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Invertebrando España

En mayo de 1922 Ortega publicó España Invertebrada. Como el autor confiesa en su prólogo a la segunda edición de octubre de ese mismo año, no estamos ante una obra sistemática sino ante un conjunto de pequeñas reflexiones. Son pequeñas pero centran y diagnostican con mucha certeza los problemas de la sociedad española de aquel momento.

Lo que sorprende al lector actual que por alguna razón se enfrenta a su lectura, es la absoluta actualidad de lo que allí se cuenta. Cien años desde aquella sociedad a la que Ortega se refiere y los problemas se repiten con una sistematicidad demoledora y que nos asusta.

España invertebrada

Son varios los aspectos que reseña el autor como los males de aquella sociedad, pero parece partir de uno que considera esencial. Me refiero a la falta de un proyecto de país que motive a los españoles de forma mayoritaria, algo que permita vertebrarse a la España invertebrada. Muy similares son las tesis que historiadores como Geoffrey Parker han mantenido acerca de nuestro proceso desintegrador. Y tanto Ortega como Parker coinciden también en fijar la época de la pérdida del Imperio como el origen de ese impulso hacia la decadencia.

A este respecto Ortega nos dirá que «las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana», «un proyecto sugestivo de vida en común». En la falta de ese proyecto radican los grandes males de la sociedad española. Cuando falta este proyecto la política se adormece, se convierte en una administración rutinaria del día a día.

Son más asuntos los que se mencionan en la España Invertebrada. Y quizá uno de los que más poderosamente nos llame la atención sea el de nuestro tradicional sectarismo ideológico. Y para ejemplificarlo Ortega escribe sobre el modo de actuar de Antonio Maura, el jefe de filas en aquel momento del Partido Conservador. Sobre él dirá:

¿Y los demás, los que no coincidían de antemano con él? ¡Ah!, esos no existían, y si existían, eran unos precitos. En vez de atraerlos, persuadirlos o corregirlos, lo urgente era excluirlos, eliminarlos, distanciarlos, trazando una mágica línea entre los buenos y los malos.

José Ortega y Gasset. España invertebrada

Y que mejor día que hoy, 12 de octubre, para reflexionar sobre los males que nos aquejan. Yo partiría de indicar que salvo en los años finales del siglo pasado, en la tan denostada Transición, hemos carecido de ese proyecto relevante que vertebre nuestra sociedad. En aquel momento teníamos la ilusión de sacar a España de cuarenta años de dictadura e incorporarla al conjunto de las naciones más avanzadas. Unos desde una óptica y otros desde otra, la mayoría coincidíamos en el proyecto de país en el que queríamos participar.

La línea mágica de la España invertebrada

Pero nuestra historia de sectarismo y banderías, la línea mágica de la España invertebrada, se terminó por imponer. Es mucha la carga genética que tenemos a ese respecto y no es fácil que podamos librarnos de ella, máxime en un mundo que no ayuda, ya que cada vez observamos en él menos imágenes que puedan servirnos de referencia positiva. Uno, incluso, ya no tiene claro si hemos conseguido inocular nuestro particular virus en sociedades como la estadounidense, ya que en este momento la polarización social es muy similar a la que habitualmente vivimos nosotros. Aunque, pensándolo bien, ya quisiéramos que nuestra fiesta nacional de hoy tuviera un sentimiento tan unánime como en los Estados Unidos lo tiene el 4 de julio o en Francia el 14 de julio. Y es que en estos países, hay algunas cosas que están por encima de las discrepancias ideológicas.

Lo preocupante es que casi nadie piensa en el bien global del país, haciéndolo solo en el de su bando. Y, además, con posiciones firmes. Ya lo he mencionado muchas veces y sé que quizá sea pesado, pero no puedo dejar de lamentarme cada vez que veo los discursos inamovibles de las personas con las que hablo a diario por las redes sociales o en el vis a vis directo. Se enarca, además la tendencia a cerrar los ojos en su totalidad ante el punto de vista del otro. Sistemática y machaconamente se repitan las consignas de los que consideras de tu bando. Y, precisamente, estamos en un punto en el que ya consideramos contrarios a quienes no odian a los mismos que odiamos nosotros. Y vuelta a la línea mágica de la España invertebrada para separar a los buenos de los malos.

El fin de la Transición

Desde finales del siglo pasado, y sobre todo a partir del segundo gobierno de Aznar, se reforzó el relato tradicional de la derecha que, desde la salida del franquismo, había permanecido bastante acallado. Esta tendencia se continuó, y hasta se enarcó, desde la izquierda con el posterior gobierno de Zapatero. Los trastes los recogieron las nuevas formaciones en las alas extremas, Podemos y Vox a derecha e izquierda, respectivamente. Y no es que yo culpe de nada a quienes militan en dichas organizaciones. Ambas son fruto del malestar social que surgió de una sociedad en crisis.

