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Duelo entre Moisés, Kant y Marx

La verdad es que últimamente uno no gana para decepciones. Lo normal sería que con la edad nos volviéramos más pacientes y tendiéramos a sobrellevar mejor aquello que no nos gusta. Sin embargo, creo que a mí me está pasando todo lo contrario. Y, aunque el catálogo de mis últimos desencantos tiende al infinito, voy a reseñar aquí solo uno que puede parecer jocoso e intrascendente, pero que, no puedo evitarlo, me fastidia. El tema va de laicismo, aunque como acostumbro, voy a enrevesarlo un poco.

Galileo

Intentaré contar el asunto desde sus orígenes. Resulta que, como algunos de mis escasos lectores conocen, me dedico últimamente al también altamente decepcionante mundo de la edición digital. Bueno, la cosa en ocasiones resulta aburrida, solo me da para trabajar veinticuatro horas diarias cuando desde hace años tengo acostumbrado al cuerpo a trabajar treinta y dos. Por ello, en ese tiempo sobrante, un día me dio por hacer un experimento sociológico.  Resulta que en mi empresa manejamos una colección de libros gratuitos (clásicos libres de derechos) para que los compradores de los lectores de libros electrónicos puedan descargarlos a sus máquinas y familiarizarse con este tipo de lectura, antes de lanzarse a gastarse dinero comprando otros títulos. En nuestra página web siempre destacamos tres libros gratuitos de dicha colección y quien desea otros, ya los busca más detenidamente. Normalmente, con cierta periodicidad cambiamos esos títulos para darle más variedad y atractivo al asunto.

El origen de mi aburrimiento, aquello que me impulsó a realizar el experimento sociológico que ahora reseñaré, tuvo que ver con la reciente y ruidosa visita del Papa a nuestro país. Me dije, «¡leches, cuanta gente! Pero si las estadísticas dicen que estamos dejando de ser católicos, que cada vez hay menos gente relacionada con la cosa de los curas, los cirios, el agua bendita y todo eso. En fin, hagamos una comprobación, no demasiado rigurosa ciertamente, para ver cómo anda el asunto». Y es entonces cuando se me ocurrió destacar en nuestra portada de libros gratuitos, tres obras bastante contradictorias entre sí, pero que quizá representaran las distintas sensibilidades respecto al tema religioso que pudieran estar dándose en este momento en el país. Así, pues, ni corto ni perezoso, coloqué allí La Biblia, El capital y La crítica de la razón pura. Desde mi punto de vista, cada una de ellas representaba con más o menos claridad cada una de estas diferentes sensibilidades, la del creyente, la del ateo recalcitrante y la del previsible racionalista agnóstico.


«No soy creyente. Abandoné conceptualmente el catolicismo durante la adolescencia cuando comenzó a no apetecerme demasiado lo de contestar a aquella pregunta de “¿Cuántas veces, hijo?” a un tipo desconocido a través de una extraña rejilla de madera.»


Si algún lector hubiese tenido la paciencia de leer antiguas entradas de este blog sabría de mis ideas al respecto. No soy creyente. Abandoné conceptualmente el catolicismo durante la adolescencia cuando comenzó a no apetecerme demasiado lo de contestar a aquella pregunta de “¿Cuántas veces, hijo?” a un tipo desconocido a través de una extraña rejilla de madera. Algo más tarde renuncié formalmente a mi adscripción al catolicismo, es decir, pedí que me borraran del libro de los bautizados. Y no estoy hablando de ahora, cuando es fácil y está de moda. Tuve que hacerlo en la época preconstitucional cuando para casarse por lo civil aquello resultaba un trámite obligatorio. En fin, no demos más vueltas, que no soy católico y, quizá si hubiera tenido algo de tiempo para dedicarle al asunto, sabría ahora si soy agnóstico o ateo. La verdad es que ni lo sé ni me importa. Sí me importa, en cambio, que este país vaya cambiando muchas de sus rancias prácticas de mezcla de la religión con el Estado para ser de verdad aquello que constitucionalmente parece que deberíamos ser, un Estado aconfesional. Luego, en lo privado, que cada uno sea lo que le venga en gana sin molestar al prójimo. Por eso disfruto cuando veo pasos en esa dirección y me cabreo cuando los veo en la contraria.

Pues volvamos al experimento. Lo que yo deseaba era constatar estadísticamente qué volúmenes de descarga había de cada título para chequear cómo anda la sociedad española en este momento. Ya sé que esto no tiene nada de científico y que se están extrapolando demasiadas cosas, pero, no obstante, los datos fueron altamente decepcionantes. De todas las descargas realizadas, el 41% lo eran de La Biblia, el 31% de La crítica de la razón pura y el 28% de El capital. Lo que me deja el mal cuerpo de constatar que la cosa religiosa sigue pujante y que los cambios a ese respecto vienen lentos. Vamos que lo de las multitudes con el Papa tenía su fundamento.

Una pena. Pero qué culpa tiene uno de ser más proclive a aquellos versos clásicos del inicio de La Ilíada, “Canta, oh diosa, la cólera del pelida Aquiles…” que al tosco comienzo del Antiguo testamento, “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…”. Y eso que el autor de los primeros era un pobre rapsoda ciego y los segundos se los inspiró directamente el mismo dios a Moisés.

En fin, me consolaré pensando que si esto se hubiera hecho cuando yo era joven, hace ya la pila de años por cierto, los datos hubieran sido mucho peores.

1 comentario en «Duelo entre Moisés, Kant y Marx»

  1. ¿No será que la gente estudia sobre las raíces de la mentira?… No, quizá los porcentanes se deban más al tipo de lector que circula por la Red… Es menos problemético leer un cuento mitológico con personajes a los que les pasan cosas que análisis filosóficos. Paciencia, hermano, paciencia.

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