Cuando, como es mi caso, uno ha pasado más de treinta años de su vida trabajando en el mundo de las TIC no parece fácil entender que nunca se haya pisado Nueva York. Pero realmente ese es mi caso. Hasta los 58 años no he visitado la gran urbe americana, la capital del mundo. Sin embargo, esta es probablemente una de las ciudades que más conocía, sus calles, sus edificios, el nombre de sus barrios, su historia… Y es que el volumen de información que el cine ha transmitido sobre la ciudad es tal que, cuando uno llega a la misma, parece que está en su casa.
Realmente habíamos hablado, mi mujer (Ángela), mi hijo (Martín) y yo, hace tres años de hacer este viaje. Después de unas largas y tediosas intervenciones quirúrgicas que debía realizarme nos prometimos que si me recuperaba iríamos a Nueva York a celebrarlo. Y, afortunadamente, la recuperación vino y con ella el ansiado viaje. No fue por temas profesionales sino lúdicos, pero vino finalmente.
En mi blog no suelo escribir de viajes, pero hago esta entrada a petición de algunos amigos que me han pedido que cuente cómo nos fue en el viaje y que diera cuantas indicaciones prácticas considerara oportuno para quienes quisieran repetir la experiencia. Siento si lo escrito es algo largo y pesado, pero la mezcla de nuestro diario de viaje y los consejos prácticos para otros viajeros así lo han producido.
Preparativos
Lo primero que hemos de asegurarnos es de tener el pasaporte en regla. Los ciudadanos españoles necesitan un documento que se llama ESTA para entrar en USA (no es un visado, pero se le parece). Es muy simple de obtener por internet, pero os doy un consejo, usad la página oficial del gobierno USA donde el ESTA se obtiene por 14$. No hagáis el primo como yo y os metáis en la primera que os sugiera Google cuando vayáis a gestionarlo porque os mete en agencias privadas que te cobran un pastón por el proceso.
Volar a USA ahora puede salir bastante barato si seleccionas fechas. Y esto no solo es válido para las compañías low cost sino que también lo es para American Airlines o Iberia. Nosotros gestionamos los vuelos por Iberia, pero la ida la operó American Airlines y la vuelta Iberia. El viaje de ida duró ocho horas y media y el de vuelta siete. Supongo que no es por la velocidad a la que unos u otros pilotos se atrevan a volar sino simplemente por la dirección y velocidad a la que soplan los vientos. He volado mucho a Latinoamérica y siempre ha durado menos el vuelo de vuelta que el de ida. Parece que con Norteamérica pasa lo mismo.
Una de las cosas con las que nos habían asustado era con la dureza de los trámites aduaneros. Supongo que hay mucho mito. Nosotros embarcamos en Madrid sin problema, solo nos hicieron un par de preguntas respecto a por qué viajábamos a USA. El paso de migración en Nueva York fue también bastante simple. Un oficial de policía nos selló el pasaporte y creo recordar que solo nos preguntó el hotel donde íbamos hospedarnos así como cuantos días pensábamos permanecer. Curiosamente nadie nos pidió el ESTA en ningún momento. Cabe la posibilidad que lo tuvieran ya asociado a su sistema electrónico de revisión del pasaporte o cabe la posibilidad de que sea algo totalmente inútil. En cualquier caso os aconsejo sacarlo que ya he tenido muy malas experiencias por no tener el visado para volar a países que lo requerían.
En el apartado de los preparativos también me gustaría reseñar que si puedes te lleves desde España comprados los tickets de acceso a los sitios dónde vayas a acudir, siempre que puedas hacerlo on-line. Nosotros lo hicimos para la visita al Top of the Rock, al club de jazz Village Vanguard y la ópera en el Metropolitan del Lincoln Center. Si lo haces así te evitas que te quedes sin entrar a algún sitio que desees visitar porque no haya entradas cuando vayas a visitarlo. Ciertamente existe también la New York City Pass, una tarjeta que te permite el acceso a varios de los lugares que quizá desees visitar. Nosotros no consideramos oportuno sacarla, ya que por el coste no se justificaba, pero depende de tu viaje y de lo que vayas a visitar, echa un ojo, haz números y decide.
Una muy buena idea es planificar con antelación tus rutas diarias. Agárrate el Google Maps y/o el mapa del metro de Nueva York y define lo que vas a hacer cada día. Nosotros, a este respecto, teníamos la ventaja de que Martín conocía muy bien la ciudad, ya que había estado en ella varias veces con anterioridad y fue quien se encargó de realizar una planificación de viaje que nos ayudó enormemente a ver el mayor número de cosas.
La llegada
Una de las cuestiones que queríamos tener clara era cómo nos desplazaríamos desde el JFK al hotel en el que nos íbamos a alojar. Miramos opciones de Shuttles desde el aeropuerto al hotel, pero cualquier opción compartida de las que veíamos venía a salir por 15-20 $ por pasajero y éramos tres. Sí ibamos a un transporte particular, la contratación salía por 80 $. El precio oficial del taxi desde el JFK a Manhattan es de 52 $, a lo que hay que sumar entre 8 $ y 15 $ más en función de los peajes por los que el taxista deba pasar y la propina que aquí es obligatoria (15% – 20%) . En resumen que el taxi se convertía en la forma más cómoda sin que el precio sufriera variación respecto a otros tipos de transporte. No probamos otras opciones como Uber, pero seguro que también eran tan razonables o algo más que el taxi.
Ciertamente al salir del aeropuerto hacia el área de taxis te abordan decenas de conductores intentando convencerte de que te van a transportar mejor a tu hotel. Mi consejo es que paséis. El taxi en Nueva York es un buen sistema para ciertos tipos de desplazamiento.
