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Bill Gates y sus predicciones

Tengo que reconocer que soy muy fan de Bill Gates. A años luz de él, por supuesto, pero me reconozco clon suyo en decisiones de vida (aunque no en sus resultados económicos, claro). Un tipo que emprende alguna locura en su juventud. Alguien que crea una de las compañías tecnológicas que más ha cambiado la vida de la humanidad. Un empresario de éxito que, en su mejor momento de madurez, se retira para dedicarse a causas filantrópicas. Un personaje que no deja de escribir y de participar con sus ideas en el entorno sociopolítico del mundo. Un filántropo cuyas donaciones a causas humanitarias son mayores que las de muchos Estados juntos. Hasta incluso un inversor que últimamente se centra en inversiones de tierra para labores agrícolas. Y tantas otras cosas.

Pero hoy me gustaría centrarme solo en su capacidad predictiva, bastante acertada, dicho sea de paso. No mencionaré sus muchas aportaciones de los últimos años, pero sí recomiendo al lector que le eche un ojo a su Camino al futuro, del año 95 y que observe si el mundo que pintaba para este momento es o no certero. Y hago esta pequeña introducción solo porque me gustaría analizar una de sus últimas reflexiones. Esa que nos indica que la gran aportación tecnológica de nuestro tiempo es la inteligencia artificial. Y coincido plenamente con su visión de este asunto. Además, no hay más que ver las toneladas de tinta, audio y metraje de vídeo que no paran de caer en nuestras manos acerca de ChatGTP, OpenAI y tantas otras cosas que parecen revolucionar nuestro mundo.

Y, sin embargo, me gustaría hacer algunas matizaciones al respecto, aunque partiendo de mi aquiescencia con el pronóstico. La cuestión es que creo que el término inteligencia artificial lleva muchos años conduciéndonos a errores de interpretación sobre lo que supone. ¿Qué es una inteligencia artificial? Los lectores de ciencia ficción del estilo Asimov o los seguidores de películas como Blade Runner, sin duda se representarán la imagen de robots capaces de actuar casi como humanos. Cómo no hacerlo tras ver el discurso del androide en la inolvidable película de Ridley Scott, «y todo esto se perderá como lágrimas en la lluvia. Es el momento de morir».

No obstante, no es eso. La inteligencia artificial está a años luz de poder crear algo como el androide de Blade Runner, por más que muchos opinen que eso está a la vuelta de la esquina. Y es que tenemos que partir de un supuesto muy claro. Me refiero a que el término inteligencia en los humanos tiene muchas connotaciones que las máquinas ni pueden hoy ni podrán quizá alcanzar jamás. Lo que sí pueden hacer las máquinas, el software, los sistemas computacionales en general, es acumular cada vez más datos, sacar inferencias de su correlación y tomar decisiones en función de dichas inferencias. Eso es todo. Ni más ni menos, y es mucho, muchísimo para lograr una finalidad esencial para los humanos, la de ayudarnos automatizando procesos.

Hay que alertar también sobre el asunto de la robótica. En general venimos a confundir ambos términos. Por supuesto que la inteligencia artificial es una de las tecnologías que están en la base de la robótica. Pero es, quizá, el parecido físico de los robots con los humanos el elemento crucial para mal interpretar los límites de esta disciplina. En un robot concurren múltiples automatismos. Y, desde luego, es su capacidad de acceso a ese gran conjunto de datos y de inferir sobre los mismos, lo que le ayuda a tomar decisiones.

Lo que no podrán lograr los robots, las máquinas, los sistemas computacionales es sentir, intuir, sufrir, alegrarse… más allá de como acciones automáticas preprogramadas. Y nunca como sensaciones surgidas de su interior. Y, ojo que esto no debe interpretarse como algo limitante. Ni mucho menos. Coincido con Bill Gates en que esa aportación en los automatismos es una gran revolución para nuestra época. Creamos sistemas de este tipo para que nos ayuden y nos liberen de lo pesado, de lo tedioso. No para que piensen, sientan y actúen como nosotros.

