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Will Garay, un español en el ejército yanqui

15 de abril de 1865
Camino a casa

El camino desde Virginia hacia Texas era largo, pero bastante cómodo para transitarlo a caballo. Zonas boscosas y terreno suficientemente llano, sobre todo si tomaba la dirección sur hasta llegar a Misisipi y Luisiana para cruzar desde allí hasta Nacogdoches, su pueblo, un lugar no demasiado alejado de la frontera occidental del Estado de la estrella solitaria. Si en cada jornada no forzaba en exceso al animal, este aguantaría el largo camino que le esperaba. Era una montura fuerte y dócil, confiaba en que pudiera recorrer con él las más de mil millas que le quedaban hasta llegar a su casa. Si se mantenía cabalgando alrededor de veinticinco millas diarias, en algo más de un mes habría logrado su objetivo. Sobre todo, si alternaba también con algunos tramos a pie para que el caballo descansara. Cabalgar sin prisa por los bosques de la zona, libres ya de la guerra, hasta podía ser placentero. Tampoco tenía demasiada carga. El equipaje era nulo y el jinete resultaba bastante delgado, cosa que no era de extrañar en quien había pasado combatiendo toda la guerra. El capitán Will Garay de la caballería de la Unión era, por lo demás, un experimentado jinete, así que no tenía problema en conducir al animal de forma que el viaje resultara cómodo para ambos.

Días atrás había partido de Appomattox tras acompañar al general George Armstrong Custer, su jefe de unidad, al acto de rendición de Lee, el comandante en jefe del maltrecho ejército confederado. Will guardaba una impresión imborrable de aquel acto. El viejo general con su impecable uniforme gris, erguido sobre su caballo blanco, llegó al lugar donde iba a rendirse al jefe del ejército de la Unión, el general Grant. Las tropas del Norte no podían acallar la manifestación de su alegría. Allí estaba sometido ante ellos el más alto mando de quienes les habían mantenido fuera de sus casas, transitando de un lugar a otro del país en aquella alocada guerra donde los ejércitos no paraban de moverse, muriendo y matando.

La rendición de Lee en Appomattox (Thomas Nast)
La rendición de Lee en Appomattox (Thomas Nast)

Resulta difícil imaginar la alegría de los soldados que ven terminada una guerra. Es de suponer que las generaciones que no se han visto en esa tesitura tendrán dificultades para concebir tal situación. Pero, piénsese en soldados que han estado sufriendo todo tipo de calamidades, que han visto morir a sus compañeros de armas, que llevan años sin ver a sus familias, que han pasado todos los días de su participación en la guerra sufriendo anticipadamente lo que les iba a deparar el día siguiente. Y, de repente, ven que eso se ha acabado, que esa dinámica infernal ha terminado, que ya no tendrán que dormir al raso, que podrán volver a sus casas a sentir el amor de su esposa, de sus hijos. Y si, además, estás en el bando vencedor, como era el caso de los soldados de la Unión en aquel acto, la alegría debía ser ya sublime. Si fueron al frente por idealismo, veían como sus ideas salían vencedoras de la refriega. Y si solo lo hicieron por su pertenencia geográfica, les satisfaría la idea de que su tierra, su gente fueran los triunfadores y, por tanto, a los que les esperaba un futuro más memorable. Pero Lee y sus soldados confederados estaban entre los vencidos. Por más que el general quisiera representar una imagen de dignidad, se hallaba envuelto en una aureola de fracaso y derrota. Algunos soldados de la Unión comenzaron a insultar a los vencidos, una manifestación de la rabia acumulada en los casi cinco años de campaña. Otros cantaban Yankee Doodle o The Army of the Free. Los confederados les respondieron a todo pulmón con Dixie. Pero los oficiales presentes en seguida acallaron a unos y otros Las instrucciones eran claras, no había que humillar al vencido. Se trató bien a los confederados, no hubo prisioneros, a todos se les permitió volver a sus casas siempre que entregaran las armas e incluso se les dieron provisiones suficientes. La mayoría acogían estos gestos con agradecimiento, pero también había algunos que mostraban su altivez rechazando cualquier cosa que viniera del enemigo.

Will Garay, cada día paraba a dormir al raso o, si encontraba alguna población, siempre lograba alguna mejor forma de pasar la noche. Muchos de los pueblos que atravesaba estaban plagados de soldados de la Unión. El Sur era ya una zona ocupada y los yanquis no parecían fiarse mucho de sacar a la milicia aún de sus poblaciones. Ello le daba ventaja. Su historial militar era bastante conocido en el Ejército. Se había ganado una merecida fama con sus actuaciones en tres o cuatro hechos heroicos durante lo más duro de la guerra, Shiloh, el valle de Shenandoah, Gettiysburg, Yellow Tavern. Y, por último, Appomattox con el colofón de la rendición de Lee. Hasta le habían dado una medalla.

Cabalgar despacio por zonas boscosas, vadeando ríos o subiendo leves crestas y colinas era un relax para el alma. Su camino solo se veía perturbado por alguna que otra tormenta. La primavera estaba resultando lluviosa, aunque la temperatura no era mala. Pero hasta las inclemencias del tiempo le parecían un regalo de Dios comparadas con el infierno del que salía. La tranquilidad del bosque le inducía a pensar, a recordar y a planificar el futuro. Todo ello pasaba por la cabeza de Garay. En el recuerdo, los horrores de la guerra. ¿Cuántos hombres habían caído muertos por su revolver, abiertos en canal por su sable o reventados a los pies de su caballo? No podía contarlos y le horrorizaba no poder hacerlo. ¿Cuántos de sus hombres habían caído en acciones que él había ordenado? ¿Cuántos hogares habrían quedado sin el marido, sin el padre, sin el hermano? Le sangraba el alma con esas reflexiones.

El Ateneo. Cambio de caballos (Charles Manion Russell)
El Ateneo. Cambio de caballos (Charles Manion Russell)

La familia Garay

William Garay salió un día de su casa a principios de 1861 cuando varios estados del Sur se declararon independientes de la Unión y el presidente Lincoln llamó a la movilización. Su historia no era fácil. Él no era un hombre del Norte. En aquel momento formaba parte de los Rangers de Texas y su principal tarea consistía en ocuparse de que las tribus comanches, kiowas y tomkawa no molestaran demasiado a los tejanos. Pero, si geográficamente no era un hombre del Norte, anímicamente sí lo era. Se consideraba un fiel seguidor de Sam Houston, el gobernador de Texas en el momento de producirse la secesión. Houston siempre se sintió leal a la Unión y se negó a participar en aquella mascarada, por lo que fue apartado del cargo y el Estado pasó a formar parte de la Confederación. Y es que el padre de Will peleó y murió en El Álamo, luchando por la independencia de Texas.