Solo reseñar que llegamos sobre las 14 horas y tardamos aproximadamente una hora y cuarto desde el JFK al hotel. La ciudad estaba completamente atascada a esa hora (bueno, quizá lo esté siempre a cualquier hora).
El hotel
Nos alojamos en el hotel Lucerne, ubicado en el Upper West Side. Elegimos este hotel porque estaba en una zona más tranquila que la absolutamente central (Times Square). Muy bien ubicado respecto a Central Park y con metro casi en la puerta del hotel, lo que nos ponía en el centro con solo unas pocas paradas y nos llevaba a la mayoría de los lugares que queríamos visitar casi sin hacer transbordo.
Comparado con los hoteles a los que estamos acostumbrados en España, este no es ninguna maravilla. Tanto la habitación como el baño eran más bien pequeños, pero por lo demás, todo bien. Tranquilo y limpio. Muy buen servicio de habitaciones. Lo mejor para nosotros, la ubicación, aunque quizá otros prefiráis estar más inmersos en el centro y busquéis en Times Square, a nosotros el bullicio permanente de esa zona nos echó un poco para atrás. Realmente, nos gusta dormir por la noche.
Transporte
El metro y los buses de Nueva York son muy buenos en cuanto a periodicidad de paso. Mucho mejor que en Madrid, por lo que esta es la forma más recomendable de moverse por la ciudad. Realmente puedes ir usando ambos a prácticamente cualquier lugar que desees visitar. Hay algunas cosas que sí me gustaría reseñar para que no te extrañes.
- Los trenes y las estaciones son muy, muy viejos si los comparas con los nuestros.
- La noción de transbordo no se estila demasiado. Las líneas avanzan casi sin cruzarse. En muchas ocasiones, aunque dos líneas pasen por el mismo sitio, tienes que salir a la calle de una y volver a entrar a la otra. Esto genera que para la mayor parte de las visitas lo mejor es que hagas un mix de andar y metro o andar, metro y bus. Disfrutarás más del exterior y quizá ganes algo de tiempo.
- El sistema es endiabladamente complejo para un europeo. Por el mismo lugar pueden pasar varias líneas con el mismo recorrido, pero solo una para en todas las estaciones, otras son exprés y eluden parar en algunas. Si no vigilas esto te puedes llevar alguna sorpresa.
- Incluso con las no exprés, de repente, sobre la marcha, por saturación o vaya usted a saber por qué motivos, deciden no parar en algunas estaciones. Te avisan antes por la megafonía y si no va a parar en la tuya, lo que debes hacer es bajarte y esperar al siguiente tren o seguir y volver desde la primera en la que pare. Estate atento siempre a los avisos en megafonía.
- Lo más operativo es que te saques una MetroCard (la venden en máquinas automáticas en las estaciones y puedes pagar en efectivo o con tarjeta). Son combinadas entre metro y buses. Nosotros, por ejemplo, sacamos la de siete días y nos salió sobre 30 $ por cada pasajero. Con ella ya no tienes límite, puedes viajar en metro y bus todo lo que desees hasta su caducidad, momento en que puedes recargarla.
- La MetroCard, o cualquier otro billete de metro, funcionan pasando la banda magnética por los tornos de acceso. En ocasiones falla y no te deja pasar. Y en muchas estaciones de Nueva York no hay personal que pueda atenderte por lo que tu única opción es saltarte el torno pasando por cualquier otra de las puertas de emergencia de salida por las que continuamente están saliendo pasajeros, ¡y entrando!, por lo que deduzco que mucha gente en Nueva York usa el metro sin pagar.
Hostelería
Comer en Nueva York es bastante caro, ya os aviso. Si comenzamos por el desayuno hay montones de sitios donde desayunar esos infumables, enormes y ardientes vasos de café (por llamarlo de alguna manera) junto con los bagels, el desayuno favorito de los neoyorkinos. Una especie de rosquilla de pan que se abre por la mitad, se pasa por la plancha o el tostador y se rellena con abundantes y variadas cremas. Demasiado pesado para los que estamos acostumbrados al buen café y al pan con aceite. No obstante, en estos lugares siempre tienes también opciones de yogur, frutas, huevos, bacon, etc. El sistema de llegar, pedir y llevártelo para comértelo en la calle no me gusta, pero es lo que hay. En algunos, ciertamente, hay unas pocas, pequeñas e incómodas mesas donde puedes sentarte, pero si tienes que esperar a que se te enfríe el café te van a dar las uvas, así que no sé si aconsejártelo. Lo normal es que en esta operación de desayunarte un café y un bagel ya se te vayan entre los 6 $ y los 15 $, dependiendo del lugar. Teniendo en cuenta que un desayuno en Madrid son dos o tres euros, ya puedes comenzar a vislumbrar las diferencias de precio en este ámbito.
Para comer tienes bastantes opciones. Nosotros visitamos italianos, hamburgueserías, restaurantes hipster, cadenas de comida rápida, etc. En general, la media de precio cuando vas a un lugar donde puedes comer y sentarte con cierta tranquilidad no va a bajar de los 30 $ por comensal. Ciertamente con las hamburgueserías el asunto cambia. Ahora está de moda en Nueva York la cadena Shake Shack. Hay muchos lugares de ellos, las hamburguesas son muy buenas y el precio es prácticamente el mismo que España.
Lo más complejo para un español es el asunto de la propina. Allí es obligatoria en cualquier restaurante y lo normal es que esté entre el 15% y el 20% del importe de la cuenta. Tenlo en cuenta para no llevarte a engaño con los precios. La mayor parte de las veces el precio que ves expuesto no incluye ni impuestos (son muy bajos) ni propina. Si vas a pagar con tarjeta de crédito cuando te sacan el ticket para firmar tienes que anotar el porcentaje de propina que quieres que te facturen.