Hoy podemos hacer que una máquina, analice situaciones y proponga decisiones en función de lo analizado. Podemos, por ejemplo, pedirle que pinte una imagen a través de la descripción, y que lo haga en el estilo pictórico que le indiquemos. Le podríamos indicar que nos escriba un artículo sobre determinado tema con un nivel de profundidad o una duración determinada. Podemos ordenarle que nos genere una voz artificial que emule la tonalidad de la persona que elijamos. Y tantas otras cosas, dentro de lo que se ha venido en llamar inteligencia artificial generativa.

Aceptando, además, que estos sistemas no solo funcionan como he indicado sino que, además, están capacitados para incrementar su conjunto de datos y reglas. Es lo que hoy se está denominando como Machine Learning. En la frase anterior he eludido el término aprender. Y lo he hecho adrede porque creo que el uso de terminología humana para describir lo que hacen las máquinas puede conducirnos a interpretaciones erróneas. ¿Es aprender lo que he descrito como incremento del conjunto de datos y las inferencias que se pueden extraer de los mismos? Sin duda lo es, pero solo en parte, porque carece de otro montón de características que posee el aprendizaje humano. Pensemos, por ejemplo, en la acumulación de valores, principios, normas éticas, etc. que la función del aprendizaje tiene en las personas, ¿es posible esto en una máquina? Sin duda, no.

Ahora bien, ¿es esto una limitación? Desde mi punto de vista, ni mucho menos. Los seres humanos continuaremos siendo entes que crean y producen sentimientos y las máquinas avanzarán enormemente en ayudarnos en aquellos procesos que se puedan automatizar. Lo rutinario, lo que no nos aporta valor pero nos supone un gran coste en tiempo y esfuerzo, lo que abarata nuestros costes, lo que mejora nuestra calidad de vida, lo que nos aporta tiempo para lo que realmente nos interesa. Eso es lo que la inteligencia artificial está a un paso de proporcionarnos de forma mucho más amplia de como lo ha hecho hasta ahora. Pero no de sustituirnos. Si alguien piensa esto es que no conoce muy bien el funcionamiento de las tecnologías de la información y las comunicaciones.

No es que yo quiera dármelas aquí ahora de ser un pronosticador tan acertado como Bill Gates, pero también he tenido algún éxito a ese respecto. Y en este mismo blog, dicho sea de paso. El lector solo tendrá que acceder a mi artículo de 2016, Como lágrimas en la lluvia, donde realizo algunas reflexiones sobre el coche autónomo. Algo que entonces la prensa nos presentaba como un éxito que estaba ahí a la vuelta de la esquina. Tesla sacaba prototipos uno detrás de otro. Prototipos que tenía que guardar en un cajón conforme sucedían accidentes no deseados con ellos. Y es que las decisiones morales que se deben tomar para conducir una máquina peligrosa no son algo que esté al alcance de un sistema automático.

Muchas de las tecnologías que pueden servir de base a un coche autónomo hoy se incorporan en los automóviles normales. Sistemas que nos ayudan en la conducción, pero que no nos sustituyen. Para que esto suceda lo primero que necesitamos es tener el mundo lleno de sensores y transmisores a los que un vehículo pueda estar conectado permanentemente. Sensores y transmisores a un nivel similar a como hoy hay cables que llevan la energía eléctrica por el mundo. Y que conste que esto es lo más fácil de conseguir y que probablemente el mundo avance en la dirección de tener estas infraestructuras. Pero lo segundo es lo más complejo, la capacidad de un sistema automático de tomar decisiones éticas, o incluso con simples connotaciones legales, cuando está a punto de producirse un accidente.

Mientras tanto, es posible que veamos alguna pequeña proliferación de automóviles autónomos en pequeños circuitos totalmente controlados. Pero lo que con seguridad veremos es cada vez más mecanismos de ayuda a la conducción dentro de nuestros vehículos.

Pues lo mismo, con la inteligencia artificial. El objetivo de este artículo es dejar por sentado que, al igual que Bill Gates, coincido que estamos ante la gran tecnología de nuestra época. Aunque acotando con cierta precisión lo que supone. Tratando de evitar las confusiones terminológicas sobre este fenómeno que tan importante está siendo para la humanidad. Fenómeno que no debemos frenar por los prejuicios que puede crear un visión errónea de los límites de sus posibilidades.

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