La verdad es que su familia no era la típica familia americana, como su apellido vasco denotaba. Su abuelo, Íñigo Garay, llegó en 1779 a los territorios de la corona de España, junto con un contingente de soldados que iban a reforzar las tropas del gobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez. Luchó en las refriegas de la Apachería y luego apoyando la independencia americana. Formó parte de los 29 soldados regulares del regimiento Fijo de Luisiana, comandado por el capitán Fernando de Leyba. Esas escasas tropas, junto con 281 hombres de las milicias, defendieron en 1780 San Luis de Ilinueses, en el actual Misuri, de las tropas británicas, unos 300 soldados provenientes de la milicia y 900 indios. España, aliada de Francia, estaba apoyando la revolución americana y ello llevó a la declaración de guerra formal entre los británicos y los españoles. El primer Garay en América se distinguió por su valor a lo largo del sitio de San Luis. Sitio que los españoles lograron repeler, constituyendo un relevante fracaso para los británicos. Fracaso que unido a los de Cahokia y Fort Sant Jospeh les hicieron perder su prestigio ante las tribus indígenas que fueron retirándoles su apoyo.

. Batalla de San Luis. Milicianos durante la batalla (Cortesía THGC Publishing)
Batalla de San Luis. Milicianos durante la batalla (Cortesía THGC Publishing)

Pero no terminó ahí la historia militar del abuelo de Will. Su unidad siguió luchando contra los ingleses y volvió a derrotarlos en Mobila y en el sitio de Pensacola. Allí pudo ver como el gobernador Gálvez empuñaba directamente las armas para liderar a los suyos en el asedio. En un alarde de valentía y viendo que la flota no iba a aventurarse por miedo a encallar o a caer bajo el fuego de la artillería enemiga que batía el estrecho paso hacía la bahía, Gálvez hizo dirigir su barco, el Galveztown hacía Pensacola, ignorando los riesgos e impulsando a otras naves a que lo siguieran, logrando expulsar a los ingleses. Desde entonces, Gálvez lució en su escudo el lema “Yo solo” como muestra de su heroicidad en la batalla. Toda aquella campaña, llena de victorias de las armas españolas, fue de gran ayuda para Clark, el líder de las tropas americanas que luchaba contra los ingleses en la frontera noroeste.

La marcha de Gálvez (Augusto Ferrer-Dalmau)
La marcha de Gálvez (Augusto Ferrer-Dalmau)

Tras la independencia americana, Íñigo Garay optó por no regresar a España. En 1798 terminó su periodo de alistamiento en las tropas de Gálvez y se incorporó a la vida civil. Su licenciamiento se produjo mientras la unidad a la que estaba adscrito andaba por las tierras de Texas que, en aquel momento formaban parte de México y, por tanto, de España. En su recuerdo permanecían fijos los verdes montes de su Vizcaya natal. Él era un hombre de campo y optó por continuar su vida por esos derroteros. Y lo hizo adquiriendo una buena porción de terreno en Nacogdoches, una localidad cercana a la frontera con Luisiana. Allí plantó todo lo que pudo, aprovechando los conocimientos agrarios que había adquirido en su tierra. Su granja fue creciendo poco a poco. A los productos de la huerta se unieron los rebaños de ovejas, de cuya cría y cuidado había tenido una buena formación en los pastizales vizcaínos. La familia Garay siempre tuvo en aquella propiedad, adquirida en Nacogdoches, no solo el razonable sustento sino también una cierta prosperidad económica.

Íñigo se casó con Patricia (Patty) Ramírez, una criolla cuya familia llevaba ya tantos años en América que había olvidado cualquier noción de su procedencia española. Íñigo y Patty tuvieron dos hijos Luisa y Gregorio. Íñigo no vivió muchos años después de la guerra, ya que falleció en 1814. Pero con su esfuerzo, logró hacer crecer la finca y conseguir el patrimonio suficiente como para que su familia pudiera considerarse entre las acomodadas de la zona.

Gregorio Garay, el mayor de los vástagos de Íñigo, fue el padre de Will. Gregorio murió en El Álamo el día de la gran batalla que terminó arrasando el fuerte. Formaba parte de las tropas del teniente coronel Travis que, junto con los voluntarios de Tennessee de David Crockett y los hombres de Jim Bowie, defendieron El Álamo del asedio de trece días a que lo sometió el general Santa Anna. Pero la heroicidad de aquellos valientes no dio el fruto esperado. Las tropas de Sam Houston no pudieron evitar la toma de la misión con la consecuente matanza, aunque sí terminaron derrotando a Santa Anna, logrando con ello la independencia del Estado y su incorporación a la Unión. Rose, la madre de Will, junto con sus dos hijos (Will, de dos años y Ryan, recién nacido) salió de El Álamo un par de días antes de que las tropas de Santa Anna terminaran con la resistencia tejana. Allí quedó su padre, que moriría en el asalto final, y del que apenas si le quedaban recuerdos. Rose era una afanosa irlandesa que sacó a sus dos hijos adelante trabajando como una mula para que no les faltara de nada. De cabeza dura, había conseguido, imponiéndolo a Gregorio, que sus hijos llevaran nombres ingleses, William y Ryan, y no españoles como el padre hubiera deseado. Su esfuerzo con los niños siempre fue compensado por ellos. Ambos la adoraban y desde muy pequeños trabajaron duro para que su madre pudiera hacerlo en menor grado. Con el esfuerzo de unos y de otros lograron que la granja de Nacogdoches continuara proporcionando un razonable sustento para la familia. Y en ella había transcurrido la vida de Will hasta que la secesión de los estados del Sur vino a revolucionarla.

La caída de El Álamo (Robert Jenkins)
La caída de El Álamo (Robert Jenkins)

1861-1865
La guerra civil

En las simpatías por uno u otro bando no había acuerdo entre Will y su hermano pequeño Ryan. El menor de los Garay era un convencido sudista que odiaba a Lincoln con sus políticas antiesclavistas y de prerrogativas federales. Él creía que Texas debía seguir su propio camino sin supeditarse a lo que un gobierno federal quisiera imponer. O sea, todo lo contrario que Will que estaba convencido de que el sacrificio de su padre, y del resto de los combatientes tejanos en El Álamo, siempre tuvo como finalidad la incorporación a la Unión. Por ello, al unirse Texas a la Confederación ambos hermanos tomaron caminos distintos. Ryan partió con los voluntarios de Texas para incorporarse en la primera unidad confederada que los aceptara. Will, en cambio, tomó el camino del Norte. Oculto entre las trochas y vadeando los ríos, atravesó Arkansas, Tennessee y Kentucky hasta llegar a Ohio donde se alistó en un regimiento de infantería adscrito al Ejército de Ohio, liderado primero por Sherman y más tarde por Don Carlos Buell. En él pasó los primeros meses de la guerra civil y, sobre todo, el infierno de Shiloh, donde su unidad tuvo que atacar en el atardecer del 6 de abril de 1862 para salvar la situación del ejército de Tennessee que, con Grant al mando, estaba a punto de ser derrotado. Shiloh fue su primera gran batalla. Su unidad tuvo que cavar trincheras, defenderlas a muerte y cargar contra el enemigo con la bayoneta calada. Pero él había sido un Ranger de Texas y lo suyo era montar a caballo, así que en cuanto vio la oportunidad se pasó al Cuerpo de Caballería de Michigan, del Ejército de Shenandoah. Allí coincidió con George Armstrong Custer por primera vez. Y, desde ese momento, ya no se separó más de aquel extravagante personaje hasta la finalización de la guerra cuando le tocó asistir con él al acto de la rendición de Lee en Appomattox.