Nuestras rutas
Disponíamos de nueve días para visitar Nueva York y queríamos hacerlo a fondo, aunque con tan corto periodo de tiempo decidimos que el objetivo central sería Manhattan. A pesar de que planificamos algunas visitas a Brooklyn y otros lugares, nos centramos fundamentalmente en la isla que constituye el corazón de la ciudad. Para otro viaje dejamos profundizar en el resto de los barrios neoyorkinos.
Por si a alguno os sirve de orientación os contaré día a día cuál fue nuestro recorrido.
Día 1. Comenzando con Central Park
Tras llegar al hotel y deshacer las maletas nos echamos a la calle, ávidos de conocer la ciudad. Como ese día llegamos algo cansados del viaje y habíamos elegido un hotel cercano a Central Park, nos lanzamos a recorrer la parte sur del parque. Antes de llegar pasamos por el edificio Dakota que nos pillaba de camino. John Lennon fue asesinado a las puertas del mismo. La emoción comenzaba. En Central Park vimos la fuente de Bethesda, el lago ubicado al sur y el castillo de Bellvedere. La verdad es que a principios del otoño anochece bastante pronto, a las 18:00 ya ha caído el sol, pero aún así es sorprendente ver el bullicio que anima constantemente el parque sea la hora que sea, haya luz o no la haya. Otra cosa que llama la atención del parque son la enorme cantidad de ardillas que lo habitan. Están por todas partes. Realmente vimos hasta un mapache tranquilamente apostado al lado de un seto. La mezcla entre lo salvaje y lo ciudadano está muy presente en Central Park. En ese sentido es algo diferente a parques europeos, tales como el Retiro madrileño, donde lo cultural se impone a lo natural.
Terminamos la noche cenando en un restaurante hipster de la zona y comprobando que los precios de la restauración iban a ser un problema si no elegíamos otro tipo de lugares.
Como estábamos cansados, a las 9 de la noche neoyorkina (3 de la madrugada hora de Madrid) nos fuimos a la cama, lo que obviamente hizo que a las 3 de la madrugada (hora neoyorkina) del día siguiente yo estuviera despierto leyendo en la cama hasta que sobre las 6:00 am comenzamos a movilizarnos.
Día 2. Machacando Manhattan
Íbamos con ganas y el día anterior había sido solo una pequeña introducción, así que el segundo día nos levantamos con ganas de quemar Manhattan. Lo primero, por supuesto, desayunar al más puro estilo neoyorkino. Entramos en uno de los baretos cercanos al hotel y pedimos café y bagels, como no podía ser de otra manera. Al principio era ilusionante, pero tras tres o cuatro mordiscos a aquella rosca rellena de cremas variadas (queso, cebolla, atún…) nos dimos cuenta de que nuestro desayuno habitual a base de fruta, pan con aceite de oliva, tomate y jamón ibérico era mucho más sano y reconfortante. Pero bueno, donde fueres haz lo que vieres, así que terminamos la colación y pasamos al metro. Nuestra estación era la 79th Street así que allá que nos fuimos, compramos la Metro Card para una semana y nos lanzamos a por Times Square que está en la línea 1 unas pocas estaciones más hacia el sur de Manhattan.
La salida es espectacular. Pantallas gigantescas, rascacielos que tapan la luz del sol. En fin, el mundo neoyorkino más conocido en su plena salsa. No os lo podéis perder por más que no sea lo que más nos gratificó del lugar. Como dato curioso uno de las gigantescas pantallas estaba mostrando un anuncio de jamón ibérico que promocionaba la Junta de Andalucía. ¡Vamos! como estar en casa. Paseamos y enfilamos hacia la Quinta Avenida. Allí nos detuvimos en la Biblioteca Pública de Nueva York. No podéis dejar de verla, es una maravilla y el acceso es libre. Bryant Park era la siguiente parada. Una pena que estaba en obras así que no pudimos disfrutarlo mucho. Solo reseñar que el WiFi libre que allí se ofrecía estaba patrocinado por Zara. Más referencias patrias.
Continuamos en dirección al Flat Iron, ese curioso edificio que, según como lo mires, es tan delgado que parece una cuchilla de afeitar. Y allí mismo, casi sin darnos cuenta, estábamos en Madison Square. En el parque de la plaza nos detuvimos a sentarnos un poco y descansar. Nueva York está llena de plazas y parques y en casi todas hay bancos donde poder solazarse el tiempo necesario. Mientras lo hacíamos una blogguer de moda se fotografiaba con sus atuendos. Espectacular. Desde allí saltamos a Union Square con su mercado de productos biológicos. Son espectaculares las frutas y verduras que pueden encontrarse y el disfrute de la vista con el colorido de los puestos también. Uno pensaba que disfrutar en un mercado es algo que puedes hacer en los países árabes o en Latinoamérica, pero hacerlo en pleno centro de Manhattan resultó algo sorprendente.
Continuamos hasta el Chelsea Market con la idea de comer por la zona. Vagabundeamos por allí, vimos el interior del mercado y nos atrajo en el exterior un restaurante que prometía buena carne estadounidense. No podíamos dejarlo pasar. Fue nuestra primera hamburguesa en USA, pero en este caso en un buen restaurante y no en la típica hamburguesería como los Five Guys o las Shake Shack. Obviamente nos sablearon, pero lo pasamos bien y descansamos tras haber andado tanto como llevábamos andado. Una cuestión curiosa que ya vimos allí es que en la hostelería neoyorkina la mayor parte del personal es latino. Pero como éramos novatos nos dirigíamos a ellos en inglés por respeto al país y por si nos equivocábamos en la nacionalidad. A pesar de los marcados rasgos mejicanos de alguno de ellos nos llamaba la atención el hecho de que, a pesar de que entre nosotros hablábamos español y ellos nos oían perfectamente, siempre se dirigieran a nosotros en inglés. Este día nos sorprendió más aún que con unos colombianos que había en la mesa de al lado los camareros se expresaban en español y con nosotros lo hacían en inglés. Como soy curioso y quería abandonar ya el idioma de Shakespeare, le pregunté al camarero por qué lo hacía así. Y el hombre ya nos lo explicó en detalle. En principio tienen prohibido usar el español más que cuando te diriges a ellos en español, pero si lo haces en inglés, a pesar de que ellos sean conscientes de que hablas el idioma de Cervantes, te tienen que responder siempre en inglés. A partir de ahí, pan comido. Nos dirigíamos a ellos en español y siempre nos contestaban en español. Podemos decir que más de la mitad de las interacciones en restaurantes las hicimos en nuestro idioma, Nueva York está llena de hispanos.
