Mi abuela solía llevar una pequeña bolsa de tela con algunos pétalos de jazmín. Era su mejor perfume. Por eso cada vez que huelo ese penetrante aroma me viene su recuerdo. Y eso donde más me sucede es durante el verano y en el Sur, como no podía ser de otra manera.
La familia y los recuerdos de la infancia asociados a ella son un sólido asidero en que asentar toda la vida. Si por alguna razón existe alguna anomalía a este respecto, el desarrollo humano puede quedar desequilibrado. Cuando las cosas van mal no hay mejor recurso que el recuerdo de los momentos de una infancia feliz, de esos momentos de la vida donde las cosas son aun fuertemente vívidas y el paso de los años no ha dejado aún su pátina sombría sobre lo bello que puede ser el mundo.
Y el jazmín, Andalucía y mi abuela me llevan de forma inmediata a aquella magistral “El Sur” de Victor Erice, donde una dura relación del protagonista con su padre (ambos con ideas políticas bien diferenciadas) marcan al personaje que sirve como transmisor de ese sur mítico a su hija, solo con la no mención del mismo y el misterio que eso genera. El Sur eclosionará en la vida de la niña a través de la tata del padre (una magistral Rafaela Aparicio en uno de sus mejores papeles).
Y es que las relaciones familiares han tenido siempre una fuerte presencia en el cine. Cómo no reseñar a Michael, el hijo de Vito Corleone, primero desapegado de la “familia” (en un sentido lato) y luego vengador del padre y totalmente cercano al mismo, después del atentado sufrido por el don. “El Padrino” es una de las obras donde el vínculo familiar se nos muestra más firmemente. Aunque llena de arquetipos derivados del mundo de la mafia, no puede dejarse de tener presente que los asesinatos y la correspondiente venganza de padres, hijos, hermanos… sacan a la luz de forma magistral el entramado afectivo de las relaciones paterno-filiales como ninguna otra película lo hace.
La verdad es que el séptimo arte nos llena de ejemplos acerca de cómo pueden darse las relaciones entre los padres y los hijos. Cuántas películas hemos podido ver desde los años ochenta que nos presentan al padre ejecutivo super ocupado que no es capaz de tener la relación con su hijo que este le demanda. Y cuántas de hijos marcados por unos padres de convicciones demasiado rígidas que ven a sus hijos alejarse de ellos, probablemente para no volver, en cuanto pueden ver hecho realidad un suficiente nivel de autonomía.
Para ilustrar más acerca de los diferentes modos de darse la relación paterno-filial mencionaré un caso donde creo que se contraponen de forma fiel dos distintos modos de ejercer el rol de padre. En mis últimos años, a colación de una posible (aunque aún todavía no terminada tesis doctoral) he estado bastante centrado en estudiar temas derivados del periodo de nuestra guerra civil. Ello me ha acercado a localizar algunas familias de personajes de la época. El siglo XX fue de vivencias políticas muy marcadas, de afecciones extremas a ideas y partidos, afecciones no tan distintas de las que en otros momentos pudieron darse con respecto a proyectos personales o profesionales de otra índole. Un caso paradigmático de esta vinculación es el que se producía entre los militantes del Partido Comunista. La familia solía quedar en un segundo plano por la entrega a una causa, la liberación de la humanidad oprimida; causa que conmutaba el vínculo cercano de la familia por otro más alejado, con cualquier ser humano.
¿Cómo vivieron esto distintos personajes de la época? Mencionaré el caso de dos experiencias bastante contrapuestas. Dos familias exiliadas en la URSS tras la finalización de la guerra. Por un lado la familia Tagüeña. Manuel Tagüeña fue un teniente coronel republicano que escribió una magistral obra, el “Testimonio de dos guerras”. En ella Manuel cuenta, como siendo él profesor en la academia militar Frunze, tenía acceso a comida o enseres a los que el resto de la población no podía acceder y que los “robaba” (me parece algo fuerte el término) para poder alimentar a su familia. Por el contrario, he tenido también el placer de conocer a Virgilio de los Llanos, un encantador octogenario, hijo del que fuera Comisario Político del mismo nombre. Virgilio hijo cuenta como un día, en la España de la guerra, un soldado de la unidad de su padre repartía chuscos de pan entre los soldados. A los niños se le iban los ojos detrás de los mismos, pero el padre ordenó que solo les dieran pan a sus hijos si primero estaban totalmente cubiertas las necesidades de los soldados. Fijémonos en la dureza de la contraposición. Manuel, supedita la causa a la familia; primero antepone el sagrado principio del alimento de la prole. Virgilio, en cambio, es capaz de soportar el hambre de sus hijos, ya que considera que su prole no debe tener privilegios respecto al resto de la humanidad. Dos actitudes éticas diferentes sobre las que no me siento capacitado de emitir un juicio, aunque sí sé cómo actuaría yo.
Pienso que también estoy seguro… ¿Es posible estarlo…?
Nada es seguro, pero hay cosas donde el grado de seguridad que podemos dar es mayor que en otras.