Podría decirse que Podemos ahonda sus raíces en un momento donde la desigualdad, y la falta de oportunidades para algunos dominaban el escenario. Ello creó un caldo de cultivo idóneo para que la protesta social creciera y desbordara las filas de los partidos a los que se acusaba de ser los causantes de la crisis, el famoso binomio PPSOE.

Lo de Vox es un fenómeno más complejo. Por un lado, en parte de su origen puede encontrarse ese nuevo auge de enfrentamiento con las ideas económicas de la globalización. Pero también, y quizá fundamentalmente, también lo hallamos en los tópicos que pueden considerarse del progresismo ideológico, tales como el feminismo, el socialismo, la permisividad social para las minorías, el excesivo respeto hacia la inmigración, etc. Que hubieran surgido en el mundo, líderes como Trump o los del este de Europa debió ser un acicate para que fuerzas de este tipo tomaran forma. Que lo hicieran de modo drásticamente fascista, como es el caso de Nueva Democracia en Grecia o de manera más moderada como Vox en España, ya es solo una cuestión de matiz.

El control del relato

La aparición de personas con mucho poder en las organizaciones y cuyo trabajo es el de potenciar el relato propio como una arma arrojadiza sobre el ajeno es una de las características clave de esta situación. Solo tenemos que analizar la evolución que va de Pedro Arriola a Iván Redondo. El primero fue el responsable de cuidar el relato en el PP de Aznar y Rajoy. El segundo ha trabajado tanto para líderes del PP como, ahora, para Pedro Sánchez. Ello demuestra que el ideario político está dejando de importar en su esencia. Se está convirtiendo solo en una herramienta de marketing. Si una persona puede trabajar en el relato de una organización, sea de la derecha o de la izquierda, y además tener un gran peso en las decisiones, es que la ideología está dejando de importar. Y eso me preocupa.

También tenemos el caso de la cercanía a los temas de comunicación que presentan algunos de los propios líderes políticos, como es el caso de Pablo Iglesias en Podemos o el de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Todos ellos trabajan, o trabajaron en el caso de Arriola, en crear la imagen de marca de su organización. Y lo hacen desde una situación de mucho poder interno. Si veinte años antes, eran los políticos quienes dirigían el rumbo de las naves, ahora son los especialistas en comunicación, quienes lo hacen.

El virus que nos asola en la España invertebrada

Desde la aparición de este tremendo virus que nos asola, el COVID19, la tendencia al sectarismo se ha enarcado. La España invertebrada profundiza en sus raíces. El último ejemplo lo estamos teniendo con la declaración del Estado de Alarma en la Comunidad de Madrid. Un esperpento en el que la presidenta de la Comunidad, el ministro de Sanidad, el presidente del Gobierno y otros pocos personajes secundarios son un vivo ejemplo de los grandes males a los que se enfrenta el país. No sabría decir si lo que subyace a la situación creada obedece a aquello de «yo la tengo más grande que tú» o se trata de actuaciones a fin de controlar el relato.

A poco de nos quitemos nuestras anteojeras ideológicas, podemos observar como desde la Comunidad se ha sido incapaz de entender que el cierre perimetral de Madrid era algo absolutamente necesario para evitar los movimientos de entrada y salida de los madrileños. O que desde el gobierno no se ha tenido en cuenta que los cierres por área sanitaria, tal como los proponía el gobierno de Ayuso, podrían ser eficaces para controlar el movimiento de población dentro de Madrid.

Es decir que, claramente, había que evitar que cualquier habitante de Madrid pudiera contagiar a uno de Cuenca, pero también que uno de Usera pudiera contagiar a otro de Chamartín, por poner un ejemplo. Pero, en lugar de hacer un análisis racional de todo esto, nuestros queridos políticos se enfrascan en esa canallesca refriega con la que nos gratifican cada día y son incapaces de llegar a un acuerdo acerca de como hacer las cosas.

Y, además, con esto alimentan el relato de cada uno para sus hooligans. La secta se afianza y crece. Los míos son cada vez más míos, más buenos. Y los de enfrente son cada vez más otros, más malos. De esta visión a otra en la que al enemigo lo que hay que hacer es exterminarlo, se pasa con una facilidad que hemos podido observar muchas veces a lo largo de la historia.

Se trata del país, ¡estúpido!

