionan. Pero, eso sí, valoro los riesgos y, desde luego, insistiré siempre en que la educación de los ciudadanos y el control democrático son elementos básicos para que esa imprevisibilidad en la que nos movemos no nos lleve a una sociedad donde la vida del ser humano se torne imposible por la falta de libertad.

1 comentario en «¿Está lo digital transformando el mundo?»

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