Tras comer pensamos que acercarnos al High Line y, si acaso, usar alguna de las hamacas que hay por allí para reposar nuestro horario de siesta sería una buena cosa. Dicho y hecho. Pero todo estaba lleno y no hubo forma de encontrar tumbona así que recorrimos esa línea alta desde la que puedes ir viendo ya buenas perspectivas de Manhattan y del río Hudson aunque todavía desde un lugar no tan alto como más tarde lo haríamos. Además es una oportunidad importante de disfrutar de un escenario donde la vegetación se ha instalado en un entorno totalmente ciudadano. Un largo camino lleno de plantas que discurre durante algo más de dos kilómetros por unas antiguas vías de ferrocarril y que ha sido modernizado para que sea un muy buen lugar de paseo y descanso.
Atravesar todo el High Line nos machacó bastante, ya que es una ruta bastante extensa. Por ello decidimos que podíamos terminar el día en el memorial de la Zona Cero y el nuevo World Trade Center. La verdad es que más allá de la enormidad del edificio, la zona impresiona. Los nombres de todos los fallecidos en lo atentados del 11-S se encuentran en un friso que bordea todo el lugar donde se erguían las torres gemelas. Leerlos te ponían la sensibilidad a flor de piel. Terminada la zona el agotamiento ya era mayúsculo, sobre todo en los dos más viejos. Pero Martín insistió en que lo mejor era andar hasta el sur de Tribeca, ya que allí podíamos tomar la línea 1 de metro que nos llevaba directos al hotel. Le hicimos caso y, ¡otro porrón de kilómetros! Por fin llegamos a Chamber St. y allí tomamos el metro hasta la 79th Street y a descansar al hotel. Como no había fuerza ni para cenar, compramos ¡un plátano! y esa fue nuestra cena. Bueno, la de Ángela y la mía, porque Martín había quedado a cenar sushi con una amiga neoyorkina. Según dice la cronología de Google, casi seis horas andando y alrededor de 12 kilómetros a pie. A mi me parecieron más. Pero qué maravilla de día. La ciudad se iba abriendo ante nuestros ojos.
Día 3. De la épica a a lírica
Al ir a la cama el día anterior pensamos que al día siguiente no podríamos ni movernos del palizón a andar que nos dimos. Pero, afortunadamente, no fue así. Nos levantamos al jueves como nuevos y con ganas de comenzar nuestra ruta del día. En nuestros planes estaba esa mañana pasear por un Manhattan literario y cinematográfico. Mi destino preferido era Little Italy, pero como los otros dos viajeros querían también ver otras cosas hubo que contemporizar y ampliar el horizonte. Igual que hicimos el día anterior, y que haríamos el resto de los días siguientes, tomamos el metro y esta vez lo hicimos hacia un poco más al sur, hasta Washington Square, la literaria plaza inmortalizada por Henry James en un momento histórico donde el barrio no debía parecerse demasiado al que en la actualidad existe. Curiosamente nos encontramos allí con un activista anti Trump instalado en su mesa e intentando convencer a la gente de lo demoníaco del actual presidente de los Estados Unidos. Me hubiera gustado que mi nivel de inglés hubiera sido mejor para poder entablar con él una conversación profunda acerca del asunto, pero lamentablemente mi uso de dicha lengua no me da para tanto, así que continuamos nuestro camino.
Atravesamos por la universidad pública de Nueva York, el patito feo universitario de la zona, en un país donde solo triunfan los alumnos que pueden permitirse estudiar en las costosas universidades privadas.
Y al poco estábamos en la entrada de Jones Street, el lugar donde Bob Dylan, soportando el frío de un Nueva York nevado, se abrazaba a su novia de entonces Suze Rotolo. El fin era hacer la foto para la portada de su The Freewheelin’ , el mítico álbum que lo lanzó a la gloria y que contenía su enorme Blowin in the wind. Lógicamente, Ángela y Martín se colocaron en posición para que la fotografía los inmortalizara en una pose similar a aquella otra de finales de los sesenta.
Pero enseguida llegamos a Mulberry Street. Estábamos entrando en la cinematográfica Little Italy, uno de mis puntos sagrados en este viaje a Nueva York. Un gran luminoso se encarga de recordarnos que estamos entrando en el barrio donde se instalaron masivamente los inmigrantes italianos que llegaron a principios de siglo a la ciudad. Paseando por Mulberry uno no puede dejar de representarse a Vito Corleone saltando entre las azoteas de los edificios, analizando el mejor momento para cargarse a Don Fanucci, mientras la procesión de San Genaro trascurre con la banda de música y los miles de personas atravesando la larga avenida. Uno es que es muy de El Padrino, ¡qué le vamos a hacer! La mítica película de Coppola está entre las que más han marcado la historia del cine y, desde luego, para mí es una de las tres mejores en mi universo cinematográfico personal. Las otras son Casablanca de Michael Curtiz y Las uvas de la ira de John Ford. Una pena que no conserve el local o el decorado o lo que fuere de la Genco Olive Oil Company con la que Vito comenzó a ganarse la vida en Nueva York, importando aceite siciliano y diseñando su clan mafioso ayudado por Clemenza y Tessio. La otra gran aportación fílmica a la zona es la de Los Soprano. No pude evitar sentarme en un lugar que podría ser la mesa donde Tony Soprano lo hacía con Silvio Dante o Chris Moltisanti a tomar unas salchichas italianas y hablar de sus negocios. La lírica siempre presente.