La batalla de Gettysburg (Don Troiani)
La batalla de Gettysburg (Don Troiani)

Fue en Gettysburg, el 3 de julio de 1863, cuando como oficial del Primer Regimiento de Caballería de Michigan, y siguiendo las órdenes de Custer, Garay cargó contra las tropas confederadas de Jeb Stuart, su comportamiento y el del pelotón a sus órdenes fue tan crucial en la carga que podría decirse que cambió el curso de la guerra para la Unión. Pero fue al coste de 257 bajas en la unidad. Garay tuvo la fortuna de estar entre los supervivientes. Si a partir de ese momento George Armstrong Custer fue uno de los oficiales más conocidos de las tropas del Norte, Will Garay no se quedaba atrás, como su más eficaz subordinado. Custer era cinco años más joven que Garay, pero sus hazañas durante la guerra y su arrojo en la batalla le habían llevado ya al rango de general, a pesar de sus escasos veintitrés años. Su regimiento había pasado a formar parte del Ejército del Potomac y fue precisamente Garay con su pelotón de caballería ligera quien empujó a las fuerzas de Lee frente a las unidades de infantería de la Unión, lo que dejó ya a los confederados sin salida alguna. Ciertamente, había mucho de extraño en el general Custer, aquel personaje de uniformes estridentes diseñados por él mismo. En más de una ocasión sus decisiones le parecieron poco prudentes. Parecía no tener en cuenta que llevaba hombres a la muerte cuando ordenaba alguna de sus intrépidas cargas de caballería. Pero la eficacia de lo que conseguía en la batalla compensaba, para Garay, lo poco sensato de algunas de sus órdenes. Sea como fuere, Will era un hombre disciplinado. La pertenencia a una estirpe militar como la suya lo familiarizaba con el cumplimiento de lo mandado sin cuestionarlo. Y, ciertamente, aunque Custer exigía a sus hombres esfuerzos sobrehumanos es cierto que también los cuidaba y se ocupaba de ellos mejor que cualquier otro oficial.

12 de mayo de 1865
Jackson, Misisipi

Llevaba más de tres semanas cabalgando desde que salió de Appomattox. Había atravesado Virginia, Kentucky y Tennessee. Hasta el momento las cosas habían transcurrido de forma serena. Para ser un país que apenas si acababa de salir de una cruenta guerra civil, todo estaba bastante tranquilo. Ciertamente, el ejército de la Unión patrullaba por todos sitios. Las unidades yanquis recorrían los estados sureños y la mayor parte de las poblaciones contaban con alguna fuerza estable que garantizaba el orden. Desde la rendición de Lee, casi todas las fuerzas confederadas se habían entregado y ahora podía verse a multitud de soldados, con sus destrozados uniformes grises, recorriendo los caminos para volver a sus casas. Will trataba de evitar el contacto con los sureños. A pesar de que decidió vestir de civil para hacer el camino, temía tener algún encontronazo con los vencidos y en ese momento no deseaba mas que volver a su casa y olvidar cuanto antes aquellos años de sufrimiento.

Como tantos otros combatientes, Will marchó a la guerra con el ánimo de defender la causa que creía justa, pero tras casi cinco años de duros combates, viendo lo más sanguinario que hay en el ser humano, los cadáveres de tantos jóvenes acumulados por centenares tras cada batalla, no le quedaba ni un ápice de su ánimo inicial. Solo el deseo de cultivar la tierra, volver a ver a Sally, su novia, o abrazar a su madre, eran las cosas que podían remover algo en su interior. Y era consciente de que le quedaba por delante una época dura. Volvía a Texas, un Estado sureño, que había luchado contra la Unión. Sus vecinos, sus viejos amigos, la mayor parte de las personas de la zona, se habrían entregado a la Confederación en cuerpo y alma. Y ahora llegaría él, un paisano más, pero que había luchado con quienes les había humillado en el campo de batalla. Le iba a ser difícil hacerles entender que solo quería reintegrarse a su lugar en el mundo, formar una familia y vivir en paz.

Todos estos pensamientos le abrumaban mientras cabalgaba por tierras del Estado de Misisipi. A pocos kilómetros se encontraba Jackson y desde allí ya podría torcer a su derecha para tomar la ruta hacia Texas.

The Bonnie Blue Flag (artista desconocido)
The Bonnie Blue Flag (artista desconocido)

Cuando entró en la ciudad observó más patrullas militares de las que eran usuales. En seguida comprendió la razón. Al final de la avenida principal, en un corral de los que se emplean habitualmente para encerrar al ganado, un grupo de confederados se encontraban custodiados por varios soldados yanquis. No le pareció extraño. A pesar de que en la rendición de Lee no se habían tomado prisioneros, era consciente de que, en función del historial militar de cada persona, algún que otro soldado del Sur tendría que ser encausado. La curiosidad le pudo y se acercó al corral. Fue entonces cuando lo vio. Su hermano Ryan estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en los maderos de una de las esquinas. El corazón le dio un vuelco. Más allá de las enemistades políticas, era su hermano pequeño y lo quería con todo su corazón. Ryan estaba descalzo y sus pies sangraban de haber caminado sin botas. Su uniforme, hecho girones, apenas si era reconocible. Aparentaba ser la viva imagen de la derrota. Will se acercó a uno de los centinelas. Se presentó como el capitán William Garay. El soldado le saludó sorprendido. Obviamente había oído hablar de él y lo admiraba.

̶  ¡Mi capitán, es un honor conocerle, estoy a sus órdenes  ̶ le dijo nervioso mientras se cuadraba.

̶ ¿Por qué tienen prisioneros a estos soldados? En la rendición de Lee se acordó que todos los soldados de la Confederación serían libres de volver a sus casas.

̶ Así es señor  ̶ le respondió el soldado con mirada algo tímida ̶ , pero estos son algo especiales. El grupo que ve aquí continuó hostigándonos aun después de la rendición. Hace un par de semanas emboscaron a la patrulla del teniente Redford y los masacraron a todos, doce hombres muertos, aún a pesar de haber firmado ya la paz. Los capturamos hace tres días y ayer el juez les condenó a muerte. Se les considera delincuentes comunes, ya que el ejército al que pertenecían se ha disuelto tras la rendición. Los ahorcaremos mañana al amanecer.

