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Socialdemocracia, liberalismo y cultura del esfuerzo

Nos está tocando vivir una época difícil para la socialdemocracia. La crisis económica que padecemos parece que nos conduce de forma inexorable a limitar los logros del estado del bienestar, que tanto esfuerzo ha costado conseguir y mantener en Europa, y  del que los partidos socialdemócratas han sido los principales impulsores. Desde cualquier ángulo se nos intenta convencer de la no viabilidad de este modo de organización nuestro que ha conducido a la humanidad a sus mejores logros en cuanto a igualdad de oportunidades y justicia social. Y probablemente sea cierto que con algunas de las derivas que está tomando el asunto esto no sea mantenible.

En principio me gustaría destacar que los partidos socialistas ha sufrido un par de procesos altamente preocupantes que los han hecho inoperantes en su labor de transformar y humanizar cada vez más las sociedades que han gobernado. El primero tiene que ver con la inoculación del virus del liberalismo extremo. Desde los gobiernos de Reagan y Thatcher parece que el mundo se ha visto invadido por una ola de neoliberalismo por la cual la intervención del Estado en la cosa pública pareció comenzar a verse como una especie de pecado mortal. Y, sin embargo, desde mi punto de vista el esfuerzo legislador y regulador de los estados está en la base de la transformación y la mejora social. Lo otro es delegar nuestra función controladora como ciudadanos a fuerzas ciegas y extravagantes cuyo control se nos escapa por todos lados. ¡Qué risa!, “los mercados se auto-regulan”, dice uno de los dogmas de fe de nuestro mundo actual. ¡Y un cuerno! El poder financiero, el poder de los mercados, el poder de los políticos, cualquier poder en suma, tiene un mismo atributo básico, el de buscar su propia conservación, la perpetuidad de su dominio. En los ciudadanos y los gobiernos elegidos por estos está la postestad de emplear las leyes y las regulaciones para evitar esa sobresaturación de poder que en nuestra época vivimos. Recordemos que uno de los principios de la revolución burguesa, y por tanto del propio liberalismo, es el de la separación de poderes de forma que uno no pueda imponerse fácilmente sobre el otro. Pues que se apliquen el cuento, que hoy la preeminencia del poder financiero sobre cualquier otro marca a nuestro mundo como a ningún otro lo ha hecho. Hoy sería pecado defender un modelo como el que en su día proponía la socialdemocracia sueca por el cual las empresas tenían de manera forzosa que reinvertir parte de sus beneficios. De eso se trata, libertad para emprender, para crear empresas, para ganar dinero, pero con límites al enriquecimiento desaforado.

Pero si este es el primer elemento en el que los partidos socialdemócratas andan algo perdidos, arrollados por la marea liberal, no tenemos que olvidar el segundo, para mí tan importante como este. Se trata del olvido de la cultura del esfuerzo como motor que hace avanzar a las sociedades. Quizá para contrarrestar ese predominio del paradigma liberal, los partidos socialistas se han caracterizado por un afán exagerado de protección social, justificando en ciertos individuos conductas fuera de lo éticamente justificable por el solo hecho de la pertenencia de los mismos a colectivos con pocas posibilidades económicas. Ello ha llevado a instaurar también una cierta cultura que se caracteriza por no fomentar el esfuerzo como motor de la superación. Todo ello basado en una falsa concepción extremadamente igualitaria bastante ajena a la condición humana. En general, no debemos olvidar que el ser humano es un animal evolucionado, pero que ha sido diseñado por la naturaleza para moverse en un entorno hostil donde el esfuerzo y la superación son la clave de su desarrollo personal. Obviamente, ser también un animal social le hace necesitar el apoyo de la colectividad, pero siempre en un entorno de armonía entre un principio y el otro. Una persona que no se esfuerza por conseguir mejorar su subsistencia difícilmente logra una buena adaptación al medio. Sus mecanismos fisiológicos y psicológicos estarán condicionados por ese exceso de facilidad en conseguir logros y una buena parte de sus mecanismos genéticos de supervivencia se atrofiarán. Así, pues, siguiendo estos principios de hiper protección de las personas, la socialdemocracia ha terminado por justificar lo injustificable socialmente y eso ha hecho que una parte de la población abomine de su ideario. Habría muchos ejemplos que poner a este respecto, pero yo suelo usar uno que es, creo, bastante paradigmático de lo que pasa; se trata de los excesos de la educación universitaria gratuita. Yo, por supuesto, soy partidario de que medicina y educación se extiendan gratuitamente a toda la población; son las claves primarias que toda sociedad que tienda a la igualdad necesita. Ahora bien, de lo que no soy ya partidario es de que esos estudiantes que año tras año suspenden en la enseñanza pública sigan pudiendo acceder a ella casi sin coste mientras el resto de la sociedad trabajadora paga sus excesos. Si estudias y apruebas, el Estado paga tu formación, pero si tienes un morro que te lo pisas y lo único que haces es perder el tiempo en una universidad prácticamente gratuita, pues te lo pagas tú y tan amigos todos. Habría muchos más ejemplos. Otro de ellos tiene que ver con el desempleo. Soy partidario de extender al máximo esta prestación, pero, desde luego, de lo que no lo soy es de que el desempleado pueda rechazar ofertas de trabajo y seguir cobrando su subsidio. Este tipo de cosas se justifican a veces desde una óptica socialdemócrata como una especie de mantenimiento del equilibrio entre las clases pudientes y los desposeídos. Sin embargo, desde mi punto de vista, la aceptación de este tipo de situaciones lo único que fomenta es la falta de ética y responsabilidad colectiva, cosa que mina la estructura social, así como que se nos achaque a los socialdemócratas que dilapidamos el dinero público y arruinamos a las sociedades.

Mi punto de vista es claro a este respecto. Creo que el valor de la justicia social hay que conservarlo a toda costa, que no debemos dejarnos llevar por el discurso conservador de que el estado del bienestar no es posible. Sí lo es, pero, desde luego, asumiendo que para que la mayor parte de la población puede acceder a los servicios públicos de nivel, es absolutamente necesario que se limiten los abusos y las malas prácticas que nos inundan. Por eso, una sociedad más vivible para todos debe mezclar de forma razonable el fomento del esfuerzo, el valor de la meritocracia, la búsqueda de la excelencia, con la persecución de la igualdad de oportunidades y la justicia social para todos.

Por todo esto creo que hay que repensar no la teoría pero sí la praxis socialdemócrata, apuntalándola en estos dos elementos básicos: limitación del enriquecimiento abusivo obligando a cuotas de reinversión que generen riqueza para el país y fomento de la cultura del esfuerzo, redefiniendo la protección social para evitar los abusos que pueden acabar con ese estado del bienestar que tanto nos ha costado conseguir.  

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