De Little Italy pasamos a Chinnatown. No soy yo muy amante de la cultura del gran país asiático, así que poco hicimos más allá de pasear algo por sus calles y observar su múltiples comercios donde se vendía productos alimenticios prácticamente desconocidos para un occidental. Llegamos hasta Columbus Square para descansamos un rato sentados en un banco mientras observábamos la estatura de Sun Yat Sen, el padre de la China actual, el revolucionario que consiguió acabar con el antiguo régimen uniendo las fuerzas del Kuomitang y los comunistas. Mientras descansábamos un guía turístico explicaba a su grupo el significado de todo aquello mientras un borracho sentado en un banco le insistía en que aquello era Columbus Square, no China.
Como preferimos la comida italiana a la China volvimos a Mulberry Street para comer en el restaurante italiano donde viéramos lo más apetecible. Y finalmente comimos muy bien. Yo tomé espaguetis con albóndigas, según la receta que el viejo Clemenza contaba a Michael Corleone en otra de las grandes escenas de El Padrino. Descubrimos también que algunas cervezas artesanas eran bastante estándar ya en la hostelería neoyorkina no especializada. No es que hubiera mucha variedad, pero lo normal es que pudieras encontrar una IPA en muchos lugares.
Como ya estabamos aleccionados en que todo el día andando sin parar suponía un esfuerzo quizá demasiado alto al menos para los dos miembros más viejos de la expedición, tras comer decidimos volver al hotel a descansar un rato. A ello contribuía también, sin duda, el hecho de que ya comenzábamos a dominar los intríngulis del metro de la ciudad.
A las 18:00 teníamos reserva en el Top on the Rock del Rockefeller Center. Se trataba de subir a una de las azoteas más alta de la ciudad y poder disfrutar desde allí del anochecer sobre la ciudad. Nos fuimos, pues, para Times Square, visitamos la catedral de San Patricio y, llegada la hora, subimos (en ascensor, por supuesto) los más de sesenta pisos del edificio. La vista es realmente espectacular. Elegimos esta torre en lugar de al Empire State porque preferíamos tener la vista del Empire con su iluminación tan impactante. Llegamos con la luz del día y bajamos ya bien anochecido. Es espectacular ver la ciudad de los rascacielos desde esa posición. Una pena que hubiera demasiada gente lo que no nos permitía tener una experiencia lo suficientemente tranquila del momento.
Tras terminar, vuelta al hotel, cena ligera en uno de los restaurantes de la zona y a la cama a descansar para el día siguiente. Este lo habíamos terminado solo con unos siete kilómetros a pie así que más descansados que el día anterior.
Día 4. Extravagancias
Había llegado el momento de salir de Manhattan para dar el salto a Brooklyn. En dicha Isla viven la mayoría de los neoyorkinos aunque muchos trabajan en Manhattan, lo que hace que el paso entre las dos islas sea incesante. Hay varios puentes y túneles que lo posibilitan, pero los dos más conocidos están ubicados en la zona sur y son los que reciben los nombres de Brooklyn y Manhattan respectivamente. Ambos son muy cinematográficos, sobre todo el de Brooklyn y de él dice la leyenda popular que si vas a Nueva York y no lo recorres a pie, no vuelves a a ciudad. Nosotros los vimos desde la base, pero no lo recorrimos (Ángela y yo. Martín ya la había hecho en otras estancias anteriores en la ciudad) así que no sé si la cosa se cumplirá. Veremos. Llegamos en metro hasta la zona cercana al puente de Brooklyn y paseamos por la misma bajo las portentosas figuras de los dos puentes.
Pero el objetivo fuerte de ese día era Williansburg, el barrio de los judíos jasídicos, así que tomamos un autobús hasta el mismo ¡Ufff! Tremendo. Un barrio con más de doscientos mil habitantes practicantes de la rama jasídica del judaismo. Una hiper ortodoxa creencia llena de dogmas y de la que resulta muy difícil desprenderse una vez dentro. Es espectacular ver por las calles a los hombres peinados con sus tirabuzones y vestidos con sus gabardinas, sombreros y medias todos negros. Es como retrotraerse a un mundo de dos siglos más atrás. Las mujeres visten una ropa pobre, faldas largas, pelo recogido… La crudeza y uniformidad de la indumentaria del mundo musulman se repite aquí con otros parámetros. El choque cultural resulta espectacular y si te adentras más en los fundamentos de esta comunidad, se acentúa. Tienen sus colegios propios, apenas si se relacionan con el entorno, la mujer está totalmente supeditada a los designios del padre o del marido, se siguen pactando los matrimonios… Vamos que una vez dentro del barrio lo que más te invaden son los deseos de salir.
Y así lo hicimos. Nos fuimos a Long Island (Brooklyn frente al skyline sur de Manhattan). Una zona deliciosa para el relax. Comimos por allí en el Riverview Restaurant & Lounge, el más mediocre de todo el viaje, pero disfrutamos mucho de la zona.