A Will lo invadió una enorme opresión en el pecho. Su hermano Ryan iba a morir al día siguiente. ¿Qué causa merecía la pena morir por ella? Él estaba profundamente desengañando. Creyó firmemente en Lincoln y luchó porque los Estados Unidos no se rompieran y por la abolición de la esclavitud, pero había visto tanta muerte y destrucción por el camino que no estaba seguro de que, si las cosas se repitieran, él volviera a luchar. Pero allí estaba su hermano. Y quedaba claro que no debía sentir lo mismo, ya que había estado dispuesto a continuar la lucha aún después de que se hubiera terminado la guerra.

̶ Soldado, conozco a aquel hombre  ̶ dijo, señalando a Ryan ̶ . Me gustaría hablar con él, déjeme pasar.

̶ Disculpe, señor, pero no estoy autorizado  ̶ el soldado parecía sentirse en un aprieto.

̶ ¿Qué cree usted, que voy a liberar al prisionero? ¡Por Dios, ya sabe quién soy! y supongo que le parezco de fiar. Solo quiero cruzar unas palabras con él antes de que acabemos con su vida.

̶ Está bien, señor. Discúlpeme. Si aparece mi oficial le explicaré el caso y seguro que no hay ningún problema.

Will se acercó al rincón donde dormitaba su hermano. Pasó unos segundos observando lo depauperado que parecía encontrarse. Estaba sumamente delgado y su ropa más semejaba harapos que el uniforme de un ejército regular. Su respiración no era muy constante mientras dormía. Parecía estar soñando algo que le perturbaba. Le tocó levemente el brazo para intentar despertarlo. Ryan abrió los ojos y permaneció unos segundos mirándolo de forma alucinada. De repente se echó a llorar y ambos hermanos se fundieron en un largo abrazo.

̶ ¿Qué haces tú aquí?  ̶ Ryan debería creer que estaba aún soñando.

̶ No sé. Algún extraño destino. Voy camino a casa y lo que menos me esperaba era encontrarte aquí  ̶ exclamó Will.

̶ Bueno, si llegas a pasar unas horas más tarde ya no hubieras podido ver más que mi cadáver.

̶ ¡Estáis locos! La guerra ha acabado  ̶ Will habló a su hermano en tono recriminatorio ̶ . ¿Por qué tuvisteis que atacar esa patrulla? Tenías que haber tomado el camino a casa y olvidarte de todo. Mira cómo estás. ¿Cuántos días hace que no comes nada?

̶ Ya no importa. Y en cuanto a las razones, he visto a tantos camaradas muertos que me sobran por todos sitios. Tus malditos compañeros de armas nos han masacrado sin piedad, han arruinado todos nuestros campos, acabado con las cosechas, quemado las haciendas. ¿Razones? Tenía unas cuantas para acabar con aquella patrulla.

̶ Déjalo, no importa. Ahora lo relevante es intentar sacarte de aquí. Tengo que hablar con el comandante del escuadrón e intentar que me permitan conducirte hasta Texas. Si le prometo entregarte allí a las autoridades estoy seguro de que aplazarán tu ejecución. Allí podremos defenderte mejor. Intentaremos que conmuten la ejecución por algún tipo de pena. Tengo que tirar de mi prestigio militar.

̶ ¿Tu prestigio militar?  ̶ Ryan parecía sorprendido.

̶ Es una larga historia. Y ahora no es el momento  ̶ Will quería hablar con el comandante cuanto antes. Dame tiempo, volveré en seguida.

Will le preguntó al soldado de la guardia por el oficial responsable. Se trataba del coronel Moore. Le indicó que podía encontrarlo en la oficina del sheriff.

El coronel Moore

̶ Capitán Garay, es un honor conocerle  ̶ Moore se levantó de su silla y estrechó la mano de Will ̶ . Parecía realmente impresionado. ¿Qué le trae por aquí? Como su biografía es conocida en el ejército sé que es usted tejano así que supongo que va camino a casa.

̶ Así es, mi coronel. Por fortuna me espera la vida civil.

̶ Dadas sus dotes militares y a pesar de no ser usted un oficial de academia, cualquiera podría pensar que continuaría su trayectoria militar en el Ejército.

̶ Mi coronel, soy un granjero. Me he esforzado todo lo que he podido por servir a mi país y, además, vengo de familia de militares, pero lo mío son los vegetales y las ovejas. Necesito recuperar el tiempo perdido y no sé si mis campos estarán arruinados  ̶ Will sentía realmente lo que decía.

̶ Lo entiendo  ̶ Moore se mostraba empático ̶ . Mi caso es diferente, desde que me gradué en West Point solo he tenido una vida, la militar. Por cierto, fui de la misma promoción que su jefe, el general Custer; la de 1861. Un tipo curioso este Custer, no sé si sabe usted que aprobó de milagro, fue el último de nuestra promoción, pero luego ya ve, todos le admiramos por sus hazañas en la guerra, aunque como cuando uno lo conoce personalmente, como es mi caso o el suyo, sabemos que hay algunas cosas en él que no son las del típico héroe militar. Yo diría que solo su temeridad supera a su valor.

̶ Señor, del general Custer solo puedo resaltar su heroísmo y su sacrificio. Sé que muchos le tratan de aventurero, de no sopesar primero los pros y los contras antes de lanzarse contra el enemigo. Pero yo he servido más de tres años con él y puedo decirle que siempre me ha parecido que su sentido del deber era parejo con la responsabilidad hacia sus hombres  ̶ Garay no quería afirmar ante Moore que sus dudas también eran similares. El objetivo que deseaba conseguir no casaba bien con mostrarse demasiado estridente ante el coronel.

̶ Claro, claro. Todos le admiramos  ̶ Moore intentó acabar con el abrupto hilo de conversación que había iniciado ̶ . Y, dígame ¿hay alguna cosa que pueda hacer por usted? Si necesita alojamiento hasta continuar su marcha no se preocupe, puedo conseguirle uno. Y, por supuesto, compartir el pobre rancho de las tropas de la Unión que seguro que ya conoce de sobra.

̶ Muchas gracias, mi coronel, pero es otra cosa la que deseaba pedirle  ̶ Garay entró de lleno en la cuestión ̶ . Quizá usted no esté al tanto, pero entre los prisioneros que van a ahorcar mañana se encuentra mi hermano Ryan. Ya sabe, esta guerra partió a muchas familias y la mía fue una de ellas. Yo soy tejano y mi deber geográfico habría estado con el Sur de no ser por una larga historia con la que no quiero hacerle perder el tiempo. Pero mi hermano sí luchó con los confederados y, por los avatares del destino, ahora está condenado a muerte.

