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23. No tener algún desdoro

El sino de la perfección. Pocos viven sin achaque así en lo moral como en lo natural, y se apasionan por ellos pudiendo curar con facilidad. Lastímase la ajena cordura de que tal vez a una sublime universalidad de prendas se le atreva un mínimo defecto y basta una nube a eclipsar todo un Sol. Son lunares de la reputación, donde para luego, y aun repara, la malevolencia. Suma destreza sería convertirlos en realces. Desta suerte supo César laurear el natural desaire.

¡Cuánto personaje público se sentiría hoy identificado con este aforismo! Con un lenguaje altamente conceptista lo que nos viene a decir Gracián es que las pequeñas faltas son normales en la vida sino las agrandamos innecesariamente («pudiendo curar con facilidad»). Y que la sublime destreza está en saber convertirlas en realces en lugar de dejarnos arrollar por ellas. Y para ello usa la brillante metáfora de César («laurear el natural desaire») con lo que se refiere a cómo el emperador romano ocultaba su calvicie con la corona de laurel convirtiendo en magnificencia el defecto de haberse quedado calvo.

De algún modo viene a resaltarse aquí otro elemento arquetípico del pensamiento en el Barroco, me refiero al trasunto de la doble moral o, al menos, de una actitud no demasiado rigorista respecto a los planteamientos éticos. Se asume que hay «pequeñas faltas» que pueden ser normales en la vida de las personas. «Pocos viven sin achaque así en lo moral como en lo natural». Pero, se defiende, sobre esas faltas, que saber «convertirlas en realces» es un elemento clave para evitar que queden en nosotros como «lunares de la reputación».

Hay también en este aforismo una defensa de la historia de la persona considerada como un todo. Hoy tenemos la tendencia de juzgar la conducta de alguna persona solo por esa falta cometida cuando hay todo un capital de elementos positivos en la misma. En el fondo hay una consideración muy realista del ser humano. Las personas no son para Gracián arquetipos ideales. Los humanos erramos, nos equivocamos y cometemos faltas. Las cosas son así y negarlo es faltar a la verdad. Pero como la sociedad tiende a juzgarnos por esas faltas imposibles de soslayar, lo que se defiende es que sea la propia persona quien se ocupe de laurear sus naturales desaires, es decir, de ocultar las faltas que puedan desdorar su curriculum vital.

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