Tras comer volvimos al hotel. Por la tarde Martín y yo paseamos por la orilla del río Hudson en el Upper West Side, la zona cercana a nuestro hotel, en lo que se denomina Riverside Park. Nos cayó allí la noche que, por cierto, era estupenda. Hacía una magnífica temperatura y apenas si se dejaba sentir la humedad del río. Frente a nosotros, al otro lado del río Hudson, podíamos ver los edificio limítrofes del estado de Nueva Jersey. Varios helicópteros revoloteaban continuamente por el cielo de Nueva York. Supongo que desde el 11-S las medidas de seguridad a este respecto se ha multiplicado y no es fácil imaginarse la ciudad sin el ruido permanente de los pájaros de hierro de la policía.
Volvimos al hotel para recoger a Ángela y salir para el Village Vanguard, un club de jazz de los míticos neoyorkinos ubicados en Greenwing Village. Esa noche tocaba Chico Freeman con su grupo. Chico es un muy buen saxofonista que nos hizo recordar a Coltrane en aquel local pequeño, austero y muy jazzístico, donde el viejo John tocó hace muchos años.
Esta fue nuestra última actividad del día. Terminamos tarde, sobre la 1:00 am, prueba de que el jet lag era ya algo olvidado. Fue el primer día que pasamos de los 10 kilómetros andados, así que el cansancio era fuerte en personas sedentarias como nosotros.
Día 5. Varia
Si quieres ver arte actual en Nueva York tienes que vistar las galerías de Chelsea. A ello dedicamos la mañana del sábado. Entramos en unas cuantas con la decepcionante sensación de que la mayoría de las cosas que estábamos viendo no merecían siquiera los minutos gastados en su contemplación. Visitamos cinco o seis galerías hasta que ya nos saturó ver una exposición de ¿escultura? basada en los cuentos de los Hermanos Grimm y cuyos personajes o bien portaban penes en posición de trabajo o cuyos culos se representaban soltando su material fecal. Algo muy adecuado para los niños objetivo de los cuentos de los Hermanos Grimm. Una buena parte del arte moderno ha perdido la cabeza y, a pesar de ello, encuentra en Nueva York y sus galerías de arte (no solo allí) un camino fácil de expresarse.
El segundo destino fue Tribeca, una de las zonas hipsters de la ciudad. Ciertamente muchos edificios, con doscientos años de antigüedad, tienen bastante encanto y sus calles se merecen un largo paseo por las mismas. Fue una pena comprobar, solo una semana después de regresar, ya desde Madrid, que en esos mismos lugares por los que habíamos pasado se producía el atentado en que murieron varias personas atropelladas por un terrorista de los ahora denominados lobos solitarios. Nueva York, una ciudad que estaba ya entrando en nuestro catálogo de ciudades míticas, se hermanaba así con Barcelona, otra ciudad ya presente en dicho catálogo desde hace muchos años.
Comimos en Tribeca y volvimos a descansar un rato al hotel. Para la tarde teníamos muchos planes así que el descanso fue corto. Tras un rato volvimos al metro hasta el final de nuestra línea, el embarcadero de ferries del sur de Manhattan. El objetivo era tomar el que nos llevaría a Staten Island. La verdad es que la isla no tiene demasiado encanto turístico, pero lo importante es que el recorrido del ferry transcurre bordeando la estatua de la libertad. No teníamos previsto ir hasta la isla de la Libertad para ver la estatua, pero sí nos apetecía mucho tener esa visión tan espectacular del emblema de Estados Unidos mientras el barco lo bordeaba. Y lo hicimos al atardecer, mientras las inagotables luces de los edificios del sur de Manhattan se encendían. El sol caía por el oeste y el emblema mágico de la libertad aparecía ante nuestros ojos. Era lo mismo que vieron tantos inmigrantes europeos cuando llegaban por primera vez a USA. Quienes huían del hambre o de una situación política difícil veían aparecer la estatua algo antes de que su barco, tras pasar varias semanas en el mar transitando desde el viejo continente, se adentrara en el antiguo puerto de Nueva York. Esas imágenes fueron captadas de manera impresionante por Coppola en su segunda parte de El Padrino, cuando Vito Corleone de niño llega a Nueva York huyendo de una muerte segura en Sicilia. El barco se desplaza lentamente entrando en las aguas del Hudson mientras los emigrantes observan de forma religiosa la estatua símbolo del mundo mejor que les espera. Solo Coppola y John Ford han sabido captar imágenes con esa fuerza expresiva.
Para los futuros pasajeros que quieran usarlo, he decir que el ferry es gratuito y en fines de semana hay uno cada media hora. El recorrido, desde luego, merece la pena.
Nada más llegar a Staten Island volvimos a Manhattan, ya que no teníamos nada previsto allí. Era tarde y esa noche esperaba otro de los platos fuertes de nuestro viaje. Teníamos entradas para ver Turandot en la Metropolitan Opera del Lincoln Center. Llegamos con el tiempo justo de ir al lavabo y sentarnos en nuestros asientos. Asistimos a una magnífica versión de la ópera de Puccini con una gran versión del Nessun Dorma. Las entradas son caras, como en cualquier otro lugar donde pueda oírse ópera en directo, pero las pillamos en lo que se denomina zona familiar (nuestro gallinero 😉 ), donde eran bastante baratas y desde allí teníamos una acústica excelente aunque, eso sí, estábamos algo alejados de la escena. Disfrutamos de la misma y a la salida cenamos en un restaurante mexicano. Fue quizá la mejor comida que tuvimos en Nueva York, tanto por la calidad de los platos como por el excelente servicio.
Igual que el día anterior, vuelta muy tarde al hotel y otros diez kilómetros aproximadamente recorridos.