̶ ¡Vaya, Garay! No estaba al tanto. Mal asunto. Esos prisioneros han pasado por un juicio y han sido condenados a muerte no por acciones de guerra sino por su extemporánea actuación tras el cese de las hostilidades. Son muchos de nuestros compañeros los que cayeron muertos por sus balas cuando ya se había firmado el armisticio. Me temo que poco puedo hacer por él.

̶ Lo entiendo, mi coronel. Sé que la sentencia es firme y que no admite recurso alguno. Y, además, comprendo que es más que merecida. Pero lo que quería pedirle es que, si dado mi historial militar, usted me cedería la custodia de mi hermano hasta llegar a Texas. Yo lo entregaría allí a las autoridades para que se ejecutara la sentencia, pero así al menos nuestra madre podría abrazarlo antes de la ejecución. Mi padre fue soldado de Travis y murió en El Álamo. Y mi pobre madre lleva toda su vida sufriendo por las guerras. No sabría cómo decirle que su hijo también ha muerto lejos de casa.

̶ Mire Garay, lo que me pide es imposible. Los reglamentos militares lo impiden. Yo ya he firmado hacerme cargo de ese grupo y de su ejecución. Como muy bien sabe, eso es inalterable. Además, usted, a pesar de su historial militar ya está licenciado y, por si fuera poco, su vínculo familiar dejaría todo en un entorno muy sospechoso. De verdad que siento no poder satisfacerle y le ruego que transmita mi pesar a su madre, pero no está en mi mano acceder a lo que me pide. No obstante, si desea estar cerca de él en las horas que le quedan de vida, avisaré a la guardia para que no le pongan impedimentos.

No quiso insistir. Sabía que estaba ante un hombre de una pieza, un militar cumplidor de los reglamentos, un hombre fiel a sus principios. Garay salió apenado de la habitación. Le mareaba la situación. Sabía que Ryan iba a morir, como tantos otros soldados en la guerra. Él mismo había mandado pelotones para fusilar a soldados del sur e incluso a sus propios hombres cuando desertaban o cometían algún atropello. Pero esto era diferente, Ryan era su hermano y en el corazón de Will se producía en ese momento una lucha feroz entre el cumplimiento de las normas y el vínculo de la sangre. No podía dejar de representarse la futura escena en la que tuviera que dar cuenta a su madre de lo ocurrido. 

Huida al anochecer

El soldado de guardia le dejó de nuevo pasar al corral. Ryan estaba ahora despierto y parecía expectante. Will se acercó a él y le habló con sigilo

̶ El coronel no cede. Le he pedido que me deje tu custodia hasta llegar a Texas, pero no he conseguido convencerle.

̶ No te preocupes, hermano, creo que ya estoy lo suficientemente sereno como para afrontar la muerte  ̶ Ryan parecía hacer madurado mucho en los años de guerra. Will apenas si reconocía a su inquieto y testarudo hermano pequeño ̶ . Pero sí me gustaría que no pensaras mal de mí. Te juro que no asesinamos a traición al pelotón de Redford. Fue un enfrentamiento más de los muchos de la guerra. Tuvimos la mala fortuna de toparnos con ellos cuando íbamos a unirnos a las tropas de Johnston. Ellos insistieron en que la guerra había terminado. Querían que nos entregáramos, pero eran solo seis y nosotros veinte. Ya sabes lo que pasa, alguien sacó una pistola y el tiroteo se armó casi sin pretenderlo. Nosotros éramos más y terminamos imponiéndonos. Pero también cayeron cuatro de los nuestros. Los que ves aquí somos los dieciséis que quedamos.

̶ No puedo dejarte aquí  ̶ Will parecía nervioso ̶ . No puedo darle la noticia a mamá de que te han ahorcado. Voy a ayudarte a huir y luego ya veremos.

̶ ¡Estás loco, hermano!  ̶ Ryan parecía sorprendido ̶ . Es imposible que me puedas ayudar. Hay más de treinta soldados yanquis en este escuadrón, todos bien armados. No puedes arriesgar tu vida para intentar salvarme. Solo conseguiríamos que nos mataran a los dos.

̶  ¿Cuántos soldados hay de guardia por las noches?  ̶ Will no quería oír las razones de su hermano.

̶ Suele haber dos aquí vigilando el corral, pero en el cuerpo de guardia hay por los menos cuatro más que, como mucho, andarán medio adormilados, pero al más mínimo recelo se nos echarán encima  ̶ a pesar de las dificultades, en el rostro de Ryan se dibujaba un rayo de esperanza.

̶ Tú estate atento sobre media noche. No puedo dejar de intentarlo. Eres mi hermano y por más que seas un cabeza de chorlito no voy a dejar que te maten.

Lo primero que hizo fue conseguir otro caballo. Dejo a los dos animales a pocos metros del corral, listos para poder montarlos. A media noche, Will se acercó sigiloso. Efectivamente había dos soldados. Uno frente a otro a cada lado del corral. Entre ellos las vallas y los dieciséis prisioneros confederados. Will no quería matar a los soldados yanquis, no solo por una cuestión de compañerismo sino por el simple hecho práctico de que no deseaba morir ahorcado también. Tenía que intentar aprovechar la poca luz para intentar neutralizar a uno de ellos sin que el otro se percatara y luego completar la tarea.

Así lo hizo. Sorprendió al primer soldado por su espalda y le golpeó en la cabeza con la culata del revólver. Cayó desmayado, pero el otro, al percibir el leve sonido del golpe y la caída al suelo, se alertó. Al no ver a su compañero frente a él en el corral, le llamó y tras no obtener respuesta se dirigió hacia la valla frente a la suya. Will que estaba ya rodeando el corral le sorprendió y le propinó otro culatazo. Con los dos soldados inconscientes saltó dentro del recinto. Ryan ya estaba preparado para seguirlo.

Pero no contaba con que el resto de los presos se lanzaran en huida también. Su corazón yanqui no estaba preparado para aquello. Por su cabeza pasó una posible solución y en cuanto Ryan y él estuvieron sobre sus monturas hizo un disparo al aire con el revólver. Con ello pretendía alertar a los soldados del cuerpo de guardia y detener así al resto de los huidos que carecían de la ventaja estratégica de tener caballos disponibles.

̶ ¡Estás loco!  ̶ Ryan gritaba mientras galopaban furiosamente hacia fuera del pueblo.

̶ Tú eres mi hermano y tengo que salvarte, pero ellos han sido mis enemigos durante los últimos cuatro años. No puedo dejar que huyan.