Y, lamentablemente, no nos damos cuenta de que es en el país que habitamos donde necesitamos hacer que nuestra existencia se desenvuelva. Hay que vertebrar la España invertebrada. Necesitamos un país entendido como un conjunto de leyes y normativas que nos faciliten la vida y no la dificulten. Un lugar donde se nos permita desenvolvernos en libertad. Un país que sea fecundo a la hora de posibilitar nuestros proyectos personales. Una zona económica donde las oportunidades estén disponibles para todos. Una región del mundo suficientemente próspera en lo económico como para mejorar sus indicadores de justicia social y bajar sus niveles de desigualdad.

Para todo esto no nos sirve solo nuestro bando. Necesitamos la totalidad del país. Es esa totalidad la que nos paga las pensiones, la que nos facilita el entorno en el que crear empresas o trabajar en las de otros, la que posee las normas, los cuerpos de seguridad, el entorno de garantía jurídica, la red sanitaria… No es nuestra secta la que nos facilita todo eso, es el país en su totalidad. Y un país solo se construye con acuerdos entre diferentes formas de entenderlo, no con imposiciones, no con relatos únicos sino con pactos que permitan a unos y otros compartir la casa común.

Es penoso ver como la mayoría somos perfectamente previsibles en nuestras opiniones. Llevamos la secta tatuada en la frente. Solo tenemos que ver lo sucedido en el tema de Madrid y su confinamiento. Mucho antes de que se produjera yo era capaz de adivinar con un enorme porcentaje de acierto quienes de mis contactos iban a alabar o a vituperar a uno o a otro de los contendientes. Es una pena que seamos tan poco capaces de análisis, que tengamos tan poca capacidad de sobrevolar sobre lo obvio. Nos resulta imposible quitarnos el filtro por el que tamizamos cada día la realidad. Y lo malo es que prácticamente la mitad de la población usa un filtro corrector que le hace ver como buenos solo a los suyos y como malos a la otra mitad.

Equidistancia

Progres, fascistas, independentistas catalanes o vascos, españolistas… Siempre en un binomio que nos enfrenta. Siempre imposibilitados de bajar la pelota al piso para intentar imbuirnos de la idea de que no estamos en la razón absoluta.

Y luego están, por supuesto, los que manejan el adjetivo de la equidistancia como un arma arrojadiza. No soy equidistante en lo más mínimo. Mis ideas están claras. Estoy en un bando, con claridad. Sin embargo, no estoy dispuesto a ponerle a la realidad todas esas máscaras que me impidan ver las razones de los otros. Hay que pelear por las nuestras, defender nuestras posiciones, con argumentos y no atacando al contrario. Hay que ser conscientes de que no es posible que un grupo llegue a conseguir su programa de máximos. Y no es posible porque otros grupos también intentarán conseguir los suyos y solo pactando y llegando a soluciones de consenso podemos crear una sociedad que nos permita vivir a todos con los derechos, libertades y posibilidades necesarias como para desarrollar razonablemente nuestra vida.

De la España invertebrada a la España del cincel y de la maza

Si comenzábamos con Ortega, no podemos darle mejor fin a nuestra reflexión que tirando de uno de sus contemporáneos más relevante. Antonio Machado, el gran poeta. Con él deberíamos decir que nuestra labor sea la de construir la España del cincel y de la maza y olvidarnos de la de charanga y pandereta. Hace ya casi diez años hablaba yo de la metáfora machadiana en un artículo. Entonces era bastante más optimista que hoy sobre nuestras posibilidades futuras. Ha llovido mucho en estos últimos diez años o quizá yo soy más viejo y escéptico. Pero a pesar de mi falta de confianza, creo que hoy, día de la fiesta nacional, deberíamos reflexionar todos como sociedad sobre este asunto.

Nos queda mucho trabajo por hacer. No acabábamos de superar una tremenda crisis en la cual las desigualdades habían crecido exponencialmente, cuando nos enfrentamos a otra que presumimos será aún mayor. Ante esta perspectiva no podemos quedarnos detenidos como pueblo.

Trabajar más que nunca, con más ganas que nunca. Pergeñar proyectos que nos hagan crecer, competir mejor en un mundo dominado por potencias de toda índole. Reformar nuestras instituciones para adecuarlas al momento que vivimos. Luchar por lograr un mejor entorno de justicia social. Todo ello son retos que no podemos dejar de lado. Pero, para lograrlos, lo primero que se requiere es un gran pacto para que todos tengamos claro el camino. Vertebremos de nuevo al país. Y, creedme, para ello es indispensable que, siendo fieles a nuestros principios y convicciones, entendamos que esta casa que se llama España, es de todos. Solo logrando ciertos acuerdos podemos hacer de ella un escenario vivible y que nos motive a seguir habitándola.

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