Día 6. Harlem y el Gospel
¡El domingo a misa! Madre mía, un ateo recalcitrante como yo. Pero claro, quién se perdía el festival que supone oír una misa baptista en Harlem con esos estupendos coros dándole al Gospel. Aunque existen muchas excursiones organizadas a este respecto, nosotros decidimos ir de por libre. Tomamos el bus para Harlem y nos dirigimos a la First Corinthian Baptist Church, que previamente habíamos elegido buscando por Google. La verdad es que los domingos por la mañana, además de los feligreses, las iglesias de Harlem se ponen hasta arriba de turistas, hay que hacer largas colas y no siempre puedes terminar pasando. Nosotros fuimos a la misa de las 11 de la mañana y estábamos allí sobre las 10:30. Ya había una larga cola de gente esperando. Pero la verdad es que todo fue sobre ruedas, el personal de la comunidad nos informó de cómo era el asunto, ayudó a organizar la cola y luego nos fue ubicando en la zona alta de la iglesia, mientras que los feligreses tomaban posesión de la baja. Como en cualquier otra iglesia cristiana, lo único que nos pidieron fue nuestra colaboración económica, pero sin exigir nada. Lo primero que vimos fueron varios bautizos según su rito, sumergiendo al neófito en una pequeña piscina. Posteriormente comenzó la celebración. Digamos que el Gospel tenía tintes demasiado modernos para nuestro gusto, pero tanto la banda como el coro eran bastante buenos. También un par de solistas impresionantes. Para terminar un predicador y una predicadora que ya los hubieran querido algunas empresas para sus sesiones de marketing. ¡Qué dominio de la oratoria!
Al terminar tomamos de nuevo el bus hasta la Catedral de San Juan el Divino, al norte de Central Park, un impresionante edificio de la iglesia episcopaliana que uno no espera encontrarse en Manhattan. Aunque es del siglo XIX, en cierto modo nos retrotrae a las mucho más antiguas catedrales de nuestra tierra. Recomiendo los jardines anexos que son espectacularmente bellos y tranquilos.
Terminamos la mañana visitando uno de los muchos mercadillos que los domingos invaden la ciudad. Elegimos uno muy cercano al hotel con la idea de pasearlo y comer en alguno de sus puestos de comida callejera. La cuestión es que no encontramos nada de interés ni para comprar ni para comer. Pero paseando encontramos un local de una de las franquicias que crecen por la ciudad, Chirping Chicken. Por fin un lugar barato para comer. Nada del otro jueves, pero decente, pollo asado razonable, hamburguesas y fingers de pollo que no estaban mal. Y un precio final más que atractivo. Teníamos que comenzar a ahorrar, Nueva York estaba acabando con nuestro presupuesto.
Tras descansar un rato en el hotel, la tarde la dedicamos Martín y yo a ver con algo más de profundidad la zona sur de Central Park, en un día en que muchos grupos organizaban todo tipo de actividades lúdicas y musicales por la zona. Ángela se encontraba muy cansada y se quedó esa tarde en el hotel. Martín por la noche había quedado para cenar con un amigo, así que, tras la visita a Central Park, yo me fui para el hotel, compré un para de plátanos para la cena (¡qué frugalidad!) y una IPA que estaba bastante decente para matar la sed.
El día había terminado con unos 12 kilómetros pateados.
Día 7. Metropolitan
Los dos grandes museos a visitar en Nueva York son el MOMA y el MET. El primero acoge las grandes colecciones de arte contemporáneo mientras que el segundo funge un rol mixto de museo arqueológico, en cierta medida también étnico y, por supuesto, de pintura clásica. Martín ya había visitado el MOMA en otros de sus viajes a la ciudad de forma que decidimos acudir al MET.
Se trata de un museo bastante impresionante sobre todo en sus salas de colecciones egipcia y romana o de pintura impresionista. Ello a pesar de que para europeos acostumbrados a visitar El Prado, El Louvre o el British, se nos queda un poco corto. No obstante disfrutamos del área de Egipto con sus colecciones de estatuas de la diosa Shekhmet, el templo de Dendur, trasladado piedra a piedra desde Nubia hasta los interiores del MET, o algunos frisos de Tell-el-Amarna.
Es interesante apuntar que para entrar en el museo lo que se pide al visitante es una colaboración económica que puede ser de cualquier tipo, aunque se sugiere 25 dólares por persona. Supongo que no muchos llegan a esa cifra pero, dejes la cantidad que dejes, podrás visitar el museo sin ningún tipo de limitación.
La tarde fue nuevamente de descanso para Ángela en el hotel, mientras Martín y yo paseábamos exhaustivamente por el centro de Central Park, bordeando su gran lago central y disfrutando de los distintos perfiles del skyline neoyorkino que se van descubriendo mientras anochece y caminas por el parque. El largo paseo volvió a dejarnos en alrededor de diez kilómetros lo andado en el día.
Día 8. Pensilvania
Como ya he dicho más arriba nuestro objetivo para este viaje era Nueva York y, fundamentalmente, Manhattan. Sin embargo, ya que habíamos atravesado el Atlántico parecía que no debíamos volver a casa sin, al menos, conocer una segunda ciudad de los Estados Unidos. Optamos por Filadelfia ya que nos pareció que acumulaba la suficiente carga histórica en lo que a la independencia del país se refiere, lo que hacía interesante conocerla. Este fue el único día en que contratamos una excursión organizada. Lo hicimos tanto por la comodidad que suponía que te recogieran en el hotel como por el hecho de que además de la visita a Filadelfia la excursión incluía un recorrido por el condado de Lancaster, la región amish de Pensilvania.
Hubo que pegarse un madrugón, ya que nos recogían en el hotel a las seis de la mañana, pero salvo esto todo lo demás fue genial. La organizazión del tour fue magnífica y Rey, nuestro guía, era un gran conocedor de la zona que visitábamos y en todo momento estuvo más que atento a solventar todas los requerimientos del grupo. Viajamos unas diez personas en un pequeño microbús y todo fue muy cómodo.