Los soldados del cuerpo de guardia salieron en seguida al oír los disparos. Alguno de los escapados obtuvo así un anticipo de su muerte. Cayeron ante las balas de los yanquis que les disparaban en su huida. Pero la cabalgada de Will y Ryan no había pasado desapercibida y el oficial de guardia y otro soldado más se abalanzaron sobre sus caballos para perseguir a los fugados. Cabalgaron varias millas bajo un cielo tenuemente iluminado por una luna en cuarto menguante. Los dos soldados no se daban por vencidos. Lograban mantener la distancia y de vez en cuando les disparaban con sus rifles automáticos, aunque estaban lo suficientemente lejos como para que no pudieran alcanzarles. Llevaban ya más de media hora de persecución y los soldados les estaban arañando algunos metros de distancia. Sus caballos parecían estar más frescos o estar menos cansados. Los disparos esporádicos cada vez pasaban más cerca. Will y Ryan intentaban zigzaguear para evitar las balas, pero eso les hacía perder aún más ventaja frente a los soldados.

Cabalgada (Imagen cortesía de Heritage Auctions HA.com)
Cabalgada (Imagen cortesía de Heritage Auctions HA.com)

Fue entonces cuando, tras el sonido del último disparo, Ryan cayó del caballo que seguía cabalgando alocadamente mientras arrastraba al jinete. Will se puso en paralelo con el animal desbocado y lo fue frenando. Aprovechando el saliente de una roca paró a los dos caballos, bajó del suyo y desenganchó a su hermano del otro. Enseguida los azuzó para que siguieran corriendo por el camino. Con ello pretendía engañar a los soldados para que continuaran la persecución. Arrastró el cuerpo de Ryan y se ocultaron bajo el saliente de la roca.

El hermano pequeño de Will estaba destrozado. El tiro solo le había dado en un hombro, pero el caballo, al arrastrarlo, le había producido daños irreversibles. Parecía tener rotas las dos piernas y, al menos, uno de los brazos. Su cabeza sangraba estrepitosamente. No tardó en expirar. Will permaneció silencioso y compungido junto al cadáver durante un par de horas. No quería dejarlo allí abandonado, así que lo desplazó al centro del camino para que los soldados lo encontraran al volver. Así, al menos, podría tener un entierro decente. Tenía que evitar encontrarse con los jinetes que los habían seguido cuando estuvieran de vuelta a Jackson, de modo que abandonó el camino y procuró alejarse de la zona a través de campos y veredas donde poder ocultarse si salían en su búsqueda. Para su fortuna, mientras subía por aquellas trochas, y el amanecer comenzaba a despuntar, vio a lo lejos sus dos caballos que se habían detenido a pastar en un prado. Se aseguró bien de que no hubiera nadie por los alrededores que pudiera descubrirlo y se puso en marcha para rescatar su montura. Sin caballo le hubiera costado todavía muchos días llegar a su pueblo.

29 de mayo de 1865
Nacogdoches, Texas

Ya era tarde, aunque el sol no se había puesto del todo cuando visualizó a lo lejos el perfil de su granja, a la derecha, en las afueras de Nacogdoches. Le pareció increíble ver plantadas las zonas de huerta e, incluso, el pequeño rebaño de ovejas que en ese momento su madre estaba encerrando en el corral. En algunos de los campos labrados, el trigo estaba ya creciendo. No se explicaba como la anciana había tenido fuerzas durante los años de guerra para sacar adelante todo aquello. Rose Brennan, que así de irlandés era el nombre de su madre, tenía ya cincuenta y nueve años y, aunque siempre había sido una mujer dura y de complexión fuerte, parecía extraño que ella sola hubiera podido mantener la granja en esas condiciones tan buenas.

No quería pasar por el pueblo. Si lo hacía se arriesgaba a que hubiera alguna orden de detención contra él por lo sucedido en Jackson. Espoleó su caballo y se dirigió hacia el corral donde Rose trajinaba. Al oír el trote del animal, su madre se volvió. El sol estaba a la espalda de Will así que la mujer puso su mano como visera para tratar de adivinar quien era aquel jinete que se acercaba. Al ver a Will estalló de alegría. Las lágrimas de felicidad regaron su rostro mientras abrazaba al hijo ausente.

̶ ¡Hijo mío! ¡Querido William! La vida no podía haberme dado hoy una felicidad mayor  ̶ Rose apenas si podía hablar entre la emoción y las lágrimas.

̶ ¡Mamá! No sabes cómo he deseado que llegara este momento  ̶ Will no pudo evitar también que algunas lágrimas corrieran por sus ojos.

̶ Pero hijo, estás muy demacrado y en los mismos huesos. Tienes que estar hambriento. Vamos adentro, tenía la cena casi lista. Lávate mientras la termino y así me cuentas. Ahora ya para ser del todo feliz solo haría falta que tu hermano también estuviera llegando.

Will puso un gesto serio. Tenía que darle a su madre la noticia de la muerte de su hermano y no sabía ni cómo comenzar a hacerlo.

̶ Mamá, me encontré hace unos cuantos días con Ryan  ̶ dijo Will con un tono que a la madre le pareció extraño por la falta de entusiasmo.

̶ ¿Sí? ¿Y por qué no está aquí contigo?  ̶ La cara de Rose comenzó a temerse que algo malo había ocurrido.

Will le explicó toda la situación. No eludió darle ningún detalle por escabroso que fuera. Conforme le iba desgranando la historia a Rose parecía que le caían los años encima. La cabeza se le hundía entre los cansados hombros y las lágrimas, esta vez de tristeza, no dejaban de acudir a sus ojos.

̶ Al menos ha muerto sabiendo que, a pesar de haber sido su enemigo en la guerra, su hermano ha arriesgado su vida para salvarlo. Tendremos que ir a Jackson a reclamar su cadáver. Ya fue bastante con no poder tener enterrado cerca a tu padre. Andará por aquellos páramos de San Antonio. A saber dónde lo enterrarían. No quiero que tu hermano pase por lo mismo. Quiero tener su tumba aquí cerca para poder llorarle cuando yo quiera.

̶ Claro, mamá. En cuanto arregle un par de asuntos por aquí, volveré a Jackson para intentar recuperar su cuerpo  ̶ Will quería tranquilizar a su madre, aunque era consciente de que las cosas no iban a ser tan sencillas de llevar a cabo ̶ . Pero dime, mamá, cómo has podido mantener la granja en tan buen estado tú sola. Es una maravilla ver las cosas así después de haber atravesado un país casi destruido.

̶ Hijo, yo sola no habría podido hacer ni una décima parte. Pero he contado con muy buena ayuda. Sabes que al hermano pequeño de Sally le pilló la guerra con trece años así que no fue al frente. Todo lo que ves lo hemos hecho entre Sally, su hermano y yo. Dos mujeres y un muchacho fuerte para los trabajos más pesados dan mucho de sí.

A Will le alegró mucho la noticia de que su novia hubiera estado ayudando a su madre de ese modo. En las pocas cartas que había podido intercambiar con ella o con su madre, ninguna de las dos le había dicho nada. Pero saber que estos años habían contribuido a afianzar el vínculo de su madre con Sally y su familia le puso muy contento.

Dejó a Rose con la absurda situación de ser feliz por la vuelta de uno de los hijos y desgraciada por la muerte del otro. En la cabeza de Will no paraba de dar vueltas la posibilidad de que lo detuvieran en cuanto el sheriff de Nacogdoches supiera de su presencia allí. Pero tampoco quería eludir la situación. Que pasara lo que tuviera que pasar. Prefería estar en la cárcel el tiempo que le impusieran de condena antes que andar de prófugo toda la vida.

Cogió de nuevo su caballo y se dirigió al pueblo. Ardía en deseos de ver a Sally. Para llegar a su casa tenía que pasar delante de la oficina del sheriff. Podía haber dado un rodeo, pero no le apetecía hacerlo. Tendría que enfrentarse con su destino de un modo u otro. Pero fue sorprendente que, al pasar por la puerta, el sheriff, un viejo amigo de la familia y pretendiente de su madre en algún momento, solo le saludó y le tiró unas cuantas indirectas sobre su trabajo con los yanquis en la guerra. Nada más.

13 de mayo de 1865
Jackson, Misisipi

El coronel Moore llamó a su despacho al oficial de guardia y al soldado que habían perseguido a los hermanos Garay. Ambos estaban un poco asustados pensando en la reprimenda que el oficial podía echarles. Sin embargo, el coronel, con buenos modos, solo les pidió que le informaran detenidamente de todo lo ocurrido. Fue el teniente que aquella noche oficiaba como jefe de la guardia quien se encargó de dar todas las explicaciones necesarias.

̶ Les perseguimos durante un buen rato y les fuimos ganando terreno poco a poco  ̶ el teniente comenzó su explicación ̶ . Cuando estaban a tiro, el soldado Wilkinson consiguió acertar a Ryan Garay. El disparo no era mortal, pero el confederado cayó del caballo y el animal lo arrastró durante bastante tiempo entre las breñas. Eso debió golpearlo por todo el cuerpo. Curiosamente no vimos su cadáver en el momento. Suponemos que el capitán Garay debió esconderse con él en algún punto mientras les seguíamos pensando que iban delante de nosotros. La cuestión es que cuando, tras abandonar la búsqueda, volvíamos al puesto encontramos el cadáver en el camino.

El coronel Moore esbozó una leve sonrisa. Comprendía lo que había ocurrido.

̶̶ Mi coronel, ¿qué hacemos respecto al capitán Garay?  Ha cometido un importante delito y supongo que debemos denunciarlo a las autoridades para que se encarguen de su búsqueda  ̶ el teniente inquirió al coronel una vez facilitado todo el informe de lo ocurrido.

̶ Mire teniente, el soldado confederado ha muerto ¿no? Es decir que se ha ejecutado la sentencia del juez. Nosotros hemos cumplido con nuestro deber. El capitán Garay es un héroe del Norte y solo ha hecho para con su hermano lo que cualquier hubiera hecho por el suyo. Asunto olvidado.

5 de octubre de 1873
La carta de George Armstrong Custer a William Garay

Estimado Will,

Te supongo enterado por la prensa de los distintos avatares por los que ha ido pasando mi vida desde que nos separamos en Appomattox el día de la rendición de Lee. Que no hayamos tenido ningún contacto desde entonces, no implica que no guarde de ti, de tu persona y de tu valía como militar los mejores recuerdos. Siempre simpaticé mucho contigo, no solo por tu valor y capacidad sino también por la similitud de nuestras historias. Tú, hijo de soldados españoles emigrados a los Estados Unidos. Yo, descendiente de militares, alemanes, también emigrados a este país.

Te estoy escribiendo esta carta a tu granja de Texas que es la dirección que está registrada en tu ficha del Ejército. Confío en que te llegue.

Como sabrás, al terminar la guerra perdí mi rango de general de división que estaba asociado solo a la existencia del ejército de voluntarios y recuperé mi posición de capitán del ejército regular. En ese momento pensé en abandonar la vida militar y dedicarme a la política. Me entusiasmé con la idea de trabajar para la mejor integración de los estados del Sur. Sabes que fueron nuestros enemigos, pero son nuestros hermanos y teníamos que ser flexibles para que todos pudiéramos de nuevo ocupar la casa común. Pero mi actitud no gustó en las altas esferas. Finalmente me di cuenta de que la política no era lo mío. Solicité a Sheridan el mando de una unidad y en el verano de 1866 me pusieron al frente del 7º Regimiento de Caballería, una unidad que debía tener una importante participación en las guerras indias que nos acuciaban en los territorios del Oeste.

Desde entonces ando por las Dakotas guerreando contra estos salvajes (que no siempre lo son tanto).

Estoy seguro de que tú te reintegraste a la vida civil y estarás disfrutando haciendo crecer tu propiedad para ti y tu familia. ¿Te casaste? ¿Tienes hijos? Estoy seguro que sí.

En fin, paso a lo crucial de esta misiva. Ando necesitado de buenos oficiales. Estas guerras contra los indios son más complejas de lo que en principio parecían. Su modo de batallar es muy distinto al que tú yo conocemos, pequeños grupos que aparecen y desaparecen, hostigándonos de continuo. Nada que ver con aquellos grandes movimientos de tropas durante la guerra. Además, son grandes jinetes, mejores que nosotros y ya sabes que no somos malos. Probablemente nos enfrentamos a la mejor caballería ligera del mundo. Y nos cuesta mucho mantenerlos a raya. Son gente difícil. Sé que esta era su tierra, pero ahora tenemos que compartirla y no parece que estén por la labor. Como guerreros los Sioux y los Cheyenes son los más feroces con los que he tenido que lidiar. Puedes pactar con una de sus tribus y pensar que estás haciéndolo con todo el pueblo, pero ese mismo día cuatro tribus más te están atacando. Pero qué te voy a contar a ti, un curtido Ranger de Texas que antes de la guerra tenía ya una larga experiencia de guerrear con las tribus Apaches y Comanches. Me gustaría llegar a un gran acuerdo con ellos para que pudieran ocupar el territorio indio que se les ha delimitado en Oklahoma, pero de momento puede más la guerra que las negociaciones de paz. Así que te necesito. Necesito capitanes experimentados para las trece compañías de que consta el regimiento. Y querría verte a ti al frente de una de ellas. Sé que esto te perturbará y que quizá no quieras o no puedas abandonar la vida que llevas, pero el país te necesita. Y estoy seguro de que, con tu colaboración y con la de otros de nuestros viejos compañeros de armas, lograremos poner fin a esta situación que tanto está perjudicando nuestro crecimiento como nación.

¿Cuento contigo?