Nuestro primer destino fue Filadelfia. Visitamos en primer lugar los lugares vinculados a la declaración de la independencia americana y la redacción de su constitución así como la célebre campana de la libertad. La ciudad tiene muy bien organizado este recorrido que incluye algunas interesantes charlas sobre el proceso histórico que estaba ocurriendo en aquel momento. A continuación tuvimos tiempo libre para visitar el centro de la ciudad. Por supuesto muy diferente a Nueva York. Más pequeña y vivible, con una zona de calles con casas de época que parecían sumergirte en el final del siglo XVIII y estar paseando la ciudad en la época de Benjamin Franklyn. Tuvimos mucha suerte con el tiempo. Realmente este fue el único día de nuestro viaje en que nos llovió, pero la mayor parte de la lluvia cayó o mientras viajábamos en el microbus o mientras recorríamos los interiores de la Independence Hall.
Terminado el recorrido nos encaminamos hacia la región amish de Lancaster. Los amish son una curiosa comunidad cristiana que emigró hace un par de siglos a USA huyendo de las persecuciones religiosas a las que los sometían en Europa Central. Se trata de una comunidad absolutamente anclada en el pasado. Sus casas no tienen electricidad, declinan tener medios de transporte aunque sean básicos, ni siquiera una bicicleta. Se mueven usando una especie de patinete rudimentario, solo impulsado por fuerza humana, o, para desplazamientos algo más largos, con carros de caballos. En su casa la única modernidad son los tanques de propano que usan para la calefacción. Se visten de una forma totalmente austera, abominan de los colores en su indumentaria, solo los pardos que les acercan a la tierra. No desean ser fotografiados. Sus ocupaciones principales son las agrícolas, teniendo una muy buena productividad en sus cultivos ecológicos. Construyen ellos mismos sus casas, ayudándose en comunidad. Ello les hace ser muy competentes en el uso de la madera. Para ellos el mundo se divide entre amish e ingleses (que son cualquiera que no sea amish). Pueden trabajar para los ingleses y cuando lo hacen pueden estar en casas o centros de trabajo con electricidad o internet, pero en sus casas lo tienen totalmente prohibido. El vínculo comunitario que los une es muy fuerte. Tienen sus propias escuelas y la comunidad protege a todos sus miembros. Cuando llegan a la adolescencia los amish se marchan un tiempo al mundo exterior, a una gran ciudad, para que puedan decidir con criterio si les interesa la vida al estilo amish o no. Si lo desean pueden no volver, pero según las estadísticas de las que te hablan, la gran mayoría de los jóvenes deciden volver a su comunidad por más que las reglas de vida sean sumamente duras.
Probamos algunos de los alimentos que preparaban (y que comercializaban los ingleses) y tengo que decir que eran francamente ricos y naturales.
A media tarde emprendimos la vuelta. Llegamos a Nueva York ya tarde, sobre las ocho de la noche. El tiempo justo para pasarnos por una Shake Shack, la cadena de hamburguesas de moda en Nueva York y que todo el mundo nos recomendaba. Ciertamente, las que tomamos eran buenísimas. Aunque ahora Five Guys ya está instalada en España, esperamos que pronto lo haga también Shake Shack para disfrutar de sus estupendas hamburguesas de buey angus.
Probablemente este fue el día más tranquilo en lo que a caminar se refiere, ya que al tener la excursión organizada, la mayor parte del recorrido la hicimos en bus. Terminamos con alrededor de seis kilómetros.
Día 9. Y esto se acaba
A las 17 salía nuestro vuelo de vuelta a España, desde el JFK, así que entre recoger en el hotel, ir al aeropuerto y demás, nos quedaba ya poco tiempo. Aprovechamos la mañana para pegarnos un desayuno más abundante de lo habitual y luego, mientras Ángela hacía las maletas (esta es una función que nos tiene absolutamente prohibida a nosotros 🙂 ) Martín y yo la dedicamos a recorrer la zona que nos faltaba de Central Park (la norte). Esta zona es la más agreste. En ella encuentras la vegetación más original, algunas cascadas y lugares que en su momento fueron la casa de las antiguas poblaciones indias de la zona. Desde luego, el recorrido, para dar fin a nuestro periplo neoyorkino, mereció la pena. Fueron otros seis kilómetros aproximadamente a sumar a nuestro personal camino de estos días.
Conclusiones
Y ahí terminó todo. Volamos de vuelta a casa y llegamos a Madrid a las seis de la mañana del día siguiente. ¿Mereció la pena el viaje? Sin la menor duda. Nueva York es una ciudad impresionante que no debemos dejar de visitar. Es la capital de nuestro mundo, un lugar del que tenemos múltiples referencias cinematográficas y literarias y que, por tanto, nos parece conocer de antes cuando visitamos sus lugares por primera vez. Hay tantos contrastes interesantes con nuestras ciudades españolas que se hace algo sumamente placentero ir descubriéndolos conforme nuestra estancia en la ciudad va avanzando.
Personalmente me quedo con lo tolerante y solidario de su gente. Ciertamente quizá no todo el resto de Estados Unidos sea igual, pero desde luego los neoyorkinos son gente estupenda a este respecto.
Muy bueno, digno de la Guia del Trotamundos.Horabuena
No te imaginas lo que me alegro verte danzando por ahí, Antonio.
Un abrazo, Alfonso.
Muchas gracias Alfonso. Un placer tener noticias tuyas, espero que todo te vaya genial. Un abrazo.
¡Fantástica crónica Antonio! Cómo me alegro de que hayas disfrutado de ese viaje. Yo elegí Nueva York para mi luna de miel, y leer esto ha revivido mis recuerdos de entonces… y mis ganas de volver a ir 😉
Un abrazo
Gracias Rafa!!! Espero que puedas volver pronto. Un abrazo.