Te envía un caluroso abrazo, tu amigo,

Teniente Coronel George Armstrong Custer
7º Regimiento de Caballería
Dakota del Norte

1 de julio de 1876
La carta del general Alfred Terry a la viuda de William Garay

Estimada señora Sally Garay,

Le escribo con la lamentable misión de comunicarle la noticia del fallecimiento de su esposo, el capitán William Garay, en acto de servicio y con la máxima heroicidad.

Una de las unidades bajo mi mando, El 7º de Caballería, a las órdenes del teniente coronel Custer, estaba al cargo de la misión de reducir a una gran fuerza india de Sioux, Cheyenes y Arapahoes que se habían concentrado en Montana siguiendo al líder espiritual de los Sioux, Toro Sentado. El regimiento salió de Fuerte Lincoln el 17 de mayo de 1876. Su esposo estaba al cargo de la compañía N.

El 25 de junio observaron una fuerte concentración de tribus cercanas al cauce del río Little Bighorn. Custer organizó la estrategia de batalla que consideró adecuada, pero dividió a sus tropas que ya eran reducidas, menos de 600 hombres frente a los 1.800 guerreros indios, fuertemente armados y dirigidos por uno de sus caudillos más sanguinarios, Caballo Loco. La compañía N, con el capitán Garay a su mando, permaneció entre los hombres del ataque principal que pensaba dirigir el propio Custer, mientras que el mayor Reno y el Capitán Benteen ejecutaban acciones secundarias.

Lamentablemente, la estrategia de Custer no funcionó y sus hombres se vieron cercados por un número de indios casi diez veces superior a ellos. Todos murieron con heroicidad tratando de repeler hasta el último momento el ataque indio.

La columna que yo mismo dirigía, llegó a Little Bighorn el 28 de junio y solo encontramos aquel escenario de desolación con todos los hombres muertos. Recuperamos los cadáveres y les dimos cristiana sepultura en un valle cercano al cauce del río. Allí quedó el cuerpo de su marido que, afortunadamente, no fue mutilado, como el de otros bravos, por los indios. Una muestra de respeto hacia él.

Siento ser el transmisor de tan penosas noticias y quedo a su disposición para proporcionarles cuantos datos adicionales o ayuda necesite.

Reciba mis más sinceras condolencias y la admiración por la valentía de su marido demostrada no solo en esta su última campaña, sino también a lo largo de toda nuestra guerra civil.

Brigadier General Alfred Terry
Fuerte Lincoln
Dakota del Norte

La masacre de Custer en Little Bighorn (artista desconocido)
La masacre de Custer en Little Bighorn (artista desconocido)

APÉNDICE. Nota del Autor

Estamos ante una obra de ficción. Me gusta escribir este tipo de historias imaginarias pero que se desarrollan sobre un tapiz de hechos reales. Así, en esta narración, la familia Garay y todo lo que le acontece pertenece al ámbito literario sin ninguna vinculación con lo real. Pero sí son reales los hechos acaecidos y los personajes históricos como Bernardo de Gálvez, Fernando de Leyba, George Armstrong Custer, el general Terry, Toro Sentado, etc.

La historia de España durante el siglo XVIII es quizá una de las partes más desconocidas de nuestros hechos como pueblo. A veces, leyendo los textos de historia que estudian nuestros alumnos, parece como si tras terminar el reinado del último Austria y hasta la invasión napoleónica no hubiera sucedido nada relevante en nuestro país. Y sí que sucedió. Por ejemplo, la colaboración española en la guerra de independencia americana. Una colaboración que se respeta y de la que se conoce bastante en Estados Unidos y casi nada en España. Aunque bien es cierto, también, que ese reconocimiento ha tenido que tardar siglos, ya que, en aquel momento, tras la colaboración inicial los americanos despreciaron la importancia de nuestra aportación a su independencia y, además, se esforzaron por recuperar territorios que les habíamos ganado a los ingleses en la mejor lid guerrera.

Desde siempre me ha entusiasmado la historia de los colonos en Estados Unidos y el género cinematográfico del western. Ello me empujaba a escribir alguna historia basada en aquella época y aquellos hechos. A ello hay que añadir la importancia que tuvieron en mi juventud las novelas de aventura gráfica de Bruguera. Guardo el más grato recuerdo de Winnetou, de El último mohicano o de Mujercitas. A eso hemos de unir el descubrimiento que realicé hace poco de nuestra actividad durante el siglo XVIII en Luisiana, Florida y otros territorios alrededor del Misisipi, así como de las heroicidades de personajes como Bernardo de Gálvez en Baton Rouge y Pensacola o Fernando de Leyba defendiendo San Luis de Iluineses. Parece que como pueblo nos gusta más resaltar nuestras derrotas ante los británicos, al estilo de la Armada Invencible o Trafalgar, mientras que ocultamos nuestras victorias en territorio americano durante la época reseñada. Somos un pueblo extraño y estamos llenos de complejos.

Llegar a través de la familia Garay desde Pensacola hasta Custer y la derrota de Little Bighorn forma parte del carácter imaginario de la narración. Aunque no deja de ser factible que algo así pudiera haber ocurrido.

Ruego que se me disculpen licencias que solo un tratamiento de ficción puede permitirse. Por ejemplo, colocar a Will Garay como capitán de la compañía N del 7º de Caballería, ya que dicha compañía no existía. El regimiento tenía doce, y no trece, compañías, nombradas de la A a la M.

El recuerdo de las novelas de aventura gráficas de Bruguera me ha empujado a colocar varias obras que ilustran los hechos narrados. Espero que los autores no se molesten por ello, lo que tienen es mi respeto y admiración por su arte, como es el caso de las increíbles obras sobre Gálvez de Augusto Ferrer-Dalmau, el pintor de batallas. Como no existe ninguna vertiente económica en estos relatos espero que si alguna vez, por extraños avatares de la fortuna o del buscador Google, descubren sus obras ilustrando este relato, no se molesten por ello.

APENDICE. La familia Garay

Íñigo Garay (1758 – 1814). Abuelo del protagonista. Soldado español a las órdenes de Bernardo de Gálvez

Patricia (Patty) Ramírez (1762 – 1822). Esposa de Íñigo Garay


Gregorio Garay (1796 – 1836). Padre del protagonista. Soldado tejano a las órdenes del coronel Travis. Muerto en el sitio de El Álamo.

Rose Garay (Brennan de soltera) (1806 – 1878). Madre del protagonista, esposa de Gregorio Garay.

Luisa Garay (1800 – 1858). Hija de Íñigo Garay y Patricia (Patty) Ramírez. Tía del protagonista.


Will Garay (1834 – 1876). Muerto en la batalla de Little Bighorn. El protagonista de este relato.

Sally Garay (Gibson de soltera) (1840 – 1904). Esposa del protagonista.

Ryan Garay (1836 -1865). Hermano del protagonista. Muerto al final de la guerra civil americana en mayo